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sábado, 8 de enero de 2022

La escucha del evangelio y el encuentro con Jesús no nos permite quedarnos en lo de siempre sino que pide actitudes y compromisos nuevos

 


La escucha del evangelio y el encuentro con Jesús no nos permite quedarnos en lo de siempre sino que pide actitudes y compromisos nuevos

1Juan 4, 7-10: Sal 71; Marcos 6, 34-44

Yo es que aquí ahora no vine para eso, yo venía con un motivo… pudiera ser la respuesta que encontramos en alguien ante una situación inesperada que se ha presentado y que parece que rompe todos los planes que nos traíamos en mano. Nos sentimos desconcertados por lo que se nos ha presentado y no sabemos como actuar, porque aunque parezca urgente aquella situación que se ha presentado, nosotros veníamos con una idea, con un planteamiento, con una cosa que realizar y que parece que todo se ha venido abajo. Nos encontramos con situaciones así en la vida y tenemos que discernir qué es lo que tenemos que hacer en ese momento, qué es lo que está primero y lo que es más importante en ese momento. Quizás no nos piden nada, pero ahí está esa situación que podríamos ver con cierta urgencia.

Jesús se había marchado con el grupo de sus discípulos más íntimos, aquellos incluso a los que iba adoctrinando de manera especial sobre el Reino de Dios, a un lugar apartado porque quería estar a solas con ellos; no les dejaban tiempo ni para comer, había comentado el evangelista y por eso se habían ido al descampado, donde pensaban que nadie los iba a encontrar. Pero cuando desembarcaron en aquella orilla se encontraron con una multitud que los esperaba; por tierra habían visto la dirección que tomaba la barca y allá se habían dirigido. ¿Qué hacer?

El evangelista nos dice que cuando llegaron y se encontraron con aquella multitud a Jesús le dio lástima de aquella gente porque andaban como ovejas sin pastor. Sin que nadie dijera nada, sin que nadie pidiera nada – aunque allí estaba aquella multitud que andaba buscando a Jesús – se puso a enseñarles con calma muchas cosas.

No podía dejar que se marcharan sin recibir nada de lo que esperaban en sus corazones. Pero no podía tampoco dejarlos marchar hambrientos porque las provisiones que habían cogido en sus prisas por ir al encuentro con Jesús habían sido pocas. Había que darle de comer a aquella multitud. ‘Estamos en despoblado, dicen sus discípulos más cercanos, despídeles para que vayan a las aldeas más cercanas a buscar algo de comer’. Pero Jesús no los puede despedir, hay que darle de comer. ‘Dadles vosotros de comer’, les dice a sus discípulos. Tampoco ellos pueden cruzarse de brazos y desentenderse.

Cuánto nos enseña Jesús. Nos desentendemos tantas veces porque ese no es nuestro problema; queremos pasar de largo como si no hubiéramos visto la necesidad; que se las arreglen, nos decimos, queriendo quizás acallar nuestra conciencia; eso no nos toca a nosotros, nos queremos justificar mandando de un sitio para otro para que sean otros los que solucionen las cosas, nosotros no vinimos para eso ahora aquí. Pero un discípulo de Jesús no puede desentenderse, no puede pasar de largo, no puede dejar que haya alguien que siga sufriendo, no puede ser insensible ante la necesidad o el sufrimiento de los demás. Y cuántas veces lo somos. Hermosa lección que nos está dejando Jesús.

Es difícil cambiarnos por dentro; es difícil que demos el brazo a torcer y nos sintamos sensibilizados por el sufrimiento de los demás; con qué facilidad queremos seguir de largo pasando la pelota a los otros para que lo solucionen. Nuestro corazón se nos bloquea tantas veces y nos encerramos en nosotros mismos, no queremos saber, no queremos enterarnos, ya nosotros tenemos nuestros problemas. Y ahí nos quedamos.

