Un bello edificio construido sobre el sólido cimiento del amor que en todo momento hemos de saber cuidar y mantener restaurado para contener la inestimable riqueza de la familia
Josué
24,1-13; Sal 135; Mateo 19,3-12
Caminando por nuestros pueblos y ciudades muchas veces se queda uno
maravillado al contemplar bellos edificios en los que a pesar quizás del paso
del tiempo sin embargo los seguimos contemplando llenos de belleza y esplendor
observando la fortaleza de su construcción que no se ha debilitado, como decíamos,
por el paso de los años. Fueron construidos sobre sólidos cimientos y se nota
el mimo y el cuidado con que fueron levantados y posteriormente conservados
para mantener así esa solidez y esa belleza.
Quizá a su lado observamos edificios en estado ruinoso, no porque no
fueran levantados en el lugar adecuado y con los correspondientes cimientos,
sino porque quizá sus propietarios no los cuidaron con igual mimo y el paso de
los años ha ido dejando en ellos huellas de deterioro y quizá casi de ruina. Una
cuidada conservación es casi tan importante como la solidez inicial con que fue
construido, porque de lo contrario toda aquella belleza un día se nos vendrá
abajo y se destruirá.
Esto me hace pensar en ese edificio tan maravilloso que construimos en
la vida y que con tanto cuidado hemos de conservar. No es solo nuestra propia
vida individual que hemos de saber edificar bien en el fundamente de unos
verdaderos valores y que luego hemos de hacer madurar con el paso de los años
manteniendo el cultivo de esos valores que enriquecen nuestra persona.
Pero ahora quiero pensar en ese maravilloso edificio que es el
matrimonio sobre el cual vamos a asentar nada menos que toda la riqueza de una
familia. No podemos ir a lo loco y a ciegas en el inicio de su construcción,
porque ya cada uno de los que componen la pareja que constituye ese edificio
por si mismo ha de poner esos sólidos fundamentos en su vida. Pero ahí está la
importancia del inicio de esa relación que nos lleva a construir y constituir
esa vida en común que es la pareja, que es el matrimonio. No nos podemos cegar
por apariencias que nos encandilen ni por pasiones que se nos desborden y que
nos impidan poner los sólidos fundamentos de ese amor sobre el que hemos de construir
nuestra relación.
Amistad que es comunicación y relación, diálogo que es descubrir los
valores de cada uno que hemos de desarrollar, paciencia sin límites para saber
ir haciendo las correcciones que sean necesarias para que haya esa verdadera comunicación,
sinceridad para poder llegar a ese profundo conocimiento…, muchas cosas más,
posturas, actitudes, valores que hemos saber ir descubriendo y cultivando con
profundidad para que no nos encontremos en el futuro con la sorpresa de no
haber puesto ese sólido cimiento.
Pero será construcción que hemos de mantener siempre en activo, pues
aunque llegue el momento en que ya podemos habitar ese edificio porque de
verdad se quiere ser pareja matrimonial, el cuidado de ese edificio no lo
podemos nunca abandonar. Es grande la riqueza que se va a generar en él con la constitución
de una familia y eso mismo nos obliga a mantener ese permanente cuidado para
saber reparar, restaurar, mantener en su belleza ese maravilloso edificio del
matrimonio y la familia. No podemos permitir que haya valores que se desgasten
y se pierdan, cada día hemos de saber descubrir nuevas cosas en la vida de sus
miembros que nos hagan enamorarnos de nuevo de quienes son ese amor de nuestra
vida.
Me hago esta reflexión cuando hoy en el evangelio Jesús quiere
recordarnos esa indisolubilidad del matrimonio y los judíos de entonces le
planteaban, como se siguen planteando hoy, los problemas de las rupturas y de
los divorcios porque parece que el amor se acaba y se rompe la relación entre
personas que se amaban. No nos podemos dejar cautivar por la superficialidad
con que se afronta muchas veces la vida olvidando los verdaderos valores que la
enriquecen.
Además como creyentes y cristianos hemos de saber reconocer la fuerza
de gracia que tenemos en el matrimonio que es sacramento del amor que Cristo
nos tiene y que así entonces se hace presente en todas las realidades de
nuestra vida, también en el matrimonio y la familia para enriquecerlos y
fortalecernos con su gracia. Olvidamos muy pronto muchas veces lo que es la
gracia del sacramento del matrimonio y cuando hemos de restaurar algo de ese
amor que pueda perder su brillo no sabemos contar con la fuerza y la gracia de
la presencia del Señor en nuestra vida.
Cuidemos ese hermoso edificio, que resplandezca siempre por su
belleza, solidez y esplendor; que podamos cultivar y guardar en él esa riqueza
inmensa que es la familia, célula fundamental de una sociedad mejor.
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