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sábado, 23 de mayo de 2015

Hemos de aprender a poner nuestro corazón junto al corazón de Cristo como Juan para sentir las palpitaciones del corazón de Dios

Hemos de aprender a poner nuestro corazón junto al corazón de Cristo como Juan para sentir las palpitaciones del corazón de Dios

Hechos, 28,16-20.30-31; Sal 10; Juan 21, 20-25
‘Volviéndose, vio que los seguía el discípulo a quien Jesús tanto amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho…’ Fue tras el diálogo entre Jesús y Pedro donde le preguntaba si le amaba. Continúan caminando y ve que Juan les sigue. ‘El discípulo a quien Jesús tanto amaba’; aquel discípulo que desde ese amor de Jesús se había acercado como para hablarle al oído y arrancarle a Jesús una confidencia; ‘el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho…’, recuerda.
Confieso que cuando escucho el relato de estos hechos me entran celos de Juan en mi interior. Quién hubiera podido recostarse así también en el pecho de Jesús. Así le arrancaba Juan aquellas confidencias a Jesús. Era aquel discípulo a quien Jesús tanto amaba; muestra la cercanía, la sintonía de los corazones. Así nos hablará Juan con tanta intensidad en su evangelio y en sus cartas del amor de Jesús y del amor que hemos de tenernos unos a otros. Es el mandamiento del amor del que con tanta intensidad nos habla Juan. ‘Éste es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero’.
¿Podremos recostarnos también nosotros en el pecho de Jesús? También podemos, sí, recostarnos en el pecho de Jesús. El abre las puertas de su corazón para llevarnos siempre junto a sí. Pero, ¿no seremos nosotros los que tendríamos que abrir las puertas de nuestro corazón para que El habite en nosotros? Ya nos lo dice en el Evangelio, si le amamos y guardamos sus mandamientos el Padre nos amará y vendrá a nosotros y habitará en nosotros para que nosotros habitemos en El.
Tenemos que crecer en nuestra espiritualidad; tenemos que crecer en esa intimidad con el Señor. Tendríamos que hacer que nuestra oración sea en verdad ese encuentro profundo, íntimo con el Señor dejándonos inundar por su presencia. Ya sabemos, tenemos el peligro de la superficialidad en nuestra oración, de caer en un ritualismo vacío donde nos contentamos con repetir unas formulas de oración, pero no terminamos de hacer esa oración viva, de corazón a corazón con el Señor donde nos dejemos inundar por su intimidad, por esas confidencias de amor que El quiere hacernos en nuestro interior.
Lo entendieron muy bien los santos; lo lograron con toda intensidad los místicos que se sintieron transverberados por Dios. Es cierto que nos les faltaron noches oscuras; que fue un camino muchas veces duro de fe ciega para confiarse en el Señor aunque nada sintieran, un camino de dejarse conducir por el Espíritu del Señor. Tenemos que aprender a hacerlo poniendo nuestra cabeza, nuestro corazón junto a su corazón, que fue lo que hizo Juan aquella noche en la cena pascual para sentir las palpitaciones del corazón de Dios y hacer que su corazón palpitar en el mismo ritmo de Jesús.
Que el Espíritu del Señor, al que estamos invocando con intensidad en estas vísperas de Pentecostés, nos conceda el don de la oración y de la intimidad con Dios.

