Hechos, 4, 32-37;
Sal. 92;
Jn. 3, 11-15
La fe en Jesús resucitado siempre desemboca en la comunión. En nuestra fe cristiana están íntimamente unidos. Mal se puede entender una auténtica fe en Jesús que pretendamos vivirla por nuestra cuenta o a nuestro aire. Es una exigencia fundamental de nuestra fe en Jesús el amor y la comunión.
Bien lo entendieron las primeras comunidades cristianas, porque la fe que profesaban en Jesús les hacía vivir unidos. Hemos venido escuchando que desde la predicación de los apóstoles, desde el testimonio que daban con valentía de la resurrección del Señor eran más y más lo que se adherían a la fe y se unían a la comunidad de hermanos. Y es que esa comunión era luego la mejor expresión de la fe que tenían en Jesús.
Cristo había sido levantado a lo alto para que todo el que creyera en El alcanzara la vida. Hoy nos decía el evangelio continuando con la conversación de Jesús y Nicodemo que ‘así como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en El tenga vida eterna’. Lo hemos comentado muchas veces. Es una clara referencia a la crucifixión de Jesús y a su glorificación. Porque se humilló hasta hacerse el último y el esclavo de todos, sometiéndose a la muerte de cruz pero Dios lo levantó y su nombre está sobre todo nombre y no hay ningún otro nombre en el que podamos salvarnos.
Creemos en Jesús, nos unimos a El para alcanzar la vida eterna. Y ¿en qué se manifiesta que tenemos vida? En que nos amamos. Es hermoso el testimonio que nos ofrece hoy el libro de los Hechos de los Apóstoles. ‘En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo; lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía…’ Y nos habla a continuación cómo vendían sus posesiones para ponerlo a los pies de los apóstoles y nadie pasara necesidad.
¡Cuánto tenemos que aprender! Qué hermoso testimonio se nos ofrece en el libro de los Hechos en aquellas primeras comunidades cristianas. Tengamos también ojos de fe y de amor para ver ese mismo testimonio en muchas situaciones a nuestro alrededor y en muchas personas que viven una consagración al Señor así. Es el ideal de todo cristiano, pero es el ideal que viven los consagrados al Señor de manera especial en la vida religiosa.
Era una comunión que llega al extremo de compartir todos los bienes materiales, pero era una comunión nacida del amor que les hacía quererse de verdad, sentirse auténticamente en comunión desde lo hondo del corazón los unos con los otros. Y nos ofrece también el testimonio de Bernabé, a quien luego seguiremos viendo en su entrega apostólica a lo largo de los Hechos de los Apóstoles.
Pedíamos en la oración que el Señor nos hiciera capaces de anunciar la victoria de Cristo resucitado. Que lo hagamos con nuestras palabras y nuestra vida, que lo hagamos con nuestro amor y nuestra comunión, que lo hagamos con nuestro desprendimiento y nuestra generosidad. ‘Los apóstoles daban testimonio con mucho valor de la resurrección del Señor’, nos decía el libro de los Hechos. Que ese sea también nuestro testimonio valiente. Un testimonio que se manifieste por nuestra comunión de hermanos.
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