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sábado, 10 de abril de 2021

Dejémonos impresionar por la acción de Dios en nosotros manifestada en Cristo Jesús, muerto y resucitado, que nos transforma y hace entrar en una nueva dimensión

 


Dejémonos impresionar por la acción de Dios en nosotros manifestada en Cristo Jesús, muerto y resucitado, que nos transforma y hace entrar en una nueva dimensión

Hechos de los apóstoles 4, 13-21; Sal 117; Marcos 16, 9-15

Como solemos decir hay cosas que nos suceden que nos dejan descolocados. Cosas que nos sorprenden, cosas que no esperábamos, cosas que nos suceden en un momento en que estamos viviendo fuertes emociones y el horno no está para muchos bollos, un suceso, algo extraordinario que nos aparece en la vida y que nos hace hacernos nuevos planteamientos, algo que nos hace emprender una nueva forma de ver la vida y lo que hacemos.

Yo creo que algo así les sucedió a los discípulos más cercanos a Jesús y no digamos nada de los que estaban en contra. Quizá nosotros estemos muy habituados a la palabra resurrección que al final ni nos detenemos a ver el significado real de lo que es la resurrección de entre los muertos y las repercusiones que puede tener o que de hecho tiene el hecho de la resurrección en la vida de los que nos decimos creyentes en Jesús.

El lo había anunciado, como había anunciado todo lo que iba a suceder en su pasión y su muerte en la cruz. Pero ya sabemos los reticentes que eran los discípulos cercanos a Jesús para creer lo que Jesús anunciaba; ya sabemos como incluso trataban de quitárselo de la cabeza. Por eso cuando van acaeciendo todos esos sucesos de su pasión y se su muerte en la cruz ya se sentían fuera de órbita y con muchos miedos; muchos no dieron la cara, sino más bien se escondieron o incluso de quien menos se pensaba hasta negó conocerlo.

Pero el hecho de la muerte estaba ahí con todo lo duro que era puesto que de alguna manera podía aparecer como un fracaso de un proyecto de vida, pero es que Jesús había dicho que tras la muerte vendría la resurrección. Había tenido experiencias de resurrección con Lázaro o con la hija de Jairo, pero podrían darle incluso muchos significados. Pero había hablado de su propia resurrección y era por lo que les decían lo que había sucedido en aquella mañana. Las mujeres habían vuelto del sepulcro contando que estaba vacío, así lo constataron algunos que fueron también corriendo al sepulcro a ver lo que había pasado, pero todo andaba como envuelto de misterio.

Poco a poco algunos fueron teniendo la experiencia de encontrarse con El que estaba vivo y resucitado, María Magdalena que se había quedado llorando a la puerta del sepulcro, aquellos dos que se habían marchado a Emaús y ahora contaban como les había acompañado en el camino y lo reconocieron al partir el pan, y el grupo de los discípulos se encontraba con El de repente cuando están reunidos en el cenáculo recibiendo todas estas noticias en las que no querían creer. Pero ahora estaba allí en medio. Era El. Y les recriminaba que no hubieran creído.

Justa la recriminación de Jesús, porque no creyeran los sumos sacerdotes y todos los estaban en su contra podría parecer de lo más normal; pero que no creyeran ellos que con El habían convivido, le habían escuchado, les había enseñado de manera especial, parece que era incomprensible. Pero así andaba la fe de aquellos que tenían que ser sus testigos hasta los confines del mundo.

Porque esa es la misión que les está confiando. ‘Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación’. Mucho quería Jesús confiar en ellos cuando les confía esta misión, pero es la misión de los testigos y ellos tienen que ser testigos. Es la misión que a nosotros también nos confía, porque nosotros también tenemos que ser testigos ante toda la creación.

El evangelio de Marcos de quien está tomado este texto del sábado de pascua en la mañana sabemos que es el más breve de todos los evangelios y el más escueto en el tema de la resurrección de Jesús. Parece como si solamente hiciera un breve resumen frente a lo más prolijos que son los otros evangelistas. Pero nos vale para que nos reafirmemos en nuestra fe, para que nos sintamos fuertes y seguros.

Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor que El nos guía y nos fortalece. Asumamos la misión que nos confía. Desde este encuentro con Cristo resucitado algo nuevo ha de comenzar en nosotros, una transformación tiene que producirse en nuestra vida, un impacto profundo que nos hace tomar nuevos rumbos para el sentido de nuestra existencia. Dejémonos impresionar por la acción de Dios en nosotros que se nos manifiesta en Cristo Jesús, muerto y resucitado.

viernes, 9 de abril de 2021

Descubramos los signos y señales que Cristo resucitado pone en nuestro camino para hacernos encontrar esa nueva perspectiva y ese nuevo sentido que en El encontraremos

 


Descubramos los signos y señales que Cristo resucitado pone en nuestro camino para hacernos encontrar esa nueva perspectiva y ese nuevo sentido que en El encontraremos

 Hechos de los apóstoles 4, 1-12; Sal 117; Juan 21, 1-14

Nos creemos saberlo todo, que ya estamos bien experimentados de la vida que podemos hacer las cosas por nosotros mismos, pero nos llega un momento con que nos topamos la pared enfrente; aquello de lo que nos sentíamos seguros, ahora no nos sale como nosotros queremos, nos ofuscamos en querer seguir haciéndolo de la misma manera porque las cosas siempre han sido así, pero no nos da resultados. Nos hace falta otra perspectiva, otra mirada, alguien que llegue y nos haga ver las cosas de otra forma, nos de una nueva visión, y que nosotros tengamos la humildad de dejarnos conducir. Qué bien nos viene esa nueva perspectiva, esa visión desde otro lugar, desde otros aspectos; qué falta nos hace que nos ayuden a abrir caminos nuevos.

Creo que en esto si sabemos ser humildes nos ayudará mucho la fe; esa fe que nos eleva a un plano distinto, esa fe que nos hace tener otra visión de la vida, esa fe que nos hace entrar en la órbita de lo espiritual, esa fe que no hace sintonizar con Dios. Muchas veces queremos poner trabas o límites; hay a quien le pueda parecer antiguallas; hay quien vive tan materializado en la vida que no es capaz de elevarse, de tener otra perspectiva. Claro que también sucede que hay gente que se dice creyente pero no han sabido elevarse lo suficiente o quizá se han quedado en rutinas o en mediocridades, en conceptos limitados, o no han llegado a descubrir la fe que encontramos en el evangelio de Jesús.

El evangelio que se nos ofrece hoy nos ayuda. Los discípulos aunque ya habían tenido la experiencia del encuentro del resucitado ahora daban la impresión que andaban aburridos. La presencia de Jesús con ellos era distinta y de distinta manera tenían que descubrirle y sentirle a su lado. Han marchado a Galilea según sus indicaciones, podríamos decir que hablando en una lógica humana ya eran muchos días en Jerusalén desde la pascua, pero ahora en Galilea no saben qué hacer. Por eso un día Pedro dice que va a ir de nuevo a pescar. Allí está la barca y las redes que un día habían dejado por seguir al Maestro. Los restantes discípulos que están con él se ofrecen a acompañarle. Pero la noche de pesca ha sido infructuosa. No han cogido nada. ¿Qué ha pasado que parece que hasta las aguas del lago se les han vuelto en contra?

Al amanecer, con la frustración que tienen encima, alguien de la orilla les está gritando que si han cogido algo. Parece que siempre nos aparece alguien que quiere aguar la fiesta, o eso al menos nos parece. Encima de que no han cogido nada, vienen las preguntas que hasta parecen intencionadas; cuántas veces nos pasan cosas así. Entre la distancia y la poca luz de aquel amanecer – tendría que ser muy temprano pues en el lago brilla con fuerza el sol muy de mañana – no saben quien es el que les habla de la orilla. Y ahora les pide que echen la red al otro lado de la barca. ¿Desde la orilla hay otra perspectiva para ver el cardumen de peces que los rodea? La pesca ha sido muy grande, luego dirán que 153 peces grandes. La sorpresa y la admiración les sobrecogen. Pero hay alguien que ha sintonizado.

Aquel a quien amaba Jesús de manera especial le dirá en aparte a Pedro que quien está en la orilla es el Señor. Son los ojos del amor para mirar y para reconocer. No es que faltara ese amor a Pedro que ahora lo va a demostrar con creces tirándose al agua para llegar primero, pero andaba afanado en otras cosas y no supo ver como fue capaz de ver Juan. Algo tiene que abrirnos el corazón; alguien tiene que abrirnos los ojos; alguien tiene que hacernos tener una mirada distinta.

