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sábado, 21 de noviembre de 2009

María fue siempre toda para Dios

PRESENTACION DE MARIA EN EL TEMPLO
Zac. 2, 14-17
Sal. Lc. 1, 46-55
Mt. 12, 46-50


Muy cercana a la actual explanada donde un día estuviera el templo de Jerusalén hay una basílica del s. VI dedicada a la Virgen, la Basílica de Santa María la Nueva, que recuerda un hecho, no contado en la Biblia pero que se nos narra en ciertos escritos antiguos y que es lo que hoy celebramos, la Presentación de la Santísima Virgen María.
Viene a significar algo así como la consagración de María al Señor a imagen de la presentación de Jesús en el templo que nos sí nos narra el evangelio para cumplimiento de la ley mosaica. María fue siempre toda para Dios. Por algo el ángel de la Anunciación la llama la ‘llena de gracia’, la proclama la inundada por la presencia de Dios cuando le dice ‘el Señor está contigo’.
‘¡Alégrate, hija de Sión! Que yo vengo a habitar en ti…’
escuchábamos al profeta. Es lo que vivió María. Es lo que le está señalando el ángel cuando le dice ‘el Señor está contigo’. Pero María se llena de Dios porque se vació de sí misma. Su voluntad no era otra sino hacer la voluntad del Señor. Se deja inundar por Dios. ¡Cómo tendremos que aprender!
Es su disponibilidad total para ponerse en las manos de Dios, para lo que Dios quisiera de ella. Es lo que le hacía llamarse a sí misma ‘la esclava del Señor’. Dispuesta siempre al Sí a Dios a ella la podemos ver como modelo y ejemplo para todos los que creemos en Jesús y queremos seguirle. ¡Qué mejor ejemplo podemos tener que el de María!
Ella es la mujer de la fe grande que supo escuchar a Dios en lo más profundo de su ser y plantar la Palabra de Dios en su vida para cumplirla, para llevarla a la práctica, para hacer que diera fruto para sí y para los demás. ‘Estos son mi madre y mis hermanos: el que cumple la voluntad del Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre…’ No es un rechazo de María sino todo lo contrario porque ella fue la que mejor escuchó la Palabra, la voluntad de Dios y la plantó en su corazón. Es, pues, lo que tenemos que aprender de María. Y a María le pediremos que nos alcance de Dios el don de la fe, de la escucha atenta a la Palabra y la fortaleza para llevarla a la práctica.
Pero a María la podemos ver como modelo y ejemplo de los que de una manera especial, por una vocación muy específica se consagran a Dios en la vida religiosa o en el sacerdocio. Es una llamada del Señor a la que se responde con la prontitud, la generosidad y la disponibilidad que vemos en María. Los que viven una consagración radical a Dios en la vida religiosa siguiendo los consejos evangélicos viven como algo especial la celebración de este día de la presentación de María al Señor, porque de María quieren aprender, a María quieren imitar y de María – con la mediación de María - quieren alcanzar la gracia del Señor para la radicalidad de su respuesta a Jesús en su especial vocación y con sus propios y específicos carismas.
Como María también nos ponemos ante Dios para decirle Sí. Un Sí que pudiera parecer doloroso porque al arrancar muchas cosas de nosotros se producen desgarros en el corazón, pero es un Sí siempre gozoso porque tiene que nacer de la generosidad del amor y porque será un Sí que nos llene de Dios.

