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sábado, 19 de agosto de 2017

La mirada limpia de los niños sin ninguna malicia en el corazón tendría que ser siempre nuestra mirada porque siendo como ellos mereceremos la bienaventuranza de poder ver a Dios

La mirada limpia de los niños sin ninguna malicia en el corazón ha de ser siempre nuestra mirada porque siendo como ellos mereceremos la bienaventuranza de poder ver a Dios

Josué 24,14-29; Sal 15; Mateo 19,13-15
No queremos seguir siendo niños ni que nos traten como niños. Queremos crecer. Es ley de vida, podríamos decir, porque la vida es crecimiento, maduración; queremos llegar a ser adultos, porque así tenemos, o creemos tener, nuestra autonomía, nuestra propia personalidad, nuestro propio ser. No queremos que decidan por nosotros, y en la medida en que el niño va creciendo le vamos enseñando a tomar sus propias decisiones hasta que vaya alcanzando esa madurez. Lo peor que nos puede pasar es que nos traten de una forma infantil, porque aun nos consideren niños.
Forma parte todo esto de nuestro desarrollo personal, de nuestra maduración como personas. Cuando vemos a alguien que no se comporta con la debida madurez decimos que se comporta como un niño porque no sabe tomar sus propias decisiones de forma responsable, sabiendo lo que quiere.
Pero hoy Jesús nos desconcierta. La ocasión fue que las madres traían a sus niños para que Jesús les bendijera y los discípulos muy celosos de su maestro y que nada le perturbara trataban de quitarlos de en medio. Ya sabemos cómo son los niños cuando les das confianza y ellos se sienten a gusto. Poco menos que se suben encima de uno. Pero no es eso lo que Jesús quiere. Se siente a gusto con los niños, con su inocencia, con su cariño espontáneo, con la generosidad que suele haber siempre en el corazón de los niños, en ellos no aparece nunca la malicia sino la espontaneidad y lo que buscan es la relación y el encuentro.
De ahí la respuesta a la postura de los discípulos y la actitud de Jesús. ‘Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos’. Y Jesús los atraía hacia él, los abrazaba y los bendecía.
Bendice a los niños. Puede tener esto un gran significado. En aquella sociedad los niños eran poco considerados y valorados. No se les tenía en cuenta. Pero Jesús quiere contar con ellos, más aun, quiere expresarnos en la actitud de los niños algo que no debe faltar nunca en nuestro corazón. No es infantilizar nuestra vida porque, como decíamos antes, tenemos que crecer y que madurar. Pero nuestro crecimiento y maduración no tiene que significar llenar de malicia nuestro corazón.
Esa mirada limpia de los niños sin ninguna malicia en su corazón tendría que ser siempre nuestra mirada. Ya sabemos lo que nos suele suceder, nos llenamos de desconfianzas, recelos que nos hacen no creer en las personas; andamos con la sospecha detrás de la oreja y queremos ver intenciones ocultas en lo que hacen los demás; nos movemos demasiado por intereses y si no sacamos nada para nuestro provecho nos parece que no merece la pena embarcarse en tareas que nos pueden comprometer u ocupar nuestro tiempo.
Y ya sabemos bien que cuando vamos así por la vida vamos llenando de amarguras nuestro corazón y terminamos porque nosotros nos manifestemos como realmente somos, fácilmente ocultamos otra cara en lo que hacemos, y no expresamos nuestra confianza en las personas. Y así no podemos vivir felices porque los recelos y las desconfianzas nos quitan la paz.
En muchas mas cosas podríamos fijarnos de esas actitudes de los niños que Jesús quiere que copiemos en nuestros corazones. Repito, no es infantilizar nuestra vida porque tenemos que madurar como personas, pero que haya esa pureza de corazón que merece la bienaventuranza del Señor. ‘Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios’. Como nos dice hoy ‘de los que son como ellos es el reino de los cielos’.

viernes, 18 de agosto de 2017

Un bello edificio construido sobre el sólido cimiento del amor que en todo momento hemos de saber cuidar y mantener restaurado para contener la inestimable riqueza de la familia


Un bello edificio construido sobre el sólido cimiento del amor que en todo momento hemos de saber cuidar y mantener restaurado para contener la inestimable riqueza de la familia

