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miércoles, 18 de noviembre de 2009

Fidelidad en la esperanza de la vida eterna

2Mac. 7, 1.20-31
Sal. 16
Lc. 19. 11-28


Dos pensamientos a subrayar en los dos textos de la Palabra de Dios proclamada hoy.
Por una parte del libro de los Macabeos nos presenta un mensaje de esperanza y de confianza total en el Señor que les ayuda a mantener su fidelidad a la Alianza y al Señor frente a las persecuciones que sufren. En el fondo podemos decir que hay un anuncio de vida eterna y de resurrección.
La madre de aquellos siete jóvenes macabeos en una admirable fortaleza va animando a cada uno de sus hijos a soportar el tormento que padecen por su fidelidad a la Alianza. ‘El Creador, en su misericordia, os devolverá el aliento y la vida si ahora os sacrificáis por su ley’, les dice. Y al más pequeño lo anima diciéndole también: ‘Mira el cielo y mira la tierra, fíjate en todo lo que contienen y ten presente que Dios lo creó todo de la nada, y lo mismo da el ser al hombre. No temas a ese verdugo; ponte a la altura de tus hermanos y acepta la muerte. Así, por la misericordia de Dios, te recobraré junto con ellos’. Esperanza, pues, de vida eterna y de resurrección.
Por su parte en el evangelio Jesús propone una parábola cuando ‘estaban cerca de Jerusalén’. Y la razón podíamos decir para esta parábola es porque ‘pensaban que el Reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro’. La cercanía de Jerusalén y lo que Jesús les había venido anunciando de que algo grande iba a suceder, les hacía pensar esto. Pero, podríamos decir, que quiere mantener esa esperanza, pero también hacerles comprender la responsabilidad con que hemos de tomarnos la vida en todo momento. Pensamos en la plenitud del Reino que vamos a vivir junto a Dios en el cielo, pero eso mismo nos obliga a desempeñar nuestra tarea con fidelidad mientras seguimos caminando por este mundo en esta vida terrena.
‘Un hombre noble se marchaba de viaje… pero antes llamó a diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro diciéndoles: negociad mientras vuelvo…’ A su venida les pide cuentas en la exigencia de que habían de haber negociado aquella onza que se les había entregado. Unos entregan más y otros menos, pero reciben la alabanza de su señor. Vemos también lo que le sucede al que guardó la onza y no la negoció, no la trabajó.
En estos días del final del año litúrgico se nos está hablando continuamente, como fue el domingo pasado, de la segunda venida del Señor al final de los tiempos. Como confesamos en el Credo ‘está sentado a la derecha del Padre y desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos’. Viene el Señor y ante El hemos de presentarnos. Que en el juicio de Dios el Señor nos encuentre con las manos llenas, porque hayamos sabido administrar bien la onza de oro que nos ha entregado, la vida que nos ha confiado con todos sus talentos.
Nos acogemos a la misericordia infinita de Dios, y porque hayamos querido ser fieles, a pesar de nuestras limitaciones y pecados alcancemos el premio de la vida eterna. Mantengamos nuestra fe, nuestra fidelidad. Mantengamos nuestra esperanza en la vida eterna y en la resurrección futura que por la misericordia de Dios sea para vida de dicha sin fin junto a Dios.

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