Igual que Jesús dice que quien le ve a El ve al Padre, la vida del creyente también tendría que ser un reflejo que le hable de Dios a los demás
Hechos de los apóstoles 13, 44-52; Sal 97; Juan 14, 7-14
‘Señor, muéstranos al Padre y nos basta’, le pide uno de los discípulos
a Jesús. Le vale una réplica y casi reprimenda por parte de Jesús. Tanto tiempo
que ha estado con ellos, tantas cosas que han compartido, tantos momentos de
caminar juntos, tantos momentos de explicarles a ellos las cosas con mayor
detalle, tantos momentos en que se ha dejado ir conociendo su corazón, y aun no
lo conocen. ‘Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre’, terminará diciéndoles
Jesús.
también nosotros queremos conocer a Dios, nos preguntamos cómo es
Dios, nos preguntamos donde está sobre todo quizá cuando vemos tantas cosas que
no comprendemos en el mundo en que vivimos, nos hacemos preguntas sobre Dios y
le damos vueltas y vueltas a nuestra cabeza, pero quizá no somos capaces de
abrir los ojos que de verdad pueden conocerle. Y es que lo esencial es
invisible a los ojos. Sin embargo hay señales, hay signos, hay sensaciones y
sentimientos, hay cosas que podemos palpar de manera distinta y podemos llegar
a ver, a encontrar respuestas, pero nos
cegamos.
Nos cegamos porque queremos que las cosas sean a nuestra manera, según
nuestros propios parámetros y el misterio de Dios nos desborda. Nos sentimos quizás
tan pequeños que sin embargo la grandeza de Dios que se nos manifiesta en lo
pequeño no alcanzamos a verla, a descubrirla.
Tendríamos que aprender a mirar más a Jesús. Tendríamos también que
aprender a mirar con los ojos de Jesús. El nos está ensañando continuamente,
nos está queriendo hacer descubrir esas maravillas de Dios en lo mas sencillo y
en lo pequeño, que nos pudiera parecer que está muy lejano de lo que nosotros
imaginamos de Dios. Y es que Dios se ha hecho hombre, para que en lo humano de
Jesús sepamos descubrir su divinidad. Por eso nos dirá Jesús que viéndolo a El,
conociéndole a El conoceremos y veremos al Padre.
Es el rostro de Dios que se manifiesta cercano, al lado de los pobres,
atendiendo a los enfermos, escuchando a todos, buscando a los lejanos, yendo
tras la oveja perdida hasta encontrarla y hacerla volver a su redil. En esos
gestos de Jesús, en todo eso que El nos enseña tenemos que saber escuchar a
Dios, saber encontrarnos con Dios, descubrir la cercanía y el amor de Dios.
Mucho más podríamos seguir profundizando en este pensamiento. Pero me
está haciendo pensar también en la respuesta que nosotros podemos y tenemos que
dar a los que a nuestro lado nos
preguntan por Dios. De una forma o de otra el mundo aunque muchas veces quiera
declararse ateo y no creyente continuamente se hace preguntas sobre Dios, nos
hacen preguntas sobre Dios de una forma o de otra. Porque no entienden el
misterio de Dios, porque los males que hay en la vida los confunden cuando no
saben dar respuestas, cuando se encierran quizá en su rebeldía y buscan a quien
echar la culpa y les es fácil echársela a Dios.
Y es aquí donde hay algo que tendría que inquietarnos. ¿Podríamos dar
nosotros la misma respuesta de Jesús? ‘Quien me ve a mí, ve al Padre’.
Es serio esto. Porque nosotros los creyentes con nuestra manera de vivir, con
nuestras actitudes y con nuestros comportamientos, con nuestro amor y con
nuestro compromiso por los demás, con nuestra vida llena de rectitud pero también
muy llena de alegría, tendríamos que ser un reflejo que les hable de Dios a los
demás. ¿Seremos capaces de serlo para los otros? ¿Nuestra vida les habla de
Dios a los demás? Quede ahí la pregunta y mira cual es la respuesta que puedes
dar con tu vida. No es un juicio es un interrogante para pensar.