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domingo, 7 de febrero de 2010

Por tu palabra… que no se frustre la gracia de Dios en mí

Is. 6, 1-8;
Sal. 137;
1Cor. 15, 1-11;
Lc. 5, 1-11



Una reacción semejante encontramos en Isaías y en Pedro ante las obras maravillosas del Señor. Estupor, asombro, humildad, conciencia de indignidad, disponibilidad para lo que el Señor les pida.
Se manifiesta la gloria del Señor en la visión de Isaías que contempla el trono excelso de Dios, ‘la orla de su manto llenaba el templo… y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz… mientras gritaban los serafines: Santo, santo, santo el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de tu gloria…’ Se siente pequeño y perdido porque ha contemplado la gloria del Señor ‘¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos…’
Es la reacción de Pedro que contempla la gloria del Señor que se manifiesta en la pesca milagrosa. Jesús había estado enseñando a ‘la multitud que se agolpaba a su alrededor para oír la Palabra de Dios… sentado desde la barca’; les había pedido que se introdujeran en el lago para‘echar las redes para pescar’, cuando ellos habían ‘pasado la noche bregando sin coger nada’; Pedro se había fiado de Jesús; ‘por tu palabra echaré las redes… y la redada de peces era tan grande que reventaba la red, de manera que hicieron señas a los socios de la otra barca para que vinieran a echarles una mano’. Y ahí está la reacción de Pedro: ‘Apártate de mi, Señor, que soy un pecador’.
Es hermoso el mensaje que nos trasmite la Palabra de Dios. Podemos contemplar la gloria de Dios, pero es necesario por nuestra parte unas necesarias actitudes para descubrirla. Una apertura de nuestro corazón, una capacidad de admirarnos ante las maravillas en las que se nos manifiesta Dios, una generosidad y disponibilidad de corazón, una humildad grande en nuestra vida dejarnos conducir por el Señor serán cosas necesarias para entrar en esa sintonía de Dios. Y tengamos en cuenta también que en la medida en que vivamos en comunión con los hermanos, podremos vivir más hondamente nuestra comunión con el Señor. Pedro contó con los compañeros de las otras barcas para sacar las redes repletas de peces.
Pedro había estado intentando pescar toda la noche con sus compañeros que eran buenos conocedores de las condiciones del lago. Era esos días en que nada se podía pescar, porque parecía que los peces hubieran desaparecido. Conocedor como era del lago y después de la experiencia de lo infructuoso del trabajo de la noche, se podía haber negado a la petición de Jesús por considerarlo imposible; sin embargo, se fió. ‘Por tu palabra, echaré las redes’.
En estos asuntos de los misterios de Dios, del intento de vivir nuestra vida cristiana, o de nuestros buenos deseos de hacer algo por los demás o realizar alguna labor pastoral, hemos de aprender a fiarnos de Dios. Cuantas veces decimos aquí no hay nada que hacer, yo no soy capaz de más porque yo sé como soy y me siento impotente, yo sé que con estas gentes esto es imposible, es que las cosas son tan difíciles… y así no sé cuantas cosas.
Ponemos nuestro esfuerzo, nuestras ideas e iniciativos, nuestros ‘saberes’ o nuestras técnicas (podemos decirlo así), pero en estas cosas no es sólo tarea nuestra sino que es también y por encima de todo tarea de Dios. Tenemos que aprender a decir como Pedro ‘por tu palabra…’, porque nos fiamos de Dios, porque contamos con su gracia y con su fuerza. Nos costará superarnos, ser mejores, hacer esas cosas buenas o vivir esos compromisos, pero no estoy sólo, la gracia de Dios me acompaña.
‘Por tu palabra…’, porque en verdad queremos escucharle a El, alimentarnos de El, dejarnos enseñar por su Evangelio; ‘por tu palabra…’, porque regamos nuestro trabajo, nuestra acción, nuestra superación o lo que vayamos a hacer con la oración; ‘por tu palabra…’ porque nos dejamos conducir por el Señor que nos ha prometido su Espíritu que estaría siempre en nosotros; ‘por tu palabra…’ porque nos sentimos unidos a la Iglesia, en comunión con los hermanos, donde también se nos manifiesta el Señor.
‘No temas, le dice Jesús, desde ahora serás pescador de hombres’. Tras la experiencia del encuentro con Jesús, tras nuestra gozosa experiencia de Dios, nos sentiremos enviados a una vida nueva y distinta. Será una vida nueva porque por el Señor nos sentiremos purificados allá en lo más hondo de nosotros mismos.
Es hermosa y rica la imagen que vemos en Isaías. ‘Voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas, la aplicó a mi boca y me dijo: Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado’. Jesús le dice a Pedro ‘no temas’, cuando él se sentía pecador. ‘No temas’, porque el Señor nos purifica, abre nuestros labios para la bueno, para la bendición y la alabanza, para llevar el mensaje, para contar a todos cuántas cosas buenas ha hecho y sigue haciendo el Señor en nosotros.
‘¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?’, era la voz que finalmente escuchaba Isaías. ‘Aquí estoy, mándame’, es la disponibilidad de su respuesta. Los discípulos, nos dice el evangelio, ‘sacaron las barcas a tierra y dejándolo todo, lo siguieron’. Somos los llamados y los enviados a algo nuevo y distinto.
Una palabra sobre la carta de san Pablo que hemos escuchado. Recuerda el apóstol el evangelio de nuestra fe, ‘el evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados y que os está salvando…’ Nos trasmite lo que es la confesión de fe, el credo de nuestra fe en Jesús muerto y resucitado. Recuerda su experiencia de su encuentro con Cristo resucitado, que a él también se le manifiesta ‘aunque soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios’. Pero tras su confesión de humildad reconoce que todo en él es gracia de Dios. ‘Por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí…’ reconoce. Las mismas necesarias actitudes de las que hemos venido hablando al comentar el evangelio.
Reconozcamos también nosotros esa gracia de Dios en nosotros. También nosotros habremos tenido la experiencia de contemplar la gloria del Señor. Cuánto nos ha regalado el Señor con su amor. Somos pecadores pero intentamos que esa gracia de Dios no se frustre en nosotros, porque queremos ser fieles, queremos vivir en su vida y en su amor. Contemos también nosotros a los demás cuántas maravillas hace el Señor, cuantas maravillas ha hecho también en nosotros.

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