Por algo nos está diciendo Jesús desde el primer anuncio que hace del Reino de Dios, que tenemos que cambiar, que tenemos que darle la vuelta a la vida, a nuestros pensamientos, a los planteamientos que siempre hemos venido haciéndonos, nos pide conversión y cómo nosotros reculamos para detrás y hacemos como que no nos enteramos. Qué actitudes nuevas tenemos que poner en nuestro corazón. Tenemos que comenzar a actuar de manera distinta, pero cuanto nos cuesta dar el paso. ¿Cuándo le vamos a dar respuesta a lo que nos pide Jesús?

viernes, 7 de enero de 2022

Desde la mecha humeante de nuestra pequeña inquietud reavivemos la llamarada de la esperanza de un nuevo amanecer para nuestro mundo de hoy

 


Desde la mecha humeante de nuestra pequeña inquietud reavivemos la llamarada de la esperanza de un nuevo amanecer para nuestro mundo de hoy

1Juan 3, 22 – 4, 6; Sal 2; Mateo 4, 12-17. 23-25

Los pueblos, como las personas, a veces necesitamos revulsivos que nos despierten del letargo en que nos sumimos en la rutina de los días. Parece que nada sucede, que todo es igual, pero quizá en un momento determinado sucede algo inesperado que hace que la gente se despierte y comience a ver las cosas de otra manera. Lo necesitamos, porque fácilmente podemos caer en esa atonía que no nos lleva a nada, que nos lleve a una monotonía de la vida sin color y sin calor humano y parece que todo se nos vuelve gris.

Quizás, por pensar en alguien, un maestro que aparece por nuestros pueblos que comienza a trabajar con una nueva pedagogía y despierta sus alumnos en el colegio, pero implica a los padres y se va formando como una espiral en ese despertar que mueve para mejor aquella sociedad que parecía sin vida; puede ser un buen dirigente social, o puede ser algo que lleva inquietud en el corazón y va sembrando esa semilla de inquietud en los demás que hará que se vayan despertando y sea como un nuevo amanecer. Gentes así necesitamos en nuestra sociedad, en nuestros pueblos, en ese mundo cercano a nosotros con tanta atonía y monotonía.

Hoy en el evangelio se nos habla de un nuevo despertar que fue como un nuevo amanecer para Galilea. El evangelista cuando nos lo narra recuerda los anuncios de los profetas, que parecía que nunca tenían cumplimiento, pero que ahora estaba haciendo ese nuevo amanecer. Quienes habitaban como en sombras vieron el resplandor de una nueva luz, quienes vivían en la desesperanza y en el dejarse llevar a lo que saliera, vieron que en sus corazones aparecía de nuevo esa llamarada de la esperanza desde las palabras que aquel nuevo profeta iba repitiendo por los caminos de Galilea. ‘El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló’.

El establecerse Jesús en Cafarnaún a su vuelta de su encuentro con Juan en el Jordán y comenzar a enseñar en la sinagoga y a recorrer los pueblos vecinos fue un despertar para aquellas gentes. Jesús anunciaba que el Reino de Dios llegaba, Jesús pedía la conversión del corazón para creer en esa Buena Noticia que estaba anunciando, y aquellas palabras fueron semilla de vida y de esperanza para aquellas gentes que venían de todas partes para escucharle y que incluso en su esperanza de algo nuevo le traían sus enfermos para que los curase.

‘Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y él los curó. Y lo seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania’.

Algo nuevo estaba comenzando. Una esperanza se despertaba en el corazón. Los signos comenzaban a multiplicarse en los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores que eran curados. Las muchedumbres venidas desde los más lejanos lugares de toda Palestina se agolpaban a la puerta de Jesús. Aparecían las señales del nuevo Reino de Dios que Jesús estaba anunciando.

