1Rey.11, 29-32; 12, 19
Sal. 80
Mc. 7, 31-37
Sal. 80
Mc. 7, 31-37
‘Señor, ábreme los labios, y mi boca proclamará tu alabanza…’ Así comenzamos el rezo del Oficio Divino y así comenzamos también distintos momentos de oración. Queremos proclamar la alabanza del Señor; que se abran nuestros labios, que cante nuestro corazón; que el Espíritu de Dios esté en nosotros inspirándonos esa oración y esa alabanza.
He querido recordar esta forma de iniciar nuestra oración cuando hoy en el evangelio contemplamos la curación de un sordomudo. ‘Le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar, y le piden que le imponga las manos’. Ya hemos escuchado en el evangelio cómo ‘Jesús toca su lengua y mete sus dedos en los oídos y se le abrieron los oídos y se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad’.
¿Qué nos manifiesta este milagro de Jesús? Primero que nada decir, como decía el Papa ayer mismo en la celebración de la Jornada Mundial del Enfermo en Roma, las curaciones que realiza Jesús, junto con el anuncio de la Palabra, son “signo por excelencia de la cercanía del Reino de Dios”. Así se nos manifiesta el Reino de Dios, son signos de la salvación que Jesús nos ofrece.
¿Seremos nosotros ese sordomudo que necesitamos ser curados por Jesús? ¿Ese signo que Jesús realiza con la curación de aquel hombre que comenzó a oír claramente y a hablar sin dificultad querrá decirnos algo a nosotros?
En la celebración del Bautismo hay un signo opcional, el rito del Effeta, que se realiza precisamente partiendo del signo de este milagro realizado por Jesús. El sacerdote puede tocar con el dedo pulgar los oídos y la boca del recién bautizado – ser realiza después del bautismo, la unción con el crisma, la vestidura blanca y la entrega de la luz – mientras dice lo siguiente: ‘El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre’.
Que se nos abran, sí, nuestros oídos para escuchar la Palabra de Dios. Sordos nos hacemos muchas veces, o entretenidos, como se suele decir popularmente al que tiene dificultades para oír, entretenidos en tantas cosas que nos distraen de escuchar debidamente la Palabra de Dios. Se nos proclama en la celebración sagrada, pero tenemos tantas oportunidades de escuchar allá en lo más hondo de nosotros mismos la Palabra del Señor. Que no se nos caiga de nuestras manos el libro de la Biblia; que sea la mejor pauta para nuestra oración; que sea el espejo donde miremos nuestra vida, que sea en verdad el vademécum que siempre llevemos con nosotros para que nos sirva de guía y de luz en todo momento.
Pero que se abran también nuestros labios para la alabanza, como ya decíamos al comenzar esta reflexión; pero se que abran nuestros labios para proclamar nuestra fe, para llevar el mensaje de Jesús, el mensaje del Evangelio a los demás. Como hemos reflexionado muchas veces, misioneros y testigos tenemos que ser con nuestra vida, pero también con nuestra palabra valiente. Por eso, que se nos abran nuestros labios. Dejemos que Jesús nos toque, nos grite ‘¡effeta!’ y sin dificultad, con mucha valentía anunciemos a todos la Buena Nueva de Jesús, manifestemos que el Reino de Dios está cerca de nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario