Cuando Lorenzo presenta a los pobres como la verdadera riqueza de la Iglesia está gritándonos a los hombres de nuestro tiempo que hemos de manifestarnos auténticos en el amor y la misericordia
2Corintios 9,6-10;
Sal 111; Juan 12,24-26
Hoy celebramos la fiesta de san Lorenzo, mártir y es una lástima que
los cristianos nos quedemos muchas veces en lo superficial y menos importante
de lo que es hacer memoria y celebrar a un santo. ¿Qué sabemos la mayoría de la
gente de san Lorenzo? Porque contemplamos su imagen con una parrilla junto a su
figura recordamos la forma de su martirio y por aquello de que estamos en
verano con tiempos calurosos, nos quedamos simplemente en el hecho de su
martirio quemado en una parrilla, pero poco más conocemos de él.
Lorenzo era diácono de la Iglesia de Roma, aunque el procedía de
España; al diácono, servidor, le estaba encomendada la misión de administrar
los bienes de la Iglesia a favor de los pobres. Había sido martirizado el Papa
Sixto y ahora el emperador quería apoderarse de lo que decían que eran las
riquezas de la Iglesia. Eran tiempos duros de persecución. Y el emperador le
pide a Lorenzo que entregue las riquezas de la Iglesia. Y allá se presenta
Lorenzo ante el emperador con los pobres de las calles de Roma, a los que atendía
en sus necesidades, diciéndole que esa eran las riquezas de la Iglesia. Podemos
imaginar fácilmente la reacción del emperador y de ahí el martirio de Lorenzo.
Las riquezas de la Iglesia son los pobres a los que atiende en su
misericordia. No lo olvidemos. Así fue entonces, así ha sido y así tiene que
ser siempre. Ahí está nuestra verdadera riqueza, nuestra gloria. El servicio a
los más necesitados. Algunas veces nos cuesta entenderlo. Muchas veces caemos
en el pecado de la confusión, de la apariencia y vanidad y hasta de la avaricia
queriéndonos rodear de riquezas materiales. En nombre quizá de la promoción de
la cultura, lo que está muy bien también, quizá en la historia hemos caído en
ese pecado de rodearnos de demasiados signos de riqueza y de poder.
La lección de Lorenzo sigue siendo actual hoy y es un grito que
tenemos que escuchar en lo más hondo de nosotros mismos y en lo más profundo de
la Iglesia. Esos signos de poder mundano no son los que nos dan credibilidad
sino el amor, la atención a las necesidades de los pobres, la caridad y la
justicia para con aquellos que sufren y es donde de verdad hemos de manifestar
nuestra grandeza.
Sigue costándonos despojarnos de esos oropeles mundanos que siempre
han sido una tentación para todos, y también para la Iglesia. Fue la tentación
de Santiago y Juan cuando pedían primeros puestos en el reino futuro de Jesús, y era también la
tentación de Pedro cuando preguntaba qué les iba a tocar a ellos que un día lo habían
dejado todo por seguir a Jesús.
Será necesario que nos interroguemos con toda sinceridad qué estamos
haciendo del evangelio de Jesús cuando actuamos con demasiados criterios
mundanos. Porque el mundo dice, porque la gente dice, porque las leyes del
mundo reclaman, olvidamos el evangelio del amor y de la misericordia.
Será a través de un amor verdadero, auténtico sin engañosas
apariencias, será a través de una misericordia que exprese con todos los
pecadores, sea cual sea su pecado, la ternura y el amor de Dios que sigue
confiando y contando con nosotros, como verdaderamente nos haremos creíbles,
porque seremos auténticos en la vivencia del evangelio. Todavía en muchas
ocasiones hacemos cosas para contentar al mundo, y no terminamos de expresar lo
que es el amor, la misericordia y la ternura de Dios. Y eso todavía nos cuesta
entenderlo.
Me interesa la primera ilustración pero sin el texto que la corta abajo: LA POBREZA ES LA RIQUEZA DE LA IGLESIA. Este podría haberse colocado por debajo, sin eliminar buena parte del cuadro.
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