Hechos, 6, 1-7;
Sal. 32;
Jn. 6, 16-21
‘La Palabra de Dios iba cundiendo , y en Jerusalén crecía el número de los discípulos…’ Se va manifestando el crecimiento de la comunidad con la predicación de los Apóstoles y bajo la guía del Espíritu Santo que sostenía la vida de la comunidad y daba fuerzas para el testimonio valiente de la fe.
Eso no quita para que surjan algunos problemas en medio de la comunidad pero que con la fuerza y luz del Espíritu se irán resolviendo y manifestarán incluso la riqueza de la propia comunidad.
Hay el peligro de una cierta división a causa del origen diverso de aquellos que aceptaban la fe; unos, judíos originarios, podíamos decir, del lugar, pero otros judíos provenientes de la diáspora que con motivo de las diferentes fiestas judías se concentraban en Jerusalén y allí habían escuchado el mensaje del evangelio y se habían adherido a la fe. Recordemos el listado de pueblos diferentes de donde procedían los que habían escuchado la predicación de Pedro en Pentecostés y de alguna manera habían sido testigos de los hechos maravillosos de aquel día.
Unas quejas a causa de la atención que recibían unos u otros motiva que los apóstoles los convoquen y hagan la propuesta de elegir ‘a hombres de buena fama, llenos de espíritu de sabiduría’ para dedicarlos al servicio de la caridad, de la atención de los más necesitados mientras los apóstoles se dedicarán ‘a la oración y al servicio de la Palabra’. Eligieron a siete – nos da la relación el texto donde destacan algunos que veremos en diferentes momentos de los Hechos de los Apóstoles – ‘los presentaron a los apóstoles y les impusieron las manos…’
Surge así la diaconía, el ministerio del servicio de la comunidad en la Iglesia. Se manifiesta así la riqueza de la comunidad, la riqueza de la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, para hacer surgir este ministerio del servicio en la Iglesia. En ellos podemos ver a los diáconos con ese ministerio ordenado peculiar dentro de la comunidad. Y daremos gracias a Dios porque en medio de la Iglesia haya quienes ejerzan este ministerio en el orden sagrado recibido y no sólo como un paso hacia el Sacerdocio, al tiempo que tenemos que rogar al Señor para que haya muchos que reciban esa llamada y esa misión del Señor. Bien sabemos que el Orden del Diaconado como un servicio permanente a la comunidad se ha recuperado en la Iglesia. Todos conocemos los que llamamos diáconos casados aunque necesariamente no tienen por qué ser casados.
Pero en esta diaconía que surge en aquella primera comunidad y de la que nos habla hoy el libro de los Hechos de los Apóstoles podemos ver también a tantos que sin ser ministros ordenados viven su compromiso de servicio a la comunidad en tantas y tantas obras de la Iglesia. Podemos pensar en todos los voluntarios de Cáritas que desde su fe asumen este compromiso del amor, pero también en tantos otros que en la atención a enfermos, a discapacitados, a niños, jóvenes o mayores, prestan un servicio en nuestras parroquias y en nuestra comunidad.
Creo que también esto tiene que ser motivo para nuestra oración y para nuestra acción de gracias al Señor por ese compromiso en el amor que desde su fe viven tantas personas. Y orar por ellas para que en el Señor sientan su fuerza, pero para que también cunda cada día el número de los que sienten en su corazón esa llamada del Señor y lleguen también a ese compromiso.
Todo ello es expresión de la riqueza de nuestra Iglesia, de nuestras comunidades. Que así con ese testimonio de amor y de servicio crezca nuestra Iglesia y sean muchos los que se sienten llamados a la fe.