Muchas pueden ser las dudas y oscuridades que tengamos en la travesía de la vida pero Jesús estará siempre con nosotros siendo nuestra luz y nuestra fortaleza
1Reyes 19, 9a. 11-13ª; Sal 84; Romanos
9, 1-5; Mateo 14, 22-33
Siempre andamos en caminos de búsqueda. De una forma o de otra, pero
buscamos, queremos saber, queremos conocer algo más, algo nuevo; buscamos
porque nos sentimos insatisfechos y con hambre; no contentos con lo que somos o
con lo que tenemos queremos algo distinto, algo nuevo, deseamos algo más.
Buscamos porque queremos ir más allá, aunque eso entrañe riesgos; es
como atravesar un mar nuevo, desconocido quizá o que nos puede propinar
sorpresas; pero en el fondo es que queremos trascendernos porque lleguemos
nosotros a algo distinto o porque lleguen nuestras cosas o lo que somos a los
demás y puedan serle también de ayuda.
Buscamos porque no queremos quedarnos en metas mezquinas y caducas,
tenemos ansia de algo más grande, más perfecto, algo que nos satisfaga por
dentro. Queremos salirnos de oscuridades que nos ahogan o nos encierran, porque
la luz nos da libertad, nos hace ser más nosotros mismos y nos conduce a una
mayor plenitud. No nos contentamos con que nos digan lo que tenemos que hacer o
cómo tenemos que ser, queremos ampliar horizontes para nuestra vida.
Pueden ser muchas las maneras cómo hagamos la búsqueda; preguntando,
escuchando, abriendo los ojos y los oídos a la vida, a lo que sucede, a lo que
piensan los demás; queriendo quizá saber por nosotros mismos, palpando con algo
más que nuestras manos lo que vamos encontrando porque lo pasamos por el tamiz
de nuestra reflexión, porque comparamos unas cosas y otras buscando sentido, razón
de ser de lo que encontramos; poniéndonos en camino porque nos abrimos a nuevos
horizontes, atravesando los mares de la vida; arriesgándonos a salir de lo que
ya somos o tenemos, a salir de seguridades que nos atan, quitando miedos y
temores.
Sin embargo a pesar de todas esas ansias de búsqueda, que son deseos
de plenitud que hay en nosotros, a veces dudamos y nos confundimos, tenemos
miedos y nos acobardamos, nos parece que andamos perdidos, sentimos la soledad allá
en lo más hondo de nosotros mismos aunque estemos rodeados de muchos, mientras
nos entran momentáneas valentías que parece que nos hacen correr luego nos
vienen los tropiezos y los desánimos.
¿Cómo encontrar seguridad? ¿Dónde poner nuestros apoyos? ¿Dónde
encontramos luz para ese camino?
Ha surgido en mi interior toda esta reflexión que me vengo haciendo al
leer y meditar el evangelio de este domingo que nos habla también de una travesía.
Después de aquellos episodios del desierto con la multitud que seguía a Jesús,
que buscaba a Jesús y se vieron hambrientos en aquellos descampados sin saber
donde acudir para saciar su hambre cuando Jesús hizo que se multiplicaran los
panes y los peces para que todos comieran, Jesús embarcó a los discípulos para
que atravesaran el lago hacia la otra orilla a pesar de que la noche ya
comenzaba a caer.
Fue una travesía que se les hizo difícil. Hasta el viento lo tenían en
contra y Jesús no estaba con ellos. Remaban buscando alcanzar la otra orilla
pero no lograban avanzar; las dudas y
los miedos comenzaron a aparecer en sus corazones por haberse embarcado en
aquella travesía y hasta les pareció ver fantasmas. Se sentían solos y perdidos
a pesar de que eran unas aguas que tantas veces habían atravesado.
Como nos encontramos tantas veces en la vida. Aunque parece que todo
sigue igual nos llegan también momentos de incertidumbres y de dudas, de
desorientación y no saber que buscar ni entender cuanto nos sucede. Tenemos
buenos deseos en nosotros pero no siempre parece que podamos realizarlos y no
alcanzamos las metas que nos proponemos en la vida. Los problemas en ocasiones
se nos amontonan y será en la familia, será en el trabajo, será en nuestras
relaciones con los demás, será en eso bueno que quizás nos habíamos propuesto
realizar y que ahora no nos sale, será en el camino de nuestra vida espiritual
o nuestro compromiso cristiano, son tantas las cosas que nos hacen perder la
estabilidad y la paz.
Pero Jesús no nos deja solos en esa travesía, en esa búsqueda. Nunca
nos vamos a sentir solos. Nosotros, es cierto, buscamos porque hay cierta
inquietud en nuestro interior, pero es El quien nos sale al encuentro. Algunas
veces, como sucede en el evangelio de hoy, nos confundimos, no lo vemos claro,
queremos pruebas. Decían que era un fantasma, pero cuando Jesús les dice que
era El, Pedro quiere asegurarse y como prueba le pide que él también pueda ir caminando
sobre el agua como hace Jesús. Y camina hacia Jesús, pero a la menor
dificultad, una ola que parece levantarse, Pedro duda y se hunde. Pero allí
está la mano de Jesús.
Creo que podemos ver el cierto paralelismo de aquellas búsquedas de
nuestra vida, de las que antes hablábamos, con este pasaje del evangelio. Y de
una cosa si hemos de estar ciertos y seguros, que Jesús no nos abandona, sale a
nuestro encuentro, tiende su mano para levantarnos, nos llevará siempre a buen
puerto.
Con Jesús nuestra vida se trasciende; con Jesús todo va a tener un
hondo sentido; con Jesús caminaremos siempre abiertos a nuevos horizontes y a
la búsqueda de metas bien altas. Con Jesús no nos sentiremos nunca solos ni en
oscuridad, aunque haya momentos de dudas, de flaquezas en nuestra vida, porque Jesús
quiere seguir siempre contando con nosotros. Con Jesús vamos a encontrar esa
plenitud de nuestra vida, caminos de verdadera felicidad, paz para siempre en
nuestro corazón.
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