¿Qué necesitamos nosotros para despertar? ¿Qué signos tenemos que ver en torno nuestro para que seamos capaces de darnos cuenta de que algo nuevo tiene que comenzar? ¿Andaremos también tan aturdidos que no somos capaces de sorprendernos por las señales que Dios pueda ir poniendo a nuestro lado? Quienes estamos leyendo esa reflexión y comentario al Evangelio seguro que lo hacemos porque alguna inquietud tenemos en el corazón, ¿vamos a dejar que se apague o nos decidiremos a dar un paso adelante con el que podamos arrastrar a alguien que esté a nuestro lado? Hay una llamada del Señor a la que no podemos hacer oídos sordos.

jueves, 6 de enero de 2022

Dejémonos sorprender por las señales de Dios que nos conducirán al Belén en que hoy nos encontraremos a Jesús pero también lo hagamos presente a nuestro mundo

 


Dejémonos sorprender por las señales de Dios que nos conducirán al Belén en que hoy nos encontraremos a Jesús pero también lo hagamos presente a nuestro mundo

Isaías 60, 1-6; Sal 71; Efesios 3, 2-3a. 5-6;  Mateo 2, 1-12

En esta noche de Reyes, como solemos celebrarla de manera especial en países europeos, hemos podido ver los rostros de los niños embelesados y sorprendidos ante el paso de la cabalgata de los Reyes Magos. Son características de nuestras costumbres y ya fue muy traumático para muchos el pasado año cuando no se pudieron celebrar de ninguna manera esas cabalgatas, aunque este año con muchas limitaciones sin embargo se han podido realizar.

No por repetida ha dejado de tener su encanto, aunque mucho se nos quede esta fiesta en lo anecdótico, lo costumbrista y peor aún en la absorción que el consumismo hace de nuestras vidas. Sin embargo hay algo hermoso en esas caras de sorpresa de nuestros niños, y ojalá ya los mayores también nos dejáramos sorprender por cosas maravillosas que pueden acaecer en nuestras vidas. Necesitamos de alguna manera no acostumbrarnos demasiado a las cosas y sobre todo ser capaces de dejarnos sorprender porque nos puede ayudar a encontrar cosas nuevas y maravillosas.

Me atrevería a decir que el evangelio que en esta fiesta de la Epifanía se nos proclama es el evangelio de las sorpresas. ¿Cuándo no el evangelio no ha de ser siempre una sorpresa de buena noticia para nosotros? Sorprendidos quedaron aquellos Magos de Oriente al ver aparecer una nueva estrella en el cielo y preguntándose por su significado se pusieron en camino. Sorprendidos quedaron los habitantes de Jerusalén ante la caravana que llega a la ciudad con unos seres extraños que preguntan por un recién nacido rey, del que no tenían conocimiento. Sorpresa fue para el rey Herodes que le hablaran de un recién nacido rey de los judíos que podría poner en peligro su trono. Sorprendidos estaban los sacerdotes y maestros de la ley cuando se ven preguntados por lo que podían haber dicho los profetas de un acontecimiento de este calibre. Finalmente de nuevo sorprendidos los magos, porque ante las indicaciones que les daban, vieron de nuevo aparecer la estrella que les condujera hasta Belén y hasta ese niño recién nacido.

¿Qué había detrás de todo este misterio de Dios que a través de estas imágenes trata de describírsenos? ¿Qué hay en todo esto que pudiera significar una sorpresa de fe para nosotros hoy? Hoy parece que quisiéramos tener todo atado y bien atado, porque todo lo tengamos previsto, porque para todo encontremos respuestas o soluciones a interrogantes o planteamientos que se nos pudieran hacer, porque incluso llegamos a acostumbrarnos a los vaivenes de la vida que parece que nada nos sorprende o todo  nos puede parecer tan natural.

Se me ocurre pensar que al final nos hacemos una vida aburrida, una vida que puede ser una rutina donde se van repitiendo las mismas cosas, una vida que nos llena de cansancios porque en lo que parece ser siempre la repetición de lo mismo es como si perdiéramos la ilusión; me atrevo a decir que una vida así parece que le falta vida, sí, una cierta vitalidad. Malo es que entremos en un ritmo de vida así. Nos faltarían alicientes que nos dieran empuje a la vida.

Malo es para nuestro camino de fe el que no seamos capaces de dejarnos sorprender por ese misterio de Dios que llega a nosotros. Y algunas veces podemos entrar en esas rutinas en nuestra vida religiosa y vayamos cayéndonos por esas peligrosas pendientes de cansancios y desganas. Tenemos que despertarnos para saber descubrir signos y señales.

