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jueves, 16 de abril de 2020

Sin fe no hay entendimiento del misterio de Dios, por eso el evangelista dice que les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras


Sin fe no hay entendimiento del misterio de Dios, por eso el evangelista dice que les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras

Hechos de los apóstoles 3, 11-26; Sal 8; Lucas 24, 35-48
No nos lo terminamos de creer. Nos sucede en ocasiones. Nos lo habían anunciado y nosotros lo esperábamos. Pero cuando menos pensamos llegó aquel personaje o aquel familiar que nos había anunciado su regreso, sucedió aquel hecho que esperábamos, pero que de alguna manera estábamos desencantados y ya pensábamos que no iba a suceder. Y ahora que lo tenemos, ahora que ha sucedido, ahora que ha llegado no nos lo creemos, ponemos en duda todas las circunstancias que lo rodean, nos parece mentira que al final sucediera.
Así andaban los discípulos tras los desconciertos de los últimos días. No habían terminado de comprender el por qué de todo lo sucedido, a pesar de que Jesús una y otra vez lo había anunciado. Como había anunciado que resucitaría, como las mujeres habían venido contando de que el sepulcro estaba vacío y que unos Ángeles les habían dicho, como habían comprobado Pedro y Juan que habían ido al sepulcro y allí no estaba el cuerpo de Jesús, pero sí sus vendas y sudarios bien doblados y recogidos. Aunque decían que habían creído todavía seguían en sus dudas.
Y en esas andaban escuchando el relato de los dos que se habían ido a Emaús y que habían vuelto inmediatamente, vete a ver con qué carreras, que les contaban que había ido con ellos por el camino sin reconocerlo, y que al entrar para quedarse con ellos por su insistencia, al partir el pan lo habían reconocido. Y de pronto Jesús está allí en medio de ellos sin abrirse las puertas, y claro, ellos se llenaron de estupor por la sorpresa. ‘No os alarméis, no tengáis miedo… la paz a vosotros’. Y allí estaba Jesús. Lo veían pero no se lo creían. Como nos sucede tantas como antes mencionábamos.
Y Jesús les ofrece pruebas de que realmente es El. Allí están sus llagas de la crucifixión. Pero aun más les pide de comer, y como con ellos, para que no creyeran que eran un fantasma. Un fantasma no come ni bebe. Y Jesús lo estaba haciendo en medio de ellos. Y es que todo esto es cuestión de fe. Sin fe no hay entendimiento del misterio de Dios, porque no son nuestros razonamientos humanos. Es una sabiduría distinta, superior, que nos viene de arriba. Por eso el evangelista dice que les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras. Y El mismo estaba explicándolo.
Pero hay que creer en la Palabra de Jesús, hay que abrir el corazón a la Palabra de Dios. Hay que tener la humildad de saber confiar, porque solo desde la humildad y la confianza que le damos de antemano a la Palabra de Dios podrá revelársenos el misterio de Dios. Recordemos que Jesús daba gracias al Padre porque había revelado su misterio no a los que se creían sabios y entendidos, sino a los humildes y sencillos de corazón. Son los bienaventurados que podrán conocer el misterio de Dios, son los pobres para quienes es el Reino de los cielos.
Y con nuestra fe nosotros somos testigos de esto. Es lo que anunciamos. Es el testimonio que damos en la trascendencia que le damos a la vida, en la responsabilidad con que la vivimos, en el amor que ponemos en nuestro corazón, en nuestro esfuerzo y trabajo por la justicia y por la paz. Todo eso lo llevamos en el corazón porque nos sentimos inundados por la fe y todo eso queremos llevarlo a los demás. Y así nos hacemos testigos de Cristo resucitado en medio del mundo.
Serán muchos los que nieguen la resurrección como niegan todo el sentido espiritual de la vida del  hombre. Pero a ellos les hacemos ese anuncio, a ellos damos nuestro testimonio con sencillez y humildad pero con la valentía del que se siente seguro. Porque nos sentimos seguros en nuestra fe. Porque ponemos toda nuestra confianza en la Palabra del Señor.

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