viernes, 20 de noviembre de 2009

La casa de la oración y la alabanza…

1Mac. 4, 36-37.52-59
Salmo: 1Cron. 29, 10; Habc. 11-12
Lc. 19, 45-48


Si ayer, cuando contemplábamos y meditábamos el llanto de Jesús sobre la ciudad de Jerusalén, hacíamos mención al gran amor que todo israelita tenía a la ciudad de Sión y al Templo de Dios en ella situado, hoy la Palabra de Dios en ambos textos nos habla directamente del Templo, su valor y su significado.
En la primera lectura, tras las guerras macabeas al recuperar la ciudad santa una primera cosa que hacen es la reconstrucción del templo, su purificación y su consagración. Es lo que nos relata el texto de los Macabeos. La alegría del pueblo al ver reconstruido y purificado el Templo del Señor. ‘Durante ocho días celebraron la consagración, ofreciendo con alegría holocaustos y sacrificios de comunión y alabanza’.
Por el contrario en el evangelio vemos cómo aquella casa de oración se ha convertido ‘en una cueva de bandidos’, en frase de Jesús. Jesús expulsa a los vendedores del templo que se habían posesionado de sus atrios y naves para el mercadeo de aquellos animales que habían de ofrecerse en los sacrificios.
No puede ser un mercado lo que es casa de oración y de escucha de la Palabra. Son las dos referencias que nos da el Evangelio para decirnos lo que en verdad ha de ser el Templo del Señor. El silencio, el recogimiento, la devoción son necesarios para esa oración al Señor y para esa escucha de la Palabra.
Era habitual que en aquellos pórticos abiertos que rodeaban toda la explanada del templo se situaran los doctores de la ley para proclamar la Palabra del Señor y hacer sus enseñanzas y explicaciones a todos los que acudían al templo por un motivo u otro. Nos recuerda otro pasaje del evangelio que nos habla de Jesús niño perdido y hallado en el templo ‘en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas’, como nos cuenta también el mismo san Lucas. A mí me recuerda los grupos de catequistas y de formación de niños, jóvenes y mayores que en nuestros templos parroquiales y sus aledaños los salones de la Parroquia también se reúnen para escuchar la enseñanza y la catequesis.
Allí se situaba también Jesús enseñando al pueblo cuando venía a Jerusalén. ‘Todos los días enseñaba en el Templo’. Era en verdad el único Maestro verdadero porque El es el Camino y la Verdad y la Vida. Solo Jesús es el que puede revelarnos plenamente todo el Misterio de Dios. ‘Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar’, que tantas veces hemos recordado. Así vemos a Jesús, el Maestro, el Rabí, como le llaman y le reconocen Nicodemo, María Magdalena, los propios fariseos y doctores y tantos y tantos en el evangelio.
Así lo vemos enseñando aunque como ya nos adelanta hoy el evangelio hay muchos que quieren quitarlo de en medio. ‘Los sumos sacerdotes, los letrados y los ancianos del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios’.
Jesús daría otra interpretación, ‘no había llegado su hora’. El sabía cuando llegará el momento. Y está pronto para la entrega. Además El había anunciado lo que le sucedería en Jerusalén. Por eso dirá el evangelista Juan al comenzar el relato de la cena pascual. ‘Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo…’
Pero centrémonos en el mensaje de hoy. El Templo del Señor, la casa de oración, el lugar privilegiado de la escucha de la Palabra de Dios, momento y ocasión propicia para la alabanza, la acción de gracias y la bendición al Señor como hacemos nosotros en la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos. Como estamos haciendo ahora en nuestra celebración Eucarística.