Aquellos magos de los que nos habla el evangelio no se quedaron adormecidos contemplando las estrellas, sino que fueron capaces de descubrir algo nuevo que les hablaba desde los cielos. Y se pusieron en camino. Y ese recorrido que les vemos hacer en el relato del evangelio es para nosotros todo un signo. En la búsqueda de significados no se aburrieron ni cansaron, aunque muchas veces volvieran las oscuridades a vida en las mismas dificultades que encontraban. Encontraron camino y se encontraron finalmente con aquel a quien buscaban.

Busquemos esas estrellas, busquemos esos signos, abramos los ojos para contemplar cuanto sucede a nuestro lado, en cualquiera de esas cosas puede Dios habernos dejado una señal; tenemos que saber leer e interpretar, encontrar un sentido a esas señales y confrontar con todo aquello que esté a nuestro alcance. Las Escrituras antiguas fueron las primeras comprobaciones que hicieron aquellos magos, y serán las Escrituras sagradas de los profetas los que en Jerusalén les trazarán el camino.

Vayamos leyendo el camino de la vida de cada día con la Biblia en nuestra mano, con la Palabra de Dios presente en nuestro corazón; llegaremos en verdad a escuchar la voz de Dios para encontrar esa luz que guíe ciertamente nuestra vida. No temamos emprender nuevos caminos, según las señales que nos vayan apareciendo, porque así descubrimos nuestra vocación, descubrimos la tarea que tendremos que realizar en nuestro mundo. Seguro que superaremos nuestras rutinas y cansancios, seguro que encontraremos nueva vitalidad para nuestra fe, seguro que nos sentiremos impulsados a llenar también de nueva vida el mundo que nos rodea con nuestro compromiso.

La estrella condujo a los Magos hasta Belén para encontrarse con el que era la Luz del mundo; ¿dónde está el Belén hoy que nos haga encontrarnos con Jesús? Seamos capaces de ver los signos y señales que Dios va poniendo a nuestro paso porque cada uno tenemos nuestro camino de Belén, cada uno tenemos un lugar donde hacer presente a Jesús con nuestra vida. Dejémonos sorprender por las señales de Dios.

miércoles, 5 de enero de 2022

¿Sabes con quién me encontré? Nos dejamos encontrar y lo compartimos con los demás como hizo Felipe primero con Jesús y luego con Natanael

 


¿Sabes con quién me encontré? Nos dejamos encontrar y lo compartimos con los demás como hizo Felipe primero con Jesús y luego con Natanael

1Juan 3,11-21; Sal 99; Juan 1,43-51

¿Sabes con quién me encontré? Es la conversación de dos amigos que comparten lo que les sucede en la vida y se lo cuentan todo el uno al otro. Pudo ser algo casual que le haya sucedido, o ha sido un encuentro importante; algo que entra en la comidilla normal de dos amigos que se cuentan sus cosas, o algo que le haya afectado mucho y que quizás le haya hecho ver las cosas de manera distinta; sea lo que fuere los amigos lo comparten todo, se alegran el uno con el otro en las cosas que les sucede, o pueden convertirse en interrogante para el otro interlocutor que le pueda llevar a él también a nuevos planteamientos. Los amigos se pasan el tiempo compartiendo las cosas de su vida.

Algo así sucedió entre Felipe y Natanael. Felipe había tenido un encuentro con Jesús que fue decisivo en su vida. Aunque el evangelio es parco en palabras de cómo fue el encuentro de Felipe con Jesús, luego ya Felipe irá contando a su amigo el gran descubrimiento que ha hecho. ‘Aquel de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret’. No puede callarlo, y tan pronto se encuentra con su amigo Natanael le da la noticia, aunque en esta ocasión Natanael ponga sus pegas y sus dudas. Salen a relucir en su mutua confianza los recelos pueblerinos entre gentes de pueblos cercanos que siempre querrán echar tierra sobre el pueblo que consideran su contrincante. Natanael es de Caná, un pueblo cercano a Nazaret y de ahí esos recelos y el comentario que le hace a Felipe. ‘¿De Nazaret puede salir algo bueno?’

