Es la Pascua, es el paso salvador del Señor resucitado que
nos sale al encuentro para iluminar nuestras sombras, para llenar de vida
nuestro mundo ¡Aleluya!
Mateo 28, 1-10; Juan 20,
1-9
Es la noche y es el
día de los contrastes luminosos donde todo se transforma porque nace una vida
nueva. Las tinieblas de la noche se transforman en un resplandor de luz; las
caminaban llorosas con cara y sentimientos de duelo, su dolor se transforma en
alegría; quienes temerosas caminaban hacia el sepulcro sintiéndose impotentes
para correr la piedra de la entrada se la encuentran corrida, y al crucificado
que buscaban muerto y sepultado ya no lo encuentran porque ha resucitado y está
vivo.
Aquel día que aún para
algunos se mantenía entre la zozobra y la duda, los miedos que los encerraban o
la desesperanza que les hacía poco menos que huir en desbandada para volverse a
sus lugares de origen todo se transforma, en medio está Jesús sin que nadie le
abriera las puertas, o camina con los apesadumbrados en el camino de Emaús para
levantar sus espíritu y hacer que ardiera de nuevo su corazón. Es la Pascua, es
el paso salvador del Señor resucitado que nos sale al encuentro.
Es lo que vivimos y
celebramos en este día los cristianos de todos los tiempos. Es lo que hoy nos
levanta y nos hace despertar para una vida nueva, para un hombre nuevo, para
hacer un mundo nuevo. El Señor ha resucitado y se acabaron todos nuestros
temores y miedos; el Señor ha resucitado y nuestro corazón se llena de alegría
y renace viva la esperanza de ese mundo nuevo que entre todos hemos de
construir.
Aunque este año la
celebración del misterio pascual ha tenido unas connotaciones especiales, que
pareciera que le quitaba su brillo y esplendor sin embargo podemos seguir
gritando a todos los vientos con el mismo entusiasmo y con la misma alegría los
Aleluyas de la resurrección.
La situación anímica
de nuestro mundo, de nuestra sociedad en estos momentos se ve reflejada en esos
contrastes a los que hemos hecho alusión. Muchas sombras siguen envolviéndonos
que hay el peligro que nos encierren no ya en nuestras casas solo por evitar un
virus sino en la tristeza, la angustia, la desesperanza ante lo que está
sucediendo y los temores al porvenir que nos espera porque no sabemos cómo
vamos a encontrar una salida. Las esperas se nos hacen interminables y
angustiosas, como aquellas angustias y miedos que vivían los apóstoles
encerrados en el cenáculo o las dudas de aquellas mujeres que aún con valentía en
su duelo caminaban hacia el sepulcro sin saber muy bien como resolver los
problemas que se les presentarían, o la desolación de los caminantes a quienes
se les cegaban sus ojos para no reconocer a quien caminaba con ellos.
Para aquellos
discípulos, para aquellas mujeres, para aquellos apóstoles encerrados en el
cenáculo todo cambió de repente cuando sintieron la presencia de Cristo
resucitado que les salía al encuentro, que caminaba haciendo su mismo camino o
estaba allí en medio de ellos con toda su sorpresa y alegría. Pues Cristo
resucitado también nos sale al encuentro en esta situación que vivimos hoy en
nuestro mundo y quiere ser para nosotros esa luz que tanto necesitamos, esa
fuerza de esperanza que nos hace levantarnos para seguir caminando con renovada
ilusión, esa vida que nos hace sentirnos hombres nuevos capaces también de
hacer un mundo nuevo.
Tendremos que seguir
caminando y luchando y aun quizá nos quedan lágrimas que derramar, pero sabemos
que en ese camino no estamos solos, que El abre nuestros corazones y nuestras
inteligencias para que entendamos bien el sentido de todo lo sucedido pero
también el sentido del camino nuevo que tenemos que comenzar a realizar. El es
nuestra fuerza y nuestro alimento. El nos da la fuerza de su espíritu para que
no desfallezcamos ni en los momentos de zozobra que nos pueden quedar por vivir
ni en toda esa lucha que tenemos que realizar donde tendremos que ser también
fuerza y apoyo para muchos hermanos nuestros que pudieran flaquear en el
camino.
Hoy, a pesar de las
oscuridades que sabemos que siguen estando fuera porque nos sentimos llenos de
luz nosotros queremos cantar con alegría el aleluya de la resurrección, que sea
como nuestro grito de guerra, de entusiasmo, de vida que arrastre también a los
que están a nuestro lado. Tenemos, es cierto, la sombra de que no lo podemos hacer
en medio de una celebración unidos a los demás hermanos por las circunstancias
que vivimos, pero eso no nos quita la certeza y la alegría de que Cristo ha
resucitado y con nosotros está y a nosotros nos está infundiendo esa vida
nueva. No se merme la alegría y el entusiasmo de nuestra fe que queremos
compartir con el mundo que nos rodea.
Cristo verdaderamente
ha resucitado. ¡¡Aleluya!! Y nosotros resucitaremos con El. Es la Pascua, es el
paso salvador del Señor resucitado que nos sale al encuentro.
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