Con lo que estamos diciendo podemos pensar en lo que Juan en aquel momento significó en esta escena, pero nos damos cuenta que quien en verdad nos hace tener una mirada distinta es Jesús resucitado que viene a nuestro encuentro. También andamos revueltos en la vida, los problemas nos zarandean, los agobios de la vida nos aturden, el mundo complejo en que vivimos muchas veces nos desorienta, muchas penumbras se nos van metiendo en el alma.

Tenemos que dejarnos encontrar por Cristo. No es solo que nosotros lo busquemos, es El quien nos busca y nos llama, pone señales en nuestro camino, nos deja huellas de su paso, pone personas a nuestro lado como ecos de su voz, habrá circunstancias que nos harán tener otra perspectiva, se abrirán caminos nuevos ante nosotros y la luz puede ir apareciendo de nuevo en nuestro corazón en un nuevo amanecer para nuestra vida que ya será distinta.

jueves, 8 de abril de 2021

Que no nos falte la paz, que no nos falte la alegría y el entusiasmo de nuestra fe, que no nos falte la valentía para anunciar al mundo que Cristo ha resucitado

 


Que no nos falte la paz, que no nos falte la alegría y el entusiasmo de nuestra fe, que no nos falte la valentía para anunciar al mundo que Cristo ha resucitado

Hechos de los apóstoles 3, 11-26; Sal 8; Lucas 24, 35-48

La vuelta de los que se han marchado, sobre todo si tuvo algo traumático tanto para los que marchaban como los que se quedaban, siempre es bien acogida, es motivo de alegría y el reencuentro servirá para revivir experiencias, contar lo sucedido, y revisar las motivaciones por las que se había producido tal hecho doloroso.

Así andaban con la vuelta de los discípulos de Emaús; seguro que su marcha había producido en todos dolor, porque eran dos más que abandonaban, que parecía que habían perdido toda fe y toda esperanza y grande era la desilusión que llevaban en su corazón los que se habían puesto en camino. Pero todo había cambiado, Jesús les había salido al paso como ahora ellos contaban con toda serie de detalles y cuando se sentó a la mesa con ellos a la hora de partir el pan lo reconocieron y reconocieron toda la experiencia que habían vivido con su presencia en el camino.

En esas andaban contando con alegría su experiencia y me imagino que los que habían quedado en el cenáculo haciendo toda clase de preguntas. Pero no era necesario que respondieran a tantas preguntas porque ahora de nuevo Jesús estaba allí en medio de ellos. Quienes no había tenido aún la experiencia del encuentro con el Resucitado les produjo sorpresa y temor por eso las primeras palabras de Jesús será para que recobren la paz, para que serenamente disfruten de su presencia. Aún siguen incrédulos y Jesús les pedirá algo de comer a lo que ofrecen un poco de pez asado que había quedado por allí, porque los fantasmas no comen, y así se convencían de que era El.

Como había hecho con los discípulos del camino les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y fueran capaces de discernir que todo cuando había sucedido estaba anunciado en las Escrituras. Allí estaba Jesús con su Palabra; allí estaba Jesús poniendo paz en aquellos corazones aún atormentados; allí estaba Jesús con la fuerza de su Espíritu haciendo que abrieran su corazón y su mente para aceptar las Escrituras pero para reconocer que era El en persona, de lo que de ahora en adelante tienen que ser testigos.

Poco a poco va renaciendo la paz en sus corazones y ahora era la alegría lo que los embargaba; ahora se sienten con la fuerza del Espíritu para lanzarse también al mundo  a anunciar la Buena Nueva. Los contemplamos a ellos y nosotros queremos contagiarnos de esa alegría y de esa paz. Porque ahora somos nosotros los testigos. Es necesario abrir nuestro corazón, es necesario fortalecernos interiormente, es necesario que crezcamos en esa fe para que se disipen para siempre las dudas; es necesario que seamos capaces de ir con convicción profunda a los demás para hacer también el anuncio de Cristo resucitado.

No va a ser tarea fácil, porque es difícil hacer un nuevo anuncio a los que ya vienen de vuelta y no quieren creer en nada; se ha perdido el sentido cristiano de la vida aunque vivimos en un mundo rodeado de signos cristianos; vivimos con un espíritu tan materialista que lo que suene a espiritual ya parece que se quiere como descartar de antemano; la gente se siente quemada por tantos problemas que van apareciendo en la sociedad que nos hace perder la paz, pero también porque muchas veces en nuestro mundo religioso y que llamamos cristiano los problemas se acumulan y la gente ya no sabe en qué creer o en quién creer.

