Jesús
desde la buena nueva del evangelio nos abre caminos de verdadera humanidad y
que nos harán siempre con ellos buscar la auténtica gloria del Señor
Colosenses 1, 21-23; Salmo 53; Lucas 6, 1-5
Es cierto que en nuestras relaciones
humanas, en las relaciones que tenemos los unos con los otros que nos lleva a
la convivencia y al encuentro porque además por naturaleza somos seres
sociales, llamamos a relacionarnos, pero dada por otra parte la tendencia
egoísta que muchas veces surge de nosotros mismos necesitamos como unas pautas
que regulen esas relaciones, para que nadie además se sienta mermado en su
dignidad y se le resten las posibilidades de desarrollar su vida según su saber
o su capacidad; así, podríamos decir de una manera fácil, nacen las leyes, las
normas, los preceptos desde nuestro raciocinio, desde la mejor manera que
buscamos para facilitarnos esa mutua relación en la vida de cada individuo.
Todo está en función de la persona. Queremos salvaguardar su dignidad. Buscamos la manera de que a nadie se le dañe en su vida. Cuidamos el respeto que mutuamente todos hemos de tenernos. Eso que hemos consensuado y que llamamos leyes o preceptos siempre busca por encima de todo el bien del individuo pero también de esa comunidad que conformamos. Por encima de todo y como centro siempre está la persona, la norma no puede estar por encima de la persona porque perdería humanidad; desde ese sentido de humanidad que expresamos con nuestro amor damos vida y calor, daremos sentido a esa ley.
No somos unos seres autómatas que mecánicamente actúan desde unos
protocolos, sino que es nuestro ser, nuestra humanidad, nuestro amor el que
tiene que darle sentido a todo. No amamos porque nos lo mande la ley, sino
desde lo que nace de nuestro corazón que será lo que le de calor y color a esa
norma de la ley.
Es el mensaje revolucionario, podíamos
decir, que Jesús viene a darnos porque lo que Jesús quiere es la grandeza del
ser humano. Y esto resultaba chocante en aquel pueblo en que de alguna manera
parecía que lo que prevalecía era la norma y la ley. Todo estaba regulado y de
allí nadie podía salirse ni desprenderse, porque las normas se multiplicaban
hasta lo inimaginable. Y todo quería escudarse en que así era la ley del Señor,
parecía que se olvidaba que Dios quiso siempre la libertad del hombre y que en
verdad se engrandeciera desde el amor.
¿Qué significó realmente la liberación
de Egipto y el cruzar el desierto en búsqueda de una tierra de libertad, sino
la grandeza del ser humano, la grandeza de aquellos hombres y mujeres que
formaban aquel pueblo? Sin embargo parecía que de nuevo estaban atados por unas
cadenas que parecían más fuertes que la esclavitud que vivieron en Egipto. Todo
estaba milimétricamente tasado y sancionado y de allí parecía que se podía
salir a respirar una nueva libertad.
Son las quejas y cuitas con las que
vienen a Jesús alegando que sus discípulos no ayunaban ni respetaban la ley de
Moisés, simplemente porque al paso de los caminos en sábado cogían unas espigas
para calmar de alguna manera el cansancio y ahora del camino. En otro momento
dirá Jesús que El no ha venido a abolir la ley y los profetas, sino a darle
plenitud; es encontrar el verdadero espíritu de la ley, es encontrarle su
verdadero sentido; es llenar de autentica humanidad nuestras relaciones para
que sean verdaderamente humanas; es el actuar desde la libertad del espíritu
que nos ayuda a engrandecer al hombre, a la persona; es el encontrar la mejor
forma para hacer que lo que hacemos, lo que es nuestra vida sea realmente
siempre buscando la gloria del Señor; es el no actuar de una forma ciega,
autómata y rutinaria, cumpliendo porque hay que cumplir, sino encontrar e
verdadero sentido de lo que hacemos que revertirá siempre en el bien de la
persona.
Es el camino de grandeza y dignidad que
Jesús abre ante nosotros, que nos hará verdaderamente humanos, que en ello nos
hará buscar siempre la gloria del Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario