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miércoles, 15 de marzo de 2017

Comencemos de una vez por todas a despojarnos de las vanidades de las glorias de este mundo para comenzar a abajarnos de verdad para servir a los demás

Comencemos de una vez por todas a despojarnos de las vanidades de las glorias de este mundo para comenzar a abajarnos de verdad para servir a los demás

Jeremías 18,18-20; Sal 30; Mateo 20,17-28
Hay ocasiones en que tenemos una idea en la cabeza sobre alguna cuestión, algún planteamiento de la vida o la opinión de algo en que por mucho que nos expliquen lo contrario parece que nos cegamos de manera que no vemos sino aquello que previamente habíamos concebido. Alguien nos querrá hacer ver que las cosas son de otro modo, que los planteamientos son distintos, pero parecemos sordos que solo escuchamos aquello que va con nuestros planteamientos y no somos capaces de ver mas allá de lo que nosotros imaginamos.
Algo así les pasaba a los discípulos con los planteamientos de vida y los anuncios que Jesús hacía. Es cierto que estaban entusiasmados por Jesús y con buenos deseos y buena voluntad querían seguirlo, pero se habían hecho una imagen de lo que pensaban había de ser el Mesías que aunque Jesús les explicara una y otra vez que el sentido de su vida era distinto no eran capaces de verlo. Su idea del Mesías pasaba por un triunfalismo casi guerrero y muy lleno de poder, por eso sus ambiciones humanas florecían fácilmente en sus corazones y podían valerse de lo que fuera por conseguir ese poder que vislumbraban en la figura del Mesías Salvador.
Ahora que van subiendo a Jerusalén Jesús les va anunciando una y otra vez cual era el sentido de aquella subida y lo que en Jerusalén había de suceder. Jesús les hablaba de entrega hasta la muerte y que eso podía significar persecución y pasión. Les anunciaba claramente que el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará’. Pero no les terminaban de entrar en sus cabezas estas palabras de Jesús.
Allí está la madre de Santiago y Juan intercediendo por sus hijos para cuando llegaran esos días de gloria y de poder. Sus hijos quería que estuvieran uno a su derecha y otro a su izquierda. Lo que significaría dotados de todo poder en ese Reino nuevo que Jesús tanto anunciaba pero que ellos seguían viéndolo solo desde un sentido muy humano. Quiere hacerles comprender Jesús que su camino es camino de pasión y les habla de beber un cáliz preguntándoles si ellos eran capaces de beberlo. Parece que están dispuestos a todo. ‘Somos capaces’, le responden sin terminar de comprender bien lo que eso significaba.
Pero si está la ambición de estos dos hermanos por otro lado está la envidia del resto de los discípulos cercanos a Jesús. Y de nuevo con paciencia infinita Jesús vuelve a explicarles: Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo’.
El estilo del Reino de Dios no puede ser a la manera de los reinados de este mundo. Parece que nosotros a lo largo de la historia hemos olvidado estas palabras de Jesús. También nos hemos rodeado de demasiados oropeles de gloria, de esplendor, de ropajes de poder que son mucho más que unas vestiduras que hayamos vestido aunque también; algunas veces nos hemos parecido demasiado en la Iglesia a las glorias de este mundo con demasiados signos de poder, de tronos y de coronas. Nos hemos cegado también con nuestras ideas mundanas y nos dejamos seducir, nos dejamos arrastrar por muchas vanidades.
No podemos olvidar que nuestra grandeza está en el servir, en abajarnos, en ponernos los últimos, en ser capaces de llegar hasta el suelo para ponernos de rodillas delante del hermano que sufre para con él sufrir, para compartir su dolor y necesidad, para mitigar con el calor de nuestra presencia, con el fuego de nuestro amor. Tenemos que despojarnos de demasiados ropajes, quitarnos muchas coronas y muchos signos de poder con que nos revestimos tantas veces.
Tenemos que pensar en nuestra vida concreta, tú y yo, sin querer imponernos a los demás o querer que sean los otros los que comiencen a hacer las cosas como creemos que tendríamos que hacerlas; hemos de comenzar nosotros, tú y yo a despojarnos, a abajarnos, a ponernos los últimos a la manera de Jesús. Porque ‘el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir’ y es lo que nosotros tenemos que hacer.


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