Es un mundo difícil pero ahí tenemos que hacer el anuncio. Hablamos de nueva evangelización y estas son algunas de las cosas con las que tenemos que contar cuando queremos llevar de nuevo el evangelio a nuestro mundo. Es la tarea que Cristo pone en nuestras manos cuando nos dice que nosotros somos testigos y tenemos que convertirnos en unos testigos veraces, porque no solo hagamos el anuncio de palabra sino con el testimonio de nuestros hechos, el testimonio de nuestra vida.

Que no nos falte la paz, que no nos falte la alegría y el entusiasmo de nuestra fe, que no nos falte la valentía para anunciar al mundo que Cristo ha resucitado.

 

miércoles, 7 de abril de 2021

Las palabras de Jesús les sabían a bálsamo que curaba sus heridas y más tarde dirán que el corazón les ardía por dentro mientras les explicaba las Escrituras

 


Las palabras de Jesús les sabían a bálsamo que curaba sus heridas y más tarde dirán que el corazón les ardía por dentro mientras les explicaba las Escrituras

Hechos de los apóstoles 3, 1-10; Sal 104;  Lucas 24, 13-35

Las decepciones producen fuertes heridas en el alma que son difíciles de curar; son heridas que se enconan, y que más y más van produciendo turbulencias en el alma con el peligro de que todo quede arrasado como tras un temporal. Por una parte hemos de tener cuidado de no herir a nadie de esa forma por el daño que le hacemos, pero también hemos de tener cuidado por nosotros mismos de donde ponemos nuestras esperanzas; todos soñamos y en nuestros sueño podemos imaginar cosas maravillosas pero que se quedan en sueños, por eso hemos de saber distinguir la realidad, aunque algunas veces se nos hace bien difícil por los deseos que podamos llevar en el corazón.

El anciano Simeón anunció que Jesús iba a ser un signo de contradicción y su presencia, su persona y su vida iba a servir para que muchos se decantaran, se aclararan y vieran cual partido tomar, qué dirección le dan a su vida y donde ponen sus esperanzas. En torno a los discípulos cercanos a Jesús también se produjeron esas crisis. Todos aquellos momentos de la pasión fueron amargos para quienes habían puesto en Jesús sus esperanzas y a pesar de los anuncios que El había hecho continuamente no terminaron de entender lo que estaba sucediendo.

El arranque de todo aquello con la traición de Judas fue un momento de decepción probablemente de aquel apóstol que en sus deseos y en su imaginación podía haber soñado con otro estilo y sentido de mesianismo, unido a su afán al dinero que hacía que se le pegaran los dedos en tremendas tentaciones concluyó con el abandono y la traición. Y así podríamos pensar en los demás discípulos. ‘Todos le abandonaron y huyeron’, quienes se atrevieron a acercarse a donde estaban sucediendo los hechos, la cobardía les pudo y vinieron las negaciones como las de Pedro, otros abandonaron lo que había sido su refugio en aquellos días, como Tomás que no estaba presente en la primera aparición en el Cenáculo.

Hoy nos habla el evangelio de otros dos decepcionados, los llamados discípulos de Emaús por aquello del pueblo al que se dirigían. Iban tristes en el camino y no hacían sino darle la vuelta a lo mismo una y otra vez, pero al final abandonaron Jerusalén para irse a lo que podría ser su lugar de origen, Emaús. Y así, en esa tristeza y decepción, los encuentra aquel caminante que parece que no sabe nada o no se quiere enterar.

‘¿Eres tú el único de Jerusalén que no sabe lo que allí ha pasado estos días?’ Y le cuentan dándole vueltas al tema una vez más las esperanzas que habían puesto en Jesús, porque pensaban que era el Mesías liberador, pero nada de lo que ellos esperaban se había cumplido, es más, había muerto en la cruz y aunque había prometido que al tercer día resucitaría hasta la fecha ellos no habían visto nada. Y El iba con ellos.

