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sábado, 6 de febrero de 2016

Necesitamos encontrarnos a solas con el Señor para llenarnos de su paz y de su gracia dándole verdadera profundidad y espiritualidad a nuestra vida

Necesitamos encontrarnos a solas con el Señor para llenarnos de su paz y de su gracia dándole verdadera profundidad y espiritualidad a nuestra vida

1Reyes 3,4-13; Sal 118; Marcos 6, 30-34

Todos necesitamos detenernos en la vida en medio de las actividades que estamos haciendo y no solo porque necesitamos el descanso físico que nos ayude a recuperar nuestras fuerzas para poder reemprender de nuevo el trabajo sino porque nuestro descanso ha de ir más allá porque es también nuestra mente, nuestro espíritu el que necesita ese reposo y esa recuperación. Creo que esto es algo que tenemos o debemos tener muy claro.
Ese descanso mental o espiritual que no es simplemente quedarnos sin hacer nada sino que tiene que ser la buena ocasión para reflexionar, para profundizar en las cosas, para ir creciendo espiritualmente por dentro de nosotros.
Es la oportunidad de repensar las cosas, de revisar lo que hacemos, de trazarnos proyectos, de buscar los verdaderos valores de nuestra vida, de saber encontrar también esa fuerza espiritual que necesitamos para poder darle esa profundidad que necesitamos a nuestra existencia para no ser un dejarnos llevar por lo que salga o simplemente nos atraiga.
Será la forma en que descubramos de verdad cómo tiene que enriquecernos espiritualmente todo aquello que hacemos, nuestros trabajos, nuestras obligaciones y responsabilidades, porque entonces no las haremos como una rutina sino que sabremos darle un verdadero sentido a lo que hacemos. Son muchas las tentaciones que nos envuelven y nos arrastran a una vida demasiado materializada y sensual y necesitamos saber desprendernos de lo que no es sustancial en nuestra vida para volar con ideales grandes que nos hagan aspirar a cosas mas grandes y sublimes. Es la riqueza espiritual que hemos de darle a nuestra vida.
Hoy en el evangelio se nos habla de cómo Jesús quiso llevarse a los discípulos a un lugar tranquilo y apartado para que estuvieran con él. Era grande la tarea que estaban realizando, como dice el evangelio, eran tantos que no les daban tiempo ni para comer. Necesitaban estar tranquilos con el Señor para disfrutar de su paz; en esa paz Jesús les llenaría con su presencia y con su palabra, porque era la oportunidad para enseñarles a ellos de manera especial. Lo veremos en otros momentos del evangelio, en que Jesús aprovechará para enseñarles bien cuando están solos en casa, o aprovechando el camino cuando se trasladan de un lugar a otro o como cuando se los lleva a los confines de Galilea allá casi en tierra de fenicios. Es lo que hoy le vemos hacer también.
Necesitamos estar con el Señor, recogernos con El, estar a solas con El. Será ese momento de oración intimo y personal que cada día hagamos en que no nos reduzcamos simplemente a recitar unas oraciones, sino a vivir en la presencia del Señor; serán esos momentos de silencio y de reflexión que hemos de saber encontrar; serán la vivencia profunda que hagamos de nuestras celebraciones; será el tiempo que dediquemos a la lectura y a la reflexión dejándonos iluminar por la Palabra del Señor; o serán esos otros momentos especiales que a lo largo del año hemos de saber encontrar. El tiempo que se acerca de la Cuaresma puede ser también una buena ocasión.
Pero necesitamos estar a solas con el Señor, para descansar nuestro corazón en El y llenarnos de su fuerza y de su gracia. Ojalá sepamos encontrar esos momentos.

viernes, 5 de febrero de 2016

No nos podemos ocultar a nosotros mismos en nuestra realidad pecadora sino confiarnos a la misericordia de Dios que nos perdona y restaura nuestra vida

No nos podemos ocultar a nosotros mismos en nuestra realidad pecadora sino confiarnos a la misericordia de Dios que nos perdona y restaura nuestra vida

