El grito de una humanidad doliente nos está pidiendo que la curemos, pero a veces parece que no somos capaces, ¿dónde está nuestra fe?
Deuteronomio 6, 4-13; Sal 17; Mateo 17, 14-20
A veces sucede; hay cosas que podríamos realizar y llega un momento que no somos capaces de realizarlas; cosas para que las que tendríamos que estar preparados, pero no sabemos por dónde hincarle el diente, como solemos decir, no sabemos cómo comenzar, encontrar un camino o una solución. Nos han confiado una tarea y no sabemos cómo comenzar a afrontarla. Buscaremos ayuda, buscaremos recursos, nos queremos valer de los que pensamos que pueden ayudarnos, pero se nos cierra cada vez más la salida.
¿Habremos perdido quizás confianza en nosotros mismos? ¿Se nos cierra la mente y no le encontramos salidas? ¿No sabremos descubrir los valores que hay en nosotros y que tendríamos que desarrollar? Nos preguntamos qué nos pasa, por qué no somos capaces, por qué hemos perdido esa confianza, por qué se nos embarulla el camino. Quizás nos falte algo hondo dentro de nosotros mismos que nos dé confianza, que nos dé certeza de que podemos realizarlo.
¿A quién vamos a acudir? ¿Quién puede ser nuestra fuerza y nuestra ayuda? El evangelio que hoy escuchamos puede darnos luz.
Cuando llega Jesús junto al grupo de los discípulos se encuentra con un gran alboroto. Lo primero ha sido un hombre que desesperado se postra a sus pies queriendo expresar a su manera su fe y su confianza. Tiene un hijo que sufre mucho, padece lo que parece una enfermedad incurable que ha conducido quizás a muchas cosas disparatadas. El hijo se ha arrojado incluso al fuego o ha querido ahogarse en una corriente de agua, el padre ha buscado por todas partes solución, ha acudido también en la ausencia de Jesús a sus discípulos que tampoco han podido hacer nada.
¿Cómo es posible tanto dolor y sufrimiento y nadie haya podido hacer nada por este hombre? Los discípulos de Jesús un día incluso habían recibido el poder hacer curaciones, pero ante lo que le han presentado nada han podido hacer. ¿Dónde está vuestra fe? Parece que clama Jesús. Y Jesús ha accedido a la petición de aquel hombre y el niño se ha visto liberado de todo mal.
¿Será quizás el clamor de una humanidad doliente que no encuentra caminos para salir de sus sufrimientos? Muchas promesas de una sociedad mejor se reciben por acá y por allá de mesianismos que aparecen en todos los tiempos prometiendo muchas cosas que pronto se olvidarán y nuestra humanidad sigue sufriendo, sigue reinando el hambre y la miseria, siguen las violencias destruyéndonos hasta las sueños que podamos tener de un mundo mejor, seguimos anclados en un mundo de falsedad y de apariencia, la vanidad sigue inflándonos por dentro aunque sigamos siempre con el mismo vacío. ¿Qué podemos hacer? ¿A quién vamos a acudir? ¿Qué respuesta está dando la iglesia a ese grito angustioso de nuestra humanidad? ¿Seguiremos diciendo que nada podemos hacer porque eso no nos toca a nosotros?
Y es aquí, sí, donde tenemos que preguntarnos por nuestra fe, ¿Hasta dónde llega nuestra fe? ¿Hasta dónde somos conscientes de la tarea que se ha puesto en nuestras manos y a la que tenemos que dar respuesta para hacer un mundo mejor? Son serias estas preguntas como serio tiene que ser el planeamiento que nos hagamos en nuestro interior, seria tiene que ser también la respuesta llena de compromiso para dar respuesta. Una fe como un grano de mostaza en su tamaño puede hacer posible que una montaña se traslade hasta el mar. Y con nuestra fe, ¿qué estamos haciendo? ¿No nos sentimos capaces de esa tarea que se nos ha confiado?