Dejémonos sorprender por las palabras de Jesús que abren ante nosotros horizontes de plenitud para ser verdaderamente felices siempre con los demás
Deuteronomio 4,32-40; Sal 76; Mateo
16,24-28
Hay cosas, palabras, hechos que nos resultan muchas veces paradójicos;
nos cuesta entenderlos, porque puede parecer que se contradicen en si mismas. Y
algunas veces el mensaje del evangelio choca con nuestra manera de pensar o de
ver las cosas; en nuestras lógicas humanas nos parece que las cosas han de
transcurrir por un camino, pero viene Jesús y nos dice algo que nos deja
desconcertados, porque es una nueva visión, un nuevo sentido a aquello que nos parecía
que teníamos muy claro. Y os digo una cosa, si en verdad queremos seguir el
camino de Jesús, dejémonos sorprender.
Hoy Jesús nos habla de cruz y eso nos puede parecer una ignominia; en
la cruz morían los peores malhechores, esa muerte no se deseaba a nadie.
Hablarnos de cruz nos hace pensar en sufrimiento y en muerte. Pero la paradoja
está que cuando Jesús nos habla de cruz nos está hablando de vida, nos está
hablando de amor.
¿Es necesario buscar la cruz y la muerte como si fuera un destino fatídico
y algo sádico a lo que hemos de someternos? Pero no es así como tenemos que hacernos la
pregunta. La pregunta sería si somos capaces de amar, de darnos, de entregarnos
por ese amor hasta las últimas consecuencias. Amamos y queremos vivir; amamos y
queremos trasmitir vida; amamos y queremos la vida para aquel a quien amamos;
amamos y por quien amamos somos capaces de todo en nombre de ese amor.
Y cuando amamos de verdad – no solo con bonitas palabras como si todo
fuera un sentimentalismo y un romanticismo – somos capaces hasta de olvidarnos
de nosotros mismos por ese amor. ¿No es eso lo que hace el enamorado de verdad?
Tendrá momentos de romanticismo, de bonitas palabras, de poesía y música por así
decirlo, de emociones y sentimientos, pero no nos quedamos ahí, ese amor va
mucho más allá porque se convierte en vida y en sentido de vida. No importa ya
que haya momentos en que haya que sufrir por ese amor, en que nos neguemos
muchas cosas para nosotros porque queremos darlo todo por quien amamos.
Es lo que nos está queriendo decir Jesús hoy. Tomar la cruz, tomar el
camino de la cruz es tomar el camino del amor y de la vida; ese camino de amor
y de vida que nos lleva a la mayor plenitud, a la mayor felicidad. Porque en la
verdadera felicidad no nos buscamos a nosotros mismos; la verdadera felicidad
no la vivimos en solitario, la verdadera felicidad la viviremos siempre con quien
amamos; vivir la verdadera felicidad siempre nos llevará a los otros, porque de
lo contrario no seriamos verdaderamente felices.
Claro que eso no siempre será fácil, porque tendremos que aceptar
muchas limitaciones en nosotros o limitaciones que veamos en la persona amada;
pero es que estamos emprendiendo un camino de superación, de crecimiento y eso
siempre cuesta. En la superación y en el crecimiento se está abriendo ante
nosotros nuevos caminos, nuevas posibilidades, nuevos horizontes en los que buscamos
siempre la plenitud.
Para alcanzar esa plenitud tendremos que desprendernos quizá de muchas
cosas que como rémoras nos pueden impedir avanzar. Será controlar violencias y
orgullos que aparecen en el corazón, será controlar malos sentimientos que puede
florecer en cualquier momento por nuestros celos o desconfianzas, será comenzar
a mirar con mirada nueva porque quitemos las oscuridades de las envidias o los
resentimientos, y así tantas cosas. Camino de cruz, de purificación, pero que
es camino de vida que hacemos por amor.
¿Paradojas, como decíamos al principio? No, es descubrir el verdadero
camino que nos conduce a la vida en plenitud y que verdaderamente nos hará
felices viviendo esa felicidad siempre con los demás.
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