jueves, 19 de noviembre de 2009

No reconociste el momento de mi venida

1Mac. 2, 15-29
Sal. 49
Lc. 19, 41-44


Bajando el monte de los Olivos en dirección hacia la ciudad de Jerusalén hay un lugar donde se hace una parada para contemplar una bella panorámica de la ciudad santa. Es un lugar muy hermoso. Hay allí una pequeña capilla llamada ‘Dominus flevit’, donde el Señor lloró que nos recuerda el episodio que hoy nos narra el evangelio.
‘Al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando: ¡Si al menos tú comprendieses en este día lo que conduce a la paz…!’ Y anuncia Jesús que de todo aquello no quedará nada, ‘no dejarán piedra sobre piedra’, como sucedería pocos años más tarde con la destrucción de Jerusalén.
Vamos también nosotros a hacer una parada para contemplar y meditar, aunque sea brevemente, ese llanto de Jesús sobre la ciudad. Todo israelita amaba profundamente Jerusalén donde estaba el Templo del Señor. Allí acudían de todas partes en la Pascua y otras fiestas judías. Allí tenían el Templo signo de la presencia del Señor para los sacrificios y las oraciones comunitarias. De ahí ese sufrimiento humano también de Jesús por aquella ciudad que no lo acogía y que un día sería destruida.
‘No reconociste el momento de mi venida’, le dice Jesús. Allí encontrará sus principales oponentes y será allí donde va a ser entregado por los sumos sacerdotes y el sanedrín a los gentiles para que sea crucificado. El lo había anunciado repetidas veces. ‘Mirad que subimos a Jerusalén y todo lo que escribieron los profetas sobre el Hijo del Hombre se va a cumplir. Será entregado a los gentiles, escarnecido, ultrajado… después de azotarlo lo matarán, pero al tercer día resucitará…’
Yo os invito y quiero hacerlo yo mismo el primero a ponernos delante de Jesús y sus lágrimas. ¿Nos dirá también a nosotros ‘no reconociste el momento de mi venida’? ¿Habremos sabido reconocer la presencia del amor de Dios en nuestra vida? ¡Cuánto nos ha amado el Señor y cuánto nos sigue amando!
De tantas manera sigue llegando el Señor a nosotros en las circunstancias concretas que vivimos en la vida de cada día. Os comento algo personal que me ayudó mucho a mí. Fue en la muerte de mi madre, en las vísperas de la navidad. Sentí lo que me decía el Señor en su Palabra y a través del sacerdote que dijo la homilía en el momento de su entierro. La venida del Señor a mí aquel año en aquella navidad era en la muerte de mi madre. Así lo supe ver. El Señor que así llegaba a mi vida y así se me manifestaba. Perdonen esta referencia personal.
Dios viene a nosotros y está derramando su amor en nuestra vida en esos hechos concretos que vivimos: ancianidad, debilidades, enfermedad, problemas que nos vamos encontrando, cosas que suceden a nuestro lado quizá de forma imprevista… Tenemos que saber descubrir su presencia, su venida a nosotros.
Que no tengamos que escuchar esas palabras de Jesús como un reproche ‘no supisteis reconocer mi venida’, sino que todo lo contrario todo eso nos impulse a abrir los ojos de la fe para descubrirle, sentirle, vivirle, como ahora viene a nosotros también en esta Palabra proclamada y en esta Eucaristía.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Fidelidad en la esperanza de la vida eterna

2Mac. 7, 1.20-31
Sal. 16
Lc. 19. 11-28


Dos pensamientos a subrayar en los dos textos de la Palabra de Dios proclamada hoy.
Por una parte del libro de los Macabeos nos presenta un mensaje de esperanza y de confianza total en el Señor que les ayuda a mantener su fidelidad a la Alianza y al Señor frente a las persecuciones que sufren. En el fondo podemos decir que hay un anuncio de vida eterna y de resurrección.
La madre de aquellos siete jóvenes macabeos en una admirable fortaleza va animando a cada uno de sus hijos a soportar el tormento que padecen por su fidelidad a la Alianza. ‘El Creador, en su misericordia, os devolverá el aliento y la vida si ahora os sacrificáis por su ley’, les dice. Y al más pequeño lo anima diciéndole también: ‘Mira el cielo y mira la tierra, fíjate en todo lo que contienen y ten presente que Dios lo creó todo de la nada, y lo mismo da el ser al hombre. No temas a ese verdugo; ponte a la altura de tus hermanos y acepta la muerte. Así, por la misericordia de Dios, te recobraré junto con ellos’. Esperanza, pues, de vida eterna y de resurrección.
Por su parte en el evangelio Jesús propone una parábola cuando ‘estaban cerca de Jerusalén’. Y la razón podíamos decir para esta parábola es porque ‘pensaban que el Reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro’. La cercanía de Jerusalén y lo que Jesús les había venido anunciando de que algo grande iba a suceder, les hacía pensar esto. Pero, podríamos decir, que quiere mantener esa esperanza, pero también hacerles comprender la responsabilidad con que hemos de tomarnos la vida en todo momento. Pensamos en la plenitud del Reino que vamos a vivir junto a Dios en el cielo, pero eso mismo nos obliga a desempeñar nuestra tarea con fidelidad mientras seguimos caminando por este mundo en esta vida terrena.
‘Un hombre noble se marchaba de viaje… pero antes llamó a diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro diciéndoles: negociad mientras vuelvo…’ A su venida les pide cuentas en la exigencia de que habían de haber negociado aquella onza que se les había entregado. Unos entregan más y otros menos, pero reciben la alabanza de su señor. Vemos también lo que le sucede al que guardó la onza y no la negoció, no la trabajó.
En estos días del final del año litúrgico se nos está hablando continuamente, como fue el domingo pasado, de la segunda venida del Señor al final de los tiempos. Como confesamos en el Credo ‘está sentado a la derecha del Padre y desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos’. Viene el Señor y ante El hemos de presentarnos. Que en el juicio de Dios el Señor nos encuentre con las manos llenas, porque hayamos sabido administrar bien la onza de oro que nos ha entregado, la vida que nos ha confiado con todos sus talentos.
Nos acogemos a la misericordia infinita de Dios, y porque hayamos querido ser fieles, a pesar de nuestras limitaciones y pecados alcancemos el premio de la vida eterna. Mantengamos nuestra fe, nuestra fidelidad. Mantengamos nuestra esperanza en la vida eterna y en la resurrección futura que por la misericordia de Dios sea para vida de dicha sin fin junto a Dios.