Eclesiástico 47,2-13; Sal 17; Marcos 6,14-29

Cuando Herodes oye hablar de Jesús comienza a runrunearle la conciencia. Cuando tenemos mala conciencia por algo que no hemos hecho bien tratamos de ocultarlo de alguna manera, queremos olvidarlo, no queremos ponernos a tiro de donde puedan recordarnos lo que hemos hecho mal y buscamos mil disimulos para tratar de calmarnos. Pero tarde o temprano aquellas cosas vuelven a salir a flote y comenzarán los remordimientos. Lo mejor sería enfrentarnos sinceramente con la verdad de nuestra vida, reconocer lo que hemos hecho mal y buscar donde en verdad podamos encontrar el perdón y la paz. Somos creyentes en el Dios de la misericordia y creo que deberíamos de saber cómo actuar.
Ya decía, a Herodes le llegaron noticias de Jesús; eran noticias un tanto contradictorias o al menos no claras como en general las gentes no tenían claro quien era Jesús. Las noticias que ahora le llegan a Herodes se nos parece a aquella encuesta, vamos a llamarlo así, que Jesús hizo entre sus discípulos preguntando qué pensaba la gente de El. ‘Unos decían: Juan Bautista ha resucitado, y por eso los poderes actúan en él. Otros decían: Es Elías. Otros: Es un profeta como los antiguos. Herodes, al oírlo, decía: Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado’.
El evangelista nos narra con todo detalle lo sucedido. La situación de Herodes que vivía con la mujer de su hermano, las denuncias del Bautista, el encono que tenía Herodías contra Juan a quien quería quitar de en medio de la forma que fuese, el banquete, el baile de Salomé, las promesas hechas sin sentido ni cabeza de Herodes, y finalmente la petición de la joven con la decapitación de Juan.
Es toda una espiral de mal que se va agrandando más y más. Y es que cuando caemos en las redes del mal caemos en una pendiente muy resbaladiza que nos lleva de una situación mala a otra peor. Luego vendrán las malas conciencias por lo que hemos hecho y el miedo quizá a sincerarnos con nosotros mismos para reconocerlo y arrepentirnos.
El Papa nos ha convocado a este jubileo del año de la misericordia para que comprendamos que por muchos y muy grandes que sean nuestros pecados la misericordia del Señor es más poderosa. Bueno es que abramos nuestra conciencia con sinceridad y seamos capaces de reconocer nuestros errores y pecados. Son muchas las cosas malas que están apegadas a nuestro corazón, muchas las pendientes resbaladizas por las que caemos, situaciones egoístas y de malicia en nuestra vida, insolidaridad e hipocresías que nos afean el espíritu, amor propio y falsos respetos humanos, vanidades, orgullos, malos deseos, la fealdad del pecado que se apodera de nosotros y nos esclaviza.
Pero la misericordia del Señor cuando con humildad y amor nos acercamos a El siempre nos ofrece el abrazo del perdón y de la paz. Por eso no podemos andar ocultándonos a nosotros mismos sino siendo sinceros ante Dios. Seamos capaces de escuchar la voz del Señor que nos llama y nos invita a la conversión y a vivir en su amor.

jueves, 4 de febrero de 2016

Creemos en la fuerza de la gracia ‘gratuita’ de Dios y nos presentamos en pobreza y austeridad a hacer el anuncio del Reino

Creemos en la fuerza de la gracia ‘gratuita’ de Dios y nos presentamos en pobreza y austeridad a hacer el anuncio del Reino