Pero Aquel que parecía que no sabía nada comenzó a explicar y, valiéndose de las Escrituras, la ley y los profetas, les hizo ver que cuanto había sucedido estaba así anunciado en las Escrituras. Y parecía que ellos comenzaban a comprender; al menos sus palabras les sabían a bálsamo que curara sus heridas y más tarde dirán que el corazón les ardía por dentro mientras les explicaba las Escrituras.

Tanta fue la esperanza que comenzó a despertarse en su corazón que le invitaron a quedarse con ellos, porque además los caminos eran peligrosos y se estaba haciendo tarde. No había confinamiento en aquellos momentos, pero por una parte los peligros acechaban, pero quizá lo que era más importante ellos no le querían dejar ir, se sentían a gusto con El. Por eso lo invitan a la mesa, en las bonitas leyes de la hospitalidad. Y es allí en la mesa donde se les abren los ojos para reconocerle. Era verdad, había resucitado el Señor. Estaba allí con ellos y les había acompañado por camino, aunque ahora ya no lo veían. ‘Le reconocieron al partir el pan’.

Por eso corrieron a Jerusalén de nuevo, ya decíamos que no había toque de queda,  porque había que anunciarle al resto de los discípulos lo que a ellos les había pasado y como lo habían reconocido al partir el pan, aunque ya les ardía el corazón mientras les hablaba. Momentos de dicha y de alegría donde todas las heridas se curaron porque reconocieron que las esperanzas que tenían no eran las verdaderas esperanzas.

Ahora sí se había despertado su corazón y se había abierto su espíritu para reconocer de verdad a Jesús y la salvación que El nos ofrece. El Señor también viene a nosotros y camina a nuestro lado, sentémonos con El a la mesa, pero también sepamos hacer un alto en el camino para escucharle, para bebernos sus palabras, para dejar que su Palabra vaya cayendo como rocío fecundo en nuestro corazón o para dejar que esa Palabra como espada de doble filo penetre hasta lo más hondo de nosotros. No nos hará daño sino todo lo contrario porque estará sembrando semillas de vida en nosotros que nos harán dar mucho fruto.

martes, 6 de abril de 2021

Que vuelen nuestros pies con las alas del amor como María Magdalena para llevar la Buena Nueva de Cristo resucitado y renazca de nuevo la esperanza en nuestro mundo

 


Que vuelen nuestros pies con las alas del amor como María Magdalena para llevar la Buena Nueva de Cristo resucitado y renazca de nuevo la esperanza en nuestro mundo

Hechos de los apóstoles 2, 36-41; Sal 32; Juan 20, 11-18

Algunas veces parece que nos cegamos; no vemos lo que tenemos delante. Pero no solo es cuando no vemos cosas, sino lo peor porque además luego lo pasamos mal es cuando nos sucede con personas; alguien que nos habla, nos mira, notamos que aquella persona nos conoce y nosotros deberíamos conocerla, pero parece que nos cegamos y no caemos en la cuenta de quien es.

Cuántas veces nos habrá sucedido que le hemos seguido un tanto la conversación y al final nos hemos marchado sin saber quien es, sintiéndonos mal porque la otra persona quizá se ha dado cuenta de que no la hemos reconocido. Andamos despistados por la vida. Quizás al final aquella persona nos llama por nuestro nombre, ese que tantas veces hemos oído en sus labios, y parece que despertamos, y surge la alegría del reconocimiento.

Esto a lo que estoy refiriéndome es quizás es en aspectos sin importancia a causa de nuestros despistes, pero nos sucede también como consecuencia de nuestros agobios, nuestro estrés, nuestras preocupaciones; quizá andamos envueltos en problemas que nos absorben por completo y no nos dejan respirar, no nos dejan reaccionar, todo el mundo se nos cae encima y no sabemos como salir adelante; y claro no estamos para nada, y podíamos decir también, tampoco estamos para nadie. No reconocemos ni lo más palpable que tengamos ante nuestros ojos.

Es lo que sucedía a María Magdalena. Podríamos decir que el amor había cegado sus ojos, porque en el amor grande que sentía por Jesús – ¿agradecimiento quizás por todo lo que de El había recibido cuando la había perdonado? – ahora su ausencia, su muerte en la cruz, y el no poder encontrarle ni siquiera en el descanso de su sepultura, hacía que sus ojos llorosos no fueran capaces ni de reconocerle a El.