Ánimo, soy yo, no temáis


Hechos, 28, 11-16.30-31
Sal. 97
Mt. 14, 22-33



Recientemente celebramos la Dedicación de la Basílica de Letrán en Roma, la catedral del Papa y ya nos hacíamos ese día una reflexión sobre ese hermoso sentido de comunión eclesial que tenía dicha celebración. Podíamos decir, pues, que esta celebración es una invitación a la comunión; esa comunión necesaria que hemos de vivir en cuanto somos iglesia, comunidad, pueblo de Dios, o familia de Dios, decíamos en la reflexión de ese día.
Con un mismo sentido eclesial celebramos el pasado domingo el Día de la Iglesia diocesana sintiéndonos esa familia, esa comunidad, ese pueblo de Dios que camina en concreto en lo que es nuestra diócesis.
Hoy tenemos otra celebración, con ese sentido y carácter eclesial que es la Dedicación de las Basílicas de los Príncipes de los Apóstoles, San Pedro y San Pablo en Roma. Basílicas que nos recuerdan la predicación de los Apóstoles en Roma y también su martirio, pues en ambas se guardan las tumbas de los Apóstoles.
Por eso la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, ha hecho referencia a la llegada del Apóstol Pablo a Roma, tal como nos lo relata el final de dicho libro del Nuevo Testamento. Por su parte el Evangelio nos hace una hermosa referencia al apóstol Pedro en la escena que hemos escuchado de Jesús caminando sobre el agua del lago después de la multiplicación de los panes allá en el desierto.
‘Ánimo, soy yo, no temáis’, les dice Jesús cuando ellos asustados creían ver un fantasma. Allí está la intrepidez de Pedro que quiere ir al encuentro de Jesús caminando también sobre el agua. ‘Maestro, si eres tú, mándame ir a ti andando sobre el agua’. A la llamada de Jesús camina sobre el agua hasta que duda, le entra miedo y comienza a hundirse. ‘¡Señor, sálvame!’, es su grito y súplica. ‘¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
La Iglesia, nosotros tenemos que mantenernos firmes en nuestra fe aunque sean tiempos o momentos difíciles. Nos puede parecer que nos hundamos, porque son muchas las cosas que caen sobre nosotros, sentimos nuestra debilidad y las tentaciones nos acechan, pero ahí está el Señor. No lo podemos dudar.
El nos ha dejado su Espíritu: el Espíritu que guía a la Iglesia, que guía y sostiene a sus pastores, que nos fortalece a todos en todo momento. No podemos temer. ‘Ánimo, soy yo’, nos dice también a nosotros Jesús. Y nos tiende su mano, está junto a nosotros en nuestro caminar, aunque sea difícil o tengamos vientos en contra en tantas tentaciones y desánimos que podamos sentir. En la Iglesia también se nos manifiesta, también está junto a nosotros. En los sacramentos y en la palabra nos alimentamos cada día
¿A qué venimos aquí cada mañana a celebrar la Eucaristía sino a sentir su presencia que nos fortalece y anima, a alimentarnos de su vida que nos llena y nos inunda?
Que no nos falte la fe. Que no se nos apague nunca la fe.