I Reyes 2,1-4.10-12; Marcos 6,7-13

Queremos siempre ver la pronta eficacia de todo lo que hacemos y para ello intentamos poner todos los medios que están a nuestro alcance, desde la inteligencia con la que estamos dotados, nuestros conocimientos y también todos los medios técnicos que la ciencia en el desarrollo humano que hemos ido realizando ha puesto en nuestras manos. Podríamos decir que es justo que hagamos así y ese desarrollo de ciencias y técnicas tendríamos que decir que las tenemos en bien del hombre y de la humanidad.
Pero también hemos de reconocer que no todo es eficacia, ni es fruto de unas técnicas que más o menos hayamos adquirido. Hay algo mas hondo en el ser humano, que ha de nacer de nuestro corazón y ha de trascender de alguna manera nuestra vida. No todo lo que hacemos es siempre buscando una eficacia o una ganancia humana.
Hay algo que podemos hacer saliendo de lo más hondo de nosotros mismos que no busque unas ganancias, sino que se hacen en nombre de la gratuidad. Pareciera que lo gratuito no está de moda, pero es algo que ennoblece el corazón del hombre. Y el valor de las cosas también hemos de reconocer no está en la riqueza de medios que podamos poner en conseguirlo.
Hoy Jesús al hacer el envío de sus discípulos a anunciar el Reino nos está sugiriendo ese principio y ese valor de la gratuidad, pero también el de la austeridad. El valor del anuncio del Reino no está en los medios que podamos emplear, sino que con generosidad de corazón hemos de descubrir la fuerza y el valor que tienen en si mismos la Palabra de Dios que anunciamos. No son nuestras fuerzas o saberes humanos sino que es el fruto de la gracia de Dios que se siembra en el corazón del hombre y a lo que el hombre ha de responder con su libertad.
Por eso Jesús al enviar a sus discípulos las recomendaciones que les hace son las de la austeridad y la gratuidad. Lo que gratis habéis recibido, darlo gratis. Y no es en la fuerza de los medios humanos, sino que es la fuerza de la gracia de Dios. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto’.  Fijémonos en las palabras de Jesús que reclaman esa austeridad de medios. Pero también en la gratuidad con que hemos de marchar. ‘Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio’. Y como nos dirá en otro momento, ‘comed lo que os pongan’. Vamos a compartir, y compartimos el mensaje que llevamos y compartimos lo que allí puedan o quieran ofrecernos.  
           Podríamos decir que el único bagaje que tenemos que llevar es el del amor. ‘Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban’. Por eso curaban a los enfermos, expulsaban los demonios, iban repartiendo amor. Son las mejores señales del Reino de Dios que habían de anunciar con sus palabras y con su vida.
Todo esto nos tendría que hacer reflexionar mucho también en nuestra tarea pastoral que muchas veces se nos puede quedar en programaciones o en los medios más modernos que podemos utilizar. Están bien una cosa y otra, pero confiemos en lo que es la fuerza de la gracia; anunciemos con la gratuidad total de nuestra vida; no temamos presentarnos con escasez de medios preocupados excesivamente porque no los tenemos, porque esto podrían ser síntomas de una riqueza que llevamos apegada al corazón.
Confiémonos a la gracia de Dios. Presentémonos pobres porque así entenderemos el lenguaje de los pobres y los pobres entenderán nuestro lenguaje.

miércoles, 3 de febrero de 2016

Una capacidad de sorpresa en nuestro corazón nos llevará a descubrir mejor el misterio de Dios que se nos revela y la belleza de los valores que hay en los demás

Una capacidad de sorpresa en nuestro corazón nos llevará a descubrir mejor el misterio de Dios que se nos revela y la belleza de los valores que hay en los demás