Allí estaba al pie de la tumba; había venido muy temprano con las otras mujeres porque deseaban embalsamar debidamente el cuerpo de Jesús, pero se habían encontrado la tumba abierta y el cuerpo de Jesús allí no estaba; unos personajes que parecían Ángeles les habían dicho que había resucitado, las otras mujeres marcharon a llevar la noticia a los demás discípulos, pero ella se había quedado allí llorando a la entrada del sepulcro. No lo podía evitar, no podía desprenderse de aquel sitio.

Quien a ella le pareció el encargado del huerto se había acercado para preguntarle por qué lloraba, y allí estaba ella contándole y preguntándole si se había llevado por alguna razón el cuerpo de Jesús que le dijera donde lo había colocado que ella iría a buscarlo. Grande era la pena que embargaba su corazón que le hacía no reconocer a quien ella buscaba y con ella estaba hablándole.

Será necesario que El la llame por su nombre ‘¡María!’ para ella despertar y tirarse a sus pies. ‘¡Rabonni! ¡Maestro!’ fue su grito y su respuesta. Ahora sí era el sonido de su voz, ahora era la palabra que ella escuchara de sus labios tantas veces, ahora era la voz que un día le había perdonado y le había hecho recobrar la dignidad de su nombre. Ahora reconoció al Señor.

‘Y María la Magdalena fue y anunció a los discípulos: He visto al Señor y ha dicho esto’.

Con que alegría desandaría sus pasos para llegar de nuevo a donde estaban los discípulos reunidos. Sus pies llevaban alas, las alas del amor, que la harían ir volando – como es la expresión que solemos usar para decir cuando vamos rápido y con prisa a llevar una buena noticia – porque tenía que comunicar que era verdad que el Señor había resucitado. Ahora ella era testigo también, a sus pies se había abrazado, y era también su corazón el que había resucitado porque se había encontrado con el Señor Jesús resucitado.

¿Será la alegría con que nosotros estamos yendo a los demás para comunicar esta gran noticia? ¿Volarán también nuestros pies en las alas del amor porque tenemos verdaderas ansias de que en el mundo vuelva a aparecer la esperanza? ¿Nos sentiremos también nosotros resucitados con Cristo y llenos de nueva vida?

 

lunes, 5 de abril de 2021

Jesús nos sale al paso también haciendo que nuestro corazón rebose de alegría alejando de nosotros todo temor

 


Jesús nos sale al paso también haciendo que nuestro corazón rebose de alegría alejando de nosotros todo temor

Hechos de los apóstoles 2, 14. 22-33; Sal 15;  Mateo 28, 8-15

‘Alegraos, no temáis…’ Es la invitación que nos hace Jesús, son los sentimientos que tienen que embargar nuestro corazón, es la alegría de la Pascua que nos envuelve, es la paz que sentimos en lo más hondo de nosotros mismos porque ya se acabaron todos los temores.

No son solamente palabras, palabras bonitas que nos dedicamos en estos días. Es cierto que de lo que rebosa nuestro corazón se sale por nuestras palabras, pero también por todo nuestro ser. Y cuando el corazón rebosa de gozo y alegría las emociones se hacen muy patentes y rebuscamos y rebuscamos sin saber donde o como encontrar expresiones que hagan aflorar de lo que rebosa nuestro corazón. Pero en verdad tiene que ser algo vivo, algo que está metido en lo más hondo de nosotros mismos haciéndose carne de nuestra carne, o que nos hace rebosar del Espíritu del cielo que llena nuestro corazón.

Jesús saluda a aquellas buenas mujeres que han ido al sepulcro con las buenas intenciones de embalsamar su cuerpo con una invitación profunda a la alegría, pero como con la sorpresa se han quedado medio paralizadas con la emoción, al mismo tiempo Jesús les dice que no teman. Cuando las cosas nos sobrepasan, van mucho más allá de lo que no hubiéramos podido esperar, y es mucho más grandioso de todo lo que hubiéramos imaginado, nos quedamos como sin saber que hacer y un cierto temor reverencial se apodera de nosotros. Es lo que estaba sucediendo a aquellas mujeres que ante el vacío del sepulcro, la aparición de los ángeles y ahora el encuentro con el mismo Jesús resucitado las desbordan y no saben ni cómo reaccionar.