martes, 17 de noviembre de 2009

Un testimonio de fidelidad hasta la muerte

Mc. 6, 18-31
Sal. 3
Lc. 19.1-10


Ayer comenzamos a leer el libro de los Macabeos, que continuaremos escuchando toda esta semana, salvo algún de celebración especial. Nos narra la resistencia de los hermanos Macabeos – de ahí su nombre – contra las acciones de Antioco Epifanes que pretendía suprimir la religión judía bajo el signo del paganismo.
Lo que ayer escuchamos nos describe el cuadro con la deserción de muchos judíos que renegaban de su fe para realizar cultos paganos, abandonando las leyes y costumbres judías. Pero como terminaba diciéndonos ayer ‘hubo muchos israelitas que resistieron, haciendo el firme propósito de no contaminarse ni profanar la Alianza. Y murieron…’
Hoy nos presenta el texto un personaje concreto, Eleazar ‘uno de los principales maestros de la ley, hombre de edad avanzada y semblante muy digno’. El prefería ‘una muerte honrosa a una vida de infamia’. Pretendían ayudarla a salvar la vida con la simulación. Como hemos escuchado ‘él adoptando una actitud cortés, digna de sus años, de su noble ancianidad, de canas honradas e ilustres, de su conducta intachable y sobre todo digna de la ley santa de Dios’ rehusó lo que le ofrecían. ‘Enviadme al sepulcro… no es digno de mi edad ese engaño…’ No quería dejar tampoco un mal ejemplo para los jóvenes y prefirió la muerte, ‘dejando un ejemplo memorable de heroísmo y virtud’.
Es un testimonio hermoso muy válido también para los hombres de nuestro tiempo. Un anticipo de lo que fueron y siguen siendo los mártires cristianos de todos los tiempos. La fidelidad al Señor por encima de todo, incluso de la propia vida.
Es un texto de la Palabra de Dios que nos sigue hablando a todos señalándonos muchas cosas. ¿Hasta dónde llega nuestra fidelidad al Señor y a sus mandamientos? En todo aquello que hacemos, ¿nos preguntamos seriamente cuál es la voluntad del Señor? La fe no es algo que vivimos ajenos al resto de la vida, como si sólo fuera para algunas cosas. Todo lo que hagamos siempre ha de conformarse con lo que es la voluntad del Señor para que todo sea siempre para la gloria de Dios.
Con qué facilidad nos disculpamos y hasta tratamos de justificarnos cuando no somos fieles al Señor en el cumplimiento de sus mandamientos. Para todo queremos tener disculpas, pues siempre queremos poner por delante nuestras conveniencias. Nos respaldamos fácilmente en lo que todos hacen, para no querer ir a contracorriente de lo que hacen los demás, como se dice ahora lo políticamente correcto; como si la bondad o la maldad de las cosas se definiera simplemente por lo que dice o hace la mayoría. No confundamos las leyes de los hombres con la ley del Señor. Hay muchas cosas que están en profunda contradicción con lo que son nuestros principios y valores cristianos y es ahí donde tenemos que decantarnos, hacer nuestra opción en conciencia poniendo en verdad a Dios por encima de todo.
Por encima de todo está lo que es la ley del Señor plasmada en el corazón de todo hombre en la ley natural que se ve luego enriquecida por la ley positiva del Señor y por el Evangelio para nosotros los cristianos. Hemos de reconocer y no es tratar de disculpar o justificar que por la mala formación hay en muchos una gran confusión en este aspecto.
Que el Señor nos haga valientes en nuestra fe, la valentía de los mártires si fuera necesario. No tendremos que llegar quizá al martirio cruento, pero el heroísmo está en la fidelidad de cada día, incluso en las cosas pequeñas. Porque el que no sabe ser fiel en lo poco, en lo pequeño, no sabrá serlo en las cosas importantes. Necesitamos en nuestro mundo testigos, testigos de fidelidad al Señor, testigos que alienten nuestra fe y nuestra esperanza.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Pasa Jesús Nazareno