Ha sido para él tan importante el encuentro que ha tenido con Jesús que no quiere entrar en discusiones con su amigo y se contenta con decirle, ‘ven, y verás’, te vas a convencer por tí mismo. Y Natanael no se resiste, aunque vaya con sus desconfianzas interiores que le hará estar a la defensiva ante el saludo con Jesús y sus palabras.

Y es que Jesús lo cautivará, aunque haya reticencias en su corazón. Las palabras de saludo de Jesús son de alabanza para Natanael, y en su desconfianza le viene a decir de qué me conoces. Pero Jesús le recordará cosas que nadie más sabe y que nosotros en nuestras consideraciones también tantas veces nos hemos hecho muchas cábalas, de manera que Natanael terminará haciendo una hermosa confesión de fe. ‘Rabí- y comienza con un reconocimiento pues lo llama maestro -, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel’.

¡Qué importante es el encuentro! No ha habido milagros ni cosas extraordinarias, solamente un encuentro, y la vida de aquellos dos hombres cambiará para comenzar a seguir a Jesús. Lo veremos en otras ocasiones en el evangelio; son los encuentros profundos y llenos de vida, son los encuentros en un tú a tú sin muchas mediaciones milagrosas. Claro que quien se ha encontrado con Jesús puede ser mediación para que otros se encuentren también con Jesús; como lo fue Felipe para su amigo Natanael, a quien le había comunicado la noticia de su encuentro con Jesús.

Es importante que nos dejemos encontrar. En este caso que estamos comentando al hilo del evangelio, que nos dejemos encontrar por Jesús. Poco más tenemos que hacer que dejarnos sorprender, abrir los ojos para encontrar la luz. Que nos vale también para muchas cosas más en la vida, en nuestro encuentro con los demás; nos cuesta dejarnos sorprender por lo que podemos encontrar en las otras personas; así vamos de encerrados en nosotros mismos tantas veces por la vida.

Pero que nos vale también para que nosotros seamos capaces de ser portadores de buenas nuevas para los demás, porque aquello que vamos viviendo y experimentando seamos capaces de compartirlo con los demás, como hiciera Felipe con Natanael; podemos ser mediación para que haya sorpresa también para los demás y se dejen encontrar por Jesús.

¿Sabes con quien me he encontrado? Podemos nosotros también decirles a nuestros amigos, a nuestros familiares, a nuestros compañeros de trabajo, para hablarles de nuestra fe, de nuestro personal encuentro con Jesús.

martes, 4 de enero de 2022

Preguntas que responden a inquietudes, respuestas que nos pueden comprometer, dos discípulos valientes que se atreven y se ponen en camino

 


Preguntas que responden a inquietudes, respuestas que nos pueden comprometer, dos discípulos valientes que se atreven y se ponen en camino

1Juan 3, 7-10; Sal 97; Juan 1, 35-42

Habían escuchado la voz de Juan que lo señalaba. ‘Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo’. Y se habían ido tras Jesús con sus preguntas y sus búsquedas, con sus inquietudes y con unas esperanzas que parecía que comenzaban a renovarse en muchos, al menos ellos estaban llenos de esperanza. Por eso habían escuchado con atención.

Algunas veces oímos, pero no escuchamos. Oímos una palabra que pudiera inquietarnos, pero no la queremos escuchar dentro de nosotros mismos. ¿Tenemos miedo a que nos comprometa? Pues igual, sí. Y preferimos hacernos oídos sordos, o decir que eso ya lo sabíamos, pero aunque lo supiéramos no prestamos atención y aquello duró poco dentro de nosotros. es una palabra amiga, es un testimonio que se nos ofrece, es una amistad que llega a nuestro corazón, pero parece que no queremos prestar atención, no queremos darnos cuenta de que lo hemos oído, y por eso terminamos no escuchando, no atendiendo, no poniéndonos en camino, alejándonos de toda búsqueda y no nos importan los silencios que se produzcan en los oídos o en el corazón, no nos importa quedarnos con nuestra rutina, porque lo otro, lo de escuchar, nos podría comprometer. Es en tantas cosas de la vida que andamos así, muchas veces parece que vamos a la huida, para no enterarnos, para no complicarnos.

