El
amor cristiano no se mide solo por lo que hacemos, sino también por nuestra
disposición a salir, a movernos, a cruzar fronteras, por incómodas que sean
Colosenses 1,1-8; Salmo 51; Lucas 4, 38-44
Cuando nos sentimos a gusto con alguien
no queremos separarnos de él; el niño
que no quiere separarse de sus padres, es la primera imagen que se nos ocurre,
pero bien sabemos que los padres no quieren separarse de sus hijos; pero nos
sucede con la amistad, cuando encontramos un verdadero amigo que nos comprende,
que nos escucha, que sabe estar a nuestro lado, no queremos perderlo. Muchas
veces también en la vida nos podemos encontrar con una persona que nos hizo
pensar y que nos ayudó a crecer, que nos habló desde el corazón y a nuestro corazón
en cosas que consideramos importantes en el vida, o que nos ayudó a encontrar
caminos, no es que no los olvidemos nunca, es que quisiéramos estar siempre a
su lado, seguir dejándonos envolver por su mirada, escuchando sus palabras
sabias, sintiendo el impulso que significa para nuestras vidas su presencia, no
nos gustaría estar lejos de esa o esas personas.
La presencia de Jesús en Cafarnaún
estaba produciendo un gran impacto en la población, lo sucedido en la sinagoga
con la curación de aquel endemoniado, la curación de la suegra de Pedro, pero también
la cercanía que Jesús mostraba con todos dejando que a El llegaran con sus
problemas y con sus angustias, con sus desesperanzas y sus deseos de algo
nuevo, con su corazón roto y dolorido o con sus enfermos que ponían a su paso
para que El los curase, no nos extrañe, pues, que quieran retenerlo y no
dejarlo irse de aquel lugar. Al amanecer estaban de nuevo a su puerta buscándolo,
mientras El se había ido al descampado para orar; cuando lo encuentran quieren
retenerlo, pero El dice que ha venido para llegar también a otros lugares y se
pone en camino. En ocasiones veremos que la gente se va con El de un sitio para
otro juntándose incluso muchedumbres hasta en lugares descampados.
Con Jesús hemos de aprender también a
ponernos en camino. Nuestras puertas no pueden estar cerradas ni nuestros
horizontes limitados. El bien y la bondad son cosas que tienen que rebosar y
expandirse a su alrededor llegando a los más sitios posibles. Aunque las cosas
nos parezca que marchan bien allí donde estamos, no podemos quedarnos
encerrados en nosotros o en la comodidad que en cierto modo se produce allí
donde nos hemos acostumbrado a estar o las cosas nos están saliendo bien. Es
algo que algunas veces nos cuesta entender y demasiadas veces predomina en
nosotros la comodidad que se convierte en rutina.
Claro que salir para hacer un camino
nuevo nos puede producir incertidumbre por desconocimiento de lo que vamos a
encontrar que nos hace que nos llenemos de miedos. Pero nuestra fe en Jesús nos
pone necesariamente en camino porque es algo que no podemos guardar para
nosotros mismos sino que siempre estamos llamados a trasmitir y compartir.
Y tenemos la tendencia a instalarnos y
cuando nos instalamos parece que todo pierde fuerza y puede acabar muriéndose.
Es la vida que nunca puede detenerse, es la vitalidad interior que nos hace
estar buscando algo nuevo, algo más, algo superior; no podemos dejarnos
avejentar porque caigamos en una inactividad que nos lleva a la muerte. Siempre
hemos de tener ese espíritu joven y en cierto modo impulsivo que nos empuja a
crecer.
Como le he escuchado decir a alguien y que en cierto modo quiero poner como resumen de esta reflexión que nos venimos haciendo, ‘el amor cristiano no se mide solo por lo que hacemos, sino también por nuestra disposición a salir, a movernos, a cruzar fronteras, por incómodas que sean’. También Pedro sintió la tentación de instalarse cuando quiso montar tres tiendas en el Tabor porque allí se encontraba bien, porque allí se encontraba como en el cielo. Pero Jesús los hizo bajar de la montaña para seguir por la llanura y por las luchas de la vida. ¿Cuáles serán esas llanuras de la vida que me están esperando?
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