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viernes, 5 de septiembre de 2025

Llegar a descubrir la novedad de vida que ha de significar el evangelio para nosotros y dejarnos sorprender para llegar a ser ese odre nuevo para el vino nuevo del Reino

 


Llegar a descubrir la novedad de vida que ha de significar el evangelio para nosotros y dejarnos sorprender para llegar a ser ese odre nuevo para el vino nuevo del Reino

Colosenses 1, 15-20; Salmo 99; Lucas 5, 33-39

Se suele decir que las comparaciones son odiosas y seguramente alguna vez hemos reaccionado cuando han pretendido compararnos con alguien; si es mejor, si hace las cosas que tú no eres capaz de hacer, si él ha tenido éxito y tu siempre eres un perdedor, y así múltiples cosas más. Sin embargo de alguna manera a veces somos incongruentes, porque lo que no queremos para nosotros mismos, quizás lo ofrecemos como ejemplo o estimulo para los demás, y algunas veces nos sucede en la cuestión de la educación que damos a los hijos; les ponemos modelos quizá en aquellos que son sus amigos o viven en su entorno a los que tienen que imitar o de los que tienen que distanciarse porque pueden ser malas compañías que no los lleven por buenos caminos. ¿No tendríamos que ser más nosotros mismos desarrollando lo que hay en nosotros pero porque queremos llegar a nuestra plenitud de vida?

Allí andaban aquellos a los que les costaba tanto entender a Jesús o aceptar los nuevos planteamientos que Jesús nos propone, que ahora andan con comparaciones entre los discípulos de Jesús y lo que son sus discípulos, aunque lo digan sutilmente hablando de los seguidores de Juan o de la escuela de los fariseos. Y vienen con una cuestión a la que se le daba mucha importancia en el contexto de lo religioso, el ayuno. Los discípulos de Juan ayunan y también lo hacen los de los fariseos, pero le vienen a encarar a Jesús que sus discípulos no ayunan.

No han terminado, o no han querido, entender el mensaje de Jesús, el mensaje del Reino de Dios que Jesús proclama. Aunque esperan al Mesías, parece que lo esperaran para que corroborara o hiciera aquellas cosas que ellos hacían. El Mesías para ellos no significaba una novedad de vida, sino un querer afirmarse en los planteamientos que ellos se hacían de lo que debía de ser ese pueblo de Dios, que Jesús lo llamará el Reino de Dios; era algo más que unas personas que se juntaban o se reunían para algo, tenía que ser una visión nueva del mismo sentido de la vida, como del sentido de Dios. Y ellos pretendían solucionarlo todo con unos arreglitos. Y parecía que por lo que Jesús les enseñaba sus discípulos no debían de estar por esos arreglitos.

Es lo que les viene a decir Jesús. El sentido de la presencia de Dios en sus vidas no era para la tristeza y el luto; un nuevo sentido de fiesta había de tener la vida, por eso Jesús les habla de una boda y de unos amigos del novio que están participando de la fiesta de esa boda. ¿Caben ahí las tristezas y los lutos? Porque además al ayuno le habían cargado una connotación demasiado de caras largas y de duelo. Y Jesús hablaba de fiesta, de una boda, de la fiesta en la que participaban los amigos del novio. Era un nuevo sentido de vivir.

Es lo que Jesús nos está ofreciendo y a un nuevo sentido de vivir no se puede llegar desde unos arreglitos, desde unos remiendos; era un nuevo traje de fiesta el que había de vestirse, y todo creo que podemos entender esa imagen que va más allá de la materialidad de la tela de un vestido, porque tendrá que ser algo hondo que brote del corazón del hombre. Jesús nos hablará de un vestido nuevo y sin remiendos que al final nos traerán rotos mayores, nos hablará de unos odres nuevos que serán los que podrán contener el vino nuevo con toda su fuerza.

Es lo que tiene que ser nuestra vida, es en lo que tenemos que convertirnos en nosotros, porque es algo más que un vestido que nos pongamos exteriormente porque tienen que ser actitudes nuevas, valores nuevos que arrancan de un corazón nuevo, de un corazón que se ha dejado transformar, en el que se ha dejado actuar toda la fuerza del Espíritu.

¿Habremos llegado en verdad a descubrir esa novedad de vida que ha de significar el evangelio para nosotros? ¿Nos dejaremos sorprender por el evangelio o lo damos ya por sabido y que no nos dice nada nuevo? Algo estará fallando en nuestro encuentro con Jesús, algo estará fallando en la apertura de nuestro corazón.

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