viernes, 22 de mayo de 2015

Que crezca la ternura del amor de Dios y a Dios en nuestro corazón

Que crezca la ternura del amor de Dios y a Dios en nuestro corazón

Hechos,  25, 13-21; Sal 102; Juan 21, 15-19
‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas?’  Por tres veces le repite Jesús la pregunta a Pedro, con la tristeza incluso por parte de Pedro ante la insistencia de Jesús. Muchas veces hemos comentado la respuesta de Pedro y la confirmación por parte de Jesús de la misión que le encomendaba.
Quisiera quedarme en la pregunta, pero no hecha por Jesús a Pedro, sino hecha directamente por Jesús a mi, a ti, que estás leyendo esta reflexión. (Pon tu nombre, como yo pongo el mío) ‘¿Me amas?’ Escuchemos que nos dice Jesús, que me dice Jesús. Y quizá también me lo repita una y otra vez. ¿Cómo le respondemos? ¿Cómo le amamos?
Muchas veces reflexionamos, y nos gozamos con ello, sobre cuánto es el amor que Dios nos tiene. Nos sentimos amados de Dios. Tenemos tantas pruebas del amor que Dios nos tiene. Y nos sentimos dichosos en su amor. Y seguramente nos sentiremos impulsados a amar de la misma manera, a responder con nuestro amor a su amor, y sentimos, es cierto, que así tenemos que amar nosotros y amar a los demás, porque es una prueba y manifestaciones del amor de Dios y del amor a Dios.
Pero, insisto, tenemos que escuchar esa pregunta que Jesús directamente nos hace y darle respuesta. Porque podemos dar por supuesto ese amor, como nos sucede tantas veces cuando hacemos examen de conciencia y al repasar el primer mandamiento casi no nos detenemos a examinarnos porque damos por supuesto que amamos a Dios sobre todas las cosas.
Creo que hoy el evangelio puede estar haciendo que nos detengamos en esa pregunta de Jesús y le demos respuesta, una respuesta clara y contundente. Porque decimos que creemos en El y que El lo es todo para nosotros, pero quizá necesitamos expresar con nuestras palabras y con nuestros sentimientos reales que amamos a Jesús. Y esa expresión y manifestación de nuestro amor, de nuestros sentimientos de amor a Jesús quizá tendrían que estar más presentes en nuestra oración, en nuestra comunicación y en nuestra relación con Dios.
¿Qué es realmente lo que hacían los grandes místicos cuando se sentían arrobados de amor sino hacer que salieran de sus corazones esos efluvios de amor hacia Dios? ¿No es eso lo que hacen los enamorados que se repiten una y un millón de veces el decirse que se quieren, que se aman? Sí, que seamos capaces de manifestar también esa ternura de nuestro amor hacia Dios y creceremos en intimidad con Dios y como los enamorados que se aman de verdad podremos entrar en ese éxtasis de amor a Dios.
Igual que nosotros nos sentimos enormemente complacidos cuando sentimos que alguien nos ama y nos lo dice, así también tendríamos que hacer en nuestra relación y en nuestro trato con Dios. Seguro que luego nos sentiremos más impulsados a expresar y manifestar ese amor también en nuestros hermanos que nos rodean. Que crezca esa ternura del amor a Dios en nuestro corazón. Lo necesitamos.

jueves, 21 de mayo de 2015

Los creyentes en Jesús hemos de tener en nuestro corazón unas actitudes buenas que construyan unidad y comunión

Los creyentes en Jesús hemos de tener en nuestro corazón unas actitudes buenas que construyan unidad y comunión

Hechos de los apóstoles 22, 30; 23, 6-11; Sal 15; Juan 17, 20-26
‘Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado’. Ruega Jesús por todos los que crean en su nombre y ruega por la unidad. Un signo grande e importante para la credibilidad de los creyentes. ‘Para que el mundo crea que tu me has enviado’, que dice Jesús.
La imagen modelo y referencia de nuestra unidad la unión intima y profunda que hay en el misterio de Dios. ‘Para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno…’ Así tiene que ser la unidad de todos los que creemos en Jesús. Nos une una misma fe, nos une un mismo amor; unidos a Cristo no solo nos sentimos unidos a Dios sino que tenemos que sentirnos en profunda unidad entre nosotros.
Cuando escuchamos estas palabras de Jesús pensamos en la necesaria unidad de todos los cristianos, en la unidad de la Iglesia en una única Iglesia de Cristo. Y oramos por la unidad. Para que el mundo crea, como nos dice Jesús. Cuánto tenemos que orar y trabajar por esa unidad, comenzando por comprendernos, escucharnos, no enfrentarnos sino tratar de caminar juntos para que en verdad Cristo sea nuestro único pastor.
Pero tenemos que comenzar por tener en nuestro corazón esas actitudes buenas que busquen siempre la unidad y la comunión. Y esto tiene que manifestarse en el día a día de nuestra vida con aquellos con los que convivimos, con los que están más cerca de nosotros, con aquellos con los que nos vamos tropezando todos los días en el ámbito de nuestra vida social.
Ahí cada día tiene que manifestarse en cómo tratamos a los que están cerca de nosotros, en nuestra comprensión, en nuestra capacidad de perdón, en nuestra búsqueda de diálogo, en la sencillez y humildad de nuestro trato. Cosas sencillas de cada día, pero que muchas veces nos cuestan; primero vemos los defectos que las virtudes y los valores, y ya ponemos una actitud de rechazo dentro de nosotros; prontos estamos en cada momento para saltar y reaccionar ante lo mínimo que nos puedan hacer o decir y no somos capaces de ser pacientes, de perdonar y olvidar. Y se rompen nuestras relaciones familiares, se crean tensiones entre los amigos, creamos distancias fácilmente de los que están a nuestro alrededor.
Decimos que queremos hacer un mundo mejor, pero desgraciadamente sembramos casi sin darnos cuenta - algunas veces dándonos cuenta también - semillas de desunión, de desamor, de insolidaridad. Así no haremos un mundo mejor. Cambiemos esas actitudes del corazón y busquemos siempre lo bueno, hagamos lo bueno, sembremos amor, creemos lazos de amistad que no se rompan, construyamos la unidad.
Ahí, en los más cercanos, nuestra unión y comunión será también un signo de nuestra fe en Jesús. El ora por nosotros para que podamos ser ese signo comunión frente al mundo. Oremos nosotros también para alcanzar la gracia del Señor que nos ayude a alcanzarlo.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Jesús ora por nosotros para que no nos desalentemos y superemos esa desazón que se nos puede entrar en el alma