1Mac. 1, 11-16.43-45.57-60.65-67
Sal. 118
Lc. 18, 35-43

En el camino de la vida muchas veces suceden cosas ante nuestros y vamos tan absortos en lo nuestro que no nos enteramos o quizá muchas veces no nos queramos enterar; quizá nos quedamos como espectadores pero sin querer ni implicarnos ni complicarnos; pudiera haber allí que nosotros podamos hacer, o puede ser también como una llamada a nuestra vida para algo.
Algo que vemos reflejado en el evangelio de hoy y desde el que podemos ser iluminados. Jesús pasaba por Jericó y ‘había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna’. Pregunta el ciego que es el alboroto de gente que siente pasar y le responden: ‘Pasa Jesús Nazareno’.
Mucha gente en Jericó quizá ni se enteró que pasaba Jesús. Estaban quizá acostumbrados a grupos galileos que dirigiéndose a Jerusalén pasaban por allí, que no prestaban atención. Otros, curiosos, se asomarían a las puertas de las casas o a sus patios para verlos pasar. Les dirían quizá que era Jesús de Nazaret que pasaba, pero aquello no les decía nada.
Pero el ciego del camino sí quiso saber quien era el que pasaba y no quería que se paso fuese en balde. Por eso gritaba ‘¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!’, una y otra vez. Se lo quieren impedir, porque les molesta; ‘los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte’.
Me recuerda otro hecho acaecido también en Jericó al paso de Jesús. Recordamos a Zaqueo. Con curiosidad quería ver a Jesús y se sube a una higuera para desde allí verlo pasar. Era sólo curiosidad, aunque como luego sabemos sucederían muchas cosas de manera que la salvación llegaría a la casa de Zaqueo. Pero también ese hombre tuvo sus dificultades. ‘Era pequeño de estatura’, y con la gente no podía verlo. Pero quizá estaba también el rechazo de la gente porque era un publicano, un pecador. Barreras para llegar a Jesús como en el ciego al que quieren hacer callar.
Y nosotros ¿cómo nos acercamos a Jesús? ¿Sólo por curiosidad? ¿también tenemos barreras?
También hoy nos encontramos con personas que no se inmutan ante el hecho religioso, a los que las fe no les dice nada. Pasan de todo, como se dice hoy. Están los que por curiosidad, o porque es una costumbre o una tradición se acercan a la Iglesia, ‘van a ver la procesión o a ver los santos’, tienen quizá una religiosidad muy elemental, pero de ahí no pasan. Pero están también las barreras del qué dirán, de los que quizá nos hacen la guerra y quieren desterrar el hecho religiosa de la vida y de la sociedad, de los que quizá su vida sea un contra-testimonio y hasta escándalo y puedan ser impedimento para los que demás se acerquen a la fe. En muchas barreras podemos pensar que ponemos nosotros mismos con nuestras malas costumbres o con nuestro pecado.
El ciego de Jericó se interesó por Jesús que pasaba a su lado, supo superar las barreras, no dejó que el paso de Jesús fuera en vano, y llegó a alcanzar no sólo la luz de sus ojos sino la salvación. Tiene que ser nuestro camino. Interesarnos, buscarle, despertar nuestra fe que no se quede en mera tradición o costumbre ni sólo en curiosidad. Tenemos que llegar hasta Jesús para conocerlo de verdad, para que en verdad llegue su salvación a nosotros. Clamamos y suplicamos desde nuestra ceguera, nuestra situación, nos pecados, los obstáculos que podamos encontrar, pero queremos llegar a Jesús.
‘Recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios’. Sintiendo su salvación tenemos glorificar a Dios y seguirle. Es lo que tiene que provocar la fe en nosotros. Nos sentimos iluminados, salvados, llenos de nueva vida y todo siempre para la gloria de Dios. Y nos ponemos a seguirle, y seguirle desinteresadamente. Porque por Jesús merece la pena dejarlo todo. ‘Pasa Jesús de Nazareno’ y tiene que ser para nosotros un paso de vida y de salvación.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Verán venir al Hijo del hombre con gran poder y majestad


Dan.12, 1-3;

Sal. 15;

Heb. 10, 11-14.18;

