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sábado, 18 de abril de 2020

Ni Magdalena se quedó con la noticia para ella sola ni los discípulos se pudieron quedar encerrados en su gozo sino que fueron a todos para llevar la noticia de la resurrección de Jesús


Ni Magdalena se quedó con la noticia para ella sola ni los discípulos se pudieron quedar encerrados en su gozo sino que fueron a todos para llevar la noticia de la resurrección de Jesús

Hechos de los apóstoles 4, 13-21; Sal 117; Marcos 16, 9-15
El evangelio de Marcos que en sí mismo es el más breve de los cuatro evangelios es también el que con mayor brevedad nos relata las apariciones de Cristo resucitado a los discípulos. Lo que hoy se nos presenta es ese resumen de las apariciones de Cristo resucitado que el evangelista concreta en la aparición a María Magdalena, a los dos discípulos que se marcharon de Jerusalén coincidiendo con el relato que nos hace Lucas de los discípulos de Emaús,  y una aparición al grupo reunido en el Cenáculo.
Hay algo sin embargo que se nos quiere de alguna manera resaltar y es que a los discípulos les costó aceptar el hecho de la resurrección de Jesús hasta que por si mismos ellos no experimentaron su presencia. Viene María Magdalena podríamos decir que con mucho entusiasmo y alegría porque Jesús se le había aparecido y no la creen; vienen los discípulos de Emaús contando, como diría Lucas, todo lo que había sucedido por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan, y no los creen. Ahora se les aparece Jesús y les recrimina que no creyeran a quienes le habían visto resucitado.
¿No nos sucederá de alguna manera así a nosotros también? Es cierto que nuestra fe se fundamenta en la resurrección del Señor porque como nos dirá san Pablo si Cristo  no  ha resucitado vana sería nuestra fe, pero también es cierto que por la manera en que vivimos nuestra fe damos la impresión que no somos tan entusiastas en proclamar con nuestra vida la resurrección del Señor.
En ocasiones daría la impresión que dudamos porque no vivimos ese entusiasmo y esa alegría de la fe. Muchas veces los cristianos damos la impresión que estamos siempre como los discípulos en viernes santo por la tristeza con que vivimos, por la poca esperanza que ponemos en la vida frente a las luchas y a las dificultades. Y digo estar en viernes santo porque vivimos en tristeza y parece que en angustia, con miedos y cobardías, encerrados en nuestros reductos pero no terminamos de hablar abiertamente de ese Jesús en quien creemos como nuestro Salvador y que es la única salvación del mundo.
Quizá tengamos momentos de euforia, de entusiasmo, de alegría en los momentos en que celebramos la pascua, cuando celebramos y vivimos la Vigilia pascual de la resurrección del Señor, donde cantamos una y otra vez esa alegría de la resurrección. Pero lo hacemos encerrados en nuestros templos, reunidos quizá solamente con aquellos que viven como nosotros esa noche la alegría de la pascua, pero cuando nos salimos de ahí se nos acabaron los cantos, se nos acabó la alegría y el entusiasmo, ya no somos capaces de proclamarlo claramente ante el mundo que nos rodea porque quizá decimos que no nos entienden o acaso tememos que incluso se rían de nosotros diciéndonos que estamos medios locos.
Jesús no quiso que Magdalena se quedara solo para ella con la alegría de haberlo encontrado resucitado; los discípulos de Emaús no se quedaron allá en su pueblo disfrutando de aquella cena que se quedaría a medias y comentando solo entre ellos lo que les había sucedido sino que volvieron corriendo sin temor a la noche hasta Jerusalén para contarlo a los demás. Y hoy vemos en el evangelio que Jesús después de recriminarles que no habían creído ahora les manda que tienen que ir al mundo entero para llevar aquel evangelio, aquella Buena Noticia y a todos llegara la salvación. Las puertas del cenáculo tendrían que abrirse para salir fuera, para ir al mundo, para llevar esa buena noticia, como veremos que hicieron cuando se sintieron llenos del Espíritu de Jesús en Pentecostés.
¿Y nosotros seguiremos encerrados solo con nuestros grupos y en nuestros recintos? Sería una vivencia pobre y triste de nuestra fe. La alegría de la fe en Cristo resucitado tenemos que llevarla al mundo entero. Comencemos ya por los que están cerca de nosotros sin olvidar que tenemos que ir a todos.