Jesús ora por nosotros para que no nos desalentemos y superemos esa desazón que se nos puede entrar en el alma

Hechos,  20, 28-38; Sal 67; Juan 17, 11b-19
Hay momentos en que contemplando el cuadro de la vida que se nos presenta a nuestro alrededor sentimos una cierta desazón en el alma y casi poco menos que quisiéramos abandonar el barco en el que vamos cruzando la mar de nuestra existencia.
No es que queramos ser pesimistas pero contemplamos tanta maldad en el corazón de tantos a nuestro alrededor que de alguna manera nos sentimos como aterrados, envidias y malquerencias, vanidad y falsedad en que se busca solo la apariencia, mentira e hipocresía de la vida donde todo vale con tal de conseguir mis fines, corrupción e injusticia, materialismo y sensualidad como sentido del existir, y así tantas cosas. ¿Podemos navegar en ese mar embravecido de tanta maldad queriendo ser honrados, actuar con rectitud, buscando un sentirnos humanos y hacer siempre el bien aunque nos cueste? Ya decía sentimos una cierta desazón en el alma.
Es el mundo en el que vivimos, aunque tenemos que reconocer que no todos actúan así, pero lo que sucede es que el mal brilla quizá con mayor fuerza que lo bueno y lo justo que muchos llevan en su corazón y que quiere ser en verdad norma y sentido de su actuar y con lo que quieren o queremos hacer un mundo mejor.
Pero no podemos desalentarnos. Hoy hemos escuchado en el evangelio que Jesús ora por nosotros y que no nos va a apartar o separar de ese mundo. Fue a ese mundo al que El vino enviado por el Padre con la misión de la salvación y a ese mundo nos envía a nosotros. Pero quiere darnos una garantía. No nos faltará la asistencia y la fuerza de su Espíritu. Jesús mismo ora al Padre por nosotros; sentado está a la derecha de Dios Padre en los cielos, como lo hemos confesado en estos días de la Ascensión, intercediendo por nosotros porque El es el Mediador de la Nueva Alianza.
‘Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros’, le hemos escuchado pedir hoy en su oración sacerdotal. ‘No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo’, continua diciendo. Para finalmente pedir por nosotros: ‘Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad’.
Santifícalos, conságralos… dice Jesús. Que nos llene de su gracia y de la fuerza del Espíritu. Que nos mantengamos en la unidad. ‘Que sean uno como nosotros’, pide. Es importante esa unidad, esa comunión que tiene que haber entre los que creemos en Jesús y buscamos realizar el Reino de Dios.
Decíamos que brilla fuerte el mal que impregna nuestro mundo, pero tenemos que hacer brillar con fuerza el bien, la bondad, el amor. Sepamos abrir los ojos para encontrar a nuestro lado a todos esos que luchan también por la verdad, por el bien y por la justicia; que sepamos valorar todo lo bueno que hacen tantos y sentirnos en comunión con ellos para que unidos hagamos brillar con mas fuerza la luz del amor que transforme nuestro mundo.
Un gran pecado nuestro es que muchas veces vamos a nuestro aire, queremos hacer el bien pero nos aislamos de los otros, no sabemos unirnos de verdad con todo lo bueno que podamos encontrar. Es importante esa petición que Jesús está haciendo por nosotros para que no nos desalentemos ni decaigamos, para que superemos esa desazón o esa desgana que nos puede entrar en muchas ocasiones.
Unidos nos sentiremos más fuertes para hacer el bien y así vencer las sombras del mal que quieren entenebrecer nuestro mundo.

