Aunque la vida se nos vaya de las manos y caigamos por la pendiente del mal pensemos siempre en quien nos espera porque confía en nosotros para ofrecernos el abrazo de su amor
Miqueas
7,14-15.18-20; Sal 102; Lucas 15,1-3.11-32
Pareciera que la vida se nos va de las manos. Y no me refiero a la
temporalidad y que un día se puede acabar todo porque nos llegue el final de
los días cuando menos lo esperemos. La vida se nos va de las manos cuando no
sabemos controlar, ni controlamos las cosas que nos vienen o que nos suceden,
ni nos controlamos a nosotros mismos. Entramos en un mal camino y luego parece
que todo es una pendiente donde no podemos detenernos y nos cuesta volver
atrás, rehacer lo que hicimos mal, o más peligroso aun, casi no nos damos
cuenta que estamos en esa pendiente que adquiere cada vez mayor velocidad.
Es cuando entramos en el camino del mal y nos cuesta reconocerlo, nos
cuesta detenernos a pensar, a reflexionar, a revisar lo que estamos haciendo;
nos cuesta reconocer nuestros tropiezos, nuestros errores, nuestras caídas. Muy
mal tenemos que vernos para que
intentemos hacer una parada de reflexión. Quizás entonces comparamos como ahora
estamos con lo que éramos antes, lo que seria nuestra vida si no hubiéramos caído
por esa pendiente.
Pero ahora se nos hace cuesta arriba comenzar a recapitular, intentar
comenzar de nuevo; parece que ni creemos en nosotros mismos ni creemos en que
podamos ser aceptados por los demás; como también en nuestra cerrazón nos puede
suceder que seamos nosotros los que no aceptemos a los demás y encima nos
atrevamos a juzgar y a condenar. No queremos ver que al final pueda haber
alguien esperándonos, alguien que siga creyendo en nosotros, alguien que, a
pesar de todo lo que hayamos hecho,
pueda darnos un abrazo de confianza, que nos llene de paz, que nos haga en
verdad comenzar una vida nueva.
Por eso no nos atrevemos a recomenzar el camino; le damos vueltas y
vueltas, buscamos algún escape, alguna solución porque no confiamos en que
puedan seguir confiando en nosotros; quisiéramos estar cerca de nuevo de
aquellos que sabemos que nos amaban y desconfiamos si ahora nos siguen amando.
Quizá hayamos tenido tantos fracasos con los que pensábamos que eran amigos y
nos dejaron tirados, que ahora nos cueste comenzar a confiar de nuevo. Quizá al
final nos atrevamos a dar algún paso y pensamos y repensamos qué es lo que
vamos a decir, como nos vamos a disculpar, de qué manera y con qué cara nos
atrevemos a pedir perdón.
Quizás al hilo de esta reflexión en voz alta nos estaremos dando
cuenta de que es de lo que Jesús nos habla hoy en el evangelio con la parábola.
Esa parábola en la que nos creemos que nosotros, o aquel en quien nos
retratamos, es el protagonista. Pero el verdadero protagonista es aquel que
está allá esperándonos, el que estaba esperando al hijo, porque para él seguía
siendo su hijo aunque estuviera perdido, aunque pareciera que estaba muerto, y
solo estaba esperando el primer gesto de querer volver para salir a su
encuentro.
Somos protagonistas, es cierto, en parte, porque el verdadero
protagonista es el Padre que nos está esperando; es el abrazo del amor
misericordioso y compasivo de Dios que sigue confiando en nosotros, aunque nos
hayamos marchado, aunque guardemos muchas amarguras en el corazón como le
sucedía el hijo mayor. Porque hay dos retratos de hijos que en fin de cuentas
son un mismo retrato de momentos distintos por los que pasamos en la vida. Pero
el gran retrato que siempre hemos de tener en cuenta es el del Padre que nos
espera, que nos ama, que nos da el abrazo de la reconciliación y de la paz, que
se llena de alegría y nos hace entrar en una nueva orbita de felicidad porque
nos ofrece un banquete nuevo de amor.
No dejemos que la vida se nos vaya de las manos y caigamos en esas
pendientes; pensemos siempre en el amor de Dios que es siempre fiel en su amor
y nos espera y confía en nosotros. Y aprendemos algo más, aprendamos a tener
nuevas actitudes con el caído que podamos encontrarnos en el camino; seamos
siempre capaces de tender una mano para ayudarlo a levantarse ofreciéndolo
siempre la confianza del amor.