Josué 24,1-13; Sal 135; Mateo 19,3-12

Caminando por nuestros pueblos y ciudades muchas veces se queda uno maravillado al contemplar bellos edificios en los que a pesar quizás del paso del tiempo sin embargo los seguimos contemplando llenos de belleza y esplendor observando la fortaleza de su construcción que no se ha debilitado, como decíamos, por el paso de los años. Fueron construidos sobre sólidos cimientos y se nota el mimo y el cuidado con que fueron levantados y posteriormente conservados para mantener así esa solidez y esa belleza.
Quizá a su lado observamos edificios en estado ruinoso, no porque no fueran levantados en el lugar adecuado y con los correspondientes cimientos, sino porque quizá sus propietarios no los cuidaron con igual mimo y el paso de los años ha ido dejando en ellos huellas de deterioro y quizá casi de ruina. Una cuidada conservación es casi tan importante como la solidez inicial con que fue construido, porque de lo contrario toda aquella belleza un día se nos vendrá abajo y se destruirá.
Esto me hace pensar en ese edificio tan maravilloso que construimos en la vida y que con tanto cuidado hemos de conservar. No es solo nuestra propia vida individual que hemos de saber edificar bien en el fundamente de unos verdaderos valores y que luego hemos de hacer madurar con el paso de los años manteniendo el cultivo de esos valores que enriquecen nuestra persona.
Pero ahora quiero pensar en ese maravilloso edificio que es el matrimonio sobre el cual vamos a asentar nada menos que toda la riqueza de una familia. No podemos ir a lo loco y a ciegas en el inicio de su construcción, porque ya cada uno de los que componen la pareja que constituye ese edificio por si mismo ha de poner esos sólidos fundamentos en su vida. Pero ahí está la importancia del inicio de esa relación que nos lleva a construir y constituir esa vida en común que es la pareja, que es el matrimonio. No nos podemos cegar por apariencias que nos encandilen ni por pasiones que se nos desborden y que nos impidan poner los sólidos fundamentos de ese amor sobre el que hemos de construir nuestra relación.
Amistad que es comunicación y relación, diálogo que es descubrir los valores de cada uno que hemos de desarrollar, paciencia sin límites para saber ir haciendo las correcciones que sean necesarias para que haya esa verdadera comunicación, sinceridad para poder llegar a ese profundo conocimiento…, muchas cosas más, posturas, actitudes, valores que hemos saber ir descubriendo y cultivando con profundidad para que no nos encontremos en el futuro con la sorpresa de no haber puesto ese sólido cimiento.
Pero será construcción que hemos de mantener siempre en activo, pues aunque llegue el momento en que ya podemos habitar ese edificio porque de verdad se quiere ser pareja matrimonial, el cuidado de ese edificio no lo podemos nunca abandonar. Es grande la riqueza que se va a generar en él con la constitución de una familia y eso mismo nos obliga a mantener ese permanente cuidado para saber reparar, restaurar, mantener en su belleza ese maravilloso edificio del matrimonio y la familia. No podemos permitir que haya valores que se desgasten y se pierdan, cada día hemos de saber descubrir nuevas cosas en la vida de sus miembros que nos hagan enamorarnos de nuevo de quienes son ese amor de nuestra vida.
Me hago esta reflexión cuando hoy en el evangelio Jesús quiere recordarnos esa indisolubilidad del matrimonio y los judíos de entonces le planteaban, como se siguen planteando hoy, los problemas de las rupturas y de los divorcios porque parece que el amor se acaba y se rompe la relación entre personas que se amaban. No nos podemos dejar cautivar por la superficialidad con que se afronta muchas veces la vida olvidando los verdaderos valores que la enriquecen.
Además como creyentes y cristianos hemos de saber reconocer la fuerza de gracia que tenemos en el matrimonio que es sacramento del amor que Cristo nos tiene y que así entonces se hace presente en todas las realidades de nuestra vida, también en el matrimonio y la familia para enriquecerlos y fortalecernos con su gracia. Olvidamos muy pronto muchas veces lo que es la gracia del sacramento del matrimonio y cuando hemos de restaurar algo de ese amor que pueda perder su brillo no sabemos contar con la fuerza y la gracia de la presencia del Señor en nuestra vida.
Cuidemos ese hermoso edificio, que resplandezca siempre por su belleza, solidez y esplendor; que podamos cultivar y guardar en él esa riqueza inmensa que es la familia, célula fundamental de una sociedad mejor.

jueves, 17 de agosto de 2017

Qué dichosos seríamos si fuésemos capaces de aceptarnos y perdonarnos siempre porque así mereceríamos la bienaventuranza de Jesús para los que son misericordiosos de corazón

