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domingo, 6 de agosto de 2017

En la transfiguración de Jesús en el Tabor hay una fuerte llamada para que comencemos a ver y a escuchar con ojos nuevos y con oídos distintos bien abiertos y atentos

En la transfiguración de Jesús en el Tabor hay una fuerte llamada para que comencemos a ver y a escuchar con ojos nuevos y con oídos distintos bien abiertos y atentos

Daniel 7, 9-10. 13-14; Sal 96; 2Pedro. 1, 16-19; Mateo 17,1-9

Vemos las cosas que suceden a nuestro alrededor, vemos las personas que están a nuestro lado, vemos acontecimientos o sucesos pero no siempre terminamos de ver, terminamos de comprender, de conocer, de enterarnos de verdad lo que sucede. La costumbre quizá de lo que vemos todos los días hace que nos quedemos en la mirada de siempre y no seamos capaces de ir más allá para un conocimiento más profundo de las personas, para hacer una lectura exacta de cuanto sucede, para llegar a comprender el por qué de las cosas, las finalidades ultimas o los objetivos o metas que realmente tienen.
Hará falta quizá un parada en un momento determinado, que suceda algo especial quizá que nos llame la atención, o que un día prestemos más atención a cuanto sucede para comprender el sentido de las cosas, de los acontecimientos o el ser de las personas. Hará falta quizás que escuchemos una palabra que nos llame la atención y nos haga mirar con una mirada distinta, o que nosotros tengamos la suficiente calma y serenidad para ponernos a pensar y a preguntarnos por el sentido de todo.
Hoy el evangelio no ofrece un momento de la vida de Jesús que les cambió la mirada a los discípulos, aunque de manera especial a aquellos tres escogidos que Jesús se llevó a la montaña. Habían visto a Jesús muchas veces que se retiraba para orar o contemplarían su oración en el templo o en la sinagoga; quizá también le habrían acompañado en tantas ocasiones como en la vida religiosa de un israelita les ofrecía el día para sus oraciones personales o comunitarias.
Pero ahora había sido todo distinto. Aunque se caían de sueño como tantas veces les sucediera – como también nos sucede a nosotros en tantas ocasiones – cuando se retiraban a la paz y al silencio de la oración, ahora habían contemplado algo distinto. Jesús les parecía distinto tanto que se despertaron de su sopor para atender con más detalle. El rostro de Jesús resplandecía, resplandecían de blancura también sus vestidos, se veían nimbados por una gloria que los envolvía, y aparecieron también otros personajes símbolos de la historia y de la fe de Israel. Eran la ley y los profetas los que normalmente guiaban la oración de todo judío piadoso, y ahora aparecían Moisés y Elías junto a Jesús.
Aquello eran la gloria, allí si merecía la pena estar, querían quedarse allí para siempre, estaban descubriendo el misterio de Jesús. ‘Hagamos tres tiendas…’ una para Moisés, otra para Elías, otra para Jesús, y hasta se olvidaban de ellos mismos. Ahora era Pedro el que intentaba hablar desde la emoción de lo que estaba contemplando que era una visión totalmente nueva de Jesús. El había hecho hermosa confesión de fe en Jesús y por El estaba dispuesto a dar la vida, pero lo que ahora estaban contemplando le llevaba a una fe distinta sobre Jesús. Era la gloria del Señor.
Y la gloria del Señor los envolvió como aquella nube que envolvió la montaña. Pero en aquella contemplación tenían que aprender también a escuchar. Se oyó una voz que venia del cielo, ‘Este es mi hijo muy amado, en quien me complazco, escuchadle’. No podían soportar nada mas y cayeron de bruces.
La luz y la oscuridad se mezclaban, porque ahora ya no vieron nada de todo aquello que habían visto y contemplado, sino que estaba Jesús solo. Pero habían visto la gloria de Dios en Jesús, sabían que tenían que escucharle, seguirle, vivir su vida. Habrían de bajar de la montaña pero aquella experiencia tenia que bastar para que se sintieran transformados, aunque quedaran muchas preguntas por dentro. Después de la resurrección lo comprenderían todo. Por eso Jesús les dice que de eso no hablen hasta que haya resucitado de entre los muertos. Ahora bajarían de la montaña de la gloria para volver al llano de la vida. ¿Tendrían ya para siempre una mirada distinta?
Nosotros hoy tendríamos que estar pasando por una experiencia similar. Como decíamos antes miramos tantas veces y no conocemos, ni aprendemos, ni comprendemos. Así vamos por la vida aunque nos llamemos y proclamemos creyentes y cristianos. Pero quizá no se nos han abierto los ojos, seguimos mirando pero no vemos. Seguimos diciendo que tenemos fe en Jesús pero no terminamos de comprender hasta donde tiene que llevarnos esa fe.
Seguimos quizá envueltos en rutinas o en la manera de ver de siempre que no llegamos a descubrir de verdad el rostro de Jesús que llega a nosotros de tantas maneras. ¿Tendremos que hacer una parada en la vida? ¿Tenemos que aprender a subir a la montaña con Jesús como aquellos discípulos? ¿Tendremos que saber estar atentos y con una mirada para como el señor llega a nuestra vida y se nos manifiesta?
Tenemos que aprender a mirar con esa mirada nueva, a contemplar con unos ojos distintos, a escuchar con una atención distinta lo que Dios nos dice, nos señala, nos está indicando continuamente. Sabemos – al menos teóricamente – donde podemos encontrar a Jesús pero no lo vemos. Tenemos que ir al encuentro de la vida, al encuentro con los demás con una mirada distinta, una mirada de autentica fe para ir viendo al Señor que llega a nosotros en los que sufren, en los que son marginados, en los pobres, en los emigrantes que llegan a las puertas de nuestras ciudades, en los que nadie quiere porque son despreciados por todos. Escuchemos con atención las palabras que Jesús tantas veces nos ha repetido. Nos sabemos muy bien lo que Jesús nos dice del juicio final pero seguimos sin ver, sin creer, sin amar, sin encontrarnos con Jesús de verdad en esos hermanos que nos van saliendo al paso en el camino de la vida.
Hoy es el día de la transfiguración del Señor, pero no busquemos esos resplandores ni rostros brillantes sino miremos donde Jesús hoy se nos transfigura, para que transfiguremos a esos hermanos con que nos encontramos porque seamos capaces de poner tanto amor que también sus vidas puedan cambiar, para sus sufrimientos tengamos un consuelo y un alivio o para necesidad ese compartir que en justicia necesitan y tantas veces le negamos.
En la transfiguración de Jesús en el Tabor que hoy celebramos hay una intensa llamada a nuestra vida para que comencemos a ver y a escuchar con ojos nuevos y con oídos bien abiertos y atentos.

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