2Samuel 24,2.9-17; Sal 31; Marcos 6,1-6

Qué distintas serian nuestras relaciones y nuestra convivencia si supiéramos aceptarnos con sinceridad, sin poner cortapisas ni limitaciones al concepto que podamos tener de los demás. Nos llenamos fácilmente de prejuicios y de antemano sin conocer bien a las personas ya las juzgamos y las marcamos. Porque es de aquí o de allí, porque tiene esta familia o porque me dijeron un día no sé qué cosas, porque tiene una apariencia determinada, porque en un momento determinado se manifestó pensando distinto a nosotros, ya vamos poniendo marcas que son como limitaciones a nuestra convivencia con esas personas.
Lo vemos en la vida diaria, en la manera como miramos con excesiva distancia al que no conocemos, o en los limites que ponemos en el dialogo y la relación con los otros. Nos volvemos desconfiados, y aunque hablemos quizá de hospitalidad le hemos puesto cerraduras a nuestro corazón y no dejamos entrar en nuestra vida a cualquiera que no cuadre con esas líneas divisorias o limites puestos de antemano. Cuantos ejemplos podríamos poner de tantas cosas como vemos a nuestro alrededor en la vida social, en la vida política, en tantas cosas que suceden en nuestra sociedad y que por esos límites no sabemos encontrarle una verdadera solución.
Me lleva a hacerme esta reflexión previa el texto del evangelio que hoy se nos propone en la liturgia del día, pero mirando al mismo tiempo las cosas que suceden en nuestra sociedad, que están sucediendo, hemos de reconocer, ahora mismo.
Hoy el evangelio nos habla de que Jesús fue a su ciudad, y el sábado fue a la sinagoga y haciendo la lectura se puso a enseñar, a hacer el comentario, como se hacia todos los sábados en todas las sinagogas judías, en que se leían la ley y los profetas. La gente estaba admirada por su enseñanza. Lo que en principio era un orgullo de pueblo, pues era uno de los de ellos, pronto se volvió en contra. Era uno de ellos, pero ¿de donde había sacado aquella enseñanza y aquella doctrina? Si conocemos su familia, sus parientes viven aquí entre nosotros, ¿de donde la viene esa sabiduría? Comenzaban a desconfiar. Siembra dudas y pronto habrás creado la desconfianza total que hace que nos volvamos en contra de aquel que quizá en principio admirábamos.
Es lo que sucedió entonces. Por eso terminará diciéndoles Jesús aquel refrán de antiguo que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Surgen las dudas y surgen los prejuicios. Era uno de ellos, ¿quién era él para atreverse a levantarse en la sinagoga para enseñarles? Y no creyeron en Jesús. Se queja Jesús de su falta de fe.
Es necesario dejarse sorprender por el misterio de Dios. No es lo que nosotros imaginamos o lo que nosotros tengamos planeado. Las medidas de Dios no son las medidas de los hombres y el amor de Dios no tiene la limitación que pueda tener nuestro amor humano. Dios nos supera. Será Él el modelo y ejemplo de lo que tiene que ser nuestro amor. Tenemos muchas veces ideas preconcebidas de lo que tiene que ser Dios, pero su inmensidad y la inmensidad de su amor supera todos nuestros límites humanos. Por eso su amor será siempre para nosotros una sorpresa; tenemos que dejarnos sorprender por su amor porque es un amor infinito.
Es también la capacidad de sorpresa con que hemos de ir también al encuentro con los demás, sin ideas preconcebidas, sin prejuicios, para poder ser capaz de admirar la belleza de los valores que hay en los demás. Si lleváramos bien abiertos los ojos sin ningún cristal que le de algún especial color o que pueda distorsionar lo que vemos, nos sorprenderíamos de verdad ante tanto bueno que siempre vamos a encontrar en los demás.

martes, 2 de febrero de 2016

Nos ha visitado el sol que nace de lo alto para traernos la salvación y Maria siempre nos conduce hasta la luz de Jesús

Nos ha visitado el sol que nace de lo alto para traernos la salvación y Maria siempre nos conduce hasta la luz de Jesús

