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sábado, 12 de agosto de 2017

La fe es una planta muy delicada que hay que saber cuidar mucho y bien para tener fuerza para mirar a lo alto, vivir nuestro compromiso de amor y arrancarnos de nuestros apegos y debilidades

La fe es una planta muy delicada que hay que saber cuidar mucho y bien para tener  fuerza para mirar a lo alto, vivir nuestro compromiso de amor y arrancarnos de nuestros apegos y debilidades

Deuteronomio 6, 4-13; Sal 17; Mateo 17, 14-20
‘¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?’ Se sentían impotentes. Habían traído hasta Jesús a un niño que estaba enfermo; en la ausencia de Jesús el padre les había pedido a los discípulos que lo echaran; ya Jesús cuando un día los había enviado a anunciar el Reino les había dado poder para curar y echar demonios; ahora no habían podido. Se sentían impotentes.
Como nos sentimos nosotros en tantas ocasiones. Queremos pero no podemos, no somos capaces. Será en momentos de nuestra propia lucha personal de superación; quisiéramos superarnos, vencer aquellas situaciones que son como tentaciones para nosotros, pero no somos capaces porque volvemos una y otra vez, como suele decirse, a las andadas.
Será en momentos en que queremos hacer cosas buenas, ayudar a los demás, pero nos sentimos incapaces, se nos atraviesan tantas cosas en el corazón que debilitan nuestra voluntad; nos fijamos quizá primero en las debilidades del otro que no nos gustan que se nos quitan las ganas quizá de ayudarle.
Será en los momentos de compromiso en nuestro trabajo social, en nuestro querer hacer que nuestra sociedad sea mejor, pero nos cuesta avanzar porque no siempre la gente colabora, porque son tantas las cosas que habría que enderezar que ya no sabemos como hacerlo.
Será en el camino de nuestra vida espiritual, en nuestra santidad personal, en nuestra lucha contra el pecado, pero son tantos los apegos, son tantas las cosas que nos arrastran por este mundo tan materialista y sensual, serán esas rutinas y malas costumbres que hay en nuestra vida y que nos cuesta cambiar, que nos sentimos tan débiles que hasta sentimos la tentación de tirar la toalla, porque nos parece que esa vida espiritual no es para nosotros. Tentaciones de una forma o de otra que nos van apareciendo en la vida.
Nos hace falta un motor que nos de fuerza en ese camino de la vida para seguir caminando, para seguir superándonos, para seguir queriendo hacer cosas buenas, para mantenernos en ese compromiso por hacer que nuestro mundo sea mejor. ¿Dónde encontraremos esa fuerza?
Cuando los discípulos le comentan a Jesús que por qué ellos no pudieron curar a aquel muchacho, les dijo solamente una cosa, la falta de fe. La fe mueve montañas. Como nos dice Jesús hoy, como un granito de mostaza. Parece algo pequeño e insignificante, pero es el arranque de nuestra fe, la fortaleza de nuestra vida. Nosotros creemos, decimos, pero nuestra fe es débil. Parece en ocasiones que no estuviéramos convencidos porque dudamos de nuestra fe.
Es cierto que es una planta muy delicada que hay que saber cuidar mucho y bien. Y la fe se fortalece con la fe, sí, creyendo cada vez más en Jesús y sintiéndonos de verdad unidos a El, queriendo escuchar su Palabra y poniendo toda nuestra fe en esa Palabra que llega a nuestro corazón. Será entonces nuestra oración, nuestra unión con el Señor para sentirle, escucharle y vivirle desde lo más hondo de nuestro corazón. Y nos sentiremos fuertes, y creeremos en aquello que estamos haciendo, y superaremos todos los obstáculos que vamos encontrando, y nos arrancaremos de todas esas rémoras y todos esos apegos que no  nos dejan avanzar, y levantaremos nuestros ojos a lo alto para darle un verdadero sentido espiritual a nuestra vida.
Que crezca de verdad la fe en nuestro corazón y nuestra vida estará llena de fuerza y de plenitud.

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