1Rey. 12, 26-32;
13, 33-34;
Sal. 105; Mc. 8, 1-10
13, 33-34;
Sal. 105; Mc. 8, 1-10
‘Como había mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: me da lástima de esta gente: llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer…’
Jesús es nuestro alimento. Ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia. ¿Qué hace Jesús para alimentar nuestra vida? Está el alimento de su Palabra, que ilumina y enriquece nuestra vida. Palabra de salvación, palabra de vida. Pero es que El mismo se ha hecho vida nuestra.
Como nos narra san Juan a continuación del milagro de la multiplicación de los panes, allá en la sinagoga de Cafarnaún nos dice que busquemos el alimento que da vida para siempre. El pan bajado del cielo que da vida y que el que lo coma no morirá. Terminará diciéndonos que El es ese Pan bajado del cielo, que su Carne es verdadera comida y su Sangre verdadera bebida, y que el que le coma vivirá por El. Es un anuncio de su entrega, de su muerte salvadora. Pero es un anuncio de cómo El se hace comida para nosotros, por eso es un anuncio de la Eucaristía.
Pero creo que al reflexionar sobre este milagro de la multiplicación de los panes que nos narra hoy el evangelista Marcos podemos aprender muchas más cosas. Muchas veces ya hemos reflexionado sobre este milagro ya nos lo cuenten los sinópticos o ya nos lo narre san Juan. Como ya hemos reflexionado los milagros que hace Jesús son signos excepcionales de la cercanía del Reino de Dios.
Me atrevo a decir. Cristo quiere alimentar nuestra vida, pero Cristo no es ajeno a la necesidad de pan material que tienen muchos hombres y mujeres hoy en día a través de todo el mundo. Nos habla el evangelista de una muchedumbre hambrienta a la que Jesús quiere dar de comer. Pienso también en esas muchedumbres hambrientas de nuestro mundo, hambrientas de alimento pues mueren de hambre, pero hambrientas también de muchas más cosas, hambrientas de vida, de cultura, de paz, de desarrollo, de justicia. Y Cristo nos dice a nosotros, como dijo entonces a los discípulos que tenemos que darles de comer.
No podemos ser insensibles ante las necesidades de todo tipo de los hombres y mujeres, nuestros hermanos y hermanas, que viven en un mismo mundo que nosotros. Unas veces bien cercanos a nosotros, porque somos conscientes de los problemas de tantos en nuestra cercanía, en nuestra misma sociedad, sobre todo pensando en la grave crisis que padecemos hoy. Aumenta el umbral de la pobreza. Creo que todos somos conscientes. Oímos hablar continuamente de los llamamientos que hace Cáritas para poder atender a tantos que acuden pidiendo ayuda. Y desde la pobreza de nuestros pocos panes tenemos que ser solidarios.
Claro que pensamos también en la problemática que en este sentido hay a nivel global en nuestro mundo. Precisamente estamos en estos días en la Campaña de Manos Unidas contra el Hambre en el Mundo. no vamos a entrar en estos momentos de nuestra reflexión en listados de cifras y de carencias, que de ello podemos tener noticia por otros medios. Pero sí tenemos que escuchar la voz del Señor que nos está pidiendo también que tenemos que darles de comer. No los podemos despedir, como sucedía entonces en el evangelio. Serán pocos los panes que tengamos, porque pocos sean nuestros medios pero si todos ponemos un pedazo de pan, la bandeja se podrá llenar para repartir y compartir.
Que tengamos la sensibilidad del amor.