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lunes, 8 de septiembre de 2025

Pregustemos los resplandores de la aurora para que un día nos dejemos envolver totalmente por la luz del Sol que nos viene de lo alto a donde nos conduce María

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Pregustemos los resplandores de la aurora para que un día nos dejemos envolver totalmente por la luz del Sol que nos viene de lo alto a donde nos conduce María

Miqueas 5, 1-4ª; Salmo 12; Mateo 1, 1-16.18-23

Antes de que el sol se eleve sobre el horizonte, cuando aun no ha comenzado a despuntar, sin embargo comienza el horizonte a teñirse de los primeros resplandores que son anuncio de ese nuevo día que va a comenzar a despuntar con toda la plenitud de los rayos del sol. Tenemos que reconocer que es muy bonito el amanecer cuando tenemos la oportunidad de ver con claridad el horizonte, quizás en la lejanía del mar o desde lo alto de una montaña. He disfrutado mucho cuando he tenido la oportunidad y en esas circunstancias que he mencionado sobre todo desde la alta montaña.

La liturgia en este día en que celebramos la Natividad de la Virgen María la llama con toda razón aurora de un nuevo amanecer. El nacimiento de María nos preanuncia el nacimiento del Sol que nos viene de lo alto, que de ella había de nacer. Hay quienes no quieren entender la devoción y el amor que nosotros los cristianos sentimos por María; sabemos claramente que ella no es la Salvación, pero sí es la Madre que nos trajo al Salvador cuando Dios querrá encarnarse en sus entrañas para de ella nacer siendo hombre y para traernos la salvación.

El resplandor de María a nosotros también nos ilumina cuando nos anuncia la llegada de la verdadera luz. En ella estamos pregustando esas mieles de la salvación, con ella nosotros queremos caminar al encuentro de esa verdadera luz. No la hacemos ni más ni menos, pero es la Madre del Salvador, y toda madre estará siempre cerca del corazón de sus hijos, como tendrán a sus hijos en su propio corazón. ¿Por qué vamos a separar a María del corazón de Cristo? ¿Por qué nosotros, que también somos sus hijos, acogiéndonos al corazón de la madre no podemos aprender de ella a ir hasta Jesús? María siempre nos conducirá hasta Jesús. Ella, por supuesto, no suplantará a Dios, porque ella se sentirá siempre la humilde esclava del Señor que lo único que desea es tener a Dios en su corazón.

Muchas imágenes de María  - pensemos en tantas advocaciones de María que precisamente celebramos en este mismo día – siempre las contemplaremos con una luz, con una candela, con una vela en sus manos, mientras en la otra siempre también nos mostrará a Cristo. Ahondemos en todo el significado de esta imagen que contemplamos para que comprendamos siempre de la mejor manera posible lo que significa la presencia de María en nuestra vida y en la vida de la Iglesia. Podríamos decir frente a tantos que se escandalizan por nuestro amor a María y por el lugar que le damos en la vida de la Iglesia, que María no nos dice que ella sea la luz, sino que siempre nos estará señalando el camino de la luz, porque siempre ella nos está conduciendo hasta Jesús. 

Como decíamos, María es la Aurora de nuestra salvación. La aurora no es el sol, pero sí nos estará reflejando la luz del sol. Eso es María para nosotros, eso es lo que en ella podemos contemplar; son los valores del Reino de Dios que en ella podemos encontrar y copiar para nuestra vida; la mujer llena de fe, que merecerá por ello toda alabanza, pero la mujer disponible siempre para el servicio y para el amor, que siempre está en camino para servir como lo hizo en su camino hasta las montañas de Judea para servir en la casa de Isabel, o como estaba con los ojos atentos en las bodas de Caná para detectar donde había una necesidad y hacer que Jesús allí derramara su gracia.

Es la mujer humilde, que reconoce las maravillas que Dios realiza en ella, pero no se siente ella grande porque aunque siendo madre se siente hermana y cercana de toda la humanidad para caminar nuestros caminos, para hacerse presente con su amor, para estar siempre en esa disponibilidad de un corazón abierto para a todos acoger como madre. Sabe María que los poderosos van a ser derribados de sus tronos y que solo los humildes y los sencillos podrán tener la dicha de conocer y vivir los misterios de Dios, como ella misma canta en el Magnificat. ¿Estará adelantando María en su cántico lo que un día Jesús cantará también dando gracias al Padre que revela su corazón y su misericordia a los que son pequeños y sencillos? En ella ya lo estamos viendo.

Dejémonos envolver por esa luz que María nos refleja de lo que es el amor y la misericordia de Dios para que un día también nos sintamos llenos de esa luz porque nos sentimos enriquecidos con la misericordia del Señor.

domingo, 7 de septiembre de 2025

Sepamos encontrar lo que realmente es fundamental y se convierte en riqueza y sabiduría de nuestra vida y nos llena de grandeza y dignidad

 



Sepamos encontrar lo que realmente es fundamental y se convierte en riqueza y sabiduría de nuestra vida y nos llena de grandeza y dignidad

Sabiduría 9, 13-19; Salmo 89; Filemón 9b-10. 12-17; Lucas 14, 25-33

Vivir no es ni simplemente dejar pasar las horas y los días, ni solamente ocupar nuestro tiempo haciendo cosas y cosas; algo más hondo tiene que darle intensidad a nuestra vida, unas metas hemos de tener para que aquello que hacemos tenga un sentido y un verdadero valor, sopesamos así lo que somos y lo que valemos, descubrimos nuestras posibilidades y llenamos nuestro caminar de unos valores, le damos riqueza a nuestra vida, y crecemos desde lo más hondo, le damos un contenido de humanidad a lo que hacemos y lo que vivimos y de ninguna manera nos encerramos en nosotros mismos, porque vivimos entre los demás, con los demás y de alguna manera también para los demás, porque de lo contrario todo se convertiría en egoísmo; será el amor el que le dé verdadera hondura a nuestra vida y lo que hará rica nuestra existencia. Pero para llegar a todo eso tenemos que hacer nuestros planteamientos, descubrir, sí, lo que son nuestras posibilidades, pero también sentir esa fuerza interior y al mismo tiempo superior que nos ayuda y fortalece. Es, por así decirlo, encontrar la sabiduría de la vida.

