Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que actúa allá en lo más hondo de nosotros mismos, hablándonos al corazón
Hechos,
17,15.22-18,1; Sal
148; Juan
16,12-15
‘Muchas cosas me
quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora…’ les dice Jesús a sus discípulos. El
Misterio de Dios que se nos revela en Jesús nos supera; es misterio, es
infinito como infinito es Dios, es una sabiduría que está por encima de nuestro
entender humano, es toda la inmensidad de Dios que nos revela su ser y nos revela
nuestro ser, el sentido de nuestra vida. ‘No
podéis cargar con ellas por ahora’, les dice Jesús pero les promete que sí
podemos llegar a conocer ese misterio. Nos promete ‘el Espíritu de la verdad que nos lo revelará todo’.
Al final del evangelio Juan nos dirá de una forma
hiperbólica que ‘Jesús hizo muchas cosas,
y si se quisieran recordar una por una, pienso que ni en el mundo entero
cabrían todos los libros que podrían escribirse’. Nos está hablando de la
grandeza del mensaje de Jesús. Pero, por ejemplo, pensemos en lo que, a partir
del Evangelio de Jesús y de la tradición eclesial, se ha escrito sobre Jesús a
través de toda la historia.
Es la aproximación que desde la fe, aunque en algunos
sea quizá mera curiosidad científica o histórica, se ha hecho en la reflexión
de los hombres sobre el misterio de Jesús. Y seguimos interesándonos por Jesús,
queriendo conocerle, queriendo ahondar en su misterio que para nosotros los
creyentes se tiene que convertir en vida, en lo que vivimos de Jesús, o en cómo
llegamos a vivir a Jesús.
Pero, repito, no podemos acercarnos a Jesús desde
cualquiera manera. No podemos pretender conocer a Jesús solo desde nosotros
mismos, desde los estudios del tipo que sean que nosotros nos hacemos; tenemos
el peligro de quedarnos en lo externo, lo superficial y a Jesús no lo podemos
mirar ni estudiar así. Es aquí donde tenemos que saber actuar desde la fe, para
dejarnos conducir. Y nos ayudaremos de quienes a nuestro lado tienen un mayor
conocimiento y vivencia de Jesús; y nos ayudaremos de nuestra madre la Iglesia
que con toda fidelidad ha querido conservar el deposito del misterio de Cristo,
de su evangelio, de su mensaje. Pero tenemos que ayudarnos principalmente,
fundamentalmente dejándonos conducir por el Espíritu del Señor.
El Espíritu del Señor que se nos podrá manifestar a
través de todos esos medios que tenemos a nuestro alcance a nuestro lado y
sobre todo en la Iglesia; pero el Espíritu del Señor que actúa allá en lo más
hondo de nosotros mismos, hablándonos al corazón. ‘Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad
plena… Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando…’
Cuando con fe vamos caminando por la vida y abrimos
nuestro corazón a Dios nos damos cuenta cómo se nos va revelando. Cuántas cosas
hemos sentido en nuestro corazón, cuántos impulsos del Espíritu para las obras
buenas, cuántas cosas en un momento determinado sentimos dentro de nosotros
mismos que nos ayudan a conocer mejor a Dios, a conocer mejor su evangelio, a
conocer mejor sus caminos.
En cada momento, en cada circunstancia vamos sintiendo
ese impulso y esa sabiduría del Espíritu. Creo que tenemos experiencia viva de
todo esto que estamos diciendo; recordemos cómo hemos ido creciendo en ese
conocimiento de Cristo, cómo en cada momento sentimos allá en nuestro interior
lo que en verdad necesitábamos. Dejémonos conducir por el Espíritu de la Verdad
que nos guiará hasta la verdad plena. Solo en el Espíritu alcanzaremos la
plenitud de Dios.
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