Aunque
haya habido sombras en nuestra vida aún podemos encontrar una auténtica luz que
no se apague para poder ayudar en el camino de tantos a nuestro lado
Oseas 2, 16b. 17de. 21-22; Sal 44; Mateo
25,1-13
Si te vas a
presentar para desempeñar una responsabilidad no te vale que en tu curriculun
pongas los merecimientos de otros ni que a la hora de presentarte a esa
oposición otro a última hora ocupe tu lugar. Ya sé lo que ve vais a decir, que
eso es lo que habitualmente se hace en la vida en muchas cosas, nos arrogamos
los merecimientos de otros, nos apañamos como sea para pasar un examen, pero en
la hora de la verdad serás incapaz de desempeñar esa responsabilidad y quedarán
a las claras las trampas, por decirlo de alguna manera, de las que te has
aprovechado.
No es que en la vida tengamos que estar
presentando currículo y nos estén pasando examen de lo que hacemos o de lo que
sabemos. Quizás si fuera solo por un examen muchos que son muy estudiosos podrían
parecer que lo tienen fácil, pero es algo más lo que hemos de mostrar en la
vida con lo que hayamos podido dejar una huella en ese camino.
Es ahí donde
tienen que manifestarse los verdaderos valores de la persona, es ahí donde va
aparecer la auténtica responsabilidad con que nos hemos tomado la vida y lo que
en ella teníamos que desempeñar, es donde se va a manifestar la calidad y la
madurez de nuestra persona, lo que verdaderamente hemos crecido y madurado como personas para que todo no se
quede en apariencia y en vanidad.
Algunas veces
quizás quisiéramos parecernos a ese coro bonito y bien formado con caritas
todas sonrisueñas pero que solo unas figuras pintadas en una tela o en un mural,
o figurantes que hemos organizado en un cortejo para que quede muy bonito como
si fuera un espectáculo de cine, pero donde no hay vida. Cuidado con que detrás
de esas apariencias no haya nada. ¿Seremos nosotros como figurantes bien
formados para hacer un desfile espectacular?
Es eso lo que
nos está denunciando hoy Jesús en el evangelio con esta parábola que nos ha
propuesto. Allí estaban en el camino aquel coro de doncellas todas bonitamente
formadas con sus lámparas encendidas en sus manos. Podría ser una imagen muy
bonita ese coro de luz en medio de una noche oscura y tenebrosos caminos. Pero
era solo eso, al menos en parte del grupo, porque cuando la espera se prolongó
más de lo esperado algunas luces comenzaron a apagarse sin poder encender de
nuevo por falta de combustible.
Llegó
entonces la hora del vacío y de las prisas. Se habían preocupado de dar la
imagen de un grupo muy luminoso, pero a la hora de la verdad a la mitad le
faltó la luz, porque les faltó el aceite. No valía ahora el pedir aceite
prestado; había sido necesario ser precavidas para llevar el aceite de repuesto
cuando además esas lámparas tenían que estar encendidas en toda la noche de
fiesta. Ya no valía el buscarlo a última hora porque ya llegarían tarde a la
entrada de la boda y entonces no iban a ser reconocidas.
¿Así serán
nuestros vacíos? Miramos atrás y hacemos un recorrido por la vida y ¿qué es lo
que podemos observar? ¿Cuál es la hondura espiritual que ahora podemos mantener
y presentar? ¿Hemos sabido a lo largo de nuestra vida ir a la fuente, ir allí
donde podíamos recargar bien las pilas de nuestro espíritu para que cuando
vinieran esos momentos difíciles, esos momentos que quizás no esperábamos, estuviéramos
lo suficientemente fuertes para salir adelante?
Quizá nos
ponemos a pensar, a repasar un poco lo que ha sido nuestra vida donde no hemos
dado todos los frutos que teníamos que haber dado, donde no teníamos la
fortaleza suficiente cuando llegó el momento difícil de la debilidad, donde
tantas veces nos manifestamos como chiquillos sin madurez para afrontar los
problemas que iban surgiendo, porque quizás no habíamos cuidado lo suficiente
esa hondura espiritual que necesitamos cultivar en nuestra vida. Teníamos
tantas cosas que hacer, andábamos siempre con tantas prisas, que no tuvimos
tiempo ni para un encuentro interior con nosotros mismos, ni para un encuentro
profundo con el Señor en la oración abriéndonos de verdad a su Palabra y a su Espíritu.
Aunque haya
habido sombras en nuestra vida que aun quizás permanecen no nos podemos llenar
de pesimismo ni de amargura. El Señor sigue esperando nuestra respuesta;
busquemos ahora todavía la manera de fortalecernos interiormente, de crecer en
espiritualidad, de llenarnos de Dios, para que haya una auténtica luz que no se
apague con que podamos ayudar en el camino de tantos a nuestro lado. Mucho aun
podemos hacer.
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