Activemos el amor y conoceremos a Dios, comenzaremos de verdad a sentirnos hermanos y alcanzaremos la alegría y la dicha en plenitud
Hechos, 10, 25-26. 34-35. 44-48; Sal. 97; 1Juan 4, 7-10; Juan
15, 9-17
Todo arranca desde el amor y todo se centra en el amor.
Pero parte del amor de Dios ‘ya que el
amor es de Dios’, porque ‘El nos amó
primero… porque él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por
nuestros pecados’. Y se centra en el amor porque no es otra cosa lo que
tenemos que hacer. Es lo que tenemos que aprender a reconocer; es lo que tiene
que ser nuestra vida y de ahí podríamos sacar muchas consecuencias.
Pero, ¿cómo podemos conocer a ese Dios que es amor y
llegar a reconocer ese amor que nos tiene? Amando, podríamos decir en una
palabra. Porque solo el que ama puede conocer a Dios, ‘el que ama ha nacido de Dios… y el que no ama no puede conocer a Dios’.
Muchas veces queremos buscar a Dios, buscamos razonamientos, buscamos pruebas,
pareciera que estuviéramos dando palos de ciegos, decimos que nos cuesta creer
y aceptar ese misterio de Dios. Activemos el amor en nosotros y podremos
comenzar a descubrir a Dios, podremos comenzar a conocer a Dios.
Esa capacidad de amor está ahí en nosotros, en nuestra
propia naturaleza, pero algunas veces parece que nos cerramos al amor.
Activemos esa capacidad de amor; es como un programa que tenemos en el
ordenador, por ejemplo, una aplicación, la hemos bajado, instalado, pero no la
hemos activado; la tenemos y es como si no la tuviéramos; cuando la activemos
podremos sacarle todo partido y nos funcionará. Así nos pasa con esa capacidad
de amar que nos haría conocer a Dios. Activemos, repito, esa capacidad de amor.
Es hermoso lo que nos dice san Juan tanto en su carta
como en el evangelio trasmitiéndonos las palabras de Jesús. ‘Como el Padre me ha amado, así os he amado
yo; permaneced en mi amor’. Ese amor que arranca de Dios Padre y que nos
llega, se nos manifiesta en Jesús; ‘él
nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados’, que
nos decía san Juan en su carta. Pero sintiendo todo ese amor de Dios que se nos
manifiesta en Jesús, en su amor, en su entrega, comencemos nosotros a amar de
verdad ‘permaneced en mi amor’.
Pero ese permanecer en el amor de Dios no es solo algo
como místico y espiritual que solo hiciera referencia a Dios, desentiéndenos de
los demás; permanecer en su amor es comenzar a amar y amar de verdad a los
demás, a cuantos nos rodean. Es el fruto que nos pide el Señor. De la misma
manera que hay esa comunión de amor en Dios, en las tres divinas personas, así
tenemos nosotros que comenzar a entrar en esa comunión de amor con los demás.
No es de otra forma como vamos a dar respuesta al amor que Dios nos tiene.
Siempre el amor de Dios nos va a llevar a sentirnos en comunión de Iglesia con
nuestros hermanos. Es el mandamiento del Señor.
Decíamos antes que de todo esto que estamos
considerando de lo que es el amor de Dios y nuestra respuesta podríamos sacar
muchas consecuencias. Efectivamente si fuéramos capaces de entrar en esa órbita
del amor estaríamos haciendo un mundo mejor, porque estaríamos haciendo un
mundo de hermanos, un mundo donde nos amamos y no de cualquier manera.
Los evangelistas, sobre todo los sinópticos, nos hablan
continuamente del Reino de Dios. Es el anuncio que hace Jesús desde el comienzo
de su predicación cuando nos invita a la conversión y a creer en el Reino de
Dios que está cerca; luego a través de todo el evangelio nos van describiendo con
las palabras de Jesús y con el actuar de Jesús cómo vamos construyendo ese
reino de Dios. Y cuando construimos ese Reino de Dios comenzamos por reconocer
que Dios es nuestro único Señor, el único Rey y Señor de nuestra vida; pero
cuando reconocemos que es el Señor, lo vamos a hacer entrando en una nueva manera
de vivir, de actuar, de relacionarnos con los demás a quienes ya comenzaremos a
considerar como hermanos; y si somos hermanos, comenzaremos a amarnos.
Es lo que ahora nos está diciendo el evangelio de san
Juan y su carta, que en este domingo estamos escuchando y reflexionando. Es lo
que nos señala en ese camino del amor en el hemos de entrar, que se ha de
convertir en el sentido de nuestra vida. ¿Y no seríamos en verdad más felices
si todos nos amaramos, nos aceptáramos, nos comprendiéramos y hasta nos
perdonáramos, fuéramos capaces de caminar juntos?
Hoy nos dice Jesús que nos está trasmitiendo todo esto
para que tengamos su alegría en plenitud. Tener la alegría de Jesús es una hermosa
experiencia, tendríamos que reconocer. La alegría de Jesús resucitado; la
alegría de Jesús lleno del Espíritu; la alegría de estar en medio de nosotros,
porque su delicia es estar con los hijos de los hombres; la alegría y la paz
del pastor que encuentra la oveja perdida o el padre que acoge al hijo pecador
que vuelve a la casa; la alegría y la fiesta del que nos invita al banquete de
bodas y al festín donde ya no hay ni luto ni llanto ni dolor.
Es la alegría que hemos de tener porque nos sentimos
amados de Dios y llenos de su Espíritu, porque ya Jesús nos llama amigos y nos
trasmite todos los secretos del misterio de Dios; es la alegría y la paz de
sentirnos acogidos por el abrazo del Padre a pesar de nuestras debilidades y
pecados; es la alegría nueva y viva que vamos a sentir cuando vivimos como hermanos y nos amamos de verdad, alejando de nosotros todo tipo de envidias y
resentimientos; es la alegría y el gozo que sentimos dentro de nosotros porque
vamos dando pasos por hacer un mundo nuevo, un mundo mejor a imagen de lo que
ha de ser el Reino de Dios.
Todo arranca desde el amor y todo se centra en el amor,
decíamos en el comienzo de esta reflexión en torno a la Palabra de este
domingo. Activemos el amor en nosotros y conoceremos a Dios; activemos el amor
en nosotros y comenzaremos de verdad a sentirnos hermanos; activemos el amor en
nosotros y alcanzaremos la alegría y la dicha en plenitud.
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