Aunque nos cueste reconocerlo hemos de dejar que camine con
nosotros en nuestro propio camino de Emaús, con Jesús a nuestro lado al final
se nos abrirá el corazón
Hechos de los apóstoles 2, 36-41; Sal 32; Juan 20, 11-18
Hay caminos que
tenemos que recorrer por nosotros mismos, porque si no lo hacemos así no
tendremos la experiencia del camino que
será cómo deje huella en nosotros. De nada nos vale que nos digan que el camino
de Santiago es así o de la otra manera, que vas a tener unas experiencias
maravillosas y te cuenten cada uno sus experiencias, si no lo hacemos nos quedaremos viéndolo como desde la barrera, estaremos siempre a distancia y no
podremos disfrutar lo que es la maravilla del camino.
Así fue aquel camino
de Emaús que aquella tarde hicieron aquellos dos discípulos que se marcharon de
Jerusalén. Desaliento, sensación de derrota y fracaso, frustración porque les parecía
que las promesas no se cumplían, incredulidad ante lo que otros le habían
contado, pero ellos hasta entonces no habían visto al Señor resucitado. Les
parecían visiones de mujeres en las que podían fijarse quizá en la debilidad de
unas mentes trastocadas por las duras experiencias vividas, pero nada de eso
les convencía. Cuántas veces nos pasa en las cosas que otros nos cuentan de su
experiencia pero que nosotros nos negamos a creer y nos situamos en la
distancia. Es lo que ahora iban haciendo, poniendo tierra por medio.
A ellos se acerca un
caminante que al parecer hace el mismo camino, al menos por el mismo sendero
iban, pero que se interesa por ellos, por su estado de ánimo cuando los ve
tristes y cabizbajos. El interés y la pregunta despertaron sus ánimos
entristecidos y comienzan a contarle, admirándose además que fuera el único
forastero de Jerusalén que no se había enterado de cuanto había sucedido. ¿Eres
tú el único que no sabes todo lo que ha pasado estos días? Y a su manera, desde
su tristeza y desánimo, con la visión ahora llena de desesperanza le cuentan lo
sucedido.
Pero quien les
acompañaba sabe más de lo que aparentaba, porque les iba dando explicaciones y
sentido a lo que ellos le habían contado. Les hace recapacitar y recordar las
Escrituras, donde todo estaba anunciado. La conversación se vuelve amena, el
tiempo vuela y el camino se acaba, pero dentro de ellos estaba sucediendo algo
aunque no se sabían explicar lo que les estaba pasando. Luego dirán que les
ardía el corazón mientras El les hablaba y les explicaba las Escrituras.
Aquellos hombres que
iban encerrados en sí mismos comenzaron a sentirse distintos y ya no solo abrían
las ventanas de su alma sino que les estaban abriendo las puertas de su corazón
y de sus casas. No sigas caminando, los caminos están llenos de peligros,
quédate con nosotros que ya es muy tarde. Cómo hemos repetido nosotros a través
de los siglos esa misma súplica y esa misma petición llena de buenos deseos.
Y entró para quedarse
con ellos y se sentó a la mesa. La hospitalidad estaba pronta. El pan estaba
servido en la mesa y al forastero como huésped le tocó partir el pan. Fue
suficiente para que se les abrieran los ojos. Era El. El Señor resucitado
estaba en medio de ellos y con ellos había hecho el camino. Ahora lo
comprendieron todo. Les había abierto el entendimiento para que entendieran las
Escrituras y al partir el pan lo reconocieron. Su mente se había abierto, pero
también se había abierto el corazón.
Dispuestos estaban a
compartir y esa era la señal de que Jesús estaba con ellos. Cómo les ardía el
corazón mientras les explicaba las Escrituras por el camino. Ellos habían
realizado el camino y Jesús caminaba con ellos. El camino les había interpelado
por dentro y comenzaron a ver de manera distinta. Nadie podía hacer el camino
por ellos, era algo que tenían que vivir y así podrían reconocer a Cristo
resucitado.
La experiencia vivida
era única e irrepetible y ahora había que anunciarla. Corren ahora a Jerusalén
para contar todo lo que les había sucedido y como lo habían reconocido al
partir el pan. Ellos también contaban sus experiencias. Era la vida de Cristo
resucitado que estaba entre ellos, donde de nuevo se dejaría sentir su
presencia.
¿No tendríamos que ser
nosotros también compañero de camino de tantos que tristes y desalentados
caminan los caminos de la vida?
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