Descubramos
los signos y señales que Cristo resucitado pone en nuestro camino para hacernos
encontrar esa nueva perspectiva y ese nuevo sentido que en El encontraremos
Hechos de los apóstoles 4, 1-12; Sal 117; Juan 21, 1-14
Nos creemos saberlo todo, que ya
estamos bien experimentados de la vida que podemos hacer las cosas por nosotros
mismos, pero nos llega un momento con que nos topamos la pared enfrente;
aquello de lo que nos sentíamos seguros, ahora no nos sale como nosotros
queremos, nos ofuscamos en querer seguir haciéndolo de la misma manera porque
las cosas siempre han sido así, pero no nos da resultados. Nos hace falta otra
perspectiva, otra mirada, alguien que llegue y nos haga ver las cosas de otra
forma, nos de una nueva visión, y que nosotros tengamos la humildad de dejarnos
conducir. Qué bien nos viene esa nueva perspectiva, esa visión desde otro
lugar, desde otros aspectos; qué falta nos hace que nos ayuden a abrir caminos
nuevos.
Creo que en esto si sabemos ser
humildes nos ayudará mucho la fe; esa fe que nos eleva a un plano distinto, esa
fe que nos hace tener otra visión de la vida, esa fe que nos hace entrar en la
órbita de lo espiritual, esa fe que no hace sintonizar con Dios. Muchas veces
queremos poner trabas o límites; hay a quien le pueda parecer antiguallas; hay
quien vive tan materializado en la vida que no es capaz de elevarse, de tener
otra perspectiva. Claro que también sucede que hay gente que se dice creyente
pero no han sabido elevarse lo suficiente o quizá se han quedado en rutinas o
en mediocridades, en conceptos limitados, o no han llegado a descubrir la fe
que encontramos en el evangelio de Jesús.
El evangelio que se nos ofrece hoy nos
ayuda. Los discípulos aunque ya habían tenido la experiencia del encuentro del
resucitado ahora daban la impresión que andaban aburridos. La presencia de
Jesús con ellos era distinta y de distinta manera tenían que descubrirle y
sentirle a su lado. Han marchado a Galilea según sus indicaciones, podríamos
decir que hablando en una lógica humana ya eran muchos días en Jerusalén desde
la pascua, pero ahora en Galilea no saben qué hacer. Por eso un día Pedro dice
que va a ir de nuevo a pescar. Allí está la barca y las redes que un día habían
dejado por seguir al Maestro. Los restantes discípulos que están con él se
ofrecen a acompañarle. Pero la noche de pesca ha sido infructuosa. No han
cogido nada. ¿Qué ha pasado que parece que hasta las aguas del lago se les han
vuelto en contra?
Al amanecer, con la frustración que
tienen encima, alguien de la orilla les está gritando que si han cogido algo.
Parece que siempre nos aparece alguien que quiere aguar la fiesta, o eso al
menos nos parece. Encima de que no han cogido nada, vienen las preguntas que hasta
parecen intencionadas; cuántas veces nos pasan cosas así. Entre la distancia y
la poca luz de aquel amanecer – tendría que ser muy temprano pues en el lago
brilla con fuerza el sol muy de mañana – no saben quien es el que les habla de
la orilla. Y ahora les pide que echen la red al otro lado de la barca. ¿Desde
la orilla hay otra perspectiva para ver el cardumen de peces que los rodea? La
pesca ha sido muy grande, luego dirán que 153 peces grandes. La sorpresa y la
admiración les sobrecogen. Pero hay alguien que ha sintonizado.
Aquel a quien amaba Jesús de manera
especial le dirá en aparte a Pedro que quien está en la orilla es el Señor. Son
los ojos del amor para mirar y para reconocer. No es que faltara ese amor a
Pedro que ahora lo va a demostrar con creces tirándose al agua para llegar
primero, pero andaba afanado en otras cosas y no supo ver como fue capaz de ver
Juan. Algo tiene que abrirnos el corazón; alguien tiene que abrirnos los ojos;
alguien tiene que hacernos tener una mirada distinta.
Con lo que estamos diciendo podemos
pensar en lo que Juan en aquel momento significó en esta escena, pero nos damos
cuenta que quien en verdad nos hace tener una mirada distinta es Jesús
resucitado que viene a nuestro encuentro. También andamos revueltos en la vida,
los problemas nos zarandean, los agobios de la vida nos aturden, el mundo
complejo en que vivimos muchas veces nos desorienta, muchas penumbras se nos
van metiendo en el alma.
Tenemos que dejarnos encontrar por
Cristo. No es solo que nosotros lo busquemos, es El quien nos busca y nos
llama, pone señales en nuestro camino, nos deja huellas de su paso, pone
personas a nuestro lado como ecos de su voz, habrá circunstancias que nos harán
tener otra perspectiva, se abrirán caminos nuevos ante nosotros y la luz puede
ir apareciendo de nuevo en nuestro corazón en un nuevo amanecer para nuestra
vida que ya será distinta.
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