Malaquías 3,1-4; Sal 23; Hebreos 2,14-18; Lucas 2,22-40
‘Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el Sol que nace de lo alto’, había cantado y profetizado Zacarías en el nacimiento del Bautista. Daba gracias y bendecía a Dios porque ha visitado y redimido a su pueblo’.
Hoy a los cuarenta días del nacimiento de Jesús le vemos entrar en el templo, en brazos de María para ser presentado al Señor conforme a la ley de Moisés con la ofrenda de los pobres, un par de tórtolas o dos pichones. Pero allí estaba el anciano Simeón esperando esa visita del Señor; hombre anciano y justo que esperaba el futuro consuelo del Señor para su pueblo. Ahora da gracias, ya puede morir, sus ojos han visto al Salvador, en sus brazos está ese Sol que venía de lo alto para iluminar nuestras tinieblas, para que el pueblo pueda cantar verdaderamente la gloria del Señor.
Es lo que hoy estamos celebrando. Es la luz que brilla para iluminar las naciones; es la luz que viene a disipar para siempre nuestras tinieblas de muerte con su redención; es el Señor que viene a visitar a su pueblo; es la liberación de Israel, pero es la liberación de todos los corazones porque ha venido a liberar a los oprimidos; es el Señor.
Por eso la liturgia de este día hace resaltar dos cosas. Por una parte la luz iniciando la celebración con nuestras velas encendidas en nuestras manos porque vamos al encuentro del Señor. Esa luz que se nos dio en nuestro bautismo para que mantuviéramos siempre encendida hasta que vayamos al encuentro definitivo con el Señor. Es esa luz de la fe y del amor que va a iluminar para siempre nuestra vida; la tenemos que llevar en el corazón, tenemos que sentirnos envueltos de esa luz para que nosotros también iluminemos, no con nuestra luz, sino con la luz de Jesús. A la hora de nuestra muerte va a estar encendida junto a nuestro cadáver esa luz de Cristo resucitado en el símbolo del cirio pascual. Es una luz que es anuncio de vida y de resurrección.
Por otra parte necesariamente cuando contemplamos a Jesús entrar en el templo hemos de verlo en brazos de su madre. Hoy, siendo una fiesta de Jesús, es eminentemente también una fiesta mariana. Contemplamos a María, la que tuvo la misión de traer esa luz al mundo con el Sí de la anunciación. Por eso, recordamos como en el momento del nacimiento de Jesús todo eran resplandores de luz, manifestándose así la gloria del Señor con el cántico de los ángeles.
Nosotros los canarios tenemos una hermosa y bien significativa imagen de la Virgen, la portadora de la luz, la Candelaria como nosotros la llamamos. Así la contemplamos en su imagen, en sus brazos Jesús verdadera luz del mundo, pero como para recordarnos que tenemos que mirar hacia la verdadera luz para dejarnos iluminar por ella, en su mano porta también una candela encendida. No es la luz de la candela la que nos alumbra, sino que es Jesús, verdadero sol que nace de lo alto, como antes decíamos, que viene con el calor de su amor para iluminar nuestra vida con la luz de la fe.
Contemplamos, sí, a María, que siempre nos estará señalando la dirección de la luz porque siempre nos estará llevando a Jesús, porque siempre nos estará diciendo, escuchadle ‘haced lo que El os diga’. Que escuchemos esa voz de la madre que no hace otra cosa que trasmitirnos la voz de Dios. En ella vemos un hermoso signo de cómo hemos de escuchar a Dios para llenarnos de su luz. Que María de Candelaria nos envuelva siempre con la luz de Cristo para que nunca volvamos a caer en las tinieblas del pecado. Es la visita de Dios a su pueblo que ha llegado a nosotros con su amor y nos ha redimido. Caminemos siempre a su luz igual que caminamos peregrinos hoy tantos canarios hasta Candelaria porque siempre en esa peregrinación de nuestra vida estará con nosotros su luz.