martes, 19 de mayo de 2015

Jesús ruega por nosotros, los que creemos en El y quedamos en el mundo para que sea glorificado el santo nombre de Dios

Jesús ruega por nosotros, los que creemos en El y quedamos en el mundo para que sea glorificado el santo nombre de Dios

Hechos,  20, 17-27; Sal 67; Juan 17, 1-11a
‘Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste’. Así comienza lo que solemos llamar la oración sacerdotal de Jesús en la última cena.
‘Ha llegado la hora’, la hora de la glorificación del Hijo de Dios, que es la hora de la gloria de Dios. ¿Cuál es el momento? Ha llegado la hora de la Pascua, la definitiva, la eterna; la Pascua en la sangre de Cristo derramada para el perdón de los pecados, para la salvación de todos los hombres. Es la hora de la muerte, pero es la hora de la vida, porque es la hora de la victoria, del triunfo sobre la muerte y el pecado con la Pascua de Jesús. Para que ‘dé la vida eterna a los que le confiaste’, nos dice Jesús.
¿En qué consiste esa vida eterna? Todo arranca de la revelación que nos ha hecho Jesús del misterio de Dios. ‘He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo’ nos dirá más adelante. Es Jesús la revelación de Dios, el Verbo de Dios, la Palabra de Dios que nos trae la salvación, nos alcanza la vida eterna. Por eso nos dirá ‘Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo’.
¿Qué nos queda a nosotros para alcanzar esa vida eterna? Pongamos toda nuestra fe en Jesús, escuchemos su Palabra, dejemos que por la fuerza de su Espíritu se nos revele en nuestro corazón. Y cuando hayamos descubierto como vida nuestra a ese Dios amor, nuestra vida será distinta porque estaremos llenándonos de Dios, llenándonos de su vida y de su amor. Nuestro actuar, nuestro vivir ya será de otra manera porque no podremos hacer otra cosa que amar, amar sin limites ni medidas, amar con un amor que queremos sea semejante al amor con que Dios nos ama. Tenemos en nosotros ya para siempre la vida eterna.
Y Jesús ruega por nosotros, los que creemos en El y quedamos en el mundo. Sabe Jesús lo difícil que nos será hacer ese camino de amor en medio del mundo porque nos sentimos tentados de todas partes. Por eso nos promete su presencia, su fuerza, su gracia, que nos enviará el don de su Espíritu. Así será glorificado el santo nombre de Dios. ‘Santificado sea tu nombre’, que decimos en el padrenuestro. Y santificamos el nombre de Dios viviendo en el amor de Dios.
Estamos en esta semana que nos conduce a Pentecostés que será la culminación de la Pascua con el don del Espíritu. Nos preparamos. Oramos. Como los apóstoles que con María oraban en el cenáculo en espera del cumplimiento de la promesa de Jesús. Que así sea nuestra oración.

lunes, 18 de mayo de 2015

Con Cristo a nuestro lado y con la fuerza de su Espíritu no hemos de temer, la victoria de Dios está de nuestra parte

Con Cristo a nuestro lado y con la fuerza de su Espíritu no hemos de temer, la victoria de Dios está de nuestra parte