Qué dichosos seríamos si fuésemos capaces de aceptarnos y perdonarnos siempre porque así mereceríamos la bienaventuranza de Jesús para los que son misericordiosos de corazón

Josué, 3,7-10a. 11. 13-17; Sal 113; Mateo 18,21. -19,1
Una buena convivencia en armonía y paz es lo que todos deseamos; saber entendernos y comprendernos, aceptarnos mutuamente sabiendo que todos tenemos limitaciones y podemos errar, procurar siempre el bien de los demás ofreciendo con generosidad nuestros servicios, nuestras buenas acciones son cosas que deseamos.
Pero bien sabemos que aunque lo intentemos con buena voluntad no siempre es fácil. Surgen las incomprensiones, aparecen en ocasiones los malos modos y exigencias, tenemos la tendencia a querer dominar y que se hagan las cosas según nuestro gusto, y llega un momento en que nos sentimos molestos y ofendidos por lo que alguien hace o dice.
Lo bueno seria que supiéramos superarnos, olvidar esos malos momentos, pero algunas veces se repiten las cosas, parece que no se termina de entender que no somos los únicos ni los reyes caprichosos del mundo, y nos vienen resentimientos por lo que el otro pudo decir, o quizá incluso pensar de nosotros y no digamos nada cuando sentimos que algo nos hiere y toca fibras sensibles de nuestro corazón y nuestra vida.
Es cuando tendría que aparecer nuestra capacidad de comprender y perdonar, pero parece que no siempre está el horno para bollos, como suele decirse, y surge en nosotros una mala reacción con la que también quizá podemos ofender, o al menos nos sentimos resentidos en el corazón y ya no somos capaces de disimular, olvidar y perdonar. y cuando las situaciones se repiten una y otra vez ya no lo queremos dejar pasar y vienen esos distanciamientos, el recelo, el resentimiento y hasta los deseos de venganza; ya se rompió aquella bonita e idealizada convivencia que tanto deseamos porque comenzamos a ponernos barreras de no aceptación porque no somos capaces de perdonar.
Es el eterno problema que no sabemos resolver y que tanto daño nos hace cuando aparecen resabios de odio dentro de nosotros hacia el que me haya podido haber ofendido en alguna ocasión.
Es lo que se nos está planteando hoy en el evangelio. ¿Seremos capaces de perdonar? ¿Perdonaremos y olvidaremos restituyendo de nuevo aquellas buenas relaciones de amistad que se habían perdido? Pero cuando hay reincidencia en la ofensa ¿hasta donde tengo que llegar? ¿Cuántas veces tengo que perdonar?
Es la pregunta y el planteamiento que surge en los labios de Pedro, pero que refleja lo que pensamos en nuestro interior. Ya sabemos bien la respuesta de Jesús porque hasta tantas veces jugamos con sus palabras. Lo que Jesús nos está diciendo ahora no es sino una consecuencia de lo que ya nos propuso en el sermón del monte. Allí llamaba dichosos y bienaventurados a los que fueran misericordiosos en su corazón, a los que habían quitado toda maldad de su espíritu para vivir en la sencillez y en la humildad, a los que en verdad querían la paz y la buscaban no solo para si sino también para los demás.
Luego cuando nos hable del amor nos hablará del amor incluso a los enemigos, a los que no nos hacen bien, por los que además de querer perdonar tenemos también que rezar. Y nos habla Jesús del sol que sale sobre buenos y malos, de la lluvia que Dios envía a justos e injustos para decirnos como es el amor del Señor por todos a pesar de que le hayamos ofendido. Y nos dirá Jesús que tenemos que ser compasivos como nuestro Padre del cielo es compasivo.
No nos extraña, entonces, que Jesús nos diga ahora que no solo tenemos que perdonar siete veces sino setenta veces siete, para decirnos cómo siempre tenemos que perdonar. Y para que lo entendamos nos propone una parábola que nos habla de ese amor infinito de Dios que nos perdona aunque grandes sean nuestras deudas, nuestros pecados, y que entonces así tenemos que saber perdonar esas pequeñas cosas que nos puedan hacer nuestros hermanos. Es que nuestra vida tenemos que envolverla en la misericordia, y así siempre tenemos que perdonar.
Qué paz podemos sentir en el corazón cuando somos capaces de perdonar. Porque cuando no perdonamos somos nosotros los que lo pasamos peor porque no somos capaces de quitar esa mala semilla del rencor y resentimiento de nuestra vida, siempre lo estaremos recordando y siempre estaremos sufriendo a causa de ello. Pero cuando sabemos perdonar, la paz vuelve a nuestro corazón. Con el perdón estamos llenando de la hermosa semilla de la generosidad nuestro corazón y nuestra vida.