Pero aquellos dos discípulos del Bautista, prestaron atención. Con interés habían venido desde la lejana Galilea hasta la orillas del Jordán, allá en las cercanías de los desiertos de Judea, porque eran hombres inquietos, porque había interrogantes en sus vidas, porque tenían esperanzas de algo nuevo que pudiera suceder, porque lo que se oía de Juan parecía nuevo e interesante; parecía que un nuevo profeta había aparecido de nuevo en aquellas tierras, mejor en aquellos desiertos. Y habían quizá comenzado a aprender a escuchar con el Bautista, por eso ahora dan un paso al frente, un paso adelante y se van detrás de aquel del que les han dicho que es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

¿Y si era en verdad el Mesías que todos estaban esperando? Lo mejor era seguir sus pasos, ponerse ellos también a indagar para conocer, saber dónde vivía y cómo era su vida para entender si sus palabras eran ciertas y veraces. Por eso se fueron parecía primero espiando, pero luego preguntando. ‘Maestro, ¿Dónde vives?’

‘Venid y lo veréis’, y se fueron con El. Ver dónde vivía Jesús era mucho más que buscar un lugar. La pregunta entraña algo más profundo, como tantas preguntas que en lo hondo del corazón seguimos muchas veces arrastrando porque no nos atrevemos a decir en voz alta.

Hay cosas que nos parecen indescifrables y a veces nos quedamos sin preguntar, por miedo quizá a que no vayamos a entender. Hay preguntas que resultan comprometedoras porque pueden manifestar una inquietud que hay en el corazón y hasta nos da vergüenza manifestarlo delante de los demás. Hay preguntas a las que les tenemos miedo porque pueden desenmascarar nuestra ignorancia y eso no queremos dar a entender cuando tantas veces nos hemos querido manifestar como muy seguros. Hay preguntas que nos callamos quizá porque sabemos que sus respuestas nos van a comprometer, porque después de saber la respuesta alguna nueva señal tendríamos que dar.

¡No tengamos miedo a las preguntas que llevemos dentro! No tengamos miedo a las posibles respuestas. No tengamos miedo a que unas y otras nos hagan movernos, ponernos en camino, cambiar muchas cosas en nuestro interior, dar una nueva imagen de nosotros mismos. Preguntemos y escuchemos. Jesús es la Palabra de la Verdad y es la Palabra de la Vida.

lunes, 3 de enero de 2022

No le caben a Juan los gozos en el corazón de lo que ha experimentado con la presencia de Jesús y no puede callar que es el Hijo de Dios, no lo callemos nosotros tampoco

 


No le caben a Juan los gozos en el corazón de lo que ha experimentado con la presencia de Jesús y no puede callar que es el Hijo de Dios, no lo callemos nosotros tampoco

1Juan 2, 29 – 3, 6; Sal 97; Juan 1, 29-34

‘Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel…’ Es el testimonio de Juan Bautista que venimos recordando continuamente estos día, un testimonio que va ‘in crescendo’ en los textos que nos va ofreciendo la liturgia de estos días finales de Navidad. Para eso ha venido él, como Precursor, como la voz que grita en el desierto, como el que prepara los caminos del Señor.

‘Con vosotros está y no lo conocéis’, dirá en otra ocasión. Hoy nos puede decir ya que él sabe quien es. Ha recibido una revelación en su corazón, no en vano ha venido como profeta precursor, como profeta que prepara los caminos, aunque en su humildad el se considere poca cosa. Pero de alguna manera había sido ungido con la presencia de Jesús cuando la visita de María a Isabel en la montaña, porque solo oírse la voz de María había comenzado a saltar de alegría en el seno de su madre.

