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miércoles, 15 de abril de 2020

Aunque nos cueste reconocerlo hemos de dejar que camine con nosotros en nuestro propio camino de Emaús, con Jesús a nuestro lado al final se nos abrirá el corazón


Aunque nos cueste reconocerlo hemos de dejar que camine con nosotros en nuestro propio camino de Emaús, con Jesús a nuestro lado al final se nos abrirá el corazón

Hechos de los apóstoles 2, 36-41; Sal 32; Juan 20, 11-18
Hay caminos que tenemos que recorrer por nosotros mismos, porque si no lo hacemos así no tendremos la experiencia del camino  que será cómo deje huella en nosotros. De nada nos vale que nos digan que el camino de Santiago es así o de la otra manera, que vas a tener unas experiencias maravillosas y te cuenten cada uno sus experiencias, si no lo hacemos nos quedaremos viéndolo como desde la barrera, estaremos siempre a distancia y no podremos disfrutar lo que es la maravilla del camino.
Así fue aquel camino de Emaús que aquella tarde hicieron aquellos dos discípulos que se marcharon de Jerusalén. Desaliento, sensación de derrota y fracaso, frustración porque les parecía que las promesas no se cumplían, incredulidad ante lo que otros le habían contado, pero ellos hasta entonces no habían visto al Señor resucitado. Les parecían visiones de mujeres en las que podían fijarse quizá en la debilidad de unas mentes trastocadas por las duras experiencias vividas, pero nada de eso les convencía. Cuántas veces nos pasa en las cosas que otros nos cuentan de su experiencia pero que nosotros nos negamos a creer y nos situamos en la distancia. Es lo que ahora iban haciendo, poniendo tierra por medio.
A ellos se acerca un caminante que al parecer hace el mismo camino, al menos por el mismo sendero iban, pero que se interesa por ellos, por su estado de ánimo cuando los ve tristes y cabizbajos. El interés y la pregunta despertaron sus ánimos entristecidos y comienzan a contarle, admirándose además que fuera el único forastero de Jerusalén que no se había enterado de cuanto había sucedido. ¿Eres tú el único que no sabes todo lo que ha pasado estos días? Y a su manera, desde su tristeza y desánimo, con la visión ahora llena de desesperanza le cuentan lo sucedido.
Pero quien les acompañaba sabe más de lo que aparentaba, porque les iba dando explicaciones y sentido a lo que ellos le habían contado. Les hace recapacitar y recordar las Escrituras, donde todo estaba anunciado. La conversación se vuelve amena, el tiempo vuela y el camino se acaba, pero dentro de ellos estaba sucediendo algo aunque no se sabían explicar lo que les estaba pasando. Luego dirán que les ardía el corazón mientras El les hablaba y les explicaba las Escrituras.
Aquellos hombres que iban encerrados en sí mismos comenzaron a sentirse distintos y ya no solo abrían las ventanas de su alma sino que les estaban abriendo las puertas de su corazón y de sus casas. No sigas caminando, los caminos están llenos de peligros, quédate con nosotros que ya es muy tarde. Cómo hemos repetido nosotros a través de los siglos esa misma súplica y esa misma petición llena de buenos deseos.
Y entró para quedarse con ellos y se sentó a la mesa. La hospitalidad estaba pronta. El pan estaba servido en la mesa y al forastero como huésped le tocó partir el pan. Fue suficiente para que se les abrieran los ojos. Era El. El Señor resucitado estaba en medio de ellos y con ellos había hecho el camino. Ahora lo comprendieron todo. Les había abierto el entendimiento para que entendieran las Escrituras y al partir el pan lo reconocieron. Su mente se había abierto, pero también se había abierto el corazón.
Dispuestos estaban a compartir y esa era la señal de que Jesús estaba con ellos. Cómo les ardía el corazón mientras les explicaba las Escrituras por el camino. Ellos habían realizado el camino y Jesús caminaba con ellos. El camino les había interpelado por dentro y comenzaron a ver de manera distinta. Nadie podía hacer el camino por ellos, era algo que tenían que vivir y así podrían reconocer a Cristo resucitado.
La experiencia vivida era única e irrepetible y ahora había que anunciarla. Corren ahora a Jerusalén para contar todo lo que les había sucedido y como lo habían reconocido al partir el pan. Ellos también contaban sus experiencias. Era la vida de Cristo resucitado que estaba entre ellos, donde de nuevo se dejaría sentir su presencia.
¿No tendríamos que ser nosotros también compañero de camino de tantos que tristes y desalentados caminan los caminos de la vida?

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