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viernes, 9 de abril de 2021

Descubramos los signos y señales que Cristo resucitado pone en nuestro camino para hacernos encontrar esa nueva perspectiva y ese nuevo sentido que en El encontraremos

 


Descubramos los signos y señales que Cristo resucitado pone en nuestro camino para hacernos encontrar esa nueva perspectiva y ese nuevo sentido que en El encontraremos

 Hechos de los apóstoles 4, 1-12; Sal 117; Juan 21, 1-14

Nos creemos saberlo todo, que ya estamos bien experimentados de la vida que podemos hacer las cosas por nosotros mismos, pero nos llega un momento con que nos topamos la pared enfrente; aquello de lo que nos sentíamos seguros, ahora no nos sale como nosotros queremos, nos ofuscamos en querer seguir haciéndolo de la misma manera porque las cosas siempre han sido así, pero no nos da resultados. Nos hace falta otra perspectiva, otra mirada, alguien que llegue y nos haga ver las cosas de otra forma, nos de una nueva visión, y que nosotros tengamos la humildad de dejarnos conducir. Qué bien nos viene esa nueva perspectiva, esa visión desde otro lugar, desde otros aspectos; qué falta nos hace que nos ayuden a abrir caminos nuevos.

Creo que en esto si sabemos ser humildes nos ayudará mucho la fe; esa fe que nos eleva a un plano distinto, esa fe que nos hace tener otra visión de la vida, esa fe que nos hace entrar en la órbita de lo espiritual, esa fe que no hace sintonizar con Dios. Muchas veces queremos poner trabas o límites; hay a quien le pueda parecer antiguallas; hay quien vive tan materializado en la vida que no es capaz de elevarse, de tener otra perspectiva. Claro que también sucede que hay gente que se dice creyente pero no han sabido elevarse lo suficiente o quizá se han quedado en rutinas o en mediocridades, en conceptos limitados, o no han llegado a descubrir la fe que encontramos en el evangelio de Jesús.

El evangelio que se nos ofrece hoy nos ayuda. Los discípulos aunque ya habían tenido la experiencia del encuentro del resucitado ahora daban la impresión que andaban aburridos. La presencia de Jesús con ellos era distinta y de distinta manera tenían que descubrirle y sentirle a su lado. Han marchado a Galilea según sus indicaciones, podríamos decir que hablando en una lógica humana ya eran muchos días en Jerusalén desde la pascua, pero ahora en Galilea no saben qué hacer. Por eso un día Pedro dice que va a ir de nuevo a pescar. Allí está la barca y las redes que un día habían dejado por seguir al Maestro. Los restantes discípulos que están con él se ofrecen a acompañarle. Pero la noche de pesca ha sido infructuosa. No han cogido nada. ¿Qué ha pasado que parece que hasta las aguas del lago se les han vuelto en contra?

Al amanecer, con la frustración que tienen encima, alguien de la orilla les está gritando que si han cogido algo. Parece que siempre nos aparece alguien que quiere aguar la fiesta, o eso al menos nos parece. Encima de que no han cogido nada, vienen las preguntas que hasta parecen intencionadas; cuántas veces nos pasan cosas así. Entre la distancia y la poca luz de aquel amanecer – tendría que ser muy temprano pues en el lago brilla con fuerza el sol muy de mañana – no saben quien es el que les habla de la orilla. Y ahora les pide que echen la red al otro lado de la barca. ¿Desde la orilla hay otra perspectiva para ver el cardumen de peces que los rodea? La pesca ha sido muy grande, luego dirán que 153 peces grandes. La sorpresa y la admiración les sobrecogen. Pero hay alguien que ha sintonizado.

Aquel a quien amaba Jesús de manera especial le dirá en aparte a Pedro que quien está en la orilla es el Señor. Son los ojos del amor para mirar y para reconocer. No es que faltara ese amor a Pedro que ahora lo va a demostrar con creces tirándose al agua para llegar primero, pero andaba afanado en otras cosas y no supo ver como fue capaz de ver Juan. Algo tiene que abrirnos el corazón; alguien tiene que abrirnos los ojos; alguien tiene que hacernos tener una mirada distinta.

Con lo que estamos diciendo podemos pensar en lo que Juan en aquel momento significó en esta escena, pero nos damos cuenta que quien en verdad nos hace tener una mirada distinta es Jesús resucitado que viene a nuestro encuentro. También andamos revueltos en la vida, los problemas nos zarandean, los agobios de la vida nos aturden, el mundo complejo en que vivimos muchas veces nos desorienta, muchas penumbras se nos van metiendo en el alma.

Tenemos que dejarnos encontrar por Cristo. No es solo que nosotros lo busquemos, es El quien nos busca y nos llama, pone señales en nuestro camino, nos deja huellas de su paso, pone personas a nuestro lado como ecos de su voz, habrá circunstancias que nos harán tener otra perspectiva, se abrirán caminos nuevos ante nosotros y la luz puede ir apareciendo de nuevo en nuestro corazón en un nuevo amanecer para nuestra vida que ya será distinta.

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