Ahora se le ha revelado que aquel sobre quien vea bajar el Espíritu, será el que viene a bautizar con Espíritu Santo y fuego, con lo que se diferenciaría el bautismo de Juan. ‘Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y Juan da testimonio.

Por eso lo había señalado. ‘Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo’. Y terminará diciéndonos en su testimonio que es el Hijo de Dios.  ‘Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios’. Había sido testigo de la teofanía del Jordán. Como escucharemos ya más detalle el próximo domingo cuando celebremos el Bautismo de Jesús, había venido, se había puesto en la fila de los que iban a ser bautizados, Juan lo había reconocido y en principio se había querido negar a bautizarlo, porque decía que quien tenia que ser bautizado era él, pero en la insistencia de Jesús lo había hecho. Pero allí se había manifestado la gloria del Señor. El Espíritu bajó sobre Jesús, como escucharemos próximamente y la voz del cielo lo había señalado. Por eso Juan ahora podía dar testimonio ‘he dado testimonio que es el Hijo de Dios’.

Qué hermoso que en tan pocos renglones se nos de un testimonio y una definición tan completa de Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, el que viene a bautizarnos en el Espíritu, el Hijo de Dios verdadero, a quien hemos de escuchar y seguir. Por eso en la continuación de la lectura del evangelio veremos que ya algunos discípulos de Juan se van con Jesús. Será momento para otra reflexión. Hoy nos toca profundizar en lo que hemos escuchado, confesar también nuestra fe en Jesús.

Pero recordar con lo que también hemos escuchado en la carta de san Juan cómo al ser bautizados nosotros en el Espíritu nos hemos convertido también en partícipes de la vida divina que nos hace a nosotros también hijos de Dios. ‘Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifiesta, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es’.

Nos quedará contemplar otros momentos y otros textos del Evangelio en estos pocos días que nos restan ya de la celebración de la Navidad y próximamente de la Epifanía del Señor. Pero quizá nos quede preguntarnos dónde está el testimonio que nosotros igual que Juan estamos dando. Juan no se lo calló para él lo que estaba viviendo y experimentando en sí mismo de esa presencia de Dios. Desde esa experiencia de estar bautizados en el Espíritu que nos hace hijos de Dios tenemos que hacer partícipes con gozo a los demás de esta dicha que podemos vivir. ¡Qué amor más grande nos ha tenido Dios para llamarnos y hacernos sus hijos! Creo que todavía no hemos saboreado lo suficiente esta gracia del Señor. Tenemos que repetírnoslo una y otra vez hasta que sintamos esa convicción profunda dentro de nosotros y nos sintamos inundados por la alegría de Dios.

domingo, 2 de enero de 2022

Los que nos llamamos seguidores de Jesús tenemos que sentir preocupación por lo poco que estamos iluminando con la luz del evangelio a nuestro mundo

 


Los que nos llamamos seguidores de Jesús tenemos que sentir preocupación por lo poco que estamos iluminando con la luz del evangelio a nuestro mundo

Eclesiástico 24, 1-2. 8-12; Sal 147; Efesios 1, 3-6. 15-18; Juan 1, 1-18

Algunas veces pareciera que la luz ha dejado de iluminar o no tiene ya sentido, o no tenemos interés por la luz. ¿Alguien prefiere la oscuridad? ¿Habría alguien que abandonara un camino iluminado para transitar por otro que no tiene luz? Podrían parecer cosas absurdas lo que estoy diciendo para introducir esta reflexión, pero ya sabemos que muchas veces lo que no es bueno se tramita en la oscuridad o se prepara en lo oculto. No querrían luz, para que no se sepa lo que están conspirando. Y es al acecho de la oscuridad – que nada se sepa, dicen – donde se realizan las peores maldades, los peores crímenes, o donde se gesta la más malvada corrupción.

