Se derrama sobre nosotros la ternura de Dios que nos ama y nos hace hijos en el Hijo, en Jesús
Hechos, 18,23-28; Sal
46; Juan
16, 23b-28
Cuando uno ve en la vida que alguien a quien uno quiere
y aprecia mucho es también querido y apreciado de manera especial por otra
persona que se desvive por él, lo ayuda, lo cuida, lo protege, hace lo que sea
por ese ser a quien nosotros queremos tanto, surge también en nuestro corazón
como un cariño especial por esa persona que hace tanto por quien uno quiere. El
amor y el cariño provocan más amor y más cariño y así se va extendiendo de unos
a otros como contagiándose de esa ternura. Amamos también a aquellos que aman y
quieren a los que nosotros queremos y apreciamos.
Me surge este pensamiento y reflexión escuchando el evangelio
de este día. Nos manifiesta la ternura de Dios que se derrama más y más sobre
nosotros en la medida en que nosotros creemos y amamos a Jesús. Dios que nos
ama desde siempre y por nosotros mismos podríamos decir que derrocha aun más su
ternura sobre nosotros por el amor que le tenemos en Jesús. Nos ama en Jesús y
por eso nos quiere iguales a Jesús haciéndonos a nosotros también hijos.
Qué agradecidos tendríamos que estar al amor que Dios
nos tiene que revierte en nosotros haciéndonos capaces de más y más. Amamos a
Jesús y creemos en El y ese amor se crece en nosotros para ser capaces de amar
también a los demás con un amor como el que nos tiene el Señor, como el que nos
tiene Dios nuestro Padre.
En ese amor con qué confianza podemos acercarnos a Dios, porque sabemos así que siempre nos escucha.
Por una parte tenemos a Jesús, nuestro Mediador, que intercede por nosotros,
pero tenemos el amor del Padre que siempre nos escucha. ‘Yo os aseguro, si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará’,
nos dice Jesús; ‘pedid y recibiréis para que vuestra alegría sea completa’
termina diciéndonos.
Pero hay algo más que merece nuestra consideración en
este evangelio y además en el día concreto que lo estamos escuchando, vísperas
de la fiesta de la Ascensión del Señor. ‘Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo
el mundo y me voy al Padre’. Como decimos escuchamos estas palabras de Jesús en
la víspera de su Ascensión. Vuelve al Padre, pero no nos deja solos.
Repetidamente le hemos escuchado la promesa del Espíritu que nos enviará desde
el Padre. ‘Conviene que yo me vaya,
porque si no, no vendrá a vosotros el Espíritu de la Verdad’, nos había
dicho.
Pero con Jesús nosotros
queremos ascender. Mañana lo contemplaremos con mayor amplitud. Pero es nuestro
deseo, estar con El. Nos promete que vendrá y nos llevará con El. Pero queremos
levantarnos, queremos mirar a lo alto, queremos ascender en la vida. Hemos
pedido hoy en la oración que se muevan nuestros corazones para buscar y hacer
siempre el bien para que ‘tendiendo sin
desfallecer hacia lo mejor, alcancemos vivir también en la eternidad los bienes
del misterio pascual’. Busquemos siempre lo mejor, tengamos deseos de
eternidad, que podamos disfrutar un día en plenitud de los bienes del misterio
pascual.