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lunes, 13 de marzo de 2017

Carguemos nuestra vida y nuestras relaciones de humanidad y qué felices seríamos en ese mundo nuevo que estaríamos construyendo

Carguemos nuestra vida y nuestras relaciones de humanidad y qué felices seríamos en ese mundo nuevo que estaríamos construyendo

Daniel 9,4b-10; Sal 78; Lucas 6,36-38
Siempre esperamos a que el otro empiece; no tenemos iniciativa sino que esperamos a lo que el otro haga en mi favor, para ver si merece algún tipo de respuesta por mi parte. Si es el que el otro no ha hecho nunca nada por mí, pensamos en nuestro interior, y nos justificamos así para nuestra pasividad y nuestra falta de iniciativa a la hora de hacer el bien a los demás. Pareciera que el otro no merece una obra buena por nuestra parte, algún tipo de ayuda o colaboración si antes ‘no lo ha comprado’ con lo que haya sido capaz de hacer por mí. Damos si nos dan, parece que todo se reduce a un mercantilismo y ya no hay sentido de la gratuidad.
Cuando nos encontramos almas generosas, altruistas que ayudan, colaboran, se implican en acciones de la vida comunitaria, así por generosidad, sin esperar nada a cambio, nos parecen un mirlo blanco; como si eso estuviera fuera del grado de nuestra humanidad olvidando que precisamente ese ser humano autentico se destaca por ese ser solidario, generoso, altruista, que es capaz de olvidarse de sus propios beneficios simplemente para hacer el bien a los demás. Algunas veces en nuestra malicia hasta somos capaces de andar con sospechas de intenciones torpes y ocultas en esas buenas personas cargadas de una inmensa humanidad.
Es lo que nos viene a enseñar Jesús, que nos carguemos de humanidad, que llenemos nuestra vida de amor y de comprensión, que seamos capaces de aceptarnos y de perdonarnos, que aprendamos a ser altruistas, generosos con los demás, solidarios con los que nada tienen o con los que sufren, que tengamos un corazón abierto a los demás y no andemos con medidas ni límites en lo bueno que hacemos por los otros, que no hagamos distinciones en éste porque es mi amigo, el otro porque un día me ayudó, o aquel a quien no conozco y que quizá no haya hecho nunca nada por mí.
Qué distinta sería nuestra vida si la cargáramos así de humanidad; qué distintas serían nuestras mutuas relaciones, y qué felices seríamos nosotros, pero principalmente qué felices haríamos a los demás. Es ese mundo más humano que tenemos que crear, es así como llegaríamos a un verdadero estado del bienestar, es como construiríamos esa civilización del amor, es así como construiríamos ese mundo nuevo que nosotros los creyentes en Jesús llamamos Reino de Dios.
Y es que además nosotros los creyentes tenemos fuertes motivaciones para hacerlo. Es el amor de Dios que se ha derramado en nuestros corazones y que tantas veces hemos saboreado en la vida. Por eso nos dice Jesús que miremos al amor y la compasión que Dios nos tiene porque es lo que tenemos que imitar, lo que tenemos que transplantar a nuestro corazón.
Bueno es que escuchemos con atención este pequeño pasaje del evangelio de hoy, que lo releamos saboreándolo con gusto. ‘Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros’. Creo que no es necesario hacer más comentarios. Tenemos todas las motivaciones para el amor, para la comprensión y para el perdón, para eliminar de nosotros prejuicios y prevenciones, para que nunca surjan juicios ni condenas para nadie.

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