Ni Magdalena se quedó con la noticia para ella sola ni los
discípulos se pudieron quedar encerrados en su gozo sino que fueron a todos
para llevar la noticia de la resurrección de Jesús
Hechos de los apóstoles 4, 13-21; Sal 117;
Marcos 16, 9-15
El evangelio de Marcos
que en sí mismo es el más breve de los cuatro evangelios es también el que con
mayor brevedad nos relata las apariciones de Cristo resucitado a los
discípulos. Lo que hoy se nos presenta es ese resumen de las apariciones de
Cristo resucitado que el evangelista concreta en la aparición a María
Magdalena, a los dos discípulos que se marcharon de Jerusalén coincidiendo con
el relato que nos hace Lucas de los discípulos de Emaús, y una aparición al grupo reunido en el
Cenáculo.
Hay algo sin embargo
que se nos quiere de alguna manera resaltar y es que a los discípulos les costó
aceptar el hecho de la resurrección de Jesús hasta que por si mismos ellos no
experimentaron su presencia. Viene María Magdalena podríamos decir que con
mucho entusiasmo y alegría porque Jesús se le había aparecido y no la creen;
vienen los discípulos de Emaús contando, como diría Lucas, todo lo que había
sucedido por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan, y no
los creen. Ahora se les aparece Jesús y les recrimina que no creyeran a quienes
le habían visto resucitado.
¿No nos sucederá de
alguna manera así a nosotros también? Es cierto que nuestra fe se fundamenta en
la resurrección del Señor porque como nos dirá san Pablo si Cristo no ha
resucitado vana sería nuestra fe, pero también es cierto que por la manera
en que vivimos nuestra fe damos la impresión que no somos tan entusiastas en
proclamar con nuestra vida la resurrección del Señor.
En ocasiones daría la
impresión que dudamos porque no vivimos ese entusiasmo y esa alegría de la fe.
Muchas veces los cristianos damos la impresión que estamos siempre como los discípulos
en viernes santo por la tristeza con que vivimos, por la poca esperanza que
ponemos en la vida frente a las luchas y a las dificultades. Y digo estar en
viernes santo porque vivimos en tristeza y parece que en angustia, con miedos y
cobardías, encerrados en nuestros reductos pero no terminamos de hablar
abiertamente de ese Jesús en quien creemos como nuestro Salvador y que es la única
salvación del mundo.
Quizá tengamos
momentos de euforia, de entusiasmo, de alegría en los momentos en que
celebramos la pascua, cuando celebramos y vivimos la Vigilia pascual de la
resurrección del Señor, donde cantamos una y otra vez esa alegría de la
resurrección. Pero lo hacemos encerrados en nuestros templos, reunidos quizá
solamente con aquellos que viven como nosotros esa noche la alegría de la
pascua, pero cuando nos salimos de ahí se nos acabaron los cantos, se nos acabó
la alegría y el entusiasmo, ya no somos capaces de proclamarlo claramente ante
el mundo que nos rodea porque quizá decimos que no nos entienden o acaso
tememos que incluso se rían de nosotros diciéndonos que estamos medios locos.
Jesús no quiso que
Magdalena se quedara solo para ella con la alegría de haberlo encontrado
resucitado; los discípulos de Emaús no se quedaron allá en su pueblo
disfrutando de aquella cena que se quedaría a medias y comentando solo entre
ellos lo que les había sucedido sino que volvieron corriendo sin temor a la noche
hasta Jerusalén para contarlo a los demás. Y hoy vemos en el evangelio que Jesús
después de recriminarles que no habían creído ahora les manda que tienen que ir
al mundo entero para llevar aquel evangelio, aquella Buena Noticia y a todos
llegara la salvación. Las puertas del cenáculo tendrían que abrirse para salir
fuera, para ir al mundo, para llevar esa buena noticia, como veremos que
hicieron cuando se sintieron llenos del Espíritu de Jesús en Pentecostés.
¿Y nosotros seguiremos
encerrados solo con nuestros grupos y en nuestros recintos? Sería una vivencia
pobre y triste de nuestra fe. La alegría de la fe en Cristo resucitado tenemos
que llevarla al mundo entero. Comencemos ya por los que están cerca de nosotros
sin olvidar que tenemos que ir a todos.