Confesemos con alegría nuestra fe, lejos de nosotros toda tristeza porque con nosotros para siempre estará el Señor
Hechos,
16, 22-34; Sal
137; Juan
16, 5-11
Cuando llegan las horas de las despedidas normalmente
nos ponemos tristes ante el hecho de la separación de aquellas personas que
apreciamos o que queremos; nos sentimos mal ante el pensamiento de que no vamos
a poder estar con aquella persona que queremos o no vamos a poder verla más.
Son momentos dolorosos y nos cuesta mucho en ocasiones sobrellevarlos en esa
pérdida de esperanza de la que suelen ir acompañados esos momentos.
Algo así les estaba sucediendo a los discípulos en
aquella cena pascual; todo sonaba a despedida, los gestos de Jesús, sus
palabras, el sentimiento que poco a poco iba embargando sus corazones. No
terminan de comprender todo el sentido de las palabras y los gestos de Jesús
que lo que tratan es de infundir esperanza porque además les está diciendo que
aunque se vuelva al Padre ahora le van a sentir de una manera especial. Es el anuncio
que les está haciendo de la presencia del Espíritu Santo que desde el Padre les
va a enviar. ‘Os conviene que yo me vaya,
les dice, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito (el Defensor).
En cambio si me voy, os lo enviaré’.
Repetidamente Jesús les hablará de esa promesa del
Padre, del Espíritu de la Verdad que os lo enseñará todo, del Espíritu que va
habitar en nuestros corazones dando testimonio de Jesús y ayudándonos a que
nosotros también demos testimonio de Jesús. Lo venimos escuchando estos días y
se nos seguirá hablando en la Palabra de Dios de estas semanas que nos sirven
precisamente como de preparación para la gran fiesta del Espíritu que es
Pentecostés.
Es el Espíritu que nos hará conocer en todo su misterio
a Jesús, nos hará caer en la cuenta de que si no creemos en Jesús y le
rechazamos de alguna manera no llegará a nosotros la vida y la salvación sino
la condena. Es lo que nos dice hoy Jesús. ‘Cuando
venga, dejará convicto al mundo con la prueba de un pecado, de una justicia, de
una condena’. El mundo será convicto de todo esto porque no aceptó a Jesús.
Pero si creemos en Jesús y en su Palabra el Espíritu nos hará reconocer en
verdad que Jesús es el Señor y que solo en El encontraremos la salvación.
Es lo que va a ser el eje de la predicación de los
Apóstoles a partir de Pentecostés. Allí Pedro proclamará que Jesús por su
resurrección ha sido constituido Señor y Mesías; y escucharemos a Pedro
anunciando que no hay otro nombre que pueda salvarnos, sino Jesús.
Con la fuerza del Espíritu del Señor podremos en verdad
confesar nuestra fe en Jesús como nuestro único salvador. Con la fuerza del
Espíritu del Señor sentiremos en verdad para siempre su presencia en medio de
nosotros. Es el Espíritu que nos congrega en la unidad; es el Espíritu que nos
hará siempre presente a Jesús y de manera especial en los sacramentos.
Confesemos con alegría nuestra fe; lejos de nosotros toda tristeza de
despedidas porque con nosotros para siempre estará el Señor.
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