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viernes, 22 de mayo de 2015

Que crezca la ternura del amor de Dios y a Dios en nuestro corazón

Que crezca la ternura del amor de Dios y a Dios en nuestro corazón

Hechos,  25, 13-21; Sal 102; Juan 21, 15-19
‘Simón, hijo de Juan, ¿me amas?’  Por tres veces le repite Jesús la pregunta a Pedro, con la tristeza incluso por parte de Pedro ante la insistencia de Jesús. Muchas veces hemos comentado la respuesta de Pedro y la confirmación por parte de Jesús de la misión que le encomendaba.
Quisiera quedarme en la pregunta, pero no hecha por Jesús a Pedro, sino hecha directamente por Jesús a mi, a ti, que estás leyendo esta reflexión. (Pon tu nombre, como yo pongo el mío) ‘¿Me amas?’ Escuchemos que nos dice Jesús, que me dice Jesús. Y quizá también me lo repita una y otra vez. ¿Cómo le respondemos? ¿Cómo le amamos?
Muchas veces reflexionamos, y nos gozamos con ello, sobre cuánto es el amor que Dios nos tiene. Nos sentimos amados de Dios. Tenemos tantas pruebas del amor que Dios nos tiene. Y nos sentimos dichosos en su amor. Y seguramente nos sentiremos impulsados a amar de la misma manera, a responder con nuestro amor a su amor, y sentimos, es cierto, que así tenemos que amar nosotros y amar a los demás, porque es una prueba y manifestaciones del amor de Dios y del amor a Dios.
Pero, insisto, tenemos que escuchar esa pregunta que Jesús directamente nos hace y darle respuesta. Porque podemos dar por supuesto ese amor, como nos sucede tantas veces cuando hacemos examen de conciencia y al repasar el primer mandamiento casi no nos detenemos a examinarnos porque damos por supuesto que amamos a Dios sobre todas las cosas.
Creo que hoy el evangelio puede estar haciendo que nos detengamos en esa pregunta de Jesús y le demos respuesta, una respuesta clara y contundente. Porque decimos que creemos en El y que El lo es todo para nosotros, pero quizá necesitamos expresar con nuestras palabras y con nuestros sentimientos reales que amamos a Jesús. Y esa expresión y manifestación de nuestro amor, de nuestros sentimientos de amor a Jesús quizá tendrían que estar más presentes en nuestra oración, en nuestra comunicación y en nuestra relación con Dios.
¿Qué es realmente lo que hacían los grandes místicos cuando se sentían arrobados de amor sino hacer que salieran de sus corazones esos efluvios de amor hacia Dios? ¿No es eso lo que hacen los enamorados que se repiten una y un millón de veces el decirse que se quieren, que se aman? Sí, que seamos capaces de manifestar también esa ternura de nuestro amor hacia Dios y creceremos en intimidad con Dios y como los enamorados que se aman de verdad podremos entrar en ese éxtasis de amor a Dios.
Igual que nosotros nos sentimos enormemente complacidos cuando sentimos que alguien nos ama y nos lo dice, así también tendríamos que hacer en nuestra relación y en nuestro trato con Dios. Seguro que luego nos sentiremos más impulsados a expresar y manifestar ese amor también en nuestros hermanos que nos rodean. Que crezca esa ternura del amor a Dios en nuestro corazón. Lo necesitamos.

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