Una vid cargada de frutos es imagen de la vida y de la fe que está llena de vida y resplandeciente de amor
Gálatas 2, 19-20; Sal 33; Juan 15, 1-8
Una hermosa imagen de la vida la que nos ofrece el evangelio de hoy;
una hermosa imagen de la fe que está llena de vida, tenemos que concluir. Es la
imagen de la vid, bien enraizada, bien cuidada, podada convenientemente y
cultivada con todo mimo que en consecuencia nos ofrecerá sus frutos.
En mi tierra en estos días podemos contemplar en nuestros campos las
vides exuberantes que comienzan a dejarnos ver sus frutos; crecen frondosamente
aunque el agricultor sabe cómo quitar los ramajes innecesarios, los sarmientos
que no van a dar fruto para que los que comienzan a ofrecernos los primeros
racimos reciben el calor del sol necesario para llegar a la mejor maduración.
Mucho podríamos comentar de tanto mimo y tanto cuidado de los agricultores en
sus cultivos y que pueden ser buena imagen del cuidado de nuestra vida de fe.
No nos sirven unos sarmientos muertos sino unas vides llenas de vida. Es
lo que tiene que ser nuestra fe; no la podemos dejar morir y muchas veces por
falta de cuidado se nos seca, se nos muere y al final nos quedamos sin nada
llenos de oscuridad y de muerte. Igual que de nada nos sirven unos terrenos
heredados que en otro tiempo ofrecieron hermosas cosechas si ahora no los
cuidamos, no podemos contentarnos con decir que hemos heredado una fe que nos
dieron nuestros padres si ahora nosotros no la cuidamos para poderla vivir y
hacer que dé fruto en el momento en que vivimos.
Una fe bien enraizada y se lo debemos a nuestros padres que nos la
trasmitieron; una fe bien enraizada que ahonda sus raíces en la Iglesia y
cuanto ella nos ofrece para seguirla manteniendo viva; una fe bien enraizada
porque seguimos plantando en lo más hondo de nuestro corazón la Palabra de Dios
que ilumina y alimenta nuestra vida; una fe bien enraizada porque la Eucaristía
es nuestro alimento, porque los sacramentos nos ayudan y nos purifican para ir
arrancando de nosotros todo el pecado
que tantas veces nos ahoga y nos quiere llenar de muerte.
Hoy nos dice Jesús que sin El nada podemos hacer, nada podemos ser. Es
la savia divina de la gracia que llega a nuestra vida; es la participación en
el misterio pascual de Cristo que cada día queremos hacer presente en nosotros
dando muerte al pecado y queriendo siempre renacer a vida nueva. Sin Cristo
nada podemos ser, porque El es nuestra única verdad y es nuestra vida. Sin
Cristo nada podemos hacer porque siempre en su nombre hemos de iniciar cuanto
hagamos para que todo sea siempre para la gloria de Dios.
Florecerán así los racimos de buenas obras en nuestra vida; podremos
en verdad dar fruto en ese compromiso con que vivimos nuestras vidas siempre
dispuestas al bien, siempre dispuestas al servicio, siempre disponibles para el
amor. Son frutos que han de responder al hoy y ahora de nuestro tiempo con sus
expectativas y con sus exigencias.
Que seamos en verdad esa vid cargada de frutos, unos frutos que nos
alimenten y nos enriquezcan en el hoy de nuestra vida e iluminen también a los
hombres de hoy; no olvidemos que hemos de ser signos en medio del mundo que hoy
vivimos. Que estemos en verdad llenos de vida porque estemos llenos de amor.
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