Con lo que estamos diciendo podemos referirnos a muchas cosas, a muchas maldades con que nos encontramos en la vida. Pero podemos hacer referencia también a la luz de la Navidad que hemos querido hacer brillar con especial resplandor estos días. Bueno, hacemos brillar la luz de la navidad aunque también tendríamos que preguntarnos si es la verdadera luz de la navidad la que ha ido iluminando nuestros ambientes que decimos navideños.

¿Será luces engañosas que utilizan el calificativo de navideñas pero que realmente son otras cosas las que pretenden anunciarnos? ¿En verdad son una auténtica referencia a la Navidad de Jesús los adornos con que nos hemos tratado de iluminar en estos días? Qué pronto pasamos a su lado y en lo menos que pensamos es en Jesús. ¿Será acaso que camuflamos la luz de Jesús con otros intereses, porque no es tanto Jesús el que queremos que sea la luz de nuestro mundo? Y aquí los que nos decimos creyentes tenemos quizá mucho que analizar de nuestras posturas y hasta planteamientos.

Y es que los que nos decimos que creemos en Jesús tendríamos que tomarnos más en serio el hacer que sea en verdad la luz de Jesús la que ilumine nuestras vidas y con la que queremos iluminar la vida de los demás, con la que queremos iluminar nuestro mundo. Algunas veces pareciera que solo nos dejamos arrastrar por los intereses de los demás y el anuncio que tendríamos que hacer de Jesús no lo hacemos tan claramente. O nos da miedo hacerlo. Cuidado que hasta en nuestros hogares llamados cristianos se haya ido desvaneciendo ese resplandor de Jesús, se haya ido apagando esa luz de Jesús.


Si en verdad nosotros portáramos en nuestra vida esa luz de Jesús aunque fuera poco algo contagiaríamos a los que están a nuestro alrededor pero por lo contrario miramos en nuestro entorno y cada día se diluye más ese sentido de Cristo, ese sentido cristiano de la vida. Un fuego ardiente pronto se propaga a su alrededor incendiando cuanto encuentra en su recorrido. ¿No es lo que vemos en los grandes incendios que muchas veces asolan nuestros montes y nuestros campos? ¿No lo hemos visto en esa tierra ardiente que es la lava de un volcán que con su fuego y calor va arrasando cuanto encuentra a su paso? Si nosotros los cristianos de verdad nos dejamos iluminar por la luz de Cristo nos tenemos que convertir en esas llamaradas que se propagan, que propagan ese fuego y esa luz de Cristo a su alrededor.

Nos falta a los cristianos ese ardor, ese fuego en el corazón, ese habernos dejado iluminar profundamente por la luz de Cristo para contagiar de esa luz todo cuanto nos rodea. Pero vemos nuestra sociedad cada vez más descristianizada, vemos que cada vez parece que la religión interesa menos en el entorno en el que vivimos, vemos que parece que cada vez son menos los que tienen interés por Jesús y por su evangelio, vemos cada vez más vacías nuestras celebraciones y no hacemos sino buscarnos disculpas para decirnos por qué la gente no viene. Algo nos está fallando. Parece que se ha perdido interés por lo cristiano.

Hoy el evangelio nos ha hablado del Verbo, de la Palabra que es luz y que es vida. Una luz de Jesús que viene a iluminarnos, una vida de la que Cristo quiere contagiarnos, impregnarnos. ¿Interesa esa luz? ¿Interesa esa vida?

‘En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió’ nos dice el evangelio. Y nos seguirá diciendo: ‘El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron’.

‘La tiniebla no la recibió’, no quiso saber de la luz. ¿No nos estará haciendo referencia a aquello que decíamos al principio de las preferencias por la luz o por las oscuridades? ‘Vino a su casa y los suyos no lo recibieron’. ¿No nos interpela esto cuando tan poco interés manifestamos por el evangelio o cuando no sentimos preocupación por la pérdida del sentido cristiano en nuestra sociedad o en nuestras familias? Somos ‘los suyos’, pero ¿qué estamos haciendo con la luz del evangelio hoy? Confieso que me inquieta esa mirada que hago a mi alrededor y la poca luz de Jesús que estoy descubriendo y acaso yo poco contagiando a los demás.