viernes, 17 de abril de 2020

Aquel amanecer del lago de Galilea puede ser un signo de un nuevo amanecer hoy en nuestra vida y para nuestro mundo si aprendemos a vislumbrar los rayos del sol


Aquel amanecer del lago de Galilea puede ser un signo de un nuevo amanecer hoy en nuestra vida y para nuestro mundo si aprendemos a vislumbrar los rayos del sol

Hechos de los apóstoles 4, 1-12; Sal 117; Juan 21, 1-14
Todos en la vida tenemos nuestros cambios, en ocasiones bruscos, de humor. Lo digo así por decirlo de una manera suave y como en imagen de lo que nos pasa muchas veces, que es nuestra inconstancia, nuestra falta de perseverancia. Hay momentos en que desde la experiencia que hayamos vivido, desde aquello que nos impactó y nos llamó poderosamente la atención nos hicimos mil promesas de que la cosa no seguiría igual, que ahora íbamos a cambiar, que nos íbamos a tomar más en serio las cosas, pero ya sabemos como de buenas a primeras aquello parece que se nos vino abajo, vino el cansancio de las promesas hechas, y las cosas no cambiaron tanto como prometíamos en principio que íbamos a hacerlo. Volvemos quizá a tropezar en las mismas piedras – aquello de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra – aparecen de nuevo los desalientos y nos puede de nuevo la rutina.
Yo quiero ver algo así todo el proceso que vivieron los discípulos de Jesús, los apóstoles en torno a la muerte y a la resurrección del Señor. Ya conocimos la radicalidad con que Pedro prometía dar la vida por Jesús y como pronto lo negó, pero también como se fueron en desbandada a la hora del prendimiento en el huerto, o como andaban encerrados en el cenáculo por miedo a los judíos. No creen en principio las noticias que les traen las mujeres de que la tumba estaba vacía y unos ángeles les habían dicho que había resucitado, pero el entusiasmo vuelve a sus vidas cuando viven la experiencia con Cristo resucitado, como aquellos discípulos de Emaús o los apóstoles todos reunidos en el Cenáculo.
Pero hoy contemplamos en el evangelio un momento de decaimiento por parte de los discípulos. Habían marchado a Galilea, vamos a pensar desde aquellas indicaciones que Jesús les había hecho llegar por medio de las mujeres, pero allá junto al lago  no saben qué hacer. Allí están las barcas y las redes arrimadas a un lado desde hacia tiempo ya. Pero es cuando Pedro – siempre Pedro el primero que va delante – se decide ir a pescar. ‘Me voy a pescar’, y unos cuantos de los discípulos se van con él. ‘Vamos nosotros también contigo’.
Pero parece que las experiencias se repiten. O son los altibajos también de la pesca, unas veces buena pesca y otras la barca vacía. Aquella noche no habían cogido nada y ya estaba amaneciendo. Para colmo alguien desde la orilla pregunta si han tenido buena pesca. No les queda más remedio que reconocerlo, no han cogido nada. ‘Echad la red a la derecha de la barca’. ¿Quizás desde la orilla había la suficiente perspectiva como para ver un cardume entre sombras en el agua del lago?
Pero era alguien que sí sabía donde habían de pescar. Es Juan el que se da cuenta y por lo bajo se lo comenta a Simón Pedro. ‘Es el Señor’. Ni hizo falta nada más, se lanzó al agua para llegar pronto a los pies de Jesús. Los otros tendrían que seguir tirando de la red y llevando la barca hasta la orilla, pero allá estaba ya Pedro a los pies de Jesús. Fue el chispazo que le hizo renovar todo lo bueno que llevaba en su corazón para sobreponerse a todos los desalientos y a todos los miedos.
¿Necesitamos nosotros también una llamada de atención? ¿Necesitaremos algo que nos despierte? El Señor va dejando también signos y señales en nuestro camino, pero que hemos de saber descubrir. Las cosas nos salen mal en ocasiones o hay otros momentos en que todo se nos vuelve una noche oscura. Pero ahí tenemos que saber donde está la estrella, donde está la luz.
Tenemos que saber reconocer que el Señor nunca nos falla, aunque haya momentos en que la pesca vaya mal, vayan mal las cosas y problemas de nuestra vida, vaya mal la situación de nuestro mundo. Pero no todo es oscuridad. Siempre habrá una luz en el horizonte, un nuevo amanecer que nos haga ver y sentir de nuevo los rayos del sol. Aquel amanecer del lago de Galilea puede ser un signo de un nuevo amanecer hoy en nuestra vida y para nuestro mundo. Aprendamos a vislumbrar los rayos del sol.

