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domingo, 7 de septiembre de 2025

Sepamos encontrar lo que realmente es fundamental y se convierte en riqueza y sabiduría de nuestra vida y nos llena de grandeza y dignidad

 



Sepamos encontrar lo que realmente es fundamental y se convierte en riqueza y sabiduría de nuestra vida y nos llena de grandeza y dignidad

Sabiduría 9, 13-19; Salmo 89; Filemón 9b-10. 12-17; Lucas 14, 25-33

Vivir no es ni simplemente dejar pasar las horas y los días, ni solamente ocupar nuestro tiempo haciendo cosas y cosas; algo más hondo tiene que darle intensidad a nuestra vida, unas metas hemos de tener para que aquello que hacemos tenga un sentido y un verdadero valor, sopesamos así lo que somos y lo que valemos, descubrimos nuestras posibilidades y llenamos nuestro caminar de unos valores, le damos riqueza a nuestra vida, y crecemos desde lo más hondo, le damos un contenido de humanidad a lo que hacemos y lo que vivimos y de ninguna manera nos encerramos en nosotros mismos, porque vivimos entre los demás, con los demás y de alguna manera también para los demás, porque de lo contrario todo se convertiría en egoísmo; será el amor el que le dé verdadera hondura a nuestra vida y lo que hará rica nuestra existencia. Pero para llegar a todo eso tenemos que hacer nuestros planteamientos, descubrir, sí, lo que son nuestras posibilidades, pero también sentir esa fuerza interior y al mismo tiempo superior que nos ayuda y fortalece. Es, por así decirlo, encontrar la sabiduría de la vida.

Hoy Jesús en el evangelio tratando de que sus discípulos tengan claro lo que significa seguirle, como diríamos hoy nosotros, lo que significa ser cristiano, precisamente nos quiere ayudar a que descubramos lo que es verdaderamente importante, siendo capaz de dejar a un lado, aunque incluso sea bueno, aquello que nos podría desviar de nuestra verdadera meta. En ese camino nos enseña cómo incluso tengamos que decirnos no a algunas cosas para que en verdad seamos sus verdaderos discípulos.

Queremos, por ejemplo, construir un edificio y tratamos de ver todos los materiales que podríamos utilizar y que están a nuestra mano, al tiempo veremos lo que podemos hacer, lo que es la capacidad que tenemos y los medios de los que nos vamos a valer para poder realizarlo. Pero quizás, aunque sean buenos, no todos los materiales los podremos utilizar, tendremos que descartar algunos porque no nos van a servir para lo que pretendemos construir. Ahí está el trabajo, en cierto modo, previo que tenemos que realizar, analizando, escogiendo lo mejor, descartando lo que quizás no nos seria provechoso, buscando los medios y trazándonos los verdaderos planos para lograr ese bello edificio. Sabio el que sabe elegir lo mejor para tener el mejor edificio.

Jesús nos ha hablado con unas pequeñas parábolas por una parte del hombre que quiere construir una torre, o del reino que en una guerra ha de enfrentarse a vecinos enemigos; en uno y otro caso nos dice Jesús que hay que detenerse tanto antes de comenzar a realizar la torre como antes de emprender la batalla, para saber si en verdad podremos conseguir nuestros fines, no sea que se nos derrumbe el edificio o seamos vencidos irremediablemente en la batalla.

Así en la vida, así en el camino de nuestra vida cristiana. Tenemos que clarificar muy bien el camino que nos señala Jesús, el sentido verdadero del Reino de Dios del que nos habla Jesús, no sean que emprendamos sendas erróneas. ¿Dónde vamos a encontrar ese verdadero camino? Vayamos al Evangelio, escuchemos de verdad la Palabra de Dios, plantémosla en lo hondo de nuestro corazón, rumiémosla muy bien en nuestro interior.

Será lo que en verdad va a dar hondura a nuestra vida, lo que dará profundidad a nuestras decisiones, lo que finalmente nos mantendrá firmes con constancia en el camino emprendido. Podríamos decir que no podemos ir a lo loco, no podemos solamente dejarnos llevar por fervores momentáneos, que pronto se pueden apagar; una llamarada muy grande y aparatosa en principio, pronto se quedará en un rescoldo que a lo más mínimo se va apagar y todo se volverá humo. Muchas veces nos encontramos así, o lo contemplamos en tantos a nuestro lado. Les faltó o nos faltó esa verdadera profundidad, esas hondas raíces bien enraizadas en el corazón de Cristo, en el evangelio. Es la sabiduría que nos da el evangelio.

Pueden resultarnos desconcertantes las palabras del evangelio en aquello que nos dice Jesús a lo que hemos de renunciar. No nos dice Jesús que no tengamos que amar a nuestros padres o a nuestros hijos, al hermano o al esposo o la esposa; podría parecer contradictorio con otros pasajes del evangelio en que Jesús nos propone como mandamiento principal precisamente el amor. Lo que nos quiere decir que nada puede ensombrecer el amor que le tengamos a Dios, más aun tenemos que hacer que ese amor de Dios sea la fuente de nuestro amor para el amor que tengamos a cuantos nos rodean. Es encontrar lo que verdaderamente es fundamental y que se va a convertir en fuente de cuanto hagamos o digamos.

En ese sentido va también lo que nos dice del desprendimiento con que hemos de vivir en nuestra relación con lo material. El verdadero tesoro de nuestra vida no está en esos bienes materiales que tengamos; son cosas que necesitamos, es cierto, en nuestras mutuas relaciones o para la adquisición de lo que necesitamos para una vida digna; pero cuando convertimos lo material en lo fundamental de nuestra vida estamos trastocando el sentido de todo, por eso tenemos que liberarnos de esos apegos, no convertirlos en el tesoro de nuestro corazón. Cuando vivimos con esos apegos nos esclavizamos, nos hacemos dependientes de esas cosas, oscurecen nuestra visión porque lo convertimos en un filtro en nuestros ojos que no nos deja ver con claridad.

Y las palabras de Jesús son tajantes, porque quien vive de esa manera, nos dice, ‘no es digno de mí’. Son materiales que nos pueden echar a perder el edificio y no nos valen como piedras fundamentales para la construcción de nuestra vida. Tenemos que saber encontrar esa verdadera sabiduría que enriquezca nuestra vida llenándola de humanidad.

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