Los que seguimos a Jesús nunca podemos cerrar puertas ni crear barreras sino tender puentes de encuentro y comunión, de convivencia y paz
Hechos de los apóstoles 11,1-18; Sal 41; Juan 10,1-10
Una puerta que se abre es una invitación a entrar en un mundo nuevo o
distinto que se oculta tras esa puerta o esos muros. Pero una puerta cerrada
nos impide el paso, la entrada, y es una de no dejar entrar a quien pudiera
venir a robar o destrozar, como lo es también de preservar nuestra intimidad y
guardar lo nuestro. Demasiadas puertas cerradas nos vamos encontrando hoy en
nuestros caminos y vamos incluso vallando nuestras propiedades para impedir la
entrada o el paso de extraños. Será una cerca que no se puede saltar o serán
unos carteles que nos avisan de que aquello es un lugar privado donde no se
puede entrar.
Quizá con las inseguridades que vivimos en el mundo de hoy nos pueda
parecer normal esas vallas o esas puertas cerradas, pero creo que en la vida
hay otras puertas u otras vallas que interponemos en nuestras mutuas
relaciones. Creamos demasiadas veces distancias, vados intransitables entre las
personas, discriminamos impidiendo el paso a nuestra vida a los que no nos
gustan quizá simplemente por sus apariencias, creamos desconfianzas en el corazón
y distanciamientos que nos impiden una relación cordial y una verdadera
comunión y comunicación entre unos y otros; aparecen soledades, corazones con
amargura y resentimientos, expresión quizá de muchos sufrimientos guardados en
el silencio de la impotencia.
Hoy Jesús nos quiere hablar de una puerta abierta. Y El ha venido para
ser esa puerta abierta. Es la puerta por la que entrando nos vamos a encontrar
con la vida. Es la puerta que traspasándola nos vamos a encontrar toda la revelación
del misterio de Dios. El es la Palabra reveladora de Dios que nos hace conocer
al Padre y todo lo que es su amor por nosotros; esa Palabra que tenemos que
escuchar y que seguir como las ovejas escuchan y siguen la voz de su pastor. Es
la puerta que nos señala caminos de amor para que encontrándonos con el amor
verdadero que en El se nos manifiesta podamos entender mejor como tenemos que
expresar nosotros el amor; con Jesús entraremos para siempre en la sintonía del
amor.
Cuando por la fe traspasamos esa puerta que es Cristo, no solo nos
vamos a ver acogidos y envueltos en el amor de Dios – Jesús como Buena Pastor
nos va a conducir a los verdaderos pastos de la vida – sino que necesariamente
vamos a sentirnos en una nueva comunión con todos donde se rompan y se caigan
todas las barreras que han impedido hasta ahora que nos encontremos y
convivamos de verdad; con Jesús sabremos lo que es la verdadera reconciliación,
porque El con su muerte ha derribado para siempre el muro del pecado que nos
separaba.
Queremos entrar por esa puerta; queremos escuchar y seguir a Jesús;
queremos abrir nuestras puertas también derribando tantos muros que nos separan
de los que están a nuestro lado o de los que nos vamos encontrando en los
caminos de la vida. Los que seguimos a Jesús siempre tenemos que estar abiertos
a la comunión y a la paz, al amor y a la concordia, comprometidos a hacer un
mundo nuevo y mejor.
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