miércoles, 16 de agosto de 2017

El camino que hacemos en la vida no es una competición para ver quien es mejor o quien llega primero, sino un camino de hermanos que se dan la mano y mutuamente se alientan en las debilidades

El camino que hacemos en la vida no es una competición para ver quien es mejor o quien llega primero, sino un camino de hermanos que se dan la mano y mutuamente se alientan en las debilidades

Deuteronomio 34,1-12; Sal 65; Mateo18, 15-20
¿Cuál es nuestra reacción o nuestra manera de actuar cuando vemos algo que no nos gusta en alguien de los que están cercan de nosotros? Pudiera ser que en nuestra discreción nos callemos o  nos lo guardemos para nosotros, claro que siempre nos puede quedar la sospecha y la desconfianza hacia esa persona porque no nos gusta su manera de actuar. Pero hemos de reconocer que una salida fácil en la que caemos con demasiada frecuencia es el que pronto lo comentamos con el vecino, con el pariente o con aquel con quien nos decimos que tenemos mucha confianza.
Qué fáciles son las comidillas, los comentarios o los cuentitos que nos traemos los unos a los otros. No nos damos cuenta del daño que hacemos, aunque pretendamos disimularlo en decir que nosotros no levantamos ningún testimonio porque lo que contamos es bien cierto porque lo vimos con nuestros ojos.
Sembramos la desconfianza, contribuimos a quitar la buena fama o consideración que podamos tener de los demás, sin darnos cuenta quizá de que también nosotros somos débiles y tropezamos en tantas piedras en el camino de nuestra vida; bien que tratamos de disimular nuestros errores o debilidades, nos molesta que comenten de nosotros lo que hayamos hecho, y hasta tantas veces quitamos la palabra a quien sospechamos que haya podido hablar mal de nosotros.
Simplemente desde un lado humano de la vida, sintiendo que hacemos el mismo camino y todos podemos tropezar en las mismas piedras tantas veces, nuestra manera de actuar tendría que ser bien distinta. Claro que además tendríamos que considerar, pero a la inversa, aquella reacción de Caín cuando Dios le pregunta por su hermano Abel. ‘¿Es que yo soy el guardián de mi hermano?’ Digo que tendríamos que considerarlo a la inversa porque ya en el sentido que lo decía Caín lo vamos reflejando desgraciadamente tantas veces en la vida.
No nos podemos desentender de los demás, y más cuando nos tenemos que considerar hermanos. Bien que hemos de sentirnos si no guardianes sí hermanos de nuestros hermanos y lo que tendríamos es que tener preocupación por ellos queriendo que siempre caminen también por un camino recto. ¿Qué es lo que nos enseña Jesús en el evangelio?
Hoy nos habla Jesús de la corrección fraterna. Como  hermanos hemos de sabernos corregir con humildad. Nunca podemos considerar menor al hermano porque haya podido cometer errores en la vida, sino que con todo el amor del mundo, porque nos sentimos hermanos, y con toda la humildad de saber reconocer los tropiezos que nosotros también podemos tener, hemos de acercarnos al hermano para ayudarnos mutuamente.
El camino que hacemos no es una competición para ver quien llega primero o quien es mejor en la vida. Es un camino en que sabemos darnos la mano, un camino que hacemos juntos y nos estimulamos mutuamente para superar debilidades y cansancios, un camino en que sabemos alentarnos porque creemos en el hermano aunque lo podamos ver en algún momento hundido, pero sabemos estar a su lado, de la misma manera que vamos a sentir tantas veces que él también está a nuestro lado. Si supiéramos caminar así en la vida que distintas serian nuestras relaciones y nuestra convivencia, nunca nadie tendría que sentirse hundido ni verse menospreciado. Eso que quisieras para ti, trata de ofrecerlo siempre con amor a tu hermano.

martes, 15 de agosto de 2017

Contemplar y celebrar la glorificación de María en su Asunción es sentirnos estimulados porque ella es nuestro modelo y nuestro consuelo que nos llena de esperanza