jueves, 16 de abril de 2020

Sin fe no hay entendimiento del misterio de Dios, por eso el evangelista dice que les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras


Sin fe no hay entendimiento del misterio de Dios, por eso el evangelista dice que les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras

Hechos de los apóstoles 3, 11-26; Sal 8; Lucas 24, 35-48
No nos lo terminamos de creer. Nos sucede en ocasiones. Nos lo habían anunciado y nosotros lo esperábamos. Pero cuando menos pensamos llegó aquel personaje o aquel familiar que nos había anunciado su regreso, sucedió aquel hecho que esperábamos, pero que de alguna manera estábamos desencantados y ya pensábamos que no iba a suceder. Y ahora que lo tenemos, ahora que ha sucedido, ahora que ha llegado no nos lo creemos, ponemos en duda todas las circunstancias que lo rodean, nos parece mentira que al final sucediera.
Así andaban los discípulos tras los desconciertos de los últimos días. No habían terminado de comprender el por qué de todo lo sucedido, a pesar de que Jesús una y otra vez lo había anunciado. Como había anunciado que resucitaría, como las mujeres habían venido contando de que el sepulcro estaba vacío y que unos Ángeles les habían dicho, como habían comprobado Pedro y Juan que habían ido al sepulcro y allí no estaba el cuerpo de Jesús, pero sí sus vendas y sudarios bien doblados y recogidos. Aunque decían que habían creído todavía seguían en sus dudas.
Y en esas andaban escuchando el relato de los dos que se habían ido a Emaús y que habían vuelto inmediatamente, vete a ver con qué carreras, que les contaban que había ido con ellos por el camino sin reconocerlo, y que al entrar para quedarse con ellos por su insistencia, al partir el pan lo habían reconocido. Y de pronto Jesús está allí en medio de ellos sin abrirse las puertas, y claro, ellos se llenaron de estupor por la sorpresa. ‘No os alarméis, no tengáis miedo… la paz a vosotros’. Y allí estaba Jesús. Lo veían pero no se lo creían. Como nos sucede tantas como antes mencionábamos.
Y Jesús les ofrece pruebas de que realmente es El. Allí están sus llagas de la crucifixión. Pero aun más les pide de comer, y como con ellos, para que no creyeran que eran un fantasma. Un fantasma no come ni bebe. Y Jesús lo estaba haciendo en medio de ellos. Y es que todo esto es cuestión de fe. Sin fe no hay entendimiento del misterio de Dios, porque no son nuestros razonamientos humanos. Es una sabiduría distinta, superior, que nos viene de arriba. Por eso el evangelista dice que les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras. Y El mismo estaba explicándolo.
Pero hay que creer en la Palabra de Jesús, hay que abrir el corazón a la Palabra de Dios. Hay que tener la humildad de saber confiar, porque solo desde la humildad y la confianza que le damos de antemano a la Palabra de Dios podrá revelársenos el misterio de Dios. Recordemos que Jesús daba gracias al Padre porque había revelado su misterio no a los que se creían sabios y entendidos, sino a los humildes y sencillos de corazón. Son los bienaventurados que podrán conocer el misterio de Dios, son los pobres para quienes es el Reino de los cielos.
Y con nuestra fe nosotros somos testigos de esto. Es lo que anunciamos. Es el testimonio que damos en la trascendencia que le damos a la vida, en la responsabilidad con que la vivimos, en el amor que ponemos en nuestro corazón, en nuestro esfuerzo y trabajo por la justicia y por la paz. Todo eso lo llevamos en el corazón porque nos sentimos inundados por la fe y todo eso queremos llevarlo a los demás. Y así nos hacemos testigos de Cristo resucitado en medio del mundo.
Serán muchos los que nieguen la resurrección como niegan todo el sentido espiritual de la vida del  hombre. Pero a ellos les hacemos ese anuncio, a ellos damos nuestro testimonio con sencillez y humildad pero con la valentía del que se siente seguro. Porque nos sentimos seguros en nuestra fe. Porque ponemos toda nuestra confianza en la Palabra del Señor.

