Que
vuelen nuestros pies con las alas del amor como María Magdalena para llevar la
Buena Nueva de Cristo resucitado y renazca de nuevo la esperanza en nuestro
mundo
Hechos de los apóstoles 2, 36-41; Sal 32;
Juan 20, 11-18
Algunas veces parece que nos cegamos;
no vemos lo que tenemos delante. Pero no solo es cuando no vemos cosas, sino lo
peor porque además luego lo pasamos mal es cuando nos sucede con personas;
alguien que nos habla, nos mira, notamos que aquella persona nos conoce y
nosotros deberíamos conocerla, pero parece que nos cegamos y no caemos en la
cuenta de quien es.
Cuántas veces nos habrá sucedido que le
hemos seguido un tanto la conversación y al final nos hemos marchado sin saber
quien es, sintiéndonos mal porque la otra persona quizá se ha dado cuenta de
que no la hemos reconocido. Andamos despistados por la vida. Quizás al final
aquella persona nos llama por nuestro nombre, ese que tantas veces hemos oído
en sus labios, y parece que despertamos, y surge la alegría del reconocimiento.
Esto a lo que estoy refiriéndome es
quizás es en aspectos sin importancia a causa de nuestros despistes, pero nos
sucede también como consecuencia de nuestros agobios, nuestro estrés, nuestras
preocupaciones; quizá andamos envueltos en problemas que nos absorben por
completo y no nos dejan respirar, no nos dejan reaccionar, todo el mundo se nos
cae encima y no sabemos como salir adelante; y claro no estamos para nada, y podíamos
decir también, tampoco estamos para nadie. No reconocemos ni lo más palpable
que tengamos ante nuestros ojos.
Es lo que sucedía a María Magdalena.
Podríamos decir que el amor había cegado sus ojos, porque en el amor grande que
sentía por Jesús – ¿agradecimiento quizás por todo lo que de El había recibido
cuando la había perdonado? – ahora su ausencia, su muerte en la cruz, y el no
poder encontrarle ni siquiera en el descanso de su sepultura, hacía que sus
ojos llorosos no fueran capaces ni de reconocerle a El.
Allí estaba al pie de la tumba; había
venido muy temprano con las otras mujeres porque deseaban embalsamar
debidamente el cuerpo de Jesús, pero se habían encontrado la tumba abierta y el
cuerpo de Jesús allí no estaba; unos personajes que parecían Ángeles les habían
dicho que había resucitado, las otras mujeres marcharon a llevar la noticia a
los demás discípulos, pero ella se había quedado allí llorando a la entrada del
sepulcro. No lo podía evitar, no podía desprenderse de aquel sitio.
Quien a ella le pareció el encargado
del huerto se había acercado para preguntarle por qué lloraba, y allí estaba
ella contándole y preguntándole si se había llevado por alguna razón el cuerpo
de Jesús que le dijera donde lo había colocado que ella iría a buscarlo. Grande
era la pena que embargaba su corazón que le hacía no reconocer a quien ella
buscaba y con ella estaba hablándole.
Será necesario que El la llame por su
nombre ‘¡María!’ para ella despertar y tirarse a sus pies. ‘¡Rabonni!
¡Maestro!’ fue su grito y su respuesta. Ahora sí era el sonido de su voz,
ahora era la palabra que ella escuchara de sus labios tantas veces, ahora era
la voz que un día le había perdonado y le había hecho recobrar la dignidad de
su nombre. Ahora reconoció al Señor.
‘Y María la Magdalena fue y anunció
a los discípulos: He visto al Señor y ha dicho esto’.
Con que alegría desandaría sus pasos
para llegar de nuevo a donde estaban los discípulos reunidos. Sus pies llevaban
alas, las alas del amor, que la harían ir volando – como es la expresión que
solemos usar para decir cuando vamos rápido y con prisa a llevar una buena
noticia – porque tenía que comunicar que era verdad que el Señor había
resucitado. Ahora ella era testigo también, a sus pies se había abrazado, y era
también su corazón el que había resucitado porque se había encontrado con el
Señor Jesús resucitado.
¿Será la alegría con que nosotros
estamos yendo a los demás para comunicar esta gran noticia? ¿Volarán también
nuestros pies en las alas del amor porque tenemos verdaderas ansias de que en
el mundo vuelva a aparecer la esperanza? ¿Nos sentiremos también nosotros
resucitados con Cristo y llenos de nueva vida?
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