Contemplar y celebrar la glorificación de María en su Asunción es sentirnos estimulados porque ella es nuestro modelo y nuestro consuelo que nos llena de esperanza

Apoc. 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab; Sal 44; 1Cor. 15, 20-27ª; Lc. 1, 39-56

En la vida necesitamos puntos de referencia que de alguna manera nos marquen el camino; no solo es señalarlos la verdadera ruta sino además servirnos como de estimulo para que sigamos avanzando a pesar de que en ocasiones el camino se nos vuelva dificultoso o nos aparezcan los problemas. No son simples señales de trafico que nos dicen por donde ir correctamente, y que si las seguimos con fidelidad estamos seguros de no errar en nuestra ruta.
Eso sería como muy elemental y más que marcas materiales, o leyes y normas que nos digan lo que podemos o no podemos hacer, como decíamos, lo que necesitamos son estímulos en quienes vemos que han hecho ese camino y nos están dando esperanza porque de alguna manera nos dicen que ellos lo hicieron antes que nosotros y nosotros podemos hacerlo también. Son los ejemplos que podemos encontrar en los demás; una persona que vemos vivir en rectitud a pesar de los avatares de la vida es la mejor prédica que podamos tener para nosotros vivir también en esa misma rectitud.
Son los ejemplos que podemos admirar en nuestros padres o las personas que influyen en nuestra educación. La altura moral que podemos descubrir en nuestros educadores es el mejor testimonio que podamos recibir para cultivar en nosotros nuestra propia personalidad. No simplemente copiados sino que su testimonio es estimulo que se puede convertir en fuerza interior para nuestro crecimiento personal.
En el camino de nuestra vida espiritual y cristiana tenemos el evangelio que nos señala cual ese ideal de nuestra vida para vivir intensamente el Reino de Dios que nos anuncia Jesús. Por supuesto sabemos que no nos falta la gracia del Señor que fortalece nuestras vidas para alcanzar esa plenitud de vida eterna que nos ofrece Jesús con su salvación.
Pero esa gracia de Dios llega a nosotros en el testimonio de los santos que ante nosotros se presentan como modelos de lo que es vivir ese camino del seguimiento de Jesús y al mismo tiempo son estimulo para nosotros para superar cuanto hayamos de superar y vencer para vivir plenamente el Reino de Dios. Es así siempre como hemos de ver los santos al lado de nuestra vida, no como unos talismanes que nos van a solucionar los problemas milagrosamente sin que nosotros pongamos de nuestra parte ese esfuerzo en el seguimiento de Jesús.
Eso podemos decir del conjunto de los santos que nos acompañan en nuestro caminar, sean los santos que en el transcurso de la historia nos han quedado ahí como modelos permanentes de nuestra vida cristiana, sean los santos que caminan aun a nuestro lado cuando el camino junto a nosotros pero cuyo testimonio podemos contemplar en su entrega, en su dedicación y en la santidad de sus vidas.
Pero ¿qué no podemos decir de María, la madre de Jesús y nuestra Madre? La hemos endiosado por llamarla la Madre de Dios, y lo es, y parece que algunas veces la hemos hecho supraterrena y la hemos colocado demasiando alta en sus altares, olvidando que ella fue una como nosotros, que caminó también sobre el barro de esta tierra al lado de Jesús y así es el mejor ejemplo de Madre que a nosotros nos puede acompañar en el camino de nuestro seguimiento de Jesús.