lunes, 1 de febrero de 2016

Compartir con los demás las maravillas que la misericordia del Señor realiza en nosotros es una forma de hacer un anuncio de Jesús

Compartir con los demás las maravillas que la misericordia del Señor realiza en nosotros es una forma de hacer un anuncio de Jesús


Samuel 15,13-14.30; 16,5-13ª; Sal 3; Marcos 5,1-20

‘Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia’. Estas palabras de Jesús al hombre del que había expulsado a los espíritus inmundos puede ayudarnos a reflexionar.
Hemos de reconocer que en algunas ocasiones somos muy habladores para contar nuestras aventuras y fantasías, pero que sin embargo no siempre nos damos a conocer allá en lo más hondo de nosotros mismos y hay cosas de las que no queremos o no sabemos hablar. No significa que tengamos que ir contándole nuestros secretos a todo el mundo, pero sí reconocemos que aunque habladores de cosas materiales o terrenas por llamarlas de alguna manera, sin embargo de lo más íntimo de nosotros, de nuestra vida espiritual no hablamos.
Seguro que tenemos alguna experiencia de nuestra espiritualidad, de lo que es la vivencia de nuestra fe, pero de eso nos cuesta hablar, nos cuesta compartir con los demás, nos encerramos y nos lo guardamos para nosotros mismos, sin pensar cuanto bien podríamos hacer a los demás en esa comunicación de nuestra experiencia de Dios, de lo que realmente vivimos en nuestro encuentro con el Señor allá en la intimidad de nuestro corazón. Esto de alguna manera a todos nos sucede, e incluso hasta entre los que viven una vida religiosa en común esas cosas no se comparten.
Cuanto bien podríamos hacer en nuestros hogares si hubiera esa sincera comunicación espiritual entre esposos, entre padre e hijos, entre hermanos. Quizá nos reducimos a decirle a nuestros hijos tienes que rezar, tienes que ir a la iglesia, tienes que ser bueno… pero ¿qué saben ellos de lo que verdad nosotros vivimos en nuestro interior en nuestro encuentro con el Señor? No es cuestión solo de decirles que tengan que rezar, sino que ellos descubran de verdad lo que es la oración a través de lo que es nuestra oración.
Hemos comenzado nuestra reflexión recordando lo que Jesús le había dicho a aquel hombre de quien había arrojado la legión de espíritus inmundos. Aunque las gentes de Gerasa no quieren saber de Jesús e incluso le piden que se vaya a otro lugar – esto nos daría para más reflexiones – aquel hombre agradecido por haberle curado quiere irse con Jesús, quiere formar parte del grupo de los discípulos cercanos a Jesús. Pero Jesús le dice que se quede, que vaya a contarle a su familia lo que Dios en su misericordia ha hecho con él. Es la Buena Nueva que tiene que anunciar, porque es el Reino de Dios que se ha plantado en su corazón.
Que seamos capaces de compartir con los nuestros esas maravillas que la misericordia del Señor obra en nosotros. Una forma de bendecir a Dios y alabarle agradecido por cuantas cosas realiza en nosotros es hacer ese anuncio a los demás, pero un anuncio que nazca de nuestro compartir más profundo, un anuncio que arranca de lo que el Señor hace en nosotros.
Cuando decimos que tenemos que realizar una nueva evangelización, un nuevo anuncio del Evangelio, partamos de esa experiencia de Dios que tenemos, contemos a los demás cuánto de bueno el Señor realiza en nosotros. Es una buena nueva, la buena noticia que tenemos que trasmitir; así hacemos anuncio de verdad de Jesús; no solo le vamos a decir a la gente que hay que tener fe, que hay que venir a la Iglesia para escuchar la Palabra de Dios; hagámoslo de esa experiencia vital de nuestra vida y nuestro anuncio será más creíble.