miércoles, 15 de abril de 2020

Aunque nos cueste reconocerlo hemos de dejar que camine con nosotros en nuestro propio camino de Emaús, con Jesús a nuestro lado al final se nos abrirá el corazón


Aunque nos cueste reconocerlo hemos de dejar que camine con nosotros en nuestro propio camino de Emaús, con Jesús a nuestro lado al final se nos abrirá el corazón

Hechos de los apóstoles 2, 36-41; Sal 32; Juan 20, 11-18
Hay caminos que tenemos que recorrer por nosotros mismos, porque si no lo hacemos así no tendremos la experiencia del camino  que será cómo deje huella en nosotros. De nada nos vale que nos digan que el camino de Santiago es así o de la otra manera, que vas a tener unas experiencias maravillosas y te cuenten cada uno sus experiencias, si no lo hacemos nos quedaremos viéndolo como desde la barrera, estaremos siempre a distancia y no podremos disfrutar lo que es la maravilla del camino.
Así fue aquel camino de Emaús que aquella tarde hicieron aquellos dos discípulos que se marcharon de Jerusalén. Desaliento, sensación de derrota y fracaso, frustración porque les parecía que las promesas no se cumplían, incredulidad ante lo que otros le habían contado, pero ellos hasta entonces no habían visto al Señor resucitado. Les parecían visiones de mujeres en las que podían fijarse quizá en la debilidad de unas mentes trastocadas por las duras experiencias vividas, pero nada de eso les convencía. Cuántas veces nos pasa en las cosas que otros nos cuentan de su experiencia pero que nosotros nos negamos a creer y nos situamos en la distancia. Es lo que ahora iban haciendo, poniendo tierra por medio.
A ellos se acerca un caminante que al parecer hace el mismo camino, al menos por el mismo sendero iban, pero que se interesa por ellos, por su estado de ánimo cuando los ve tristes y cabizbajos. El interés y la pregunta despertaron sus ánimos entristecidos y comienzan a contarle, admirándose además que fuera el único forastero de Jerusalén que no se había enterado de cuanto había sucedido. ¿Eres tú el único que no sabes todo lo que ha pasado estos días? Y a su manera, desde su tristeza y desánimo, con la visión ahora llena de desesperanza le cuentan lo sucedido.
Pero quien les acompañaba sabe más de lo que aparentaba, porque les iba dando explicaciones y sentido a lo que ellos le habían contado. Les hace recapacitar y recordar las Escrituras, donde todo estaba anunciado. La conversación se vuelve amena, el tiempo vuela y el camino se acaba, pero dentro de ellos estaba sucediendo algo aunque no se sabían explicar lo que les estaba pasando. Luego dirán que les ardía el corazón mientras El les hablaba y les explicaba las Escrituras.
Aquellos hombres que iban encerrados en sí mismos comenzaron a sentirse distintos y ya no solo abrían las ventanas de su alma sino que les estaban abriendo las puertas de su corazón y de sus casas. No sigas caminando, los caminos están llenos de peligros, quédate con nosotros que ya es muy tarde. Cómo hemos repetido nosotros a través de los siglos esa misma súplica y esa misma petición llena de buenos deseos.
Y entró para quedarse con ellos y se sentó a la mesa. La hospitalidad estaba pronta. El pan estaba servido en la mesa y al forastero como huésped le tocó partir el pan. Fue suficiente para que se les abrieran los ojos. Era El. El Señor resucitado estaba en medio de ellos y con ellos había hecho el camino. Ahora lo comprendieron todo. Les había abierto el entendimiento para que entendieran las Escrituras y al partir el pan lo reconocieron. Su mente se había abierto, pero también se había abierto el corazón.
Dispuestos estaban a compartir y esa era la señal de que Jesús estaba con ellos. Cómo les ardía el corazón mientras les explicaba las Escrituras por el camino. Ellos habían realizado el camino y Jesús caminaba con ellos. El camino les había interpelado por dentro y comenzaron a ver de manera distinta. Nadie podía hacer el camino por ellos, era algo que tenían que vivir y así podrían reconocer a Cristo resucitado.
La experiencia vivida era única e irrepetible y ahora había que anunciarla. Corren ahora a Jerusalén para contar todo lo que les había sucedido y como lo habían reconocido al partir el pan. Ellos también contaban sus experiencias. Era la vida de Cristo resucitado que estaba entre ellos, donde de nuevo se dejaría sentir su presencia.
¿No tendríamos que ser nosotros también compañero de camino de tantos que tristes y desalentados caminan los caminos de la vida?