Hechos,  19,1-8; Sal 67; Juan 16,29-33
Cuando con fe vamos haciendo el camino de la vida, aunque nos encontremos en medio de dificultades, luchas y problemas, podremos escuchar allá en lo más hondo del corazón la Palabra del Señor que nos va iluminando y fortaleciendo en cada momento concreto o en cada situación en la que nos encontremos. Si cada día escuchamos con atención y con fe la Palabra de Dios iremos sintiendo su presencia, descubriendo lo que nos pide y sintiendo su gracia en nosotros. Tenemos que extender muy bien las antenas nuestro corazón para sintonizar con esa voz de Dios que llega a nosotros siempre.
Hoy la palabra que Jesús les dirige a los discípulos está situada en el momento concreto que están viviendo. Es por una parte un anuncio de lo que casi en momentos va a suceder en el comienzo de la pasión. Pero Jesús nos está enseñando cómo El mismo sabe poner su vida en las manos del Padre. Luego lo va a expresar en Getsemaní con su oración o con sus palabras en lo alto de la Cruz, pero ya ahora como en un adelanto lo está expresando también.
‘Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre…’ Es lo que va a suceder desde el momento del prendimiento en Getsemaní. Aunque en la cruz grite con el salmo ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’ ahora nos está diciendo ‘no estoy solo, porque está conmigo el Padre’. Por esto terminará diciendo: ‘En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo’.
Pero todo esto que nos dice Jesús es para nuestro bien, para lección para nuestra vida. ‘Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí’. También nosotros muchas veces en la vida podamos sentir esa soledad en medio de nuestras luchas y nuestros problemas, o ante una determinación que hemos de tomar importante para nuestra vida. Podría parecer que nadie nos entiende; podremos estar imaginando qué es lo que van a pensar de nosotros; podremos quizá ver a tantos a nuestro alrededor que ríen felices mientras quizá estamos pasando nosotros amarguras por dentro. Muchas situaciones, muchas cosas en las que podríamos sentir esa tentación de la soledad.
Pues Jesús nos dice que nos cuenta todo esto para que encontremos la paz en El. Hemos de saber sentir que Dios está con nosotros. En estos textos que venimos escuchando y reflexionando en este final del tiempo pascual hemos escuchado una y otra vez el anuncio que Jesús nos hace del Espíritu que nos enviará desde el Padre. Es una manera de decirnos que no estamos solos, que nos acompaña la fuerza de su Espíritu.
Como escuchamos en los Hechos de los Apóstoles a nosotros nos puede pasar como a aquellos fieles de Éfeso. ‘Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo’. No es que nosotros no hayamos oído hablar del Espíritu Santo, pero quizá en nuestra vida es el gran ignorado. No sabemos descubrir su presencia. No sabemos apreciar la fortaleza de la gracia con que siempre, en toda circunstancia, nos acompaña.
Pidamos esa fortaleza del Espíritu; dejémonos inundar por el Espíritu Santo; que ilumine nuestra vida en toda circunstancia. ‘En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo’, nos decía Jesús. Con Cristo a nuestro lado y con la fuerza de su Espíritu no hemos de temer, la victoria de Dios está de nuestra parte.

domingo, 17 de mayo de 2015

Ascendamos con el Señor al cielo mirando a la tierra y realizando la ascensión en nosotros y en ese mundo al que somos enviados

Ascendamos con el Señor al cielo mirando a la tierra y realizando la ascensión en nosotros y en ese mundo al que somos enviados