Hoy precisamente la contemplamos glorificada en su Asunción al cielo y la hemos llenado demasiado de mantos y de joyas, que sí es cierto le ofrecemos en nuestro amor de hijos, pero que pudieran alejarla de nosotros y no terminemos de ver cuales son las verdadera joyas que adornan su vida y en lo que es verdadero ejemplo y estimulo de lo que tiene que ser nuestro seguimiento de Jesús.
‘Ella es figura y primicia de la Iglesia’, como la proclama la liturgia de este día de su glorificación. Así tenemos que verla, contemplarla. El evangelio de hoy la presenta caminante para el servicio, cuando va a casa de su prima Isabel donde sabe que la pueden necesitar.
Somos, sí, ese pueblo peregrino, ese pueblo caminante aquí en medio de nuestro mundo y también con una misión. Nuestra misión no es otra que la del servicio, la del amor. El mundo que nos rodea necesita de nuestro amor, necesita ver nuestra dedicación al servicio de los demás, necesita esa palabra y esa luz que les puede ayudar e iluminar para encontrar también un sentido nuevo y un valor nuevo de cuanto hacemos. Es el testimonio del servicio que nosotros hemos de dar, aunque muchas veces nos cueste salirnos de nosotros mismos.
Y contemplamos hoy a María, que se pone en camino, cuando quizás ella necesitaba en su incipiente maternidad ayuda de los demás, pero es capaz de olvidarse de si misma para ir al encuentro de Isabel. ¿No es eso lo que nosotros también tendríamos que hacer? Tenemos el peligro y la tentación tantas veces de reservarnos para nosotros mismos. Miremos a María, que nos estimula con su ejemplo, con su amor, con su caminar para que aprendamos y tengamos fuerzas para hacer lo mismo. ‘Consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra’, que repito la proclama hoy la liturgia.
Hoy, como decíamos, la contemplamos glorificada en su Asunción al cielo. Es la gloria de la Iglesia, es la gloria que un día esperamos nosotros también alcanzar. Hacemos este camino del Reino de Dios con la esperanza de la gloria del cielo. Sabemos que podemos alcanzarla. Jesús nos decía que El iba a prepararnos sitio. Con esas metas de eternidad feliz y dichosa junto a Dios caminamos este camino de nuestro mundo sembrando esas semillas del Reino de Dios con nuestra entrega, con nuestro servicio, con la responsabilidad con que queremos vivir el momento presente de nuestra vida, sin perder nunca la alegría de la fe porque hay esperanza en nuestro corazón.
Miramos a María y nos sentimos estimulados a seguir haciendo ese camino; miramos a María y sentimos fuerza en nuestro corazón porque no nos falta la gracia del Señor que ella intercede por nosotros y para nosotros; miramos a María y pretendemos parecernos a ella para ser luz para nuestro mundo, para llevar esa luz de Cristo como ella supo y sabe seguir llevándola para iluminar nuestros caminos.
La llamamos en nuestra tierra María de Candelaria, y así la celebramos también gozosamente en este día, porque nos trajo la candela, nos trajo la luz, sigue iluminando nuestro camino con la luz de Jesús. Hoy doblemente en nuestra tierra nos sentimos llenos de gozo en esta fiesta de María, por cuanto significa su Asunción y glorificación, por cuanto la podemos llamar Madre de Candelaria para iluminarnos de su luz, que es siempre la luz de Jesús.