martes, 14 de abril de 2020

Escuchemos la voz del Señor que nos llama por nuestro nombre quizá a través de las lágrimas o de los acontecimientos que nos afectan para abrirnos nuevos caminos


Escuchemos la voz del Señor que nos llama por nuestro nombre quizá a través de las lágrimas o de los acontecimientos que nos afectan para abrirnos nuevos caminos

Hechos de los apóstoles 2, 36-41; Sal 32; Juan 20, 11-18
‘Mujer, ¿por qué lloras?’ Por dos veces se repite la pregunta. ‘¿A quién buscas?’ Parecen innecesarias las preguntas. Podemos suponer la respuesta, la búsqueda de aquella mujer enamorada, llena de amor.
Quizás muchas veces pasamos de largo ante las lágrimas de los que nos encontremos en el camino. Damos quizá por supuesto cual puede ser su respuesta y de alguna manera nos inhibimos. Pero ¿es su respuesta o es nuestra respuesta? ¿La que nosotros nos imaginamos? Porque si no escuchamos, si no mostramos interés no terminamos de saber que es lo que hace sufrir a esa persona hasta derramar sus lagrimas sin ningún recato. Y como nos damos por sabida la respuesta y decimos que no tenemos soluciones tratamos de insensibilizarnos y pasar de largo.
Otras veces quizá no preguntamos porque no queremos aumentar dolor a nuestro dolor. Ya tenemos con lo nuestro para andar asumiendo las preocupaciones de los demás, nos decimos. Y claro no vamos más allá de la punta de nuestra nariz, porque solo nos miramos a nosotros mismos. Y así vamos por la vida, que cada uno se las arregle como pueda. Y nos vamos creando un mundo de insolidaridad, de insensibilidad en que solo nos preocupamos de nuestras cosas.
Quizá hasta nuestros problemas se solucionarían de distinta manera, seríamos capaces de verlos desde otra perspectiva, porque mirándolos a través del cristal de los problemas que tienen los demás quizá nos damos cuenta que nuestros problemas no son tan grandes, realmente no son problema ante lo que están sufriendo los otros. Comenzaríamos a abrir el corazón y sentiríamos que la vida es distinta. 
Son consideraciones que nos podemos hacer cuando vemos a María Magdalena llorando a la puerta del sepulcro, porque se han robado el cuerpo del Señor y no sabe donde lo han puesto. Nos conviene ver en esas lágrimas de María Magdalena las lágrimas de tantos en nuestro mundo. María Magdalena buscaba el cuerpo de Jesús, pensando que estaba muerto y quería embalsamarlo debidamente.
