Nada
puede ni debe empañar el resplandor de Cristo resucitado que nos sale al
encuentro y nos pone en camino para que llevemos esperanza al mundo lleno de
sombras que nos rodea
Hechos, 2, 14.22-32; Sal. 15; Mateo, 28,
8-15
La noticia de la pascua es algo que no
nos podemos quedar con ella; la noticia de que Jesús ha resucitado no la
podemos callar, es algo que tenemos que comunicar.
Las mujeres que fueron al sepulcro
temprano con la idea de embalsamar el cuerpo muerto de Jesús, al encontrarse la
piedra de la entrada corrida, que allí no estaba el cuerpo de Jesús y escuchar
el anuncio de los Ángeles corrieron, impresionadas y llenas de alegría nos dice
el evangelista para ir a anunciarlo a los discípulos. Había sido algo grande
que les había impresionado. Pero más grande fue su alegría cuando Jesús mismo
les sale al encuentro. ‘Alegraos… no temáis, no tengáis miedo…’ fueron
las palabras de Jesús. Les bastaba. Allí estaba El. Se postraron y le abrazaron
los pies, nos detalla el evangelista. Pero la misión continuaba en el anuncio
que habían de hacer a los discípulos.
Indirectamente nos encontramos otro
testimonio en el mismo evangelio, aunque la intención era de ocultar lo que
había sucedido. Los guardianes que habían puesto los sumos sacerdotes para que
no robaran el cuerpo de Jesús son también testigos. Al ver lo sucedido es lo
que van a contar a quienes allí los habían puesto. Ahora tratan de hacerlos
callar, los sobornan con una cantidad de dinero, pero el mismo hecho ya los
convierte en testigos.
Ambos testimonios nos ayudan a nosotros
que también hemos de ser testigos y que estamos viviendo con intensidad esta
semana de pascua prolongando la alegría vivida en el día de la resurrección del
Señor. Este año, como todos sabemos, con especiales circunstancias pero que no
tienen que mermar ni la vivencia de nuestra fe ni el entusiasmo del testimonio
que tenemos que dar. Pudiera parecernos que estas circunstancias nos afectan y
que la alegría de la pascua se vería notablemente mermada. Es aquí donde
tenemos que manifestar la firmeza y la madurez de nuestra fe. Nada nos puede
hacer callar.
Y es que precisamente esa luz que brota
del sepulcro vacío porque allí queda el resplandor de Cristo resucitado es lo
que tenemos que llevar a nuestros sepulcros, a los sepulcros de nuestras
tristezas y preocupaciones, del sufrimiento de tantos que padecen en si mismos
estos malos momentos de nuestra historia, ya porque estén afectados por la
enfermedad, ya sea por la incertidumbre que viven en el riesgo de poder
contraerla, ya sea por el dolor de los seres queridos fallecidos con todas las
circunstancias tristes que acompañan este hecho.
Cristo resucitado es nuestra señal de
victoria; Cristo resucitado llena de consuelo y fortaleza nuestros corazones;
Cristo resucitado nos da la esperanza de que las sombras pasarán y de nuevo
brillará la luz; Cristo resucitado nos sale al encuentro para que encontremos
el verdadero sentido de cuanto nos pasa; Cristo resucitado también nos está
enviando a quienes tenemos puesta nuestra fe en El para que vayamos a hacer ese
anuncio de vida y esperanza a los que sufren a nuestro lado. Nada puede ni debe
empañar el resplandor de esa luz. Una luz que tenemos que mantener encendida y
bien en alto para que se disipen tantas sombras como envuelven nuestro mundo.
No perdamos la alegría ni el entusiasmo de nuestra fe. No podrán callarnos como
quisieron hacerlo con los soldados de la guardia del sepulcro.
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