Hoy Jesús en el evangelio tratando de que sus discípulos tengan claro lo que significa seguirle, como diríamos hoy nosotros, lo que significa ser cristiano, precisamente nos quiere ayudar a que descubramos lo que es verdaderamente importante, siendo capaz de dejar a un lado, aunque incluso sea bueno, aquello que nos podría desviar de nuestra verdadera meta. En ese camino nos enseña cómo incluso tengamos que decirnos no a algunas cosas para que en verdad seamos sus verdaderos discípulos.

Queremos, por ejemplo, construir un edificio y tratamos de ver todos los materiales que podríamos utilizar y que están a nuestra mano, al tiempo veremos lo que podemos hacer, lo que es la capacidad que tenemos y los medios de los que nos vamos a valer para poder realizarlo. Pero quizás, aunque sean buenos, no todos los materiales los podremos utilizar, tendremos que descartar algunos porque no nos van a servir para lo que pretendemos construir. Ahí está el trabajo, en cierto modo, previo que tenemos que realizar, analizando, escogiendo lo mejor, descartando lo que quizás no nos seria provechoso, buscando los medios y trazándonos los verdaderos planos para lograr ese bello edificio. Sabio el que sabe elegir lo mejor para tener el mejor edificio.

Jesús nos ha hablado con unas pequeñas parábolas por una parte del hombre que quiere construir una torre, o del reino que en una guerra ha de enfrentarse a vecinos enemigos; en uno y otro caso nos dice Jesús que hay que detenerse tanto antes de comenzar a realizar la torre como antes de emprender la batalla, para saber si en verdad podremos conseguir nuestros fines, no sea que se nos derrumbe el edificio o seamos vencidos irremediablemente en la batalla.

Así en la vida, así en el camino de nuestra vida cristiana. Tenemos que clarificar muy bien el camino que nos señala Jesús, el sentido verdadero del Reino de Dios del que nos habla Jesús, no sean que emprendamos sendas erróneas. ¿Dónde vamos a encontrar ese verdadero camino? Vayamos al Evangelio, escuchemos de verdad la Palabra de Dios, plantémosla en lo hondo de nuestro corazón, rumiémosla muy bien en nuestro interior.

Será lo que en verdad va a dar hondura a nuestra vida, lo que dará profundidad a nuestras decisiones, lo que finalmente nos mantendrá firmes con constancia en el camino emprendido. Podríamos decir que no podemos ir a lo loco, no podemos solamente dejarnos llevar por fervores momentáneos, que pronto se pueden apagar; una llamarada muy grande y aparatosa en principio, pronto se quedará en un rescoldo que a lo más mínimo se va apagar y todo se volverá humo. Muchas veces nos encontramos así, o lo contemplamos en tantos a nuestro lado. Les faltó o nos faltó esa verdadera profundidad, esas hondas raíces bien enraizadas en el corazón de Cristo, en el evangelio. Es la sabiduría que nos da el evangelio.

Pueden resultarnos desconcertantes las palabras del evangelio en aquello que nos dice Jesús a lo que hemos de renunciar. No nos dice Jesús que no tengamos que amar a nuestros padres o a nuestros hijos, al hermano o al esposo o la esposa; podría parecer contradictorio con otros pasajes del evangelio en que Jesús nos propone como mandamiento principal precisamente el amor. Lo que nos quiere decir que nada puede ensombrecer el amor que le tengamos a Dios, más aun tenemos que hacer que ese amor de Dios sea la fuente de nuestro amor para el amor que tengamos a cuantos nos rodean. Es encontrar lo que verdaderamente es fundamental y que se va a convertir en fuente de cuanto hagamos o digamos.

En ese sentido va también lo que nos dice del desprendimiento con que hemos de vivir en nuestra relación con lo material. El verdadero tesoro de nuestra vida no está en esos bienes materiales que tengamos; son cosas que necesitamos, es cierto, en nuestras mutuas relaciones o para la adquisición de lo que necesitamos para una vida digna; pero cuando convertimos lo material en lo fundamental de nuestra vida estamos trastocando el sentido de todo, por eso tenemos que liberarnos de esos apegos, no convertirlos en el tesoro de nuestro corazón. Cuando vivimos con esos apegos nos esclavizamos, nos hacemos dependientes de esas cosas, oscurecen nuestra visión porque lo convertimos en un filtro en nuestros ojos que no nos deja ver con claridad.

Y las palabras de Jesús son tajantes, porque quien vive de esa manera, nos dice, ‘no es digno de mí’. Son materiales que nos pueden echar a perder el edificio y no nos valen como piedras fundamentales para la construcción de nuestra vida. Tenemos que saber encontrar esa verdadera sabiduría que enriquezca nuestra vida llenándola de humanidad.