Quizá muchos lloren en nuestro mundo porque no tienen a quien buscar, porque su vida se ha vaciado cuando han querido llenarla de cosas insustanciales y ahora se dan cuenta que era otra cosa lo que necesitaban y no han sabido donde encontrarla. Ahora lloramos porque el mundo anda mal, porque la crisis que padecemos nos descoloca y no sabemos ni por donde andar; porque nos han confinado y eso nos ha obligado a darnos cuenta que entreteníamos la vida con muchas cosas que no eran tan importantes, porque ahora tenemos que mirar más a los que más cerca de nosotros están como es nuestra familia y hasta nos parece un tormento tener que estar todo el día con ellos, porque tantas veces en la vida hemos ido buscándonos nuestros espacios quizá alejándonos de los más cercanos y no nos hemos dado cuenta donde está el verdadero espacio de nuestra vida. Teníamos delante de los ojos aquellas cosas que de verdad podían llenar nuestra vida y no habíamos sabido descubrirlas.
María Magdalena tenía delante de sí a Aquel a quien buscaba y no sabia reconocerlo, lo confundía con el encargado del huerto. Las lágrimas la cegaban. ¿Seremos nosotros capaces de darnos cuenta del Señor resucitado que está ahí con nosotros, a nuestro lado o también andamos confundidos?
María supo escuchar la voz que la llamaba por su nombre. ‘¡María!’ Y reconoció la voz, y reconoció al Señor. ‘¡Raboni! ¡Maestro!’, y se postró ante el Señor. ¿Seremos capaces nosotros de escuchar su voz y reconocerla? No nos la imaginemos a nuestra manera, sino descubramos su voz y su presencia tal como El quiere presentársenos hoy. ¿Serán las lágrimas de los que están a nuestro lado? ¿Serán los acontecimientos que han desestabilizado nuestra vida? ¿Serán incluso los temores que pudiera haber en nuestro corazón ante un futuro incierto pero a través de los cuales el Señor nos habla y nos quiere hacer ver nuevos caminos?

lunes, 13 de abril de 2020

Nada puede ni debe empañar el resplandor de Cristo resucitado que nos sale al encuentro y nos pone en camino para que llevemos esperanza al mundo lleno de sombras que nos rodea


Nada puede ni debe empañar el resplandor de Cristo resucitado que nos sale al encuentro y nos pone en camino para que llevemos esperanza al mundo lleno de sombras que nos rodea

