Jesús
nos sale al paso también haciendo que nuestro corazón rebose de alegría
alejando de nosotros todo temor
Hechos de los apóstoles 2, 14. 22-33; Sal
15; Mateo 28, 8-15
‘Alegraos, no temáis…’ Es la invitación que nos hace Jesús, son los
sentimientos que tienen que embargar nuestro corazón, es la alegría de la
Pascua que nos envuelve, es la paz que sentimos en lo más hondo de nosotros
mismos porque ya se acabaron todos los temores.
No son solamente palabras, palabras
bonitas que nos dedicamos en estos días. Es cierto que de lo que rebosa nuestro
corazón se sale por nuestras palabras, pero también por todo nuestro ser. Y
cuando el corazón rebosa de gozo y alegría las emociones se hacen muy patentes
y rebuscamos y rebuscamos sin saber donde o como encontrar expresiones que
hagan aflorar de lo que rebosa nuestro corazón. Pero en verdad tiene que ser
algo vivo, algo que está metido en lo más hondo de nosotros mismos haciéndose
carne de nuestra carne, o que nos hace rebosar del Espíritu del cielo que llena
nuestro corazón.
Jesús saluda a aquellas buenas mujeres
que han ido al sepulcro con las buenas intenciones de embalsamar su cuerpo con
una invitación profunda a la alegría, pero como con la sorpresa se han quedado
medio paralizadas con la emoción, al mismo tiempo Jesús les dice que no teman.
Cuando las cosas nos sobrepasan, van mucho más allá de lo que no hubiéramos
podido esperar, y es mucho más grandioso de todo lo que hubiéramos imaginado,
nos quedamos como sin saber que hacer y un cierto temor reverencial se apodera
de nosotros. Es lo que estaba sucediendo a aquellas mujeres que ante el vacío
del sepulcro, la aparición de los ángeles y ahora el encuentro con el mismo
Jesús resucitado las desbordan y no saben ni cómo reaccionar.
‘No temáis…’ les dice Jesús. Ya no hay ninguna razón para el miedo
ni para el temor. Allí está Jesús a su lado. Es verdad. Verdaderamente ha
resucitado. No lo creen ya porque se los hayan dicho los ángeles, sino que
ellas mismas lo han experimentado.
Contrasta esta parte del evangelio con
las mujeres llenas de fe y de alegría con el episodio que a continuación nos
narra el evangelista. Allí están los que no quieren creer, allí están los que
han rechazado a Jesús. Allí están los que han cerrado su corazón a la
posibilidad de algo nuevo y renovador. Allí están los que no quieren levantar
los velos que ciegan sus ojos y encierran su corazón para aceptar la realidad
de lo que incluso los mismos guardas del sepulcro son testigos. Por eso querrán
poner más impedimentos para que la noticia se propague. De nada les sirvieron
los sellos con que sellaron la entrada del sepulcro para que nadie pudiera
entrar porque saltarían por los aires cuando la energía nueva y viva del
resucitado salió vencedor del sepulcro. Ahora aunque con sobornos traten de
sellar los labios de quienes fueron los primeros testigos, la mentira terminará
por saberse y descubrirse cayendo en mayor descrédito para ellos mismos.
Yo soy el Camino, y la Verdad, y la
Vida, había proclamado Jesús un día y
así ahora se estaba proclamando esa verdad que llenaba de nueva vida el mundo.
Solo necesitamos ponernos en camino, en su camino, seguir sus huellas y sus
pasos para empaparnos de su vida, para proclamar la verdad de la Salvación que
solo en Cristo podemos alcanzar.
Allí estaba la verdad; no importa que
Pilatos maliciosamente se preguntase que era la verdad, porque también su
corazón se había cegado y no había sido capaz de discernirla estando como
estuvo Jesús ante él. Jesús es la Verdad y Jesús es la Vida, pero Jesús es
también el camino que nos lleva a descubrir esa verdad y a vivir esa vida.
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