La luz del evangelio que ilumina nuestra vida y el sabor de Cristo con que sazonamos nuestra existencia se ha de convertir en signo de salvación para cuantos nos rodean
1Corintios 2, 1-10; Sal 118; Mateo 5, 13-16
Todos sabemos que una comida que no está condimentada con la sal no
tiene sabor o incluso fácilmente se echa a perder, que por un lugar totalmente
oscuro y sin luz no podemos caminar porque tropezaríamos, nos haríamos daño y
hasta podemos tener el peligro no solo de perder la orientación de nuestro
caminar sino la vida misma.
Esto que esto diciendo es muy elemental, es cierto, pero son las
imágenes que nos propone Jesús en el evangelio para decirnos lo que significa
el mensaje del Reino para la humanidad y lo que representa la luz de la fe. Es
la vida misma, es el valor de la vida, es el sentido de la existencia y la
orientación que le damos a nuestro vivir, es el descubrir lo que es
verdaderamente importante y luchar por conseguirlo sin perder el rumbo, son las
metas y es el camino de la plenitud de nuestro ser – cuántas veces nos habla de
vida eterna – lo que encontramos en Jesús.
Si nos decimos cristianos no es por una tradición sino porque queremos
seguir ese camino de Jesús. Por eso decimos que el cristiano es el discípulo de
Cristo; y el discípulo es el que ha encontrado un maestro al que quiere seguir
porque sus palabras y su vida misma se hacen vida para él. Cuando nos decimos
cristianos es porque estamos convencidos que esa es la sal y la luz de nuestra
vida y ya no podemos vivir sin ese sentido y sin ese valor que en Cristo
encontramos para nuestro existir. Y es importante que esto lo tengamos claro
para que nuestra vida no sea una rutina, no sea un caminar de aquí para allá
desorientados y sin saber qué rumbo tomar.
Pero eso es también lo que nosotros tenemos que ofrecer a los demás,
ofrecer al mundo que nos rodea. Nos damos cuenta de la confusión que nos rodea;
parece que cada uno está tirando para su lado y no somos capaces de que haya
una concordia para hacer que nuestro mundo sea mejor y marche mejor en todos
los problemas que afectan a toda la humanidad. Frente a esa desorientación en
que con frecuencia nos encontramos y a tanta confusión nosotros tenemos una
palabra que decir y tenemos que saber decirla con valentía y desde el testimonio
de lo que nosotros creemos y vivimos.
El evangelio no pretende dar soluciones técnicas a los problemas y los
proyectos que se puedan trazar en la vida, pero si puede darnos un valor,
hacernos recapacitar en lo que verdaderamente es importante, en el valor de la
vida y de la persona, en lo que ha de ser la base de nuestras relaciones y
dentro de todo eso podemos aportar desde nuestra fe la trascendencia que le
damos a la vida y poner esa metas altas llenas de espiritualidad que llenan y
dan plenitud al corazón del hombre.
Jesús nos dice que tenemos que ser sal y ser luz. Desde lo que
vivimos, desde lo que es nuestra fe, desde el sentido que desde el evangelio
nosotros damos a la vida queremos ayudar a que el mundo encuentre su sabor,
encuentre la verdadera sabiduría de la vida, viva en la rectitud de la
responsabilidad y encuentre una luz y una orientación para su existencia. Es la
tarea y la misión del cristiano.
Es esa espiritualidad que desde Cristo nosotros podemos dar al mundo
para que nos arranquemos de los puros materialismos que nos limitan y reducen y
no dejemos que se meta en nuestro corazón la corrupción del mal, de la ambición
egoísta que nos hace luchar los unos contra los otros y nos llena de tantas
violencias que se multiplican desde nuestras palabras, nuestros gestos y
nuestras actitudes.
Hoy la Iglesia española celebra a un gran santo que supo ser esa sal y
esa luz en su tiempo en la historia de su pueblo. San Isidoro de Sevilla que
además fue un verdadero sabio en su tiempo, que así lo reconoce la historia,
que si abarcaba toda una enciclopedia de la vida con su múltiple saber como nos
dejó reflejado en sus escritos, pero que fue también la sabiduría con que guió
a su diócesis de Sevilla y a toda la Iglesia de España.
¿Seremos capaces de ser cada día un poco más de sal y de luz para ese
mundo concreto que nos rodea? La luz del evangelio que ilumina nuestra vida se
ha de convertir en signo de salvación para cuantos nos rodean; el sabor de
Cristo que nosotros queremos vivir con nuestra fe tiene que dar también sabor y
sentido a la vida de las gentes del mundo de hoy. Es la sabiduría cristiana que
hemos de saber trasmitir.
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