‘No temáis…’ les dice Jesús. Ya no hay ninguna razón para el miedo ni para el temor. Allí está Jesús a su lado. Es verdad. Verdaderamente ha resucitado. No lo creen ya porque se los hayan dicho los ángeles, sino que ellas mismas lo han experimentado.

Contrasta esta parte del evangelio con las mujeres llenas de fe y de alegría con el episodio que a continuación nos narra el evangelista. Allí están los que no quieren creer, allí están los que han rechazado a Jesús. Allí están los que han cerrado su corazón a la posibilidad de algo nuevo y renovador. Allí están los que no quieren levantar los velos que ciegan sus ojos y encierran su corazón para aceptar la realidad de lo que incluso los mismos guardas del sepulcro son testigos. Por eso querrán poner más impedimentos para que la noticia se propague. De nada les sirvieron los sellos con que sellaron la entrada del sepulcro para que nadie pudiera entrar porque saltarían por los aires cuando la energía nueva y viva del resucitado salió vencedor del sepulcro. Ahora aunque con sobornos traten de sellar los labios de quienes fueron los primeros testigos, la mentira terminará por saberse y descubrirse cayendo en mayor descrédito para ellos mismos.

Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida, había proclamado Jesús un día y así ahora se estaba proclamando esa verdad que llenaba de nueva vida el mundo. Solo necesitamos ponernos en camino, en su camino, seguir sus huellas y sus pasos para empaparnos de su vida, para proclamar la verdad de la Salvación que solo en Cristo podemos alcanzar.

Allí estaba la verdad; no importa que Pilatos maliciosamente se preguntase que era la verdad, porque también su corazón se había cegado y no había sido capaz de discernirla estando como estuvo Jesús ante él. Jesús es la Verdad y Jesús es la Vida, pero Jesús es también el camino que nos lleva a descubrir esa verdad y a vivir esa vida.

domingo, 4 de abril de 2021

No importan los miedos ni las dudas, pongámonos en camino que el Señor resucitado nos saldrá a nuestro encuentro

 


No importan los miedos ni las dudas, pongámonos en camino que el Señor resucitado nos saldrá a nuestro encuentro

 Domingo Resurrección

 Hechos 10, 34a. 37-43; Sal 117; Colosenses 3, 1-4; Juan 20, 1-9

Es la Pascua. El Señor resucitó. Alegría porque la muerte ha sido vencida. Aleluya que celebramos la resurrección y ha comenzado una vida nueva, un mundo nuevo. Es la Pascua. Nuestras esperanzas han sido colmadas. Es posible la vida. Es posible la victoria del amor. Es un día grande. Para nosotros el más importante. Resucitó el Señor. Nos alegramos, hacemos fiesta grande en la resurrección del Señor.

Esta mañana de aquel primer día de la semana que se ha convertido para nosotros en el día de la Pascua la llamo yo la mañana de las carreras, de las sorpresas, de las perplejidades y también las dudas, pero al final será el día en que amanece la fe grande que nadie podrá ya echar abajo.

Primero la perplejidad de que el sepulcro está vacío y el cuerpo del Señor Jesús no está allí. Se han robado el cuerpo del Señor y no sabemos donde está. Es muy significativo y daría mucho que pensar. Claro que las mujeres han ido a buscar a un crucificado, un cuerpo muerto y ya no está allí. María Magdalena no termina de escuchar bien lo que les dice el ángel. ‘¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí...’ pero María Magdalena en su decepción ha salido corriendo del sepulcro para llevar la noticia a los que están refugiados en el cenáculo. Lo único que puede decir es que no han encontrado el cuerpo del Señor. ¿Se lo han robado? ¿Se ha perdido? Más tarde aún María Magdalena estará pendiente del jardinero para que le diga donde lo han puesto para ir a buscarlo.


Provoca nuevas carreras, porque ahora son Juan y Pedro los que corren por las calles de Jerusalén, parece a ver quien llega primero. Ha llegado Juan pero ha querido dar la preferencia a Pedro. El sepulcro está vacío, las vendas por el suelo, el sudario doblado aparte, pero allí no está a quien buscan. Siguen buscando a un crucificado muerto pero allí no lo pueden encontrar. Pero cuando Juan entró también al sepulcro supo hacer una lectura de las palabras de Jesús y cuanto había sucedido y sucedía ante sus ojos, por eso nos dirá que ‘vio y creyó’.

