Aunque en la vida tengamos muchas veces el viento en contra la presencia de Jesús que no nos abandona y no olvidemos que hemos que ser signos de esperanza para los demás
Num. 12, 1-13; Sal. 50; Mt. 14, 22-36
La vida en muchas ocasiones nos zarandea. No faltan dificultades y
problemas. En ocasiones nos vemos como aturdidos y nos parece que estamos solos
y sin que nadie nos eche una mano. O quizá nosotros nos encerramos y no sabemos
acudir a quien pueda ayudarnos. Es duro sentirse así en soledad, provocada quizás
porque nadie esta a mi lado o buscada por nosotros mismos cuando no sabemos
acudir a quien nos eche una mano o al menos podamos sentir la fuerza de su
presencia.
Tendríamos que decir que no tenemos por qué sentirnos solos, por qué
agobiarnos; siempre podemos encontrar esa persona amiga, esa persona buena que
nos ofrece su mano para ayudarnos a caminar, que nos ofrezca su hombro sobre el
que llorar quizá nuestras penas, nos ofrezca su oído y su corazón para escuchar
nuestras angustias, nos ofrezca una sonrisa que nos levante el ánimo y nos dé
fuerza para seguir caminando con entusiasmo a pesar de las tormentas.
Claro que quiero pensar en como somos nosotros en nuestra relación con
los demás, si somos capaces de tener esos ojos abiertos, ese corazón atento,
esa mirada luminosa que nos haga descubrir quien a nuestro lado necesita
nuestro aliento. De lo que nosotros pasamos tendríamos que aprender para actuar
de una mejor manera con los demás, porque demasiado nos desentendemos de lo que
puedan ser los problemas de los que caminan cerca de nosotros y pasemos a su
lado sin enterarnos de lo que pasa. Igual que nosotros podemos encontrar una
luz en los otros también podemos ser ese faro de esperanza y de nueva ilusión
para los demás.
Hoy en el evangelio contemplamos a los discípulos que están
atravesando el lago; aquel lago que tantas veces habían atravesado y que sobre
todo los que eran pescadores conocían tan bien. Pero ahora se encuentran en
dificultades; por mas que querían no terminaban de avanza, tenían el viento en
contra. Y se sentían solos. Jesús se había quedado allá junto a la llanura
donde había sido la tarde anterior la multiplicación de los panes y a ellos los
había enviado a embarcarse mientras El se quedaba despidiendo a la gente. Aunque
sabemos que no solo se había quedado para eso, se había retirado al monte para
pasar la noche en oración.
¿Tendría un significado aquella ausencia de Jesús? Tendrían que
aprender la lección, porque la travesía se les hacia difícil. Algún día tendrían
que caminar por la vida sin Jesús. Claro que El les prometería la presencia de
su Espíritu para que siempre lo sintieran a su lado. Pero ellos, como nosotros,
podemos olvidarlo.
Ahora andaban asustados porque les parecía que veían un fantasma
caminando sobre las aguas. En la ceguera que se les estaba metiendo en el alma
no eran capaces de distinguir que era Jesús a pesar de que les decía que no
temieran que era El quien estaba a su lado en aquellos momentos. Pedro pide
pruebas, quiere caminar también sobre el agua, pero duda y ante la menor brisa
que parecía que se le ponía en contra comienza a hundirse en el agua. Lo que
nos pasa a nosotros tantas veces; tenemos fe pero exigimos pruebas; tenemos fe
pero dudamos y nos agobiados ante la menor cosa que nos parece que tenemos en
contra.
Pero Jesús está ahí. Toma de la mano a Pedro, aunque les reprocha su
falta de fe. Nos toma de la mano a nosotros también, aunque no sepamos verlo.
De muchas maneras y no como fantasmas llega Jesús a nuestra vida. No es
necesario buscar cosas extraordinarias y fantasmales, porque llega a nosotros también
en esa mano amiga que tantas veces nos levanta.
Reconozcamos nuestra debilidad, nuestros temores, nuestras dudas, y
seamos capaces de pedir ayuda. Como Pedro, ‘¡Salvame, Señor!’. Pero
miremos a Jesús que se retiro al monte a orar. También no está diciendo algo.
Queremos caminar demasiado en la vida tan solos que hasta nos olvidamos de Dios
o lo relegamos a un segundo lugar. Pensemos en el lugar que le damos a la oración
en nuestra vida. Cuántas cosas nos hace pensar y reflexionar ese episodio del
evangelio. Tengamos la certeza de que por muchos que sean los vendavales de la
vida, Jesús siempre está ahí, no nos faltará su presencia y su gracia.
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