1Mac. 4, 36-37.52-59
Salmo: 1Cron. 29, 10; Habc. 11-12
Lc. 19, 45-48
Salmo: 1Cron. 29, 10; Habc. 11-12
Lc. 19, 45-48
Si ayer, cuando contemplábamos y meditábamos el llanto de Jesús sobre la ciudad de Jerusalén, hacíamos mención al gran amor que todo israelita tenía a la ciudad de Sión y al Templo de Dios en ella situado, hoy la Palabra de Dios en ambos textos nos habla directamente del Templo, su valor y su significado.
En la primera lectura, tras las guerras macabeas al recuperar la ciudad santa una primera cosa que hacen es la reconstrucción del templo, su purificación y su consagración. Es lo que nos relata el texto de los Macabeos. La alegría del pueblo al ver reconstruido y purificado el Templo del Señor. ‘Durante ocho días celebraron la consagración, ofreciendo con alegría holocaustos y sacrificios de comunión y alabanza’.
Por el contrario en el evangelio vemos cómo aquella casa de oración se ha convertido ‘en una cueva de bandidos’, en frase de Jesús. Jesús expulsa a los vendedores del templo que se habían posesionado de sus atrios y naves para el mercadeo de aquellos animales que habían de ofrecerse en los sacrificios.
No puede ser un mercado lo que es casa de oración y de escucha de la Palabra. Son las dos referencias que nos da el Evangelio para decirnos lo que en verdad ha de ser el Templo del Señor. El silencio, el recogimiento, la devoción son necesarios para esa oración al Señor y para esa escucha de la Palabra.
Era habitual que en aquellos pórticos abiertos que rodeaban toda la explanada del templo se situaran los doctores de la ley para proclamar la Palabra del Señor y hacer sus enseñanzas y explicaciones a todos los que acudían al templo por un motivo u otro. Nos recuerda otro pasaje del evangelio que nos habla de Jesús niño perdido y hallado en el templo ‘en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas’, como nos cuenta también el mismo san Lucas. A mí me recuerda los grupos de catequistas y de formación de niños, jóvenes y mayores que en nuestros templos parroquiales y sus aledaños los salones de la Parroquia también se reúnen para escuchar la enseñanza y la catequesis.
Allí se situaba también Jesús enseñando al pueblo cuando venía a Jerusalén. ‘Todos los días enseñaba en el Templo’. Era en verdad el único Maestro verdadero porque El es el Camino y la Verdad y la Vida. Solo Jesús es el que puede revelarnos plenamente todo el Misterio de Dios. ‘Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar’, que tantas veces hemos recordado. Así vemos a Jesús, el Maestro, el Rabí, como le llaman y le reconocen Nicodemo, María Magdalena, los propios fariseos y doctores y tantos y tantos en el evangelio.
Así lo vemos enseñando aunque como ya nos adelanta hoy el evangelio hay muchos que quieren quitarlo de en medio. ‘Los sumos sacerdotes, los letrados y los ancianos del pueblo intentaban quitarlo de en medio; pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada, porque el pueblo entero estaba pendiente de sus labios’.
Jesús daría otra interpretación, ‘no había llegado su hora’. El sabía cuando llegará el momento. Y está pronto para la entrega. Además El había anunciado lo que le sucedería en Jerusalén. Por eso dirá el evangelista Juan al comenzar el relato de la cena pascual. ‘Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo…’
Pero centrémonos en el mensaje de hoy. El Templo del Señor, la casa de oración, el lugar privilegiado de la escucha de la Palabra de Dios, momento y ocasión propicia para la alabanza, la acción de gracias y la bendición al Señor como hacemos nosotros en la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos. Como estamos haciendo ahora en nuestra celebración Eucarística.
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