lunes, 14 de agosto de 2017

Que la luz de la resurrección siempre nos ilumine para superar los momentos oscuros que nos puedan aparecer en la vida

Que la luz de la resurrección siempre nos ilumine para superar los momentos oscuros que nos puedan aparecer en la vida

Deuteronomio 10,12-22; Sal 147; Mateo 17,22-27
Cuando presentimos que las cosas no nos van a salir bien, que aquella meta que nos habíamos propuesto, aquellos objetivos que nos habíamos trazado, o aquella tarea en la que nos habían embarcado no lo podremos realizar sentimos en nuestro interior como una sensación de fracaso, de rebeldía interior que no queremos ni pensar en lo que nos pueda suceder. Tantas veces en la vida nos sentimos hundidos y una posible reacción es huir de ello, no querer pensarlo, imaginar que son solo sueños negativos que pasarán y de los que nos vamos a despertar. Ahí tendría que aflorar nuestra entereza, nuestra valentía y madurez para afrontar los problemas, para intentar de asumir cosas o tratar de buscar caminos o soluciones. Pero quizá es nos resulta mas cómodo echarlo en el baúl del olvido.
¿Cómo se sentirían los discípulos cuando Jesús les anuncia que un día todo aquello puede terminar en un fracaso? Jesús les anuncia que el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los gentiles, Jesús les anuncia incluso su muerte, y eso es un mazazo muy fuerte en sus conciencias y en sus ilusiones. Ellos creían en las palabras de Jesús, sus corazones ardían de esperanza cuando les hablaba de Reino nuevo, el Reino de Dios aunque no terminaran de entender en qué consistía, por lo que aun andaban con sus sueños y ambiciones muy humanas y muy terrenas. Pero que ahora Jesús les diga que El va a morir porque lo traicionarán y lo entregaran, es algo que no les cabe en la cabeza.
Normal fue la reacción de Pedro en otra ocasión en que Jesús les había hecho el mismo anuncio de querer quitarle esas ideas de la cabeza a Jesús como cuando nos viene alguien contándonos de sus tenebrosos sueños y tratamos de ayudarle a que no piense en esas cosas. Pero Jesús había rechazado aquella buena voluntad de Pedro, por eso ahora ante este nuevo anuncio se queden en silencio, desconcertados una vez mas y sin saber qué hacer o qué decir.
Jesús está preparándonos para que sean fuertes en esos momentos difíciles. El sabe que llegará el momento en que se dispersaran como se dispersan las ovejas cuando llega el peligro, cuando aparece el lobo, en que cada una intentará escapar como pueda. Algo así les puede pasar a ellos. Pero las palabras de Jesús no son augurios oscuros solo de muerte, sino que Jesús siempre les anuncia la resurrección, que al tercer día resucitará. Pero serán palabras que tampoco entienden, les da miedo preguntar y se quedarán también en el olvido hasta que suceda.
Pero no nos hacemos esta consideración solo para analizar lo que le sucedía a los discípulos y su reacción. Escuchamos esta Palabra de Jesús que también quiere iluminar nuestra vida para cuando tengamos que enfrentarnos a situaciones similares. No siempre logramos avanzar como quisiéramos personalmente en nuestra vida cristiana y en ese camino de superación personal. Son muchas nuestras flaquezas y nuestros tropiezos pero no podemos hundirnos. Tenemos siempre la certeza de la presencia de Jesús junto a nosotros, la fuerza de su gracia que nos ayuda a superar esos momentos oscuros y a levantarnos con nueva ilusión y esperanza.
Muchas veces mirando en nuestro entorno, mirando la situación de la Iglesia en medio del mundo, contemplando la vida de los propios cristianos muchas veces tan llena de superficialidades y sin una verdadera espiritualidad, nos podemos sentir en esa dura sensación de preguntarnos qué es lo que estamos haciendo, que es lo que hace la iglesia, si realmente la vida de los cristianos es esa sal y levadura en medio del mundo, esa luz para cuantos nos rodean.
Pudiera entrarnos igualmente el desanimo, sentirnos fracasados, o desorientados sin saber qué hacer o qué camino tomar. Escuchemos siempre con mucha fe las palabras de Jesús que tratan de alentarnos y poner mucha esperanza en el corazón. Siempre el anuncio de Jesús terminar con resplandores de una anunciada resurrección. Es posible esa vida nueva, ese hombre nuevo, ese mundo nuevo, y en esa tarea tenemos que seguir empeñados porque con nosotros está el Señor.
No perdamos nunca la esperanza. Que la luz de la resurrección siempre nos ilumine para superar los momentos oscuros que nos puedan aparecer en la vida.

domingo, 13 de agosto de 2017

Muchas pueden ser las dudas y oscuridades que tengamos en la travesía de la vida pero Jesús estará siempre con nosotros siendo nuestra luz y nuestra fortaleza

Muchas pueden ser las dudas y oscuridades que tengamos en la travesía de la vida pero Jesús estará siempre con nosotros siendo nuestra luz y nuestra fortaleza