domingo, 31 de enero de 2016

Jesús nos pide autenticidad, fidelidad y sinceridad para escuchar su Palabra que se traduzca en la vivencia de los valores del Reino de Dios

Jesús nos pide autenticidad, fidelidad y sinceridad para escuchar su Palabra que se traduzca en la vivencia de los valores del Reino de Dios

Jer. 1, 4-5. 17-19; Sal. 70; 1Cor. 12, 31-13, 13; Lc. 4, 21-30
¿Por qué seremos tan volubles, tan variables en lo que hacemos o pensamos? En un momento determinado nos entusiasmamos por algo, queremos hacerlo y hasta le decimos a todo el mundo lo estupendo y maravilloso que es, pero pronto nos cansamos, vamos perdiendo la intensidad, y terminamos por no hacerlo o hacer lo contrario; admiramos a una persona y todo lo que vemos en ella son maravillas, cualidades, valores y no sé cuantas cosas buenas, pero al menor contratiempo con esa persona porque no hizo lo que nosotros queríamos o no nos concedió lo que le pedíamos, nos volvemos en su contra, todo son defectos y cosas malas, la criticamos y si pudiéramos hasta la escachábamos. Podríamos poner más ejemplos  de esa manera nuestra de ser desde nuestras inconstancia, desde nuestros caprichos y orgullos, y desde la malquerencia que se nos mete fácilmente por dentro.
Tendríamos que pensarnos más las cosas, saber respetar y valorar las personas desde lo más hondo, no dejarnos conducir por nuestros caprichos, tener la humildad para reconocer que no siempre se nos puede dar lo que pedimos. De alguna manera parecemos niños caprichosos; indica muchas veces la poca madurez que puede haber en nosotros para mantener una fidelidad y una lealtad. Y eso nos sucede en todos los ámbitos de la vida y fácilmente nos vamos creando barreras que nos separan y que nos alejan.
Me hago esta reflexión preliminar – que nos viene bien para reflexionar sobre nuestra manera de hacer las cosas – porque es lo que vemos en el evangelio de hoy. Cuando Jesús fue a su pueblo y se levantó el sábado en la sinagoga para hacer la lectura del profeta y el comentario a la misma, todos los ojos estaban fijos en él y en principio todo eran alabanzas y orgullos, porque era uno de ellos con sus parientes allí en su pueblo, ‘admirados además de su sabiduría y de las palabras de gracia que salían de sus labios’.
Pero pronto aquellas alabanzas se tornaron en furias e improperios de manera que lo echaron fuera del pueblo y querían despeñarlo por un barranco. ¿Qué había pasado? Esperaban quizá al Jesús taumatúrgico que allí les hiciera muchos milagros para contentarlos, como habían escuchado que hacía en otras partes. Jesús quiere hacerles comprender que su mensaje es mucho más que unos milagros que se hagan y que no se pueden tomar como un juego. Recordamos como más tarde Herodes allá en Jerusalén cuando se lo envía Pilatos quería también que entretuviera a su corte con algunos milagros.
Es lo que les cuesta comprender a sus convecinos de Nazaret. Es necesario de verdad poner toda nuestra fe en Jesús y en la Buena Nueva que El anuncia, y eso será lo importante. Cuando había comenzado a predicar ese era su primer anuncio ‘convertios y creed en la Buena Noticia de la llegada del Reino’. Y esa conversión implicaba toda una vuelta del corazón, toda una vuelta de la manera de pensar y de entender lo que era el Mesías o lo que había de hacer un profeta.
El comenzaba a predicar el Reino de Dios allí entre su pueblo, el pueblo de Israel heredero de las promesas de Dios. Pero si no eran capaces de aceptar el mensaje de Jesús otros lo aceptarían aunque no perteneciesen al pueblo escogido. Y les recuerda lo sucedido en los tiempos de Elías, el gran profeta, y de Eliseo. En tiempos de hambre el Señor había realizado maravillas con aquella mujer fenicia, porque hubo desprendimiento en su vida y apertura del corazón a Dios. Y lo mismo sucedió con Naamán, el sirio, que se vio beneficiado por la acción de Dios a través de su profeta, siendo curado de la lepra. Y ninguno de los dos pertenecía  al pueblo de Israel.
Pero eso también lo podemos ver entre nosotros. Muchas veces nos encontraremos con gente que vive con mayor intensidad los valores del Reino de la justicia, de la solidaridad, de la autenticidad de una vida, de la generosidad del corazón para el compartir, del desprendimiento y de la austeridad, aunque no aparezcan nunca por la Iglesia, mucho más digo, que los que estamos pegados al altar todos los días, por decirlo de alguna manera.
Esas personas están más cercanas y abiertas al Reino de Dios que muchos de los que estamos todo el día en la Iglesia pero no somos capaces de desprendernos generosamente de algo para compartir con los demás o no nos queremos nunca comprometer en tareas que hagan mejor nuestro mundo. Y lo malo es que luego juzgamos, criticamos y hasta condenamos a esas personas porque no son de los nuestros.
Es una buena llamada de atención la que nos hace hoy la Palabra de Dios. Tenemos mucho que reflexionar y examinar nuestra vida, nuestras actitudes, nuestros comportamientos, nuestra manera de actuar. Decimos que creemos en Jesús y nos llamamos cristianos pero quizá no somos capaces de vivir un amor como el que nos pide Jesús y que vemos reflejado en su propia vida, y como nos describe hoy san Pablo en ese hermoso texto de la carta a los Corintios.
Amor de verdad que no sean solo palabras; amor paciente, afable, comprensivo, buscador siempre de la justicia y del bien; amor que no se queda en apariencias ni vanidades, que no se deja apagar por los orgullos o por el amor propio, que está siempre dispuesto a perdonar; amor que disculpa, que confía y cree en las personas, que no pierde nunca la esperanza, que nos hace vivir de una forma bien comprometida, que nos hace llegar hasta el final como nos enseñaría Jesús que no hay amor que el de aquel que es capaz de dar su vida por el hermano.
¿Será así nuestro amor? ¿No estaremos muchas veces poniéndole límites al amor, porque claro decimos, no nos vamos a quedar sin nada o esa persona no se lo merece? Miremos cuántos límites, cuántas reservas, cuántas discriminaciones vamos haciendo en la vida. Miremos esa malicia que no acabamos de arrancar del corazón para desconfiar, para no aceptar a todos de la misma manera, para mantener distancias, para no perdonar.
Ahora quizá podamos tener también la tentación de aquellas gentes de Nazaret, no nos gustan estas palabras, porque nosotros somos tan buenos… Tengamos la humildad de aceptar el mensaje de Jesús y dejarnos interpelar por su Palabra. Creemos en Jesús y queremos plantar su Palabra en nuestro corazón y en nuestra vida.