Dejémonos
sorprender por las señales de Dios que nos conducirán al Belén en que hoy nos
encontraremos a Jesús pero también lo hagamos presente a nuestro mundo
Isaías 60, 1-6; Sal 71; Efesios 3, 2-3a.
5-6; Mateo 2, 1-12
En esta noche
de Reyes, como solemos celebrarla de manera especial en países europeos, hemos
podido ver los rostros de los niños embelesados y sorprendidos ante el paso de
la cabalgata de los Reyes Magos. Son características de nuestras costumbres y
ya fue muy traumático para muchos el pasado año cuando no se pudieron celebrar
de ninguna manera esas cabalgatas, aunque este año con muchas limitaciones sin
embargo se han podido realizar.
No por
repetida ha dejado de tener su encanto, aunque mucho se nos quede esta fiesta
en lo anecdótico, lo costumbrista y peor aún en la absorción que el consumismo
hace de nuestras vidas. Sin embargo hay algo hermoso en esas caras de sorpresa
de nuestros niños, y ojalá ya los mayores también nos dejáramos sorprender por
cosas maravillosas que pueden acaecer en nuestras vidas. Necesitamos de alguna
manera no acostumbrarnos demasiado a las cosas y sobre todo ser capaces de
dejarnos sorprender porque nos puede ayudar a encontrar cosas nuevas y
maravillosas.
Me atrevería
a decir que el evangelio que en esta fiesta de la Epifanía se nos proclama es
el evangelio de las sorpresas. ¿Cuándo no el evangelio no ha de ser siempre una
sorpresa de buena noticia para nosotros? Sorprendidos quedaron aquellos Magos
de Oriente al ver aparecer una nueva estrella en el cielo y preguntándose por
su significado se pusieron en camino. Sorprendidos quedaron los habitantes de
Jerusalén ante la caravana que llega a la ciudad con unos seres extraños que
preguntan por un recién nacido rey, del que no tenían conocimiento. Sorpresa
fue para el rey Herodes que le hablaran de un recién nacido rey de los judíos
que podría poner en peligro su trono. Sorprendidos estaban los sacerdotes y
maestros de la ley cuando se ven preguntados por lo que podían haber dicho los
profetas de un acontecimiento de este calibre. Finalmente de nuevo sorprendidos
los magos, porque ante las indicaciones que les daban, vieron de nuevo aparecer
la estrella que les condujera hasta Belén y hasta ese niño recién nacido.
¿Qué había
detrás de todo este misterio de Dios que a través de estas imágenes trata de describírsenos?
¿Qué hay en todo esto que pudiera significar una sorpresa de fe para nosotros
hoy? Hoy parece que quisiéramos tener todo atado y bien atado, porque todo lo
tengamos previsto, porque para todo encontremos respuestas o soluciones a
interrogantes o planteamientos que se nos pudieran hacer, porque incluso
llegamos a acostumbrarnos a los vaivenes de la vida que parece que nada nos
sorprende o todo nos puede parecer tan
natural.
Se me ocurre
pensar que al final nos hacemos una vida aburrida, una vida que puede ser una
rutina donde se van repitiendo las mismas cosas, una vida que nos llena de
cansancios porque en lo que parece ser siempre la repetición de lo mismo es
como si perdiéramos la ilusión; me atrevo a decir que una vida así parece que
le falta vida, sí, una cierta vitalidad. Malo es que entremos en un ritmo de
vida así. Nos faltarían alicientes que nos dieran empuje a la vida.
Malo es para
nuestro camino de fe el que no seamos capaces de dejarnos sorprender por ese
misterio de Dios que llega a nosotros. Y algunas veces podemos entrar en esas
rutinas en nuestra vida religiosa y vayamos cayéndonos por esas peligrosas
pendientes de cansancios y desganas. Tenemos que despertarnos para saber
descubrir signos y señales.
Aquellos
magos de los que nos habla el evangelio no se quedaron adormecidos contemplando
las estrellas, sino que fueron capaces de descubrir algo nuevo que les hablaba
desde los cielos. Y se pusieron en camino. Y ese recorrido que les vemos hacer
en el relato del evangelio es para nosotros todo un signo. En la búsqueda de
significados no se aburrieron ni cansaron, aunque muchas veces volvieran las
oscuridades a vida en las mismas dificultades que encontraban. Encontraron
camino y se encontraron finalmente con aquel a quien buscaban.
Busquemos
esas estrellas, busquemos esos signos, abramos los ojos para contemplar cuanto
sucede a nuestro lado, en cualquiera de esas cosas puede Dios habernos dejado
una señal; tenemos que saber leer e interpretar, encontrar un sentido a esas
señales y confrontar con todo aquello que esté a nuestro alcance. Las
Escrituras antiguas fueron las primeras comprobaciones que hicieron aquellos
magos, y serán las Escrituras sagradas de los profetas los que en Jerusalén les
trazarán el camino.
Vayamos
leyendo el camino de la vida de cada día con la Biblia en nuestra mano, con la
Palabra de Dios presente en nuestro corazón; llegaremos en verdad a escuchar la
voz de Dios para encontrar esa luz que guíe ciertamente nuestra vida. No temamos
emprender nuevos caminos, según las señales que nos vayan apareciendo, porque
así descubrimos nuestra vocación, descubrimos la tarea que tendremos que
realizar en nuestro mundo. Seguro que superaremos nuestras rutinas y
cansancios, seguro que encontraremos nueva vitalidad para nuestra fe, seguro
que nos sentiremos impulsados a llenar también de nueva vida el mundo que nos
rodea con nuestro compromiso.
La estrella
condujo a los Magos hasta Belén para encontrarse con el que era la Luz del
mundo; ¿dónde está el Belén hoy que nos haga encontrarnos con Jesús? Seamos
capaces de ver los signos y señales que Dios va poniendo a nuestro paso porque
cada uno tenemos nuestro camino de Belén, cada uno tenemos un lugar donde hacer
presente a Jesús con nuestra vida. Dejémonos sorprender por las señales de
Dios.
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