Escuchemos la voz del Señor que nos llama por nuestro nombre
quizá a través de las lágrimas o de los acontecimientos que nos afectan para
abrirnos nuevos caminos
Hechos de los apóstoles 2, 36-41; Sal 32;
Juan 20, 11-18
‘Mujer, ¿por qué
lloras?’ Por dos veces
se repite la pregunta. ‘¿A quién buscas?’ Parecen innecesarias las
preguntas. Podemos suponer la respuesta, la búsqueda de aquella mujer
enamorada, llena de amor.
Quizás muchas veces
pasamos de largo ante las lágrimas de los que nos encontremos en el camino.
Damos quizá por supuesto cual puede ser su respuesta y de alguna manera nos
inhibimos. Pero ¿es su respuesta o es nuestra respuesta? ¿La que nosotros nos
imaginamos? Porque si no escuchamos, si no mostramos interés no terminamos de
saber que es lo que hace sufrir a esa persona hasta derramar sus lagrimas sin ningún
recato. Y como nos damos por sabida la respuesta y decimos que no tenemos
soluciones tratamos de insensibilizarnos y pasar de largo.
Otras veces quizá no
preguntamos porque no queremos aumentar dolor a nuestro dolor. Ya tenemos con
lo nuestro para andar asumiendo las preocupaciones de los demás, nos decimos. Y
claro no vamos más allá de la punta de nuestra nariz, porque solo nos miramos a
nosotros mismos. Y así vamos por la vida, que cada uno se las arregle como
pueda. Y nos vamos creando un mundo de insolidaridad, de insensibilidad en que
solo nos preocupamos de nuestras cosas.
Quizá hasta nuestros
problemas se solucionarían de distinta manera, seríamos capaces de verlos desde
otra perspectiva, porque mirándolos a través del cristal de los problemas que
tienen los demás quizá nos damos cuenta que nuestros problemas no son tan
grandes, realmente no son problema ante lo que están sufriendo los otros. Comenzaríamos
a abrir el corazón y sentiríamos que la vida es distinta.
Son consideraciones
que nos podemos hacer cuando vemos a María Magdalena llorando a la puerta del
sepulcro, porque se han robado el cuerpo del Señor y no sabe donde lo han
puesto. Nos conviene ver en esas lágrimas de María Magdalena las lágrimas de
tantos en nuestro mundo. María Magdalena buscaba el cuerpo de Jesús, pensando
que estaba muerto y quería embalsamarlo debidamente.
Quizá muchos lloren en
nuestro mundo porque no tienen a quien buscar, porque su vida se ha vaciado cuando
han querido llenarla de cosas insustanciales y ahora se dan cuenta que era otra
cosa lo que necesitaban y no han sabido donde encontrarla. Ahora lloramos
porque el mundo anda mal, porque la crisis que padecemos nos descoloca y no
sabemos ni por donde andar; porque nos han confinado y eso nos ha obligado a
darnos cuenta que entreteníamos la vida con muchas cosas que no eran tan
importantes, porque ahora tenemos que mirar más a los que más cerca de nosotros
están como es nuestra familia y hasta nos parece un tormento tener que estar
todo el día con ellos, porque tantas veces en la vida hemos ido buscándonos
nuestros espacios quizá alejándonos de los más cercanos y no nos hemos dado
cuenta donde está el verdadero espacio de nuestra vida. Teníamos delante de los
ojos aquellas cosas que de verdad podían llenar nuestra vida y no habíamos
sabido descubrirlas.
María Magdalena tenía
delante de sí a Aquel a quien buscaba y no sabia reconocerlo, lo confundía con
el encargado del huerto. Las lágrimas la cegaban. ¿Seremos nosotros capaces de
darnos cuenta del Señor resucitado que está ahí con nosotros, a nuestro lado o
también andamos confundidos?
María supo escuchar la
voz que la llamaba por su nombre. ‘¡María!’ Y reconoció la voz, y
reconoció al Señor. ‘¡Raboni! ¡Maestro!’, y se postró ante el Señor.
¿Seremos capaces nosotros de escuchar su voz y reconocerla? No nos la
imaginemos a nuestra manera, sino descubramos su voz y su presencia tal como El
quiere presentársenos hoy. ¿Serán las lágrimas de los que están a nuestro lado?
¿Serán los acontecimientos que han desestabilizado nuestra vida? ¿Serán incluso
los temores que pudiera haber en nuestro corazón ante un futuro incierto pero a
través de los cuales el Señor nos habla y nos quiere hacer ver nuevos caminos?
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