Mc. 13, 24-32


Hay aspectos de nuestra fe, que son contenidos muy específicos del Credo que profesamos, que algunas veces parece que tenemos apartados a un lado, como un coche que no utilizamos y que nos parece que no necesitamos. Todo el contenido de nuestra fe es importante porque esa fe que profesamos envuelve totalmente nuestra vida, algo más, nos tiene que impregnar desde lo más hondo y es lo que da un sentido pleno a nuestra existencia.
Hoy hemos escuchado decir a Jesús en el Evangelio. ‘Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a los elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo’. Nos habla de su vuelta, su retorno, su segunda venida al final de los tiempos. Un aspecto en el que no solemos pensar, que forma parte de nuestra fe y que ha de alentar fuertemente nuestra esperanza cristiana.
Complementando, si lo queremos decir así, esto que Jesús nos ha dicho hoy le escucharemos también declarar ante el Sanedrín cuando el pontífice la pregunta si El es el Hijo de Dios. ‘Tú lo has dicho. Y yo os digo que veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Padre y viniendo entre las nubes del cielo’. A la afirmación de que es el Hijo de Dios une el anuncio de su venida al final de los tiempos.
Igualmente este texto nos recordará la alegoría del juicio final ‘cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria y todos los ángeles con El, se sentará sobre un trono de gloria’. Y también, ¿qué es lo que decimos en el Credo? ‘Subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin’.
Todo esto lo expresamos en distintos momentos de la liturgia. Por una parte en la plegaria eucarística, al hacer memorial de su muerte, resurrección y ascensión al cielo decimos ‘mientras esperamos su venida gloriosa te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo… sacrificio agradable a ti y salvación para el mundo entero’.
Por otra parte pediremos vernos libres de todo mal, llenos de paz, ‘libres del pecado, protegidos de toda perturbación mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo’; así decimos en el embolismo del padrenuestro.
Me ha parecido importante subrayar en nuestra reflexión estos textos de la Escritura y de la liturgia porque tenemos que ver que lo que creemos y lo que celebramos están muy unidos entre si y con la vida que vivimos; y también para resaltar esa virtud de la esperanza en la venida del Señor y en la vigilancia para estar preparados para su encuentro que ‘no sabemos el día ni la hora’.
Jesús, cuando nos habla de todo esto, nos ha propuesto la pequeña parábola de la higuera y sus brotes en la primavera anunciadores de la plenitud de un verano cargado de frutos. ‘Cuando las ramos se ponen tiernas y brotan las yemas, deducimos que el verano está cerca’, nos dice. Por eso, nos añade Jesús: ‘Sabed que el Señor está cerca, a la puerta’. Estemos atentos entonces para ver las señales de la venida del Señor, como las yemas que brotan en la higuera.
Esto entraña vigilancia, estar atentos. En la antífona del aleluya antes del evangelio se nos dijo con palabras de Jesús. ‘Estad siempre despiertos y pidiendo fuerza para mantenernos en pie ante el Hijo del Hombre’. Despiertos y en pie, nos ha dicho.
Hay quienes al pensar estas cosas se ponen nerviosos y llenos de temor. No es lo que el Señor pretende. El quiere que nunca perdamos la paz. Es un encuentro con El. Tendría que ser de gozo y de alegría, como cuando vamos a encontrarnos con quien amamos y sabemos que nos ama. Como cristianos, a pesar de nuestras flaquezas y debilidades, tendríamos que vivir siempre llenos de Dios. ¿Por qué temer, entonces, ese encuentro pleno y definitivo con El?
Simplemente Jesús nos pide vigilancia. Vigilar es saber dar a cada momento la importancia que tiene. Cada situación que vamos viviendo en cada momento de la vida es como una llamada del Señor para vivirla según el Espíritu y el Evangelio. Hay que estar atentos, pues, a las personas que nos rodean, a las circunstancias que vivimos para saber decidir en todo momento cómo vas a vivir esa relación con el otro, esa situación en la que nos encontramos según nos enseña el Evangelio. Es así como nos estamos manifestando como cristianos. El Espíritu del Señor nos irá iluminando allá en lo hondo del corazón y si nos dejamos conducir por El siempre haremos la bueno, lo mejor, lo que más agrada a Dios.
Llegará el Señor y nos encontrará como el administrador fiel atento a su responsabilidad, como los siervos eficientes que en cada momento saben lo que tienen que hacer. El juicio de Dios sobre nuestra vida será entonces benevolente y se cumplirá en nosotros aquello que hemos escuchado hoy al profeta Daniel. ‘Muchos de los que duermen en el polvo despertarán para una vida eterna’. Seremos, entonces, como ‘los sabios que brillarán como el fulgor del firmamento… como las estrellas por toda la eternidad’.
Como decíamos al principio, estos aspectos de nuestra fe, estos artículos de nuestro Credo es bueno recordarlos y tenerlos muy presentes, muy en cuenta porque todo ello motivaría más nuestra vida para vivir en esperanza, para vivir un vida más santa.