Realicemos
la ascensión que nos lleva a la transfiguración para que con nuestros rostros
resplandecientes de luz vayamos con amor al encuentro del mundo que nos rodea
Daniel 7, 9-10. 13-14; Sal 96; 2Pedro. 1,
16-19; Mateo 17,1-9
Cuando
queremos ver las cosas en su mayor amplitud tenemos que cambiar la perspectiva,
alejarnos o elevarnos por encima de aquellas cosas que pudieran interferir
nuestra visión; suele decirse que el árbol no deja ver el bosque, por eso
tenemos que cambiar la perspectiva, y muchas veces lo mejor es un punto
elevado, para que nada se interponga por medio, para hacer desaparecer las
nubes o neblinas que se nos interpongan.
No soy
montañero, pero me gustan las montañas; en años más jóvenes en mas de una
ocasión subí a lo alto del Teide o a alguna de aquellas montañas altas que
circundan el parque de las Cañadas del Teide; la subida es costosa – no quiero
pensar lo que cuesta subir a otras altas montañas, parece que nunca llegamos
porque algún punto de referencia que tengamos en la altura parece que en la
medida que nos acercamos más se aleja, pero cuando uno llega a la altura siente
la satisfacción de que ha merecido la pena ante el espectáculo de la naturaleza
que podemos contemplar con la isla a nuestros pies.
Hay metas que
son altas y nos cuesta alcanzarlas; pero hay cosas en la vida que solo desde
una mirada de altura podemos contemplar en toda su plenitud; hay neblinas, como
decíamos antes que se pueden interferir en nuestra visión y hacer que todo lo
veamos borroso. Y estoy pensando en el camino que nos lleva a descubrir a Dios;
tendríamos que decir que podemos verlo y tenemos que aprender a sentirlo a
nuestro lado e incluso dentro de nosotros mismos; pero quizá haya cosas en
nuestra vida que nos hacen borrosa esa visión de Dios; y tenemos entonces que
elevarnos para salirnos de esas neblinas, de esas interferencias; tenemos que
vaciar muchas cosas de los bolsillos de nuestra vida para poder realizar la
ascensión, porque pueden ser pesos muertos que no nos dejen avanzar. Un punto
importante no solo es saberlo sino realizarlo.
Hoy el
evangelio nos habla de una subida, una montaña alta nos dice el evangelista,
allí en medio de las llanuras y los valles de Galilea que la tradición ha
situado en el Tabor. Jesús se llevó a tres de los discípulos con El para
realizar esa Ascensión. ¿Irían ronroneando por lo bajo con la queje de por qué
a ellos les tocó realizar aquella costosa ascensión? Pero lo que sucedió en la
alto haría que Pedro reconociera lo bien que se estaba allí y que merecía hacer
unas tiendas para permanecer en aquel lugar.
Jesús se
había transfigurado cuando se había puesto a orar – para eso habían subido a la
montaña como a Jesús le gustaba irse a lugares apartados y solitarios para orar
– y todo resplandecía de luz, su rostro y sus vestidos. Y junto a Jesús Moisés
y Elías, que también un día en lo alto de la montaña habían tenido una visión
de Dios. ¿Se habrían quedado dormidos como en otras ocasiones que los llevaría
a orar consigo? Pedro quería ya realizar tres tiendas, aunque se olvidara de si
mismo. El misterio de Dios que estaban contemplando les hacía ya olvidarse de
las demás preocupaciones.
Mientras
Pedro anda con sus iniciativas y buenos deseos una nube los envuelve y se
escucha la voz del cielo, como un día allá junto al Jordán cuando lo del
Bautismo. ‘Este es mi Hijo muy amado, mi preferido, en quien me complazco.
Escucharle’. Fue como un trueno que les hizo caer por tierra, pero allí
habían escuchado la voz de Dios que además les planteaba una exigencia. ‘¡Escuchadle!’
Y ahora había
que bajar de la montaña. Cuando despiertan de su aturdimiento se encuentran a
Jesús solo que les dice que hay que bajar. Pero con ellos llevaban una visión
nueva, aunque de eso aun no podrían hablar. Pero distinta era la perspectiva,
de otra manera tenía que ser el seguimiento de Jesús, sabían que tenían que
escucharle, aunque aun siguieran con sus dificultades. Aun seguirían resonando
en sus oídos los anuncios que Jesús les hacía del sentido de su subida a
Jerusalén, aunque ahora llevaran grabadas en su corazón las palabras escuchadas
desde los cielos.
Era lo que en
verdad tenían que asimilar; es lo que nosotros tenemos también que asimilar en
este camino del seguimiento de Jesús, que muchas veces se nos llena de
tropiezos, de dudas, de desánimos, de sentir que la ascensión es dura, que las
tentaciones e influencias que recibimos de todos lados nos llenan de miedos y
nos hacen sentirnos débiles, pero en nosotros tiene que mantenerse viva la visión
de Cristo resucitado.
Para los discípulos
fue como un anticipo de lo que sería la gloria de la resurrección la visión de
Jesús transfigurado en lo alto del Tabor; nosotros tenemos esa visión y tendría
que ser muy viva en nuestros corazones porque celebramos la Pascua y vivimos el
gozo de la resurrección de Jesús. Eso tiene que ser la fuerza y como el
estimulo que todo el año tiene que mantenernos en tensión para llenarnos de
toda esa vitalidad de la gracia y no nos cansemos en ese camino, no decaigamos
en esa ascensión de la vida que continuamente hemos de ir realizando. Sabemos
de quien nos fiamos, en quien hemos puesto nuestra confianza, quien es el
centro de nuestra fe, quien es la fortaleza de nuestra vida.
Lo que hoy
contemplamos en el Tabor tiene que ser también nuestra transfiguración; es la
experiencia que tiene que ser nuestra oración y nuestras celebraciones. Y con
esa transfiguración tenemos que bajar a la vida, ir a la vida de cada día; como
a Moisés que le brillaba el rostro cuando salía de la presencia del Señor, así
tendríamos que salir de nuestras celebraciones. Vivamos, pues, con intensidad
la presencia del Señor para que nos podamos transfigurar.
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