Las perplejidades y las dudas, las sorpresas y los interrogantes que se planteaban encontraban la respuesta. Era verdad lo que había dicho el Señor. En el sepulcro no lo podrían encontrar, de ahora en adelante tendrían que saber descubrirle y encontrarle porque el Señor resucitado se iba a manifestar de forma distinta.

Cuando estuvieran reunidos o cuando se pusieran en camino. No importaban los miedos y las dudas que poco a poco se irían disipando el Señor siempre les saldría al paso, era El quien vendría a su encuentro. El evangelio nos dará algunos testimonios pero que serán inicio de esa nueva forma de encontrarnos con el Señor.

No importará que estén medio escondidos por el miedo con las puertas cerradas porque allí en medio de ellos lo van a encontrar resucitado. No importará que algunos se hayan puesto en camino y emprendan la huida con sus tristezas y sus desencantos porque El irá caminando con ellos en el camino y al final terminarán por darse cuenta que El está con ellos. No importará que se hayan vuelto al mar de Galilea y hayan intentado ponerse de nuevo a pescar porque El seguirá siendo el que guíe su barca o sus redes porque a la orilla de su vida estará siempre presente como un rayo de luz en el amanecer. Se sorprenderán las mujeres que han ido a buscarle al sepulcro cuando les salga al paso pero sentirán que El las envía como mensajeras, como misioneras, como anunciadoras de buena nueva para decirle a los hermanos que El está vivo, que ha resucitado.

Son algunos testimonios que nos ofrece el evangelio pero que son principio del camino nuevo que hemos de emprender. No nos han robado el cuerpo del Señor Jesús ni lo hemos perdido, sino que será otra forma nueva y distinta, más vital cómo lo hemos de encontrar. Por otra parte la certeza de que el Señor ha resucitado no terminará de quitarnos algunos miedos y dudas que seguirán presentes en nuestra vida, pero cuando aprendamos a compartir con nuestros hermanos también esas perplejidades que llevamos en el corazón hemos de tener la seguridad de que El está presente a nuestro lado iluminando nuestro camino, ayudándonos a que vayamos al encuentro con los demás porque en ellos también hemos de saber verle, descubrirle, encontrarle.

Es que ahora tenemos una nueva mirada que arranca de nuestro corazón y vamos a descubrir cosas nuevas, como vamos a descubrir también el valor de los demás porque en todo hombre o mujer que es mi hermano y mi hermana vamos a ver al Señor. Con esa presencia de Cristo resucitado en nuestro corazón vamos a aprender a tener unas actitudes nuevas, unos comportamientos nuevos, una nueva manera de ver nuestra relación con los demás.

Aprenderemos que ya en la vida no hemos de ir compitiendo a ver quien es el primero que llega sino que incluso seremos capaces de ceder el paso a los otros porque nos respetamos y nos queremos, porque nos valoramos y nos tenemos en cuenta, porque hemos aprendido aquello que tanto nos enseñó en el evangelio que nuestra grandeza no está en ocupar lugares importantes sino en saber hacernos servidores los unos de los otros.

No es solo porque hoy cantemos aleluya con mucha alegría por lo que estemos manifestando al mundo que el Señor ha resucitado. Es mundo necesita escuchar esa buena noticia, porque además andamos ansiosos de buenas noticias que nos llenen de paz o que nos saquen de tantas incertidumbres y angustias con las que nos hemos rodeado en la vida; muchas negruras nos envuelven, muchas angustias nos quitan la esperanza, muchos sufrimientos nos están haciendo que vayamos caminando como unos derrotados. Necesitamos levantarnos, iluminarnos por algo nuevo y distinto que ponga más ilusión en lo que hacemos y más esperanza en el camino de la vida. La victoria está asegurada.

Cuando nosotros los que creemos en Jesús, muerto y resucitado, vayamos dando testimonio de que con El sabemos irnos encontrando en los caminos de la vida, nuestro anuncio será más creíble y la Buena Nueva del Evangelio tendrá un sabor nuevo en nuestros labios y un colorido distinto desde el testimonio que damos con nuestra vida. Y es que como verdaderos creyentes vamos sintiéndole y viviéndole en todo momento, vamos encontrándonos con El en los demás y en la comunidad y lo haremos presente con nuestro amor.

Ese es el gran canto del Aleluya que tenemos que entonar viviendo ya para siempre la alegría de la resurrección.