Hechos, 2, 14.22-32; Sal. 15; Mateo, 28, 8-15
La noticia de la pascua es algo que no nos podemos quedar con ella; la noticia de que Jesús ha resucitado no la podemos callar, es algo que tenemos que comunicar.
Las mujeres que fueron al sepulcro temprano con la idea de embalsamar el cuerpo muerto de Jesús, al encontrarse la piedra de la entrada corrida, que allí no estaba el cuerpo de Jesús y escuchar el anuncio de los Ángeles corrieron, impresionadas y llenas de alegría nos dice el evangelista para ir a anunciarlo a los discípulos. Había sido algo grande que les había impresionado. Pero más grande fue su alegría cuando Jesús mismo les sale al encuentro. ‘Alegraos… no temáis, no tengáis miedo…’ fueron las palabras de Jesús. Les bastaba. Allí estaba El. Se postraron y le abrazaron los pies, nos detalla el evangelista. Pero la misión continuaba en el anuncio que habían de hacer a los discípulos.
Indirectamente nos encontramos otro testimonio en el mismo evangelio, aunque la intención era de ocultar lo que había sucedido. Los guardianes que habían puesto los sumos sacerdotes para que no robaran el cuerpo de Jesús son también testigos. Al ver lo sucedido es lo que van a contar a quienes allí los habían puesto. Ahora tratan de hacerlos callar, los sobornan con una cantidad de dinero, pero el mismo hecho ya los convierte en testigos.
Ambos testimonios nos ayudan a nosotros que también hemos de ser testigos y que estamos viviendo con intensidad esta semana de pascua prolongando la alegría vivida en el día de la resurrección del Señor. Este año, como todos sabemos, con especiales circunstancias pero que no tienen que mermar ni la vivencia de nuestra fe ni el entusiasmo del testimonio que tenemos que dar. Pudiera parecernos que estas circunstancias nos afectan y que la alegría de la pascua se vería notablemente mermada. Es aquí donde tenemos que manifestar la firmeza y la madurez de nuestra fe. Nada nos puede hacer callar.
Y es que precisamente esa luz que brota del sepulcro vacío porque allí queda el resplandor de Cristo resucitado es lo que tenemos que llevar a nuestros sepulcros, a los sepulcros de nuestras tristezas y preocupaciones, del sufrimiento de tantos que padecen en si mismos estos malos momentos de nuestra historia, ya porque estén afectados por la enfermedad, ya sea por la incertidumbre que viven en el riesgo de poder contraerla, ya sea por el dolor de los seres queridos fallecidos con todas las circunstancias tristes que acompañan este hecho.
Cristo resucitado es nuestra señal de victoria; Cristo resucitado llena de consuelo y fortaleza nuestros corazones; Cristo resucitado nos da la esperanza de que las sombras pasarán y de nuevo brillará la luz; Cristo resucitado nos sale al encuentro para que encontremos el verdadero sentido de cuanto nos pasa; Cristo resucitado también nos está enviando a quienes tenemos puesta nuestra fe en El para que vayamos a hacer ese anuncio de vida y esperanza a los que sufren a nuestro lado. Nada puede ni debe empañar el resplandor de esa luz. Una luz que tenemos que mantener encendida y bien en alto para que se disipen tantas sombras como envuelven nuestro mundo. No perdamos la alegría ni el entusiasmo de nuestra fe. No podrán callarnos como quisieron hacerlo con los soldados de la guardia del sepulcro.

domingo, 12 de abril de 2020

Es la Pascua, es el paso salvador del Señor resucitado que nos sale al encuentro para iluminar nuestras sombras, para llenar de vida nuestro mundo ¡Aleluya!



Es la Pascua, es el paso salvador del Señor resucitado que nos sale al encuentro para iluminar nuestras sombras, para llenar de vida nuestro mundo ¡Aleluya!