Hechos, 1, 1-11; Sal. 46; Efesios 1, 17-23; Marcos 16, 15-20
‘Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista... miraban fijos al cielo, viéndole irse, y se les presentaron dos hombres vestidos de blanco…’ Así con toda sencillez, pero si observamos bien con palabras cargadas de sentido apocalíptico, nos narra Lucas el misterio de la Ascensión que hoy estamos celebrando.
‘Miraban con los ojos fijos al cielo viéndolo irse’ nos narra el autor sagrado; pero en el mismo momento ‘se les presentaron aquellos dos hombres vestidos de blanco’ que les hacen mirar hacia la tierra, poner los ojos bien en la tierra que pisan porque es el mundo que también hemos de hacer ascender, hacer participar del misterio de la Ascensión. ‘Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?’
Si lo unimos al relato que nos hace Marcos, al que hoy hemos escuchado en el final de su evangelio, nos daremos cuenta plenamente de su sentido. Mirar al suelo, si, mirar la tierra que pisamos, mirar el mundo en el que vivimos, mirar a los hombres nuestros hermanos que nos rodean porque a ellos tenemos que ir a hacer un anuncio también de Ascensión. ‘Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación’. A ese mundo, a esa tierra, a esa sociedad, a esos hombres tenemos que anunciarles la Buena Noticia, una Buena Noticia de Salvación,
La Ascensión del Señor que hoy estamos celebrando es la culminación de la Pascua. Es el Señor. Dios lo ha glorificado resucitándolo de entre los muertos. ‘Subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso’, confesamos en el Credo. Es algo fundamental de nuestra fe y algo que se ha de manifestar en lo que es nuestra vida cristiana. Una vida de Ascensión, para nosotros y para nuestro mundo.
Por eso en la Ascensión recibimos una misión. ‘Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación’. ¿Cómo hemos de hacer ese anuncio? ¿Cómo vamos a realizar nuestra propia Ascensión y la Ascensión de nuestro mundo? Porque recibir y anunciar esa Buena Noticia de Salvación es para que vivamos esa salvación, esa gracia del Señor.
Jesús nos da unos signos. Unas señales en las que nos quedamos muchas veces en la literalidad de las palabras buscando milagros que no son precisamente los que el Señor quiere realizar en nuestra vida. ‘A los que crean, les acompañaran estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos’. Y a continuación nos dice el evangelista que ‘Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban’. ¿Qué significarán esas palabras de Jesús? Reflexionemos.
¿Qué es realmente lo viene a realizar Jesús en nosotros y en nuestro mundo con su salvación? La salvación viene a arrancarnos del mal no dejando que nada ni nadie sea señor de nuestra vida. Con la salvación de Jesús se viene a vencer el mal y al espíritu del mal. Nos ofrece el Señor su perdón, pero eso significa cómo arranca de nosotros el mal, el pecado. ‘Echarán demonios en mi nombre’, en el nombre del Señor tenemos la victoria sobre el mal porque Jesús viene a traernos el perdón para nuestros pecados. Es lo que tenemos que hacer, en nosotros y en los demás. Es la Buena Noticia para nosotros y la Buena Noticia que tenemos que anunciar.
A un mundo roto y dividido nosotros anunciamos caminos de amor y de comunión. En la medida en que vamos logrando esa comunión entre todos porque nos amemos más, porque sepamos aceptarnos, porque desterremos los odios y las envidias, porque rompamos las cadenas de la insolidaridad creando la espiral del amor, estaremos levantando a nuestro mundo, estaremos poniéndolo en caminos de ascensión.
Nada ha de separarnos. La confusión de las lenguas en Babel fue la señal de esa ruptura de la comunión de la humanidad; el ser capaces de entendernos porque hablemos el lenguaje donde todos nos entendamos - hablarán lenguas nuevas - es el signo de la nueva comunión que ha de haber entre nosotros.
El espíritu del maligno, la tentación del mal estará acechándonos por todas partes.  Cuanta injusticia, cuanta mentira, cuanta corrupción nos rodea y nos tienta por todas partes. Pero si estamos vigilantes para no dejarnos emponzoñar por ese mal que envenena nuestros corazones estaremos dando señal de que con Cristo podemos vencer la tentación, superar ese mal, hacer un mundo más justo y mejor. Como nos dice Jesús ‘y si beben un veneno mortal, no les hará daño’. Con Jesús tenemos la mejor medicina que es su gracia para que el mal no corrompa nuestros corazones. Es un camino de ascensión para nosotros y para nuestro mundo.
Sí, tenemos que ir logrando esa ascensión para nuestro mundo, ese mundo que nos rodea lleno de dolor y de sufrimientos de todo tipo. Ahí tenemos que ser bálsamo que alivie, medicina que cure a tantos corazones doloridos, pero también a tantos cuerpos atormentados por el dolor. Misioneros de la compasión y de la misericordia tenemos que ser en medio de nuestro mundo lleno de dolor. Allí donde pongamos consuelo con nuestra palabra, nuestra presencia, nuestra sonrisa, nuestra mano tendida estaremos haciendo ascensión. Es la tarea que nos confía el Señor. ‘Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos’, que nos decía el Señor.
Celebramos la Ascensión; ascendamos con el Señor al cielo, pero miremos a la tierra y vayamos realizando esa ascensión en nuestros hermanos, ese mundo al que somos enviados. Es la gran fiesta de la Ascensión que tenemos que celebrar. Es la gran fiesta de la Ascensión que tenemos que anunciar. ¡Cuánto tenemos que hacer! No nos quedamos plantados mirando al cielo. Miramos, sí, al cielo, pero caminamos con los pies en la tierra haciendo ascensión para nuestro mundo.

¿Notará el mundo que nos rodea ese anuncio del evangelio acompañado por esos signos que nos permite realizar el Señor? ¿Estaremos siendo en verdad signos de Ascensión?