1Reyes 19, 9a. 11-13ª; Sal 84; Romanos 9, 1-5; Mateo 14, 22-33
Siempre andamos en caminos de búsqueda. De una forma o de otra, pero buscamos, queremos saber, queremos conocer algo más, algo nuevo; buscamos porque nos sentimos insatisfechos y con hambre; no contentos con lo que somos o con lo que tenemos queremos algo distinto, algo nuevo, deseamos algo más.
Buscamos porque queremos ir más allá, aunque eso entrañe riesgos; es como atravesar un mar nuevo, desconocido quizá o que nos puede propinar sorpresas; pero en el fondo es que queremos trascendernos porque lleguemos nosotros a algo distinto o porque lleguen nuestras cosas o lo que somos a los demás y puedan serle también de ayuda.
Buscamos porque no queremos quedarnos en metas mezquinas y caducas, tenemos ansia de algo más grande, más perfecto, algo que nos satisfaga por dentro. Queremos salirnos de oscuridades que nos ahogan o nos encierran, porque la luz nos da libertad, nos hace ser más nosotros mismos y nos conduce a una mayor plenitud. No nos contentamos con que nos digan lo que tenemos que hacer o cómo tenemos que ser, queremos ampliar horizontes para nuestra vida.
Pueden ser muchas las maneras cómo hagamos la búsqueda; preguntando, escuchando, abriendo los ojos y los oídos a la vida, a lo que sucede, a lo que piensan los demás; queriendo quizá saber por nosotros mismos, palpando con algo más que nuestras manos lo que vamos encontrando porque lo pasamos por el tamiz de nuestra reflexión, porque comparamos unas cosas y otras buscando sentido, razón de ser de lo que encontramos; poniéndonos en camino porque nos abrimos a nuevos horizontes, atravesando los mares de la vida; arriesgándonos a salir de lo que ya somos o tenemos, a salir de seguridades que nos atan, quitando miedos y temores.
Sin embargo a pesar de todas esas ansias de búsqueda, que son deseos de plenitud que hay en nosotros, a veces dudamos y nos confundimos, tenemos miedos y nos acobardamos, nos parece que andamos perdidos, sentimos la soledad allá en lo más hondo de nosotros mismos aunque estemos rodeados de muchos, mientras nos entran momentáneas valentías que parece que nos hacen correr luego nos vienen los tropiezos y los desánimos.
¿Cómo encontrar seguridad? ¿Dónde poner nuestros apoyos? ¿Dónde encontramos luz para ese camino?
Ha surgido en mi interior toda esta reflexión que me vengo haciendo al leer y meditar el evangelio de este domingo que nos habla también de una travesía. Después de aquellos episodios del desierto con la multitud que seguía a Jesús, que buscaba a Jesús y se vieron hambrientos en aquellos descampados sin saber donde acudir para saciar su hambre cuando Jesús hizo que se multiplicaran los panes y los peces para que todos comieran, Jesús embarcó a los discípulos para que atravesaran el lago hacia la otra orilla a pesar de que la noche ya comenzaba a caer.
Fue una travesía que se les hizo difícil. Hasta el viento lo tenían en contra y Jesús no estaba con ellos. Remaban buscando alcanzar la otra orilla pero  no lograban avanzar; las dudas y los miedos comenzaron a aparecer en sus corazones por haberse embarcado en aquella travesía y hasta les pareció ver fantasmas. Se sentían solos y perdidos a pesar de que eran unas aguas que tantas veces habían atravesado.
Como nos encontramos tantas veces en la vida. Aunque parece que todo sigue igual nos llegan también momentos de incertidumbres y de dudas, de desorientación y no saber que buscar ni entender cuanto nos sucede. Tenemos buenos deseos en nosotros pero no siempre parece que podamos realizarlos y no alcanzamos las metas que nos proponemos en la vida. Los problemas en ocasiones se nos amontonan y será en la familia, será en el trabajo, será en nuestras relaciones con los demás, será en eso bueno que quizás nos habíamos propuesto realizar y que ahora no nos sale, será en el camino de nuestra vida espiritual o nuestro compromiso cristiano, son tantas las cosas que nos hacen perder la estabilidad y la paz.
Pero Jesús no nos deja solos en esa travesía, en esa búsqueda. Nunca nos vamos a sentir solos. Nosotros, es cierto, buscamos porque hay cierta inquietud en nuestro interior, pero es El quien nos sale al encuentro. Algunas veces, como sucede en el evangelio de hoy, nos confundimos, no lo vemos claro, queremos pruebas. Decían que era un fantasma, pero cuando Jesús les dice que era El, Pedro quiere asegurarse y como prueba le pide que él también pueda ir caminando sobre el agua como hace Jesús. Y camina hacia Jesús, pero a la menor dificultad, una ola que parece levantarse, Pedro duda y se hunde. Pero allí está la mano de Jesús.
Creo que podemos ver el cierto paralelismo de aquellas búsquedas de nuestra vida, de las que antes hablábamos, con este pasaje del evangelio. Y de una cosa si hemos de estar ciertos y seguros, que Jesús no nos abandona, sale a nuestro encuentro, tiende su mano para levantarnos, nos llevará siempre a buen puerto.
Con Jesús nuestra vida se trasciende; con Jesús todo va a tener un hondo sentido; con Jesús caminaremos siempre abiertos a nuevos horizontes y a la búsqueda de metas bien altas. Con Jesús no nos sentiremos nunca solos ni en oscuridad, aunque haya momentos de dudas, de flaquezas en nuestra vida, porque Jesús quiere seguir siempre contando con nosotros. Con Jesús vamos a encontrar esa plenitud de nuestra vida, caminos de verdadera felicidad, paz para siempre en nuestro corazón.