Mateo 28, 1-10; Juan 20, 1-9
Es la noche y es el día de los contrastes luminosos donde todo se transforma porque nace una vida nueva. Las tinieblas de la noche se transforman en un resplandor de luz; las caminaban llorosas con cara y sentimientos de duelo, su dolor se transforma en alegría; quienes temerosas caminaban hacia el sepulcro sintiéndose impotentes para correr la piedra de la entrada se la encuentran corrida, y al crucificado que buscaban muerto y sepultado ya no lo encuentran porque ha resucitado y está vivo.
Aquel día que aún para algunos se mantenía entre la zozobra y la duda, los miedos que los encerraban o la desesperanza que les hacía poco menos que huir en desbandada para volverse a sus lugares de origen todo se transforma, en medio está Jesús sin que nadie le abriera las puertas, o camina con los apesadumbrados en el camino de Emaús para levantar sus espíritu y hacer que ardiera de nuevo su corazón. Es la Pascua, es el paso salvador del Señor resucitado que nos sale al encuentro.
Es lo que vivimos y celebramos en este día los cristianos de todos los tiempos. Es lo que hoy nos levanta y nos hace despertar para una vida nueva, para un hombre nuevo, para hacer un mundo nuevo. El Señor ha resucitado y se acabaron todos nuestros temores y miedos; el Señor ha resucitado y nuestro corazón se llena de alegría y renace viva la esperanza de ese mundo nuevo que entre todos hemos de construir.
Aunque este año la celebración del misterio pascual ha tenido unas connotaciones especiales, que pareciera que le quitaba su brillo y esplendor sin embargo podemos seguir gritando a todos los vientos con el mismo entusiasmo y con la misma alegría los Aleluyas de la resurrección.
La situación anímica de nuestro mundo, de nuestra sociedad en estos momentos se ve reflejada en esos contrastes a los que hemos hecho alusión. Muchas sombras siguen envolviéndonos que hay el peligro que nos encierren no ya en nuestras casas solo por evitar un virus sino en la tristeza, la angustia, la desesperanza ante lo que está sucediendo y los temores al porvenir que nos espera porque no sabemos cómo vamos a encontrar una salida. Las esperas se nos hacen interminables y angustiosas, como aquellas angustias y miedos que vivían los apóstoles encerrados en el cenáculo o las dudas de aquellas mujeres que aún con valentía en su duelo caminaban hacia el sepulcro sin saber muy bien como resolver los problemas que se les presentarían, o la desolación de los caminantes a quienes se les cegaban sus ojos para no reconocer a quien caminaba con ellos.
Para aquellos discípulos, para aquellas mujeres, para aquellos apóstoles encerrados en el cenáculo todo cambió de repente cuando sintieron la presencia de Cristo resucitado que les salía al encuentro, que caminaba haciendo su mismo camino o estaba allí en medio de ellos con toda su sorpresa y alegría. Pues Cristo resucitado también nos sale al encuentro en esta situación que vivimos hoy en nuestro mundo y quiere ser para nosotros esa luz que tanto necesitamos, esa fuerza de esperanza que nos hace levantarnos para seguir caminando con renovada ilusión, esa vida que nos hace sentirnos hombres nuevos capaces también de hacer un mundo nuevo.
Tendremos que seguir caminando y luchando y aun quizá nos quedan lágrimas que derramar, pero sabemos que en ese camino no estamos solos, que El abre nuestros corazones y nuestras inteligencias para que entendamos bien el sentido de todo lo sucedido pero también el sentido del camino nuevo que tenemos que comenzar a realizar. El es nuestra fuerza y nuestro alimento. El nos da la fuerza de su espíritu para que no desfallezcamos ni en los momentos de zozobra que nos pueden quedar por vivir ni en toda esa lucha que tenemos que realizar donde tendremos que ser también fuerza y apoyo para muchos hermanos nuestros que pudieran flaquear en el camino.
Hoy, a pesar de las oscuridades que sabemos que siguen estando fuera porque nos sentimos llenos de luz nosotros queremos cantar con alegría el aleluya de la resurrección, que sea como nuestro grito de guerra, de entusiasmo, de vida que arrastre también a los que están a nuestro lado. Tenemos, es cierto, la sombra de que no lo podemos hacer en medio de una celebración unidos a los demás hermanos por las circunstancias que vivimos, pero eso no nos quita la certeza y la alegría de que Cristo ha resucitado y con nosotros está y a nosotros nos está infundiendo esa vida nueva. No se merme la alegría y el entusiasmo de nuestra fe que queremos compartir con el mundo que nos rodea.
Cristo verdaderamente ha resucitado. ¡¡Aleluya!! Y nosotros resucitaremos con El. Es la Pascua, es el